—Pues, éste es el quid de la cuestión, Bella... —Charlie enrojeció—. Quizás es que
hoy me siento un poco supersticioso después de haber andado por ahí con Billy, con lo
raro que estaba..., pero tengo un presentimiento. Es como si... fuera a perderte pronto.
—No seas tonto, papá —musité con cierta culpabilidad—. Tú quieres que continúe los
estudios, ¿no?
—Sólo prométeme una cosa.
Me mostré vacilante, preparada para echarme atrás.
—Bueno...
—¿Me avisarás antes de tomar alguna decisión definitiva? ¿Antes de que te escapes
con él o algo así?
—Papá... —me lamenté.
—Hablo en serio. No te montaré un número, pero avísame con alguna antelación.
Dame la oportunidad de abrazarte y decirte adiós.
Me achanté en mi fuero interno, pero levanté la mano.
—Esto es una tontería, pero te lo prometo si eso te hace feliz.
—Gracias, Bella —me dijo—. Te quiero, chiquilla.
—Yo también te quiero, papá —le toqué el hombro y después me retiré de la mesa—.
Si necesitas algo, estaré en casa de Billy.
No miré atrás cuando corrí hacia fuera. Esto era perfecto, justo lo que necesitaba en
esos momentos. Fui refunfuñando para mis adentros todo el camino hasta La Push.
El Mercedes negro de Carlisle no estaba aparcado frente a la casa de Billy. Eso era
bueno y malo. Obviamente, necesitaba hablar con Jacob a solas, pero al mismo tiempo
me hubiera gustado poder aferrarme a la mano de Edward, como había hecho antes,
mientras Jacob estaba inconsciente. Algo imposible. De todos modos, echaba de menos a
Edward, y la tarde a solas con Alice se me había hecho muy larga. Supongo que eso
hacía que mi respuesta resultara evidente. Ya tenía claro que no podía vivir sin Edward,
pero ese hecho no haría que lo que me esperaba fuera menos doloroso.
Llamé a la puerta principal con suavidad.
—Entra, Bella —contestó Billy. El rugido de mi coche era fácil de reconocer.
Entré.
—Hola, Billy. ¿Está despierto? —le pregunté.
—Recuperó el sentido hace una media hora, justo antes de que se fuera el doctor.
Entra. Creo que te está esperando.
Me estremecí y después inspiré profundamente.
—Gracias.
Dudé ante la puerta de la habitación de Jacob, ya que no estaba segura de si debía
llamar. Decidí echar primero una ojeada, deseando, tan cobarde como era, que se hubiera
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vuelto a dormir. Me sentía como si nada más me quedaran unos cuantos minutos a mi
disposición.
Abrí un resquicio la puerta y me apoyé en ella, vacilante.
Jacob me esperaba con el rostro tranquilo y sereno. Ya no tenía ese aspecto ojeroso y
demacrado, y en su lugar sólo mostraba una cierta palidez. No había el menor asomo de
alegría en sus ojos sombríos.
Se me hacía duro mirarle a la cara sabiendo que le amaba. Era algo que cambiaba
mucho las cosas, más de lo que yo pensaba. Me pregunté si también había sido así de
duro para él durante todo el tiempo.
Por suerte, alguien le había cubierto con una colcha. Era un alivio no tener que
contemplar la extensión de los daños.
Entré y cerré la puerta poco a poco a mis espaldas.
—Hola, Jake —murmuré.
No me contestó al principio. Me miró a la cara durante un buen rato. Entonces,
haciendo un pequeño esfuerzo, transformó su expresión en una sonrisa ligera y burlona.
—Sí, había pensado que pasaría algo así —suspiró—. Hoy las cosas han ido
decididamente a peor. Primero, me equivoco de sitio y me pierdo la mejor parte de la
lucha, con lo que Seth se lleva toda la gloria. Luego, Leah se pone a hacer el idiota para
demostrar que es tan dura como todos los demás y yo tengo que ser el imbécil que la
salve. Y ahora esto —sacudió su mano izquierda hacia mí, que seguía al lado de la puerta,
aún indecisa.
—¿Qué tal te sientes? —cuchicheé. Vaya pregunta estúpida.
—Un poquito espachurrado. El doctor Colmillos no estaba seguro de la dosis de
sedante que iba a necesitar y ha seguido el método del ensayo y el error. Me da que se le
ha ido la mano.
—Pero no te duele.
—No. Al menos no siento las heridas.
Sonrió, de forma burlona otra vez.
Me mordí el labio. En la vida iba a ser capaz de pasar por esto. ¿Por qué ahora que
quería morirme nadie venía a matarme ni a intentarlo siquiera?
La ironía abandonó su rostro y sus ojos se llenaron de calidez. Arrugó la frente, como
si estuviera preocupado.
—¿Y qué tal estás tú? —me preguntó, y sonó en verdad interesado—. ¿Te encuentras
bien?
—¡¿Yo?! —le miré fijamente. Quizás era verdad que le habían administrado
demasiadas drogas—. ¿Por qué?
—Bueno, suponía, o más bien tenía bastante claro que, en realidad, no te iba a hacer
daño, pero no estaba muy seguro de si pasarías un mal trago. Me he estado volviendo
loco de preocupación por ti desde que me desperté. No sabía siquiera si te dejaría o no
visitarme. Era una incertidumbre terrible. ¿Qué tal fue? ¿Se ha portado mal contigo? Lo
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siento si ha ido muy mal. No quería que tuvieras que pasar por todo esto tú sola. Estaba
pensando que si hubiera estado allí...
Me llevó un minuto entender adonde pretendía ir a parar. Continuó parloteando, y
parecía cada vez más incómodo, hasta que me di cuenta de lo que estaba diciendo.
Entonces, me apresuré a corregirle.
—¡No, no, Jake! Estoy bien; en realidad, más que bien. Claro que no se portó mal. ¡Ya
me hubiera gustado!
Sus ojos se dilataron en lo que parecía algo cercano al horror.
—¿Qué?
—Ni siquiera se enfadó conmigo, ¡ni contigo! Es tan poco egoísta que incluso me hizo
sentirme peor. Hubiera deseado que me gritara o algo así. Y no es que no me lo
mereciera. En fin, que fue mucho peor que si me hubiera gritado, pero a él no le importa.
Sólo quiere que yo sea feliz.
—¿Y no se ha vuelto loco? —me preguntó Jacob, incrédulo.
—No. Es... demasiado bueno.
Jacob me miró con fijeza durante otro minuto y entonces, de repente, torció el gesto.
—¡Bueno, maldita sea! —gruñó.
—¿Qué es lo que va mal, Jake? ¿Te duele algo? —mis manos se movieron de un lado
a otro inútilmente, mientras buscaba su medicación.
—No —refunfuñó en tono disgustado—. ¡Es que no me lo puedo creer! ¿No te dio un
ultimátum ni nada parecido?
—Nada de nada..., pero ¿qué es lo que te pasa?
Frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Contaba con otra clase de reacción. Maldito sea. Es mejor de lo que pensaba.
La forma en que lo dijo, aunque sonara más enfadado, me recordó al modo en que
Edward había hablado sobre la falta de ética de Jacob, aquella misma mañana, en la
tienda. Lo que significaba que Jake seguía conservando la esperanza, seguía luchando.
Me estremecí cuando esa certeza se me clavó en lo más hondo.
—No está jugando a ningún juego, Jake —repuse con calma.
—Apuesto a que sí. Juega cada punto tan duro como yo, sólo que él sabe lo que se
trae entre manos, y yo no. No me culpes por ser peor manipulador que él, no he tenido
tanto tiempo para aprenderme todas las triquiñuelas.
—¡Él no me está manipulando!
—¡Sí que lo hace! ¿Cuándo vas a abrir los ojos y te vas a dar cuenta de que no es tan
perfecto como crees?
—Al menos, no me amenazó con hacerse matar para conseguir que le besara —le
contesté con brusquedad. Tan pronto como se me escaparon las palabras, enrojecí
disgustada—. Espera. Haz como si no hubiera dicho nada. Me juré a mí misma que no iba
a mencionar ese tema.
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Él inspiró con fuerza. Cuando habló, sonaba más tranquilo.
—¿Por qué no?
—Porque no he venido aquí para culparte de nada.
—Sin embargo, es verdad —comentó con indiferencia—. Eso fue lo que hice.
—No te preocupes, Jake. No me he enfadado.
Sonrió.
—En realidad, no me preocupa. Ya sabía que me perdonarías y estoy contento de
haberlo hecho. Y lo haría otra vez. Al menos me quedará eso. Y al menos he conseguido
que te des cuenta de que me amas. Eso ya tiene su importancia.
—¿Ah, sí? ¿Es mejor que si yo aún no lo supiera?
—¿No crees que deberías conocer tus sentimientos antes de que te sorprendan algún
día, cuando sea demasiado tarde y te hayas convertido en una vampira casada?
Negué con la cabeza.
—No, no me refería a lo mejor para mí, sino a lo mejor para ti. ¿En qué te facilitaría las
cosas saber que estoy enamorada de ti si de todos modos no iba a suponer diferencia
alguna? ¿No te resultaría más fácil si no tuvieras ni idea?
Se tomó la pregunta con la seriedad que yo pretendía y sopesó con cuidado la
contestación antes de responder.
—Es preferible saberlo —decidió finalmente—. Por si no te lo habías imaginado,
siempre me pregunté si tu decisión hubiera sido diferente en el caso de que supieras que
me querías. Ahora lo sé. Hice cuanto estuvo en mi mano.
Se sumió en una respiración agitada y cerró los ojos.
Esta vez, no supe ni quise resistirme al impulso de consolarle. Crucé la pequeña
habitación y me arrodillé en el suelo a la altura de su cabeza, sin atreverme a tomar
asiento en la cama por temor a moverla y provocarle algún dolor. Me incliné hasta tocarle
la mejilla con mi frente.
Jacob suspiró, me pasó la mano por los cabellos y me mantuvo allí.
—Cuánto lo siento, Jake.
—Siempre fui consciente de que había pocas posibilidades. No es culpa tuya, Bella.
—Tú también, no, por favor —gemí.
Se retrepó un poco para mirarme.
—¿Qué?
—Es culpa mía, y estoy hasta las narices de que todos me digáis lo contrario.
Esbozó una sonrisa, pero la alegría no le llegó a los ojos.
—¿Qué? ¿Me quieres echar a los leones?
—En este momento, creo que sí.
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Frunció los labios, como si ponderase hasta qué punto era así. Una sonrisa recorrió su
rostro durante unos instantes y luego crispó la expresión en un gesto de pocos amigos.
—Es imperdonable que me devolvieras el beso de esa manera —me echó en cara—.
Si lo único que pretendías era que regresara, quizá no deberías haberte mostrado tan
convincente.
—Lo siento tanto... —susurré mientras asentía con la cabeza y mostraba una mueca
de dolor.
—Deberías haberme dicho que me largara, que muriera. Eso es lo que querías.
—No, Jacob —gimoteé mientras intentaba reprimir las lágrimas—. ¡No! ¡Jamás!
—¿No te habrás puesto a llorar? —inquirió con una voz que había recuperado su tono
habitual.
Se retorció con impaciencia en la cama.
—Sí —murmuré, y me eché a reír sin apenas fuerza, por lo que mis lágrimas se
convirtieron en sollozos.
Osciló su peso sobre el lecho y bajó la pierna buena de la cama como si pretendiera
ponerse en pie.
—¿Qué diablos haces? —pregunté mientras me sobreponía a los sollozos—.
Túmbate, idiota, vas a hacerte daño.
Me levanté y empujé hacia abajo su hombro con ambas manos.
Tras rendirse, se reclinó con un jadeo de dolor, pero me agarró por la cintura y me
atrajo hacia el lecho, junto a su costado sano. Me repantigué allí mientras intentaba
sofocar aquel estúpido llanto sobre su piel caliente.
—No puedo creerme que estés llorando —farfulló—. Sabes que he dicho lo que he
dicho porque tú querías, no es lo que pienso en realidad —me acarició los hombros con la
mano.
—Lo sé —inspiré hondo de forma entrecortada mientras intentaba controlarme.
¿Cómo me las arreglaba para ser siempre yo la que llorara y él quien me consolara?—.
Aun así, sigue siendo cierto. Gracias por decirlo en voz alta.
—¿Sumo puntos por hacerte llorar?
—Claro, Jake —intenté sonreír—. Los que quieras.
—No te preocupes, cielo. Todo va a solucionarse.
—Pues no veo cómo —musité.
Me dio unas palmadas en la coronilla.
—Me voy a rendir, y seré bueno.
—¿Qué? ¿Más jueguecitos? —le pregunté; ladeé la mejilla para verle el rostro.
—Quizá —necesitó de un pequeño esfuerzo para poder reírse, y luego hizo un gesto
de dolor—. Pero lo voy a intentar.
Torcí el gesto.
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—No seas tan pesimista —se quejó—. Dame un poco de crédito.
—¿A qué te refieres con «serébueno»?
—erétu amigo, Bella —ontestóen voz baja— No voy a pedirte nada má.
—reo que es demasiado tarde para eso, Jake. ¿óo vamos a ser amigos cuando
nos amamos el uno al otro de este modo?
Miróal techo. Mantuvo la vista fija, como si estuviera leyendo algo en é.
—uizápodamos mantener una amistad a cierta distancia.
Apretélos dientes, alegre de que no me estuviera mirando a la cara mientras intentaba
controlar los sollozos que amenazaban con superarme. Debí ser fuerte y no tení ni idea
de cóo hacerlo...
—¿onoces esa historia de la Biblia del rey y de las mujeres que se disputaban a un
niñ? —reguntóde pronto, como si continuara leyendo en el techo blanco.
—laro, era el rey Salomó.
—so es, el rey Salomó —epitió— y é hablóde cortar en dos al bebé pero era sóo
una prueba para saber a quié debí confiar su custodia.
—í me acuerdo.
Volvióa mirarme.
—o estoy dispuesto a dividirte en dos de nuevo, Bella.
Comprendía quése referí. Me estaba diciendo que é era quien má me amaba de
los dos, y que su rendició lo demostraba. Quise defender a Edward y decirle que é harí
lo mismo si yo lo deseara, si yo se lo permitiera. Era yo quien no renunciaba a mi objetivo,
pero no tení sentido iniciar un debate que sóo iba a herirle má.
Cerrélos ojos, dispuesta a controlar el dolor para que Jake no cargara con é.
Permanecimos callados durante un momento. El parecí esperar a que yo dijera algo y
yo me devanaba los sesos para que se me ocurriera quédecir.
—¿uedo decirte cuá es la peor parte? —reguntó vacilante, al ver que yo no abrí
la boca— ¿e importa? Voy a ser bueno.
—¿a a servir de algo? —usurré
—uizá y no harádañ.
—n tal caso, ¿uées lo peor?
—o peor de todo es saber que habrí funcionado.
—ue quizáhabrí funcionado.
Suspiré
—o —eneóla cabeza— Estoy hecho a tu medida, Bella. Lo nuestro habrí
funcionado sin esfuerzo, hubiera sido tan fáil como respirar. Yo era el sendero natural por
el que habrí discurrido tu vida... —iróal vací durante unos instantes y esperó— Si el
mundo fuera como debiera, si no hubiera monstruos ni magia...