miércoles, 28 de enero de 2009

o0la pZz este es mi nuevo0 BLo0G Y se me o0currio0 po0ener el libro
de Stephenie meyer - eclipse


pasath x mi metro

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thankZ bye bye

Eclipse
Stephenie Meyer

Libro 3
Argumento:
Bella se encuentra de nuevo en peligro: una serie de misteriosos asesinatos está sembrando el
pánico en la localidad y hay un ser maligno tras ella, sediento de venganza. Además, tendrá que
elegir entre su amor por Edward y su amistad con Jacob, consciente de que su decisión podrá
desencadenar definitivamente la guerra entre vampiros y hombres lobo. Mientras, se va acercando
su graduación y tendrá una decisión más que tomar: vida o muerte. Pero, ¿cuál es cuál?
Eclipse
Stephenie Meyer
2
Contraportada
De pronto, saltó una chispa
de intuición en aquel silencio sepulcral
y encajaron todos los detalles.
Algo que Edward no quería que supiera.
Algo que Jacob no me hubiera ocultado.
Algo que había hecho que los Cullen
y. los lícántropos anduvieran juntos por los
bosques en peligrosa proximidad.
Algo que, de todos modos, había esperado.
Algo que yo sabía que volvería a ocurrir,
aunque deseara con todas mis fuerzas
que no fuera así.
¿Es que nunca jamás se iba a terminar?
Eclipse
Stephenie Meyer
3
A mi esposo, Pancho, por su paciencia,
amor, amistad, sentido del humor y buena
predisposición para comer fuera de casa.
Y también a mis hijos, Gabe, Seth y Eli,
por permitirme sentir la clase de amor por
el que la gente muere sin dudarlo.
Eclipse
Stephenie Meyer
4
FUEGO Y HIELO
Unos dicen que el mundo sucumbirá en el fuego,
otros dicen que en hielo.
Por lo que yo he probado del deseo
estoy con los que apuestan por el fuego.
Pero si por dos veces el mundo pereciera
creo que conozco lo bastante el odio
para decir que, en cuanto a destrucción,
también el hielo es grande
y suficiente.
Robert Frost
Eclipse
Stephenie Meyer
5
Prefacio
Todos nuestros intentos de huida habían sido infructuosos.
Con el corazón en un puño, observé cómo se aprestaba a defenderme. Su intensa
concentración no mostraba ni rastro de duda, a pesar de que le superaban en número.
Sabía que no cabía esperar ningún tipo de ayuda, ya que, en ese preciso momento, lo
más probable era que los miembros de su familia luchasen por su vida del mismo modo
que él por las nuestras.
¿Llegaría a saber alguna vez el resultado de la otra pelea? ¿Averiguaría quiénes
habían ganado y quiénes habían perdido? ¿Viviría lo suficiente para enterarme?
Las perspectivas de que eso sucediera no parecían muy halagüeñas.
El fiero deseo de cobrarse mi vida relucía en unos ojos negros que vigilaban
estrechamente, a la espera de que se produjera el menor descuido por parte de mi
protector, y ése sería el instante en el que yo moriría con toda certeza.
Lejos, muy lejos, en algún lugar del frío bosque, aulló un lobo.
Eclipse
Stephenie Meyer
6
Ultimátum
Bella:
No sé por qué te empeñas en enviarle notas a Billy por medio de Charlie
como si estuviéramos en el colegio. Si quisiera hablar contigo, habría
contestado la
Ya tomaste tu decisión, ¿verdad? No puedes tenerlo todo cuando
¿Qué parte de “enemigos mortales” es la que te resulta tan complicada
de mira, ya séque me estoy comportando como un estúido, pero es que no
veo otra forma. No podemos ser amigos cuando te pasas todo el tiempo con
esa pande de
Simplemente, lo paso peor cuando pienso en ti demasiado,a síque no me
escribas má
Bueno, yo tambié te echo de menos. Mucho. Aunque eso no cambia
nada. Lo siento.
Jacob
Deslicé los dedos por la página y sentí las marcas donde él había apretado con tanta
fuerza el bolígrafo contra el papel que casi había llegado a romperlo. Podía imaginármelo
mientras escribía, le veía garabateando aquellas palabras llenas de ira con su tosca letra,
acuchillando una línea tras otra cuando sentía que las palabras empleadas no reflejaban
su voluntad, quizá hasta partir el bolígrafo con esa manaza suya; esto explicaría las
manchas de tinta. Me imaginaba su frustración, lo veía fruncir las cejas negras y arrugar el
ceño. Si hubiera estado allí, casi me hubiera echado a reír. Te va a dar una hemorragia
cerebral, Jacob, le habría dicho. Simplemente, escúpelo.
Aunque lo último que me apetecía en esos momentos, al releer las palabras que ya
casi había memorizado, era echarme a reír. No me sorprendió su respuesta a mi nota de
súplica, que le había enviado con Billy, a través de Charlie, justo como hacíamos en el
instituto, tal como él había señalado. Conocía en esencia el contenido de su réplica antes
incluso de abrirla.
Lo que resultaba sorprendente era lo mucho que me hería cada una de las líneas
tachadas, como si los extremos de las letras estuvieran rematados con cuchillos. Más aún,
detrás de cada violento comienzo, se arrastraba un inmenso pozo de sufrimiento; la pena
de Jacob me dolía más que la mía propia.
Mientras reflexionaba acerca de todo aquello, capté el olor inconfundible de algo que
se quemaba en la cocina. En cualquier otro hogar no hubiera resultado preocupante que
cocinase alguien que no fuera yo.
Eclipse
Stephenie Meyer
7
Metí el papel arrugado en el bolsillo trasero de mis pantalones y eché a correr, bajando
las escaleras en un tiempo récord.
El bote de salsa de espaguetis que Charlie había metido en el microondas apenas
había dado una vuelta cuando tiré de la puerta y lo saqué.
—¿Qué es lo que he hecho mal? —inquirió Charlie.
—Se supone que debes quitarle la tapa primero, papá. El metal no va bien en los
microondas.
La retiré precipitadamente mientras hablaba; vertí la mitad de la salsa en un cuenco
para luego introducirlo en el microondas y devolví el bote al frigorífico; ajusté el tiempo y
apreté el botón del encendido.
Charlie observó mis arreglos con los labios fruncidos.
—¿Puse bien los espaguetis, al menos?
Miré la cacerola en el fogón, el origen del olor que me había alertado.
—Estarían mejor si los hubieras movido —repuse con dulzura.
Encontré una cuchara e intenté despegar el pegote blandengue y chamuscado del
fondo.
Charlie suspiró.
—Bueno, ¿se puede saber qué intentas? —le pregunté.
Cruzó los brazos sobre el pecho y miró la lluvia que caía a cántaros a través de las
ventanas traseras.
—No sé de qué me hablas —gruñó.
Estaba perpleja. ¿Cómo era que papá se había puesto a cocinar? ¿Y a qué se debía
esa actitud hosca? Edward todavía no había llegado. Por lo general, mi padre reservaba
este tipo de actitud a beneficio de mi novio, haciendo cuanto estaba a su alcance para
evidenciar con claridad la acusación de persona no grata con cada una de sus posturas y
palabras. Los esfuerzos de Charlie eran del todo innecesarios, ya que Edward sabía con
exactitud lo que mi padre pensaba sin necesidad de la puesta en escena.
Seguí rumiando el término «novio» con esa tensió habitual mientras removí la
comida. No era la palabra correcta, en absoluto. Se necesitaba un témino mucho má
expresivo para el compromiso eterno, pero palabras como «destino» y «sino» sonaban
muy mal cuando las introducís en una conversació corriente.
Edward tení otra palabra en mente y ese vocablo era el origen de la tensió que yo
sentí. Sóo pensarla me daba dentera.
Prometida. Ag. La simple idea me hací estremecer.
—¿e he perdido algo? ¿esde cuádo eres túel que hace la cena? —e preguntéa
Charlie. El grumo de pasta burbujeaba en el agua hirviendo mientras intentaba desleílo—
O má bien habrí que decir, «intentar» hacer la cena.
Charlie se encogióde hombros.
—o hay ninguna ley que me prohiba cocinar en mi propia casa.
Eclipse
Stephenie Meyer
8
—Tú sabrás —le repliqué, haciendo una mueca mientras miraba la insignia prendida
en su chaqueta de cuero.
—Ja. Esa ha sido buena.
Se desprendió de la chaqueta con un encogimiento de hombros porque mi mirada le
había recordado que aún la llevaba puesta, y la colgó del perchero donde guardaba sus
bártulos. El cinturón del arma ya estaba en su sitio, pues hacía unas cuantas semanas que
no había tenido necesidad de llevarlo a comisaría. No se habían dado más desapariciones
inquietantes que preocuparan a la pequeña ciudad de Forks, Washington, ni más
avistamientos de esos gigantescos y misteriosos lobos en los bosques siempre húmedos a
causa de la pertinaz lluvia...
Pinché los espaguetis en silencio, suponiendo que Charlie andaría de un lado para otro
hasta que hablara, cuando le pareciera oportuno, de aquello que le tenía tan nervioso. Mi
padre no era un hombre de muchas palabras y el esfuerzo de organizar una cena, con los
manteles puestos y todo, me dejó bien claro que le rondaba por la cabeza un número poco
frecuente de palabras.
Miré el reloj de forma rutinaria, algo que solía hacer a esas horas cada pocos minutos.
Me quedaba menos de media hora para irme.
Las tardes eran la peor parte del día para mí. Desde que mi antiguo mejor amigo, y
hombre lobo, Jacob Black, se había chivado de que había estado montando en moto a
escondidas -una traición que había ideado para conseguir que mi padre no me dejura salir
y no pudiera estar con mi novio, y vampiro, Edward Cullen-, sólo me permitían ver a este
último desde las siete hasta las nueve y media de la noche, siempre dentro de los límites
de las paredes de mi casa y bajo la supervisión de la mirada indefectiblemente
refunfuñona de mi padre.
En realidad, Charlie se había limitado a aumentar un castigo previo, algo menos
estricto, que me había ganado por una desaparición sin explicación de tres días y un
episodio de salto de acantilado.
De todos modos, seguía viendo a Edward en el instituto, porque no había nada que mi
progenitor pudiera hacer al respecto. Y además, Edward pasaba casi todas las noches en
mi habitación, aunque Charlie no tuviera conocimiento del hecho. Su habilidad para
escalar con facilidad y silenciosamente hasta mi ventana en el segundo piso era casi tan
útil como su capacidad de leer la mente de mi padre.
Por ello, sólo podía estar con mi novio por las tardes, y eso bastaba para tenerme
inquieta y para que las horas pasaran despacio. Aguantaba mi castigo sin una sola queja,
ya que, por una parte, me lo había ganado, y por otra, no soportaba la idea de hacerle
daño a mi padre marchándome ahora que se avecinaba una separación mucho más
permanente, de la que él no sabía nada, pero que estaba tan cercana en mi horizonte.
Mi padre se sentó en la mesa con un gruñido y desplegó el periódico húmedo que
había allí; a los pocos segundos estaba chasqueando la lengua, disgustado.
—No sé para qué lees las noticias, papá. Lo único que consigues es fastidiarte.
Me ignoró, refunfuñándole al papel que sostenía en las manos.
Eclipse
Stephenie Meyer
9
—Éste es el motivo por el que todo el mundo quiere vivir en una ciudad pequeña. ¡Es
temible!
—¿Y qué tienen ahora de malo las ciudades grandes?
—Seattle está echando una carrera a ver si se convierte en la capital del crimen del
país. En las últimas dos semanas ha habido cinco homicidios sin resolver. ¿Te puedes
imaginar lo que es vivir con eso?
—Creo que Phoenix se encuentra bastante más arriba en cuanto a listas de
homicidios, papá, y yo sí he vivido con eso —y nunca había estado más cerca de
convertirme en víctima de uno que cuando me mudé a esta pequeña ciudad, tan segura.
De hecho, todavía tenía bastantes peligros acechándome a cada momento... La cuchara
me tembló en las manos, agitando el agua.
—Bueno, pues no hay dinero que pague eso —comentó Charlie.
Dejé de intentar salvar la cena y me senté para servirla; tuve que usar el cuchillo de la
carne para poder cortar una ración de espaguetis para Charlie y otra para mí, mientras él
me miraba con expresión avergonzada. Mi padre cubrió su porción con salsa y comenzó a
comer. Yo también disimulé aquel engrudo como pude y seguí su ejemplo sin mucho
entusiasmo. Comimos en silencio unos instantes. Charlie todavía revisaba las noticias, así
que tomé mi manoseado ejemplar de Cumbres borrascosas de donde lo había dejado en
el desayuno e intenté perderme a mi vez en la Inglaterra del cambio de siglo, mientras
esperaba que en algún momento él empezara a hablar.
Estaba justo en la parte del regreso de Heathcliff cuando Charlie se aclaró la garganta
y arrojó el periódico al suelo.
—Tienes razón —admitió—. Tenía un motivo para hacer esto —movió su tenedor de
un lado para otro entre la pasta gomosa—. Quería hablar contigo.
Deje el libro a un lado. Tenía las cubiertas tan vencidas que se quedo abierto sobre la
mesa.
—Bastaba con que lo hubieras hecho.
El asintió y frunció las cejas.
—Si lo recordaré para la próxima vez. Creía que haciendo la cena por ti te ablandaría
un poco.
Me eche a reír.
—Pues ha funcionado. Tus habilidades culinarias me han dejajado como la seda.
¿Qué quieres, papá?
—Bueno, tiene que ver con Jacob.
Sentí cómo se endurecía la expresión de mi rostro.
—¿Qué es lo que pasa con él? —pregunté entre los labios apretados.
—Sé que aún estáis enfadados por lo que te hizo, pero actuó de modo correcto.
Estaba siendo responsable.
—Responsable —repetí con tono mordaz mientras ponía los ojos en blanco—. Vale,
bien, y ¿qué pasa con él?
Eclipse
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10
Esa pregunta que había formulado de modo casual se repetía dentro de mi mente de
forma menos trivial. ¿Qué pasaba con Jacob? ¿Qué iba a hacer con él? Mi antiguo mejor
amigo que ahora era... ¿qué? ¿Mi enemigo? Me iba a dar algo.
El rostro de Charlie se volvió súbitamente precavido.
—No te pongas furiosa conmigo, ¿de acuerdo?
—¿Furiosa?
—Bueno, también tiene que ver con Edward.
Se me empequeñecieron los ojos. La voz de Charlie se volvió brusca.
—Le he dejado entrar en casa, ¿no?
—Lo has hecho —admití—, pero por periodos de tiempo muy pequeños. Claro,
también me has dejado salir a ratos de vez en cuando —continué, aunque en plan de
broma; sabía que estaba encerrada hasta que se acabara el curso—. La verdad es que
me he portado bastante bien últimamente.
—Bueno, pues ahí quería yo llegar, más o menos...
Y entonces la cara de Charlie se frunció con una sonrisa y un guiño de ojos
inesperado; por unos instantes pareció veinte años más joven. Entreví una oscura y lejana
posibilidad en aquella sonrisa, pero opté por no precipitarme.
—Me estoy liando, papá. ¿Estamos hablando de Jacob, de Edward o de mi encierro?
La sonrisa flameó de nuevo.
—Un poco de las tres cosas.
—¿Y cómo se relacionan entre sí? —pregunté con cautela.
—Vale —suspiró mientras alzaba las manos simulando una rendición—. Creo que te
mereces la libertad condicional por buen comportamiento. Te quejas sorprendentemente
poco para ser una adolescente.
Alcé las cejas y el tono de voz al mismo tiempo.
—¿De verdad? ¿Puedo salir?
¿A qué venía todo esto? Me había resignado a estar bajo arresto domiciliario hasta
que me mudara de forma definitiva y Edward no había detectado ningún cambio en los
pensamientos de Charlie...
Mi padre levantó un dedo.
—Pero con una condición.
Mi entusiasmo se desvaneció.
—Fantástico —gruñí.
—Bella, esto es más una petición que una orden, ¿vale? Eres libre, pero espero que
uses esta libertad de forma... juiciosa.
—¿Y qué significa eso?
Suspiró de nuevo.

—Sé que te basta con pasar todo tu tiempo en compañía de Edward...
—También veo a Alice —le interrumpí. La hermana de Edward no tenía unas horas
limitadas de visita, ya que iba y venía a su antojo. Charlie hacía lo que a ella le daba la
gana.
—Es cierto —asintió—, pero tú también tienes otros amigos además de los Cullen,
Bella. O al menos los tenías.
Nos miramos fijamente el uno al otro durante un largo intervalo de tiempo.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a Angela Weber? —me increpó.
—El viernes a la hora de comer —le contesté de forma instantanea.
Antes del regreso de Edward, mis amigos se habían dividido en dos grupos. A mí me
gustaba pensar en ello en términos de los buenos contra los malos. También en plan de
«nosotros» y «ellos». Los buenos eran Angela, su novio Ben Cheney y Mike Newton;
Todos me habín perdonado generosamente por haber enloquecido despué de la marcha
de Edward. Lauren Mallory era el núleo de los malos, de «ellos», y casi todos los demá,
incluyendo mi primera amiga en Forks, Jessica Stanley, parecín felices de llevar al dí su
agenda anti-Bella.
La líea divisoria se habí vuelto incluso má níida una vez que Edward regresóal
instituto, un retorno que se habí cobrado su tributo en la amistad de Mike, aunque Angela
continuaba inquebrantablemente leal y Ben seguí su estela.
A pesar de la aversió natural que la mayorí de los humanos sentí hacia los Cullen,
Angela se sentaba de manera diligente al lado de Alice todos los dís a la hora de comer.
Despué de unas cuantas semanas, Angela incluso parecí encontrarse cóoda allí Era
difíil no caer bajo el embrujo de los Cullen, una vez que alguien les daba la oportunidad
de ser encantadores.
—¿uera del colegio? —e preguntóCharlie, atrayendo de nuevo mi atenció.
—o he podido ver a nadie fuera del colegio, papá Estoy castigada, ¿e acuerdas? Y
Angela tambié tiene novio, siempre estácon Ben. Si realmente llego a estar libre
—ñdí acentuando mi escepticismo— quizá podamos salir los cuatro.
—ale, pero entonces... —udó— Jake y túparecíis muy unidos, y ahora...
Le corté
—¿uieres ir al meollo de la cuestió, papá ¿uá es tu condició, en realidad?
—o creo que debas deshacerte de todos tus amigos por tu novio, Bella —spetócon
dureza— No estábien y me da la impresió de que tu vida estarí mejor equilibrada si
hubiera má gente en ella. Lo que ocurrióel pasado septiembre... —e estremecí— Bien
—ontinuó a la defensiva— aquello no habrí sucedido si hubieras tenido una vida
aparte de Edward Cullen.
—o fue exactamente así—urmuré
—uizá a lo mejor no.
—¿uá es la condició? —e recordé
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—Que uses tu nueva libertad para verte también con otros amigos. Que mantengas el
equilibrio.
Asentí con lentitud.
—El equilibrio es bueno, pero, entonces, ¿debo cubrir alguna cuota específica de
tiempo con ellos?
Hizo una mueca, pero sacudió la cabeza.
—No quiero que esto se complique de modo innecesario. Simplemente, no olvides a
tus amigos...
Éste era un dilema con el que yo ya había comenzado a luchar. Mis amigos. Gente a la
que, por su propia seguridad, tendría que no volver a ver después de la graduación.
Así que, ¿cuál era el mejor curso de acción? ¿Pasar el tiempo con ellos mientras
pudiera o comenzar ya la separación, para hacerla más gradual? Me echaba a temblar
ante la segunda opción.
—...en especial, a Jacob —añadió Charlie antes de que mis pensamientos avanzaran
más.
Y éste era un dilema mayor aún que el anterior. Me llevó unos momentos encontrar las
palabras adecuadas.
—Jacob..., eso puede ser difícil.
—Los Black prácticamente son nuestra familia, Bella —dijo, severo y paternal a la
vez—. Y Jacob ha sido muy, muy amigo tuyo.
—Ya lo sé.
—¿No le echas de menos ni un poco? —preguntó Charlie, frustrado.
Se me cerró la garganta de forma repentina; tuve que aclarármela un par de veces
antes de contestar.
—Sí, claro que le echo de menos —admití, todavía con la vista baja—. Le echo mucho
de menos.
—Entonces, ¿dónde está el problema?
Eso era algo que no le podía explicar. Iba contra las normas de la gente normal
-normal como Charlie o yo misma- conocer el mundo clandestino lleno de criaturas míticas
y monstruos que existían en secreto a nuestro alrededor. Yo sabía todo lo que había que
saber sobre ese mundo, y ello me había causado no pocos problemas. No tenía la más
mínima intención de poner a Charlie en el mismo brete.
—Con Jacob hay... un inconveniente —contesté lentamente—. Tiene que ver con el
mismo concepto de amistad. Quiero decir... La amistad no parece ser suficiente para Jake
—eludí los detalles ciertos, pero insignificantes, apenas trascendentes comparados con el
hecho de que la manada de licántropos de Jacob odiaba fieramente a la familia de
vampiros de Edward, y por extensión, a mí también, que estaba del todo decidida a
pertenecer a ella. Esto no era algo que se pudiera tratar en una nota, y él no respondía a
mis llamadas. Sin embargo, mi plan de verme con el hombre lobo en persona les había
sentado fatal a los vampiros.
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—¿Edward no está de acuerdo con un poco de sana competencia? —la voz de Charlie
se había vuelto sarcástica ahora.
Le eché una mirada siniestra.
—No hay competencia de ningún tipo.
—Estás hiriendo los sentimientos de Jake al evitarle de este modo. Él preferiría que
fuerais amigos mejor que nada.
—Ah, ¿soy yo la que le está rehuyendo? Estoy segura de que Jake no quiere que
seamos amigos de ninguna manera —las palabras me quemaban la boca—. ¿De dónde te
has sacado esa idea, entonces?
Charlie ahora parecía avergonzado.
—El asunto salió hoy a colación mientras hablaba con Billy...
—Billy y tú cotilleáis como abuelas —me quejé, enfadada, al tiempo que hundía el
cuchillo en los espaguetis congelados de mi plato.
—Billy está preocupado por Jacob —contestó Charlie—. Jake lo está pasando
bastante mal... Parece deprimido.
Hice un gesto de dolor, pero continué con los ojos fijos en el engrudo.
—Y antes, tú solías mostrarte tan feliz después de haber pasado el día con Jake...
—suspiró Charlie.
—Soy feliz ahora —gruñí ferozmente entre dientes.
El contraste entre mis palabras y el tono de mi voz rompió la tensión. Charlie se echó a
reír a carcajadas y yo me uní a él.
—Vale, vale —asentí—. Equilibrio.
—Y Jacob —insistió él.
—Lo intentaré.
—Bien. Encuentra ese equilibrio, Bella. Ah, y mira, tienes correo —dijo Charlie
cerrando el asunto sin ninguna sutileza—. Está al lado de la cocina.
No me moví, pero mis pensamientos gruñían y se retorcían en torno al nombre de
Jacob. Seguramente sería correo basura; había recibido un paquete de mi madre el día
anterior y no esperaba nada más.
Charlie retiró su silla y se estiró cuando se puso en pie. Tomó su plato y lo llevó al
fregadero, pero antes de abrir el grifo del agua para enjuagarlo, me trajo un grueso sobre.
La carta se deslizó por la mesa y me golpeó el codo.
—Ah, gracias —murmuré, sorprendida por su actitud avasalladora. Entonces vi el
remite; la carta venía de la Universidad del Sudeste de Alaska—. Qué rápidos. Creí que
se me había pasado el plazo de entrega de ésta también.
Charlie rió entre dientes.
Le di la vuelta al sobre y luego levanté la vista hacia él.
—Está abierto.
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—Tenía curiosidad.
—Me ha dejado atónita, sheriff. Eso es un crimen federal.
—Venga ya, léela.
Saqué la carta y un formulario doblado con los cursos.
—Felicidades —dijo antes de que pudiera ojearla—. Tu primera aceptación.
—Gracias, papá.
—Hemos de hablar de la matrícula. Tengo un poco de dinero ahorrado...
—Eh, eh, nada de eso. No voy a tocar el capital de tu retiro, papá. Tengo mi fondo
universitario.
Bueno, al menos lo que quedaba de él, que no era mucho. Charlie torció el gesto.
—Esos sitios son bastante caros, Bella. Quiero ayudarte. No tienes que irte hasta
Alaska, tan lejos, sólo porque sea más barato.
Pero no era más barato, precisamente. La cuestión es que estaba bastante lejos y
Juneau tenía una media de trescientos veintiún días de cielo cubierto al año. El primero
era un requerimiento mío; el segundo, de Edward.
—Ya lo tengo resuelto. Además, hay montones de ayudas financieras por ahí. Es fácil
conseguir créditos.
Esperé que mi farol no fuera demasiado obvio. Lo cierto es que aún no había
investigado el asunto en absoluto.
—Así que... —comenzó Charlie, y luego apretó los labios y miró hacia otro lado.
—Así que, ¿qué?
—Nada. Sólo que... —frunció el ceño—. Sólo me preguntaba... cuáles serían los
planes de Edward para el año que viene.
—Oh.
—¿Y bien?
Me salvaron tres golpes rápidos en la puerta. Charlie puso los ojos en blanco y yo salté
de la silla.
—¡Entra! —grité, mientras Charlie murmuraba algo parecido a «lágate». Le ignoréy
fui a recibir a Edward.
Abríla puerta de un tiró, con una precipitació ridicula, y allíestaba é, mi milagro
personal.
El tiempo no habí conseguido inmunizarme contra la perfecció de su rostro y estaba
segura de que nunca sabrí valorar lo suficiente todos sus aspectos. Mis ojos se
deslizaron por sus páidos rasgos: la dureza de su mandíula cuadrada, la suave curva de
sus labios carnosos, torcidos ahora en una sonrisa, la líea recta de su nariz, el águlo
agudo de sus póulos, la suavidad marmóea de su frente, oscurecida en parte por un
mechó enredado de pelo broncíeo, mojado por la lluvia...
Eclipse
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Dejé sus ojos para lo último, sabiendo que perdería el hilo de mis pensamientos en
cuanto me sumergiera en ellos. Eran grandes, cálidos, de un líquido color dorado,
enmarcados por unas espesas pestañas negras. Asomarme a sus pupilas siempre me
hacía sentir de un modo especial, como si mis huesos se volvieran esponjosos. También
me noté ligeramente mareada, pero quizás eso se debió a que había olvidado seguir
respirando. Otra vez.
Era un rostro por el que cualquier modelo del mundo hubiera entregado su alma; pero
claro, sin duda ése sería precisamente el precio que habría de pagar: el alma.
No. No podía creer aquello. Me sentía culpable sólo por pensarlo y en ese momento
me alegré de ser -a menudo me sucedía- la única persona cuyos pensamientos
constituían un misterio para Edward.
Le tomé la mano y suspiré cuando sus dedos fríos se encontraron con los míos. Su
tacto trajo consigo un extraño alivio, como si estuviera dolorida y el daño hubiera cesado
de repente.
—Eh —sonreí un poco para compensarle de tan fría acogida. Él levantó nuestros
dedos entrelazados para acariciar mi mejilla con el dorso de su mano.
—¿Qué tal te ha ido la tarde?
—Lenta.
—Sí, también para mí.
Alzó mi muñeca hasta su rostro, con nuestras manos aún unidas. Cerró los ojos
mientras su nariz se deslizaba por la piel de mi mano, y sonrió dulcemente sin abrirlos.
Como alguna vez había comentado, disfrutando del aroma, pero sin probar el vino.
Sabía que el olor de mi sangre, más dulce para él que el de ninguna otra persona, era
realmente como si se le ofreciese vino en vez de agua a un alcohólico, y le causaba un
dolor real por la sed ardiente que le provocaba; pero eso no parecía arredrarle ahora,
como sí había ocurrido al principio. Apenas podía intuir el esfuerzo hercúleo que encubría
ese gesto tan sencillo.
Me entristecía que se viera sometido a esta prueba tan dura. Me consolaba pensando
que no le infligiría este dolor durante mucho más tiempo.
Oí acercarse a Charlie, haciendo ruido con las pisadas; era su forma habitual de
expresar el desagrado que sentía hacia nuestro visitante. Los ojos de Edward se abrieron
de golpe y dejó caer nuestras manos aunque las mantuvo unidas.
—Buenas tardes, Charlie —Edward se comportaba siempre con una educación sin
mácula, pese a que papá no lo mereciera.
Mi padre le gruñó y después se quedó allí de pie, con los brazos cruzados en el pecho.
Últimamente estaba llevando su idea de la supervisión paternal a extremos
insospechados.
—He traído otro juego de formularios —me dijo Edward, enseñando un grueso sobre
de papel manila en color crema. Llevaba un rollo de sellos como un anillo enroscado en su
dedo meñique.
Eclipse
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Gemí. Pero ¿es que quedaba aún alguna facultad que no me hubiera obligado a
solicitar? ¿Y cómo es que conseguía encontrar todas esas lagunas legales en los plazos?
El año estaba ya muy avanzado.
Sonrió como si realmente pudiera leer mis pensamientos, ya que éstos debían de
mostrarse con igual claridad en mi rostro.
—Todavía nos quedan algunas fechas abiertas, y hay ciertos lugares que estarían
encantados de hacer excepciones.
Podía imaginarme las motivaciones que habría detrás de tales excepciones. Y la
cantidad de dólares involucrada, también.
Edward se echó a reír ante mi expresión.
—¿Vamos? —me preguntó mientras me empujaba hacia la mesa de la cocina.
Charlie se enfurruñó y nos siguió, aunque difícilmente podría quejarse de la actividad
prevista en la agenda de aquella noche. Llevaba ya un montón de días fastidiándome para
que tomara una decisión sobre la universidad.
Limpié rápidamente la mesa mientras Edward organizaba una pila impresionante de
formularios. Enarcó una ceja cuando puse Cumbres borrascosas en la encimera. Sabía lo
que estaba pensando, pero Charlie intervino antes de que pudiera hacer algún comentario.
—Hablando de solicitudes de universidades, muchacho —dijo con su tono más
huraño; siempre intentaba evitar dirigirse a él directamente a Edward, pero cuando lo
hacía, le empeoraba el humor—. Bella y yo estábamos hablando del próximo año. ¿Has
decidido ya dónde vas a continuar los estudios?
Edward le sonrió y su voz fue amable.
—Todavía no. He recibido unas cuantas cartas de aceptación, pero aún estoy
valorando mis opciones.
—¿Dónde te han aceptado? —presionó él.
—Syracuse... Harvard... Dartmouth... y acabo de recibir hoy la de la Universidad del
Sudeste de Alaska.
Edward giró levemente el rostro hacia un lado para guiñarme un ojo. Yo sofoqué una
risita.
—¿Harvard? ¿Dartmouth? —preguntó Charlie, incapaz de ocultar el asombro—. Vaya,
eso está muy bien, pero que muy bien. Ya, pero la Universidad de Alaska... realmente no
la tendrás en cuenta cuando puedes acceder a estas estupendas universidades. Quiero
decir que tu padre no querrá que tú...
—A Carlisle siempre le parecen bien mis decisiones sean las que sean —le contestó él
con serenidad.
—Humpf.
—¿Sabes qué, Edward? —pregunté con voz alegre, siguiéndole el juego.
—¿Qué, Bella?
Señalé el sobre grueso que descansaba encima de la encimera.
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—¡Yo también acabo de recibir mi aceptación de la Universidad de Alaska!
—¡Felicidades! —esbozó una gran sonrisa—. ¡Qué coincidencia!
Charlie entornó los ojos y paseó la mirada del uno al otro.
—Estupendo —murmuró al cabo de un minuto—. Me voy a ver el partido, Bella.
Recuerda, a las nueve y media.
Ese era siempre su comentario final.
—Esto..., papá, ¿recuerdas la conversación que acabamos de tener sobre mi
libertad...?
El suspiró.
—De acuerdo. Vale, a las diez y media. El toque de queda continúa en vigor las
noches en que haya instituto al día siguiente.
—¿Bella ya no está castigada? —preguntó Edward. Aunque yo sabía que él no estaba
realmente sorprendido, no pude detectar ninguna nota falsa en el repentino entusiasmo de
su voz.
—Con una condición —corrigió Charlie entre dientes—. ¿Y a ti qué más te da?
Le fruncí el ceño a mi padre, pero él no lo vio.
—Es bueno saberlo —repuso Edward—. Alice está deseando contar con una
compañera para ir de compras y estoy seguro de que a Bella le encantará un poco de
ambiente urbano —me sonrió.
Pero Charlie gruñó «¡o!», y su rostro se tornópúpura.
—¡apá Pero ¿uéproblema hay?
El hizo un esfuerzo para despegar los dientes.
—o quiero que vayas a Seattle por ahora.
—¿h?
—a te contéaquella historia del perióico. Hay alguna especie de pandilla matando a
todo lo que se les pone por delante en Scattle y quiero que te mantengas lejos, ¿ale?
Puse los ojos en blanco.
—apá hay má probabilidades de que me caiga encima un rayo. Para un dí que voy
a estar en Seattle no me...
—e acuerdo, Charlie —ntervino Edward, interrumpiédome— En realidad, no me
referí a Seattle, sino a Portland. No la llevarí a Seattle de ningú modo. Desde luego
que no.
Le miréincréula, pero tení el perióico de Charlie en las manos y leí la páina
principal con sumo interé.
Quizá estaba intentando apaciguar a mi padre. La idea de estar en peligro incluso
entre los má mortíeros de los humanos en compañí de Alice o Edward era de lo má
hilarante.
Funcionó Charlie miróa Edward un instante má y despué se encogióde hombros.
Eclipse
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—De acuerdo.
Luego se marchó a zancadas hacia el salón, casi con prisa, quizá porque no quería
estropear una salida teatral.
Esperé hasta que encendió la televisión, de modo que Charlie no pudiera oírme.
—Pero ¿qué...? —comencé a preguntar.
—Espera —dijo Edward, sin levantar la mirada del papel. Tenía los ojos aún pegados
a la página cuando empujó el primer formulario en mi dirección—. Creo que puedes
reciclar los otros escritos para éste. Tiene las mismas preguntas.
Quizá Charlie continuara a la escucha, por lo que suspiré y comencé a llenar la misma
información de siempre: nombre, dirección, estado civil... Levanté los ojos después de
unos minutos. Edward miraba a través de la ventana con gesto pensativo. Cuando volví a
inclinar la cabeza sobre mi trabajo, me di cuenta de pronto del nombre de la facultad.
Resoplé y puse los papeles a un lado.
—¿Bella?
—Esto no es serio, Edward. ¿Dartmouth?
Edward cogió el formulario desechado y me lo puso delante otra vez con amabilidad.
—Creo que New Hampshire podría gustarte —comentó—. Hay un montón de cursos
complementarios para mí por la noche y los bosques están apropiadamente cerca para un
excursionista entusiasta, y llenos de fauna salvaje.
Compuso la sonrisa torcida que sabía que no podía resistir. Inspiré profundamente a
través de la nariz.
—Te dejaré que me devuelvas el dinero, si eso te hace feliz —me prometió—. Si
quieres, puedo hasta cargarte los intereses.
—Como si me fueran a admitir en alguna de esas universidades sin el pago de un
tremendo soborno. ¿Entrará eso también como parte del préstamo? ¿La nueva ala Cullen
de la biblioteca? Ag. ¿Por qué estamos teniendo otra vez esta discusión?
—Por favor, simplemente rellena el formulario, ¿vale, Bella? Hacer la solicitud no te
causará ningún daño.
La mandíbula se me quedó floja.
—¿Cómo lo sabes? No pienso igual.
Alargué las manos para coger los papeles, pensando en arrugarlos de forma
conveniente para tirarlos a la papelera, pero no estaban. Miré la mesa vacía un momento y
después a Edward. No parecía que se hubiese movido, pero el formulario probablemente
estaba ya guardado en su chaqueta.
—¿Qué estás haciendo? —requerí.
—Rubrico con tu firma casi mejor que tú, y ya has escrito los datos.
—Te estás pasando con esto, ¿sabes? —susurré, por si acaso Charlie no estaba
totalmente concentrado en su partido—. No voy a escribir ninguna solicitud más. Me han
aceptado en Alaska y casi puedo pagar la matrícula del primer semestre. Es una coartada
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tan buena como cualquier otra. No hay necesidad de tirar un montón de dinero, no importa
cuánto sea.
Una expresión dolorida se extendió por su rostro.
—Bella...
—No empieces. Estoy de acuerdo en guardar las formas por el bien de Charlie, pero
ambos sabemos que no voy a estar en condiciones de ir a la facultad el próximo otoño. Ni
de estar en ningún lugar cerca de la gente.
Mi conocimiento sobre los primeros años de un vampiro era bastante superficial.
Edward nunca se había explayado acerca de los detalles, ya que no era su tema favorito,
pero me había hecho a la idea de que no era idílico precisamente. El autocontrol era, al
parecer, una habilidad que se adquiría con el tiempo. Estaba fuera de cuestión cualquier
otra relación que no fuera por correspondencia, a través del correo de la facultad.
—Creía que el momento todavía no estaba decidido —me recordó Edward con
suavidad—. Puedes disfrutar de un semestre o dos de universidad. Hay un montón de
experiencias humanas que aún no has vivido.
—Las tendré luego.
—Después ya no serán experiencias humanas. No hay una segunda oportunidad para
ser humano, Bella.
Suspiré.
—Tienes que ser razonable respecto a la fecha, Edward. Es demasiado arriesgado
para tomarlo a la ligera.
—Aún no hay ningún peligro —insistió él.
Le fulminé con la mirada. ¿No había peligro? Seguro. Sólo había una sádica
vampiresa intentando vengar la muerte de su compañero con la mía, preferiblemente
utilizando algún método lento y tortuoso. ¿A quién le preocupaba Victoria? Y claro,
también estaban los Vulturis, la familia real de los vampiros con su pequeño ejército de
guerreros, que insistían en que mi corazón dejara de latir un día u otro en un futuro
cercano, sólo porque no estaba permitido que los humanos supieran de su existencia.
Estupendo. No había ninguna razón para dejarse llevar por el pánico.
Incluso con Alice manteniendo la vigilancia -Edward confiaba en sus imprecisas
visiones del futuro para concedernos un aviso con tiempo- era de locos correr el riesgo.
Además, ya había ganado antes esta discusión. La fecha para mi transformación, de
forma provisional, se había situado para poco después de mi graduación en el instituto,
apenas dentro de unas cuantas semanas.
Una fuerte punzada de malestar me atravesó el estómago cuando me di cuenta del
poco tiempo que quedaba. Resultaba evidente lo necesario de estos cambios, sobre todo
porque eran la clave para lo que yo quería más que nada en este mundo, pero era
totalmente consciente de Charlie, sentado en la otra habitación, disfrutando de su partido,
justo como cualquier otra noche. Y de mi madre Renée, allá lejos en la soleada Florida,
que todavía me suplicaba que pasara el verano en la playa con ella y su nuevo marido. Y
de Jacob que, a diferencia de mis padres, sí sabría con exactitud lo que estaría ocurriendo
cuando yo desapareciera en alguna universidad lejana. Incluso aunque ellos no
Eclipse
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concibieran sospechas durante mucho tiempo, o yo pudiera evitar las visitas con excusas
sobre lo caro de los viajes, mis obligaciones con los estudios o alguna enfermedad, Jacob
sabría la verdad.
Durante un momento, la idea de la repulsión que inspiraría a Jacob se sobrepuso a
cualquier otra pena.
—Belia —murmuró Edward, con el rostro convulso al leer la aflicción en el mío—, no
hay prisa. No dejaré que nadie te haga daño. Puedes tomarte todo el tiempo que quieras.
—Quiero darme prisa —susurré, sonriendo débilmente, e intentando hacer un chiste—.
Yo también deseo ser un monstruo.
Apretó los dientes y habló a través de ellos.
—No tienes idea de lo que estás diciendo.
De golpe, puso el periódico húmedo sobre la mesa, entre nosotros. Su dedo señaló el
encabezamiento de la página principal.
SE ELEVA EL NÚMERO DE
VÍCTIMAS MORTALES, LA
POLICÍA TEME LA IMPLICACIÓN
DE BANDAS CRIMINALES
—¿Y qué tiene esto que ver con lo que estamos hablando?
—Los monstruos no son cosa de risa, Bella.
Miré el título otra vez, y después volví la mirada a su expresión endurecida.
—¿Es un... vampiro quien ha hecho esto? —murmuré.
Él sonrió sin un ápice de alegría. Su voz era ahora baja y fría.
—Te sorprenderías, Bella, de cuan a menudo los de mi especie somos el origen de los
horrores que aparecen en tus noticias humanas. Son fáciles de reconocer cuando sabes
dónde mirar. Esta información indica que un vampiro recién transformado anda suelto en
Seattle. Sediento de sangre, salvaje y descontrolado, tal y como lo fuimos todos.
Refugié mi mirada en el periódico otra vez, evitando sus ojos.
—Hemos estado vigilando la situación desde hace unas semanas. Ahí están todos los
signos, las desapariciones insólitas, siempre de noche, los pocos cadáveres recuperados,
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la falta de otras evidencias... Sí, un neófito. Y parece que nadie se está haciendo
responsable de él —inspiró con fuerza—. Bien, no es nuestro problema. No podemos ni
siquiera prestar atención a la situación hasta que no se nos acerque más a casa. Esto
pasa siempre. La existencia de monstruos no deja de tener consecuencias monstruosas.
Intenté no fijarme en los nombres del periódico, pero resaltaban entre el resto de la
letra impresa como si estuvieran en negrita. Cinco personas cuya vida había terminado y
cuyas familias lloraban su muerte. Es diferente considerar el asesinato en abstracto que
cuando tiene nombre y apellidos. Maureen Gardiner, Geoífrey Campbell, Grace Razi,
Michelle O'Connell, Ronald Albrook. Gente que tenía padres, hijos, amigos, animales
domésticos, trabajos, esperanzas, planes, recuerdos y un futuro...
—A mí no me sucederá lo mismo —murmuré, casi para mí misma—. Tú no dejarás
que me comporte así. Viviremos en la Antártida.
Edward bufó, rompiendo la tensión.
—Pingüinos. Maravilloso.
Me eché a reír con una risa temblorosa y tiré el periódico fuera de la mesa, de modo
que no tuviera que ver esos nombres; golpeó el linóleo con un ruido sordo. Sin duda,
Edward habría tenido en cuenta las posibilidades de caza. Él y su familia «vegetariana»
-todos comprometidos con la protecció de la vida humana- preferín el sabor de los
grandes predadores para satisfacer las necesidades de su dieta.
—laska, entonces, tal como habímos planeado. Sóo que nos vendrí mejor algo
mucho má lejano que Juneau, algú sitio con osos en abundancia.
—ejor —onsintióé— Tambié hay osos polares. Son muy fieros. Y tambié
abundan los lobos.
Se me quedóla boca abierta y expirétodo el aire de golpe, de forma violenta.
—¿uéhay de malo? —e preguntó Antes de que pudiera recuperarme, comprendióla confusió y todo su cuerpo parecióponerse ríido— Vaya, olvíate de los lobos,
entonces, si la idea te repugna —u voz sonaba forzada, formal, y tení los hombros
ríidos.
—ra mi mejor amigo, Edward —usurré Dolí usar el tiempo pasado— Por supuesto
que me desagrada la idea.
—erdona mi falta de consideració —ijo, todaví de modo muy formal— No deberí
haberlo sugerido.
—o te preocupes.
Me mirélas manos, cerradas en dos puñs sobre la mesa.
Nos sentamos en silencio durante un momento, y despué su dedo frí se deslizóbajo
mi barbilla, elevádome el rostro. Su expresió era ahora mucho má dulce.
—o siento. De verdad.
—o sé Séque no es lo mismo. No deberí haber reaccionado de ese modo. Es sóo
que..., bueno, estaba pensando justo en Jacob antes de que vinieras —udé Sus ojos
leonados parecín oscurecerse un poco siempre que escuchaba el nombre de Jacob. Mi

voz se tornó suplicante en respuesta—. Charlie dice que Jacob lo está pasando mal. Se
siente muy dolido y... es por mi culpa.
—Tú no has hecho nada malo, Bella.
Tomé un largo trago de aire.
—He de hacer las cosas mejor, Edward. Se lo debo. Y de todos modos, es una de las
condiciones de Charlie...
Su rostro cambió mientras hablaba, endureciéndose de nuevo, volviéndose como el de
una estatua.
—Ya sabes que está fuera de discusión que andes con un licántropo sin protección,
Bella. Y el tratado se rompería si alguno de nosotros atravesáramos sus tierras. ¿Quieres
que empecemos una guerra?
—¡Claro que no!
—Pues entonces no hay necesidad de discutir más sobre esto —dejó caer la mano y
miró hacia otro lado, buscando cambiar de tema. Sus ojos se pararon en algún lugar
detrás de mí y sonrió, aunque continuaron precavidos—. Me alegra que Charlie te deje
salir. Tienes realmente necesidad de hacerle una visita a la librería. No me puedo creer
que te estés leyendo otra vez Cumbres borrascosas. Pero ¿es que no te lo sabes de
memoria ya?
—No todos tenemos memoria fotográfica —le contesté, en tono cortés.
—Memoria fotográfica o no, me cuesta entender que te guste. Los personajes son
gente horrible que se dedica a arruinar la vida de los demás. No comprendo cómo se ha
terminado poniendo a Heathcliff y Cathy a la altura de parejas como Romeo y Julieta o
Elizabeth Bennet y Darcy. No es una historia de amor, sino de odio.
—Tú tienes serios problemas con los clásicos —le repliqué.
—Quizás es porque no me impresiona la antigüedad de las cosas —sonrió,
evidentemente satisfecho al pensar que había conseguido distraerme—. Pero de verdad,
en serio, ¿por qué lo lees una y otra vez? —sus ojos se llenaron de vitalidad, encendidos
por un súbito interés, intentando, otra vez, desentrañar la intrincada forma de trabajar de
mi mente. Se inclinó a lo largo de la mesa para acunar mi rostro en su mano—. ¿Qué es lo
que tiene que te interesa tanto?
Su sincera curiosidad me desarmó.
—No estoy segura —le contesté, luchando por mantener la coherencia mientras su
mirada, de forma involuntaria, dispersaba mis pensamientos—. Creo que tiene que ver con
el concepto de lo inevitable. El hecho de que nada puede separarlos, ni el egoísmo de ella,
ni la maldad de él, o incluso la muerte, al final...
Su rostro se volvió pensativo mientras sopesaba mis palabras. después de un
momento sonrió con ganas de burla.
—Sigo pensando que sería una historia mejor si alguno de ellos poseyera alguna
cualidad que lo redimiese. Espero que tú tengas más sentido común que eso, que
enamorarte de algo tan... maligno.
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—Es un poco tarde para mí el ponerme a considerar de quién enamorarme —le
señalé—, pero incluso sin necesidad de la advertencia, creo que me he apañado bastante
bien.
Se rió en silencio.
—Me alegra que pienses eso.
—Bien, y yo espero que seas lo suficientemente listo para mantenerte lejos de alguien
tan egoísta. Catherine es realmente el origen de todo el problema, no Heathcliff.
—-Estaré en guardia —me prometió.
Suspiré. Se le daba muy bien distraerme.
Puse mi mano sobre la suya para sostenerla contra mi rostro.
—Necesito ver a Jacob.
Cerró los ojos.
—No.
—En realidad, no es tan peligroso —le dije, en tono de súplica—. Solía pasarme antes
el día en La Push, con todos ellos, y nunca me ocurrió nada.
Pero ahí cometí un desliz. La voz me falló al final cuando me di cuenta de que estaba
diciendo una mentira. No era verdad que no hubiera pasado nada. Un recuerdo
relampagueó en mi mente, el de un enorme lobo gris acuclillado para saltar, con sus
dientes, afilados como dagas, dirigidos hacia mí..., y las palmas de mis manos
comenzaron a sudar con el eco del pánico en mi memoria.
Edward oyó cómo se aceleraba mi corazón y asintió como si yo hubiera reconocido la
mentira en voz alta.
—Los licántropos son inestables. Algunas veces, la gente que está cerca de ellos
termina herida. Algunas otras veces, incluso muerta.
Quería negarlo, pero otra imagen detuvo mi refutación. Vi en mi mente de nuevo el que
alguna vez fue el bello rostro de Emily Young, ahora marcado por un trío de cicatrices
oscuras que arrancaban de la esquina de su ojo derecho y habían deformado su boca
hasta convertirla para siempre en una mueca torcida.
El esperó, triunfante pero triste, a que yo recobrara la voz.
—No los conoces —murmuré.
—Los conozco mejor de lo que crees, Bella. Estuve aquí la última vez.
—¿La última vez?
—Llevamos cruzándonos con los hombres lobo desde hace setenta años. Nos
acabábamos de establecer cerca de Hoquiam. Fue antes de que llegaran Alice y Jasper.
Los sobrepasábamos en número, pero eso no los hubiera frenado a la hora de luchar si no
hubiera sido por Carlisle. Se las compuso para convencer a Ephraim Black de que la
coexistencia era posible y por ese motivo hicimos el pacto.
El nombre del tatarabuelo de Jacob me sorprendió.
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—Creíamos que su linaje había muerto con Ephraim —susurró Edward, y sonaba casi
como si estuviera hablando consigo mismo—, que la mutación genética que permitía la
transformación había desaparecido con él —se interrumpió y me miró de forma
acusadora—. Pero tu mala suerte parece que se acrecienta cada vez más. ¿Te das
cuenta de que tu atracción insaciable por todo lo letal ha sido lo suficientemente fuerte
como para hacer retornar de la extinción a una manada de cánidos mutantes? Desde
luego, si pudiéramos embotellar tu mala fortuna, tendríamos entre manos un arma de
destrucción masiva.
Pasé de sus ganas de tomarme el pelo, ya que me había llamado la atención su
suposición: ¿lo decía en serio?
—Pero yo no les he hecho regresar, ¿no te das cuenta?
—¿Cuenta de qué?
—Mi pésima suerte no tiene nada que ver con eso. Los licántropos han regresado
cuando lo han hecho los vampiros.
Kdward me clavó la mirada, con el cuerpo inmovilizado por la sorpresa.
—Jacob me dijo que la presencia de tu familia fue lo que precipitó todo. Pensé que
estabas informado...
Entrecerró los ojos.
—¿Y eso es lo que piensan?
—Edward, atiende a los hechos. Vinisteis hace setenta años y aparecieron los
licántropos; volvéis ahora y aparecen de nuevo. ¿No te das cuenta de que es más que
una coincidencia?
Pestañeó y su mirada se relajó.
—Esa teoría le va a parecer a Carlisle muy interesante.
—Teoría —contesté con mala cara.
Se quedó en silencio un momento, mirando sin ver la lluvia, a través de la ventana.
Supuse que estaría ponderando el hecho de que fuera la presencia de su familia la que
estuviera convirtiendo a los locales en lobos gigantes.
—Interesante, aunque no cambia nada —murmuró tras un instante—. La situación
continúa como está.
Traduje esto con bastante facilidad: nada de amigos licántropos.
Sabía que debía ser paciente con Edward. La cuestión no estaba en que fuera
irrazonable, sino en que simplemente, no lo entendía. No tenía idea de cuánto era lo que
le debía a Jacob Black, varias veces mi vida, y quizá también, mi cordura.
No quería hablar con nadie acerca de aquel tiempo yermo y estéril, y menos aún con
él, que con su marcha sólo había intentado defenderme, salvar mi alma. No podía
considerarle culpable por todas aquellas estupideces que yo había cometido en su
ausencia, o del dolor que había sufrido.
Pero él sí.
Eclipse
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25
Por ello tenía que poner mis ideas en palabras con muchísimo cuidado.
Me levanté y caminé alrededor de la mesa. Me abrió los brazos y yo me senté en el
regazo de mi novio, acurrucándome dentro de su frío y pétreo abrazo. Le miré las manos
mientras hablaba.
—Por favor, sólo escúchame un minuto. Esto es algo mucho más importante que el
capricho de no querer desprenderse de un viejo amigo. Jacob está sufriendo —mi voz
tembló al pronunciar la palabra—. No puedo dejar de ayudarle ahora, justo cuando me
necesita, simplemente porque no es humano todo el tiempo. Estuvo a mi lado cuando yo
me había convertido también en... algo no del todo humano. No te haces una idea de
cómo fue... —dudé, porque los brazos de Edward se habían puesto rígidos a mi alrededor,
con los puños cerrados y los tendones resaltando—. Si Jacob no me hubiera ayudado...
No estoy segura de qué hubieras encontrado cuando volviste. Le debo mucho más de lo
que crees, Edward.
Levanté el rostro con cautela para mirarle. Tenía los ojos cerrados y la mandíbula
tensa.
—Nunca me perdonaré por haberte abandonado —susurró—, ni aunque viva cien mil
años.
Presioné mi mano contra su rostro frío y esperé hasta que suspiró y abrió los ojos.
—Sólo pretendías hacer lo correcto. Y estoy segura de que habría funcionado con
alguien menos chiflado que yo. Además, ahora estás aquí y eso es lo único que importa.
—Si no me hubiera ido no tendrías necesidad de arriesgar tu vida para consolar a un
perro.
Me estremecí. Estaba acostumbrada a Jacob y sus comentarios despectivos
-chupasangre, sanguijuela, parásito-, pero me sonó mucho más duro al oírlo en su voz
aterciopelada.
—No sé cómo decirlo de forma adecuada —comentó Edward, y su tono era
sombrío—. Supongo que incluso te sonará cruel, pero ya he estado muy cerca de perderte
en el pasado. Ahora sé qué se siente en ese caso y no voy a tolerar que te expongas a
ninguna clase de peligro.
—Tienes que confiar en mí en este asunto. Estaré bien.
El dolor volvió a aflorar en su rostro.
—Por favor, Bella —murmuró.
Fijé la mirada en sus ojos dorados, repentinamente llenos de fuego.
—¿Por favor, qué?
—Por favor, hazlo por mí. Por favor, haz un esfuerzo consciente por mantenerte a
salvo. Yo hago todo lo que puedo, pero apreciaría un poco de ayuda.
—Me lo tomaré en serio —contesté en voz baja.
—¿Es que realmente no te das cuenta de lo importante que eres para mí? ¿Tienes
alguna idea de cuánto te quiero?
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Me apretó más fuerte contra su pecho duro acomodando mi cabeza bajo su barbilla.
Presioné los labios contra su cuello frío como la nieve.
—Lo que sí sé es cuánto te quiero yo —repuse.
—Eso es comparar un árbol con todo un bosque.
Puse los ojos en blanco, pero él no pudo verme.
—Imposible.
Me besó la parte superior de la cabeza y suspiró.
—Nada de hombres lobo.
—No voy a pasar por eso. Tengo que ver a Jacob.
—Entonces tendré que detenerte.
Sonaba completamente confiado en que no sería un problema para él.
Yo estaba convencida de que llevaba razón.
—Bueno, eso ya lo veremos —faroleé de todos modos—. Todavía es mi amigo.
Sentía la nota de Jacob en mi bolsillo, como si de pronto pesara tres kilos. Podía oír
sus palabras con su propia voz y parecía estar de acuerdo con Edward, algo que no iba a
pasar nunca en la realidad.
«Eso no cambia nada. Lo siento».
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Evasión
Era extraño, pero me sentía optimista mientras caminaba desde la clase de Español a
la cafetería, y no se debía sólo a que fuese cogida de la mano del ser más perfecto del
planeta, aunque sin duda, esto también contaba.
Quizá se debía a que mi sentencia se había cumplido y volvía a ser una mujer libre
otra vez.
O quizá no tenía que ver del todo conmigo. Más bien podía ser la atmósfera de libertad
que se respiraba en todo el campus. Al instituto se le estaba acabando la cuerda, y en
concreto para los veteranos, había una evidente emoción en el aire.
Teníamos la libertad tan cerca que casi podíamos tocarla, degustarla. Había signos
por todas partes. Los pósters se apelotonaban en las paredes de la cafetería y las
papeleras mostraban un colorido despliegue de folletos que rebosaban los bordes: notas
para recordar comprar el anuario y tarjetas de graduación; plazos para encargar togas,
sombreros y borlas; pliegos de argumentos en papel fluorescente de los de tercero
haciendo campaña para delegados de clase; ominosos anuncios adornados con rosas
para el baile de fin de curso de ese año. El gran baile era el fin de semana siguiente, pero
le había hecho prometer a Edward firmemente que no me haría pasar por aquello otra vez.
Después de todo, yo ya había tenido esa experiencia humana.
No, seguramente lo que me hacía sentirme tan ligera era mi reciente libertad personal.
El final del curso no me resultaba tan placentero como parecía serlo para el resto de los
estudiantes. En realidad, me ponía al borde de las náuseas cuando pensaba en ello. De
todos modos, intentaba no hacerlo.
Pero era difícil escapar a un tema tan de actualidad como la graduación.
—¿Habéis enviado ya vuestras tarjetas? —preguntó Angela cuando Edward y yo nos
sentamos en nuestra mesa. Se había recogido el cabello marrón claro en una improvisada
coleta en vez de su habitual peinado liso, y había un brillo casi desquiciado en sus ojos.
Alice y Ben estaban allí ya también, uno a cada lado de Angela. Ben estaba
concentrado leyendo un cómic, con las gafas deslizándosele por la pequeña nariz. Alice
escudriñó mi soso conjunto de téjanos y camiseta de manera que me hizo sentir cohibida.
Probablemente estaba urdiendo ya otro cambio de imagen. Suspiré. Mi actitud indiferente
ante la moda era una espina constante en su costado. Si la dejara, me vestiría a diario
-puede que hasta varias veces al día- como si fuera una muñeca de papel en tres
dimensiones y tamaño gigante.
—No —le contesté a Angela—. No hay necesidad, la verdad. Renée ya sabe que me
gradúo. ¿Y a quién más se lo voy a decir?
—¿Y tú qué, Alice?
Ella sonrió.
—Ya está todo controlado.
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—Qué suerte —suspiró Angela—. Mi madre tiene primos a miles y espera que las
manuscriba una por una. Me voy a quedar sin mano. No puedo retrasarlo más y sólo de
pensarlo...
—Yo te ayudaré —me ofrecí—. Si no te importa mi mala caligrafía.
Seguro que a Charlie le gustaría esto. Vi sonreír a Edward por el rabillo del ojo.
También a él le gustaba la idea, seguro, de que yo cumpliera las condiciones de Charlie
sin implicar a ningún hombre lobo. Angela parecía aliviada.
—Eres un encanto. Me pasaré por tu casa cuando quieras.
—La verdad es que preferiría pasarme por la tuya si te va bien. Estoy harta de estar en
la mía. Charlie me levantó el castigo anoche —sonreí ampliamente mientras anunciaba las
buenas noticias.
—¿De verdad? —me preguntó Angela, con sus siempre amables ojos castaños
iluminados por una dulce excitación—. Creía que habías dicho que era para toda la vida.
—Me sorprende aún más que a ti. Estaba segura de que, al menos, tendría que
terminar el instituto antes de que me liberara.
—¡Vaya, eso es estupendo, Bella! Hemos de salir por ahí para celebrarlo.
—No te puedes hacer idea de lo bien que me suena eso.
—¿Y qué podríamos hacer? —caviló Alice, con su rostro iluminándose ante las
distintas posibilidades. Las ideas de Alice generalmente eran demasiado grandiosas para
mí y leí en sus ojos justo eso, cómo entraba en acción su tendencia a llevar las cosas
demasiado lejos.
—Sea lo que sea lo que estés pensando, Alice, dudo que pueda disfrutar de tanta
libertad.
—Si estás libre, lo estás, ¿no? —insistió ella.
—Estoy segura de que aun así hay límites, como por ejemplo, las fronteras de los
Estados Unidos.
Angela y Ben se echaron a reír, pero Alice hizo una mueca, realmente disgustada.
—Y entonces, ¿qué vamos a hacer esta noche? —insistió de nuevo.
—Nada. Mira, vamos a darle un par de días hasta que comprobemos que no va de
guasa. Además, de todas formas, estamos entre semana.
—Entonces, lo celebraremos este fin de semana —el entusiasmo de Alice era
incontenible.
—Seguro —repuse, pensando aplacarla con eso. Yo sabía que no iba a hacer nada
demasiado descabellado; resultaba más fiable tomarse las cosas con calma con Charlie.
Darle la oportunidad de apreciar lo madura y digna de confianza que me había vuelto
antes de pedirle ningún favor.
Angela y Alice empezaron a charlar evaluando las distintas posibilidades; Ben se unió
a la conversación, apartando sus tebeos a un lado. Mi atención se dispersó. Me
sorprendía darme cuenta de que el tema de mi libertad de pronto no me parecía, tan
gratificante como se me antojaba hacía sólo unos minutos. Cuando empezaron a discutir
Eclipse
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sobre qué cosas podíamos hacer en Port Angeles o quizás en Hoquiam, empecé a
sentirme contrariada.
No me llevó mucho tiempo descubrir de dónde procedía mi agitación.
Desde que me despedí de Jacob Black en el bosque contiguo a mi casa, me veía
agobiada por la invasión persistente e incómoda de una imagen mental concreta. Se
introducía en mis pensamientos de vez en cuando, como la irritante alarma de un reloj
programado para sonar cada media hora, llenándome la cabeza con la imagen de Jacob
contraída por la pena. Éste era el último recuerdo que tenía de él.
Cuando la molesta visión me invadió otra vez, supe exactamente por qué no me sentía
satisfecha con mi libertad. Porque era incompleta.
Sí, desde luego, yo podía ir a cualquier sitio que quisiera, excepto a La Push, para ver
a Jacob. Le fruncí el ceño a la mesa. Tenía que haber algún tipo de terreno intermedio.
—¿Alice? ¡Alice!
La voz de Angela me sacó de mi ensueño. Sacudía enérgicamente mi mano frente al
rostro de Alice, inexpresivo y con la mirada en trance. Alice tenía esa expresión que yo
conocía tan bien, una expresión capaz de enviar un ramalazo de pánico a través de mi
cuerpo. La mirada ausente de sus ojos me dijo que estaba viendo algo muy distinto, pero
tanto o más real que la escena mundana que se desarrollaba en el comedor que nos
rodeaba. Algo que estaba por venir, algo que ocurriría pronto. Sentí cómo la sangre
abandonaba mi rostro.
Entonces Edward rió, un sonido relajado, muy natural. Angela y Ben se volvieron para
mirarle, pero mis ojos estaban trabados en Alice, que se sobresaltó de pronto, como si
alguien le hubiera dado una patada por debajo de la mesa.
—¿Qué, te has echado un siestecita, Alice? —se burló Edward.
Alice volvió en sí misma.
—Lo siento, supongo que me he adormilado.
—Echarse un sueñecito es mejor que enfrentarse a dos horas más de clase
—comentó Ben.
Alice se sumergió de nuevo en la conversación mucho más animada que antes, tal vez
en exceso; entonces, vi cómo sus ojos se clavaban en los de Edward, sólo por un
momento, y cómo después volvían a fijarse en Angela antes de que nadie se diera cuenta.
Edward parecía tranquilo mientras jugueteaba absorto con uno de los mechones de mi
pelo.
Esperé con ansiedad la oportunidad de preguntarle en qué consistía la visión de su
hermana, pero la tarde transcurrió sin que estuviéramos ni un minuto a solas...
...lo cual me pareció raro, casi se me antojó deliberado. Tras el almuerzo, Edward
acomodó su paso al de Ben para hablar de unos deberes que yo sabía que ya había
terminado. Después, siempre nos encontrábamos con alguien entre clases, aunque lo
normal hubiera sido que hubiéramos tenido unos minutos para nosotros, como solía
ocurrir. Cuando sonó el último timbre, Edward eligió entablar conversación con Mike
Newton, de entre todos los que se encontraban por allí, acompasando su paso al de Mike
mientras éste se dirigía al aparcamiento. Yo les seguía, dejando que él me remolcase.
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Escuché, llena de confusión, cómo Mike contestaba las inusualmente amables
preguntas de Edward. Al parecer, Mike había tenido problemas con su coche.
—...así que lo único que hice fue cambiarle la batería —decía en este momento. Sus
ojos iban y venían con cautela y rapidez del rostro de Edward al suelo. El pobre Mike
estaba tan desconcertado como yo.
—¿Y no serán quizá los cables? —sugirió Edward.
—Podría ser. La verdad es que no tengo ni idea de coches —admitió Mike—. Necesito
que alguien le eche una ojeada, pero no me puedo permitir llevarlo a Dowling.
Abrí la boca para sugerir a mi mecánico, pero la cerré de un golpe. Mi mecánico
estaba muy ocupado esos días, andando por ahí en forma de lobo gigante.
—Yo sí tengo alguna idea. Puedo echarle una ojeada, si quieres —le ofreció
Edward—. En cuanto deje a Alice y Bella en casa.
Mike y yo miramos a Edward con la boca abierta.
—Eh... gracias —murmuró Mike cuando se recobró—. Pero me tengo que ir a trabajar.
A lo mejor algún otro día.
—Cuando quieras.
—Nos vemos —Mike se subió a su coche, sacudiendo la cabeza incrédulo.
El Volvo de Edward, con Alice ya dentro, estaba sólo a dos coches del de Mike.
—¿De qué va todo esto? —barboté mientras Edward me abría la puerta del copiloto.
—Sólo intentaba ayudarle —repuso Edward.
Y en ese momento, Alice, que esperaba en el asiento de atrás, comenzó a balbucear a
toda velocidad.
—Realmente no eres tan buen mecánico, Edward. Sería mejor que permitieras a
Rosalie echarle una ojeada esta noche, por si quieres quedar bien con Mike; no vaya a
darle por pedirte ayuda, ya sabes. Aunque lo que estaría divertido de verdad sería verle la
cara si fuera Rosalie la que se ofreciera... Bueno, tal vez no sería muy buena idea,
teniendo en cuenta que se supone que está al otro lado del país, en la universidad. Cierto,
sería una mala idea. De todas formas, supongo que podrás apañarte con el coche de
Mike. total, lo único que te viene grande es la puesta a punto de un buen coche deportivo
italiano, requiere más finura. Y hablando de Italia y de los deportivos que robé allí, todavía
me debes un Porsche .amarillo. Y no sé si quiero esperar hasta Navidades para tenerlo...
Después de un minuto, dejé de escucharla, dejando que su voz rápida se convirtiera
sólo en un zumbido de fondo mientras me armaba de paciencia.
Me daba la impresión de que Edward estaba intentando evitar mis preguntas.
Estupendo. De todos modos, pronto estaríamos a solas. Nada más era cuestión de
tiempo.
También él parecía estar dándose cuenta del asunto. Dejó a Alice al comienzo del
acceso a la finca de los Cullen, aunque llegados a este punto, casi creí que la iba a llevar
hasta la puerta y luego a acompañarla dentro.
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Cuando salió, Alice le dirigió una mirada perspicaz. Edward parecía completamente
relajado.
—Luego nos vemos —le dijo; y después, aunque de forma muy ligera, asintió.
Alice se volvió y desapareció entre los árboles.
Estaba tranquilo cuando le dio la vuelta al coche y se encaminó hacia Forks. Yo
esperé, preguntándome si sacaría el tema por sí mismo. No lo hizo, y eso me puso tensa.
¿Qué era lo que había visto Alice a la hora del almuerzo? Algo que no deseaba contarme,
así que intenté pensar en un motivo por el que le gustaría mantener el secreto. Quizá
sería mejor prepararme antes de preguntar. No quería perder los nervios y hacerle pensar
que no podía manejarlo, fuera lo que fuera.
Así que continuamos en silencio hasta que llegamos a la parte trasera de la casa de
Charlie.
—Esta noche no tienes muchos deberes —comentó él.
—Aja —asentí.
—¿Crees que me permitirá entrar otra vez?
—No le ha dado ninguna pataleta cuando has venido a buscarme para ir al instituto.
Sin embargo, estaba segura de que Charlie se iba a poner de malas bien rápido en el
momento en que llegara a casa y se encontrara con Edward allí. Quizá sería buena idea
que preparara algo muy especial para la cena.
Una vez dentro, me encaminé hacia las escaleras seguida por Edward. Se recostó
sobre mi cama, y miró sin ver por la ventana, completamente ajeno a mi nerviosismo.
Guardé mi bolso y encendí el ordenador. Tenía pendiente un correo electrónico de mi
madre y a ella le daba un ataque de pánico cuando tardaba mucho en contestarle.
Tabaleé con los dedos sobre la mesa, mientras esperaba a que mi decrépito ordenador
comenzara a encenderse resollando; golpeaba el tablero de forma entrecortada,
mostrando mi ansiedad.
De pronto, sentí sus dedos sobre los míos, manteniéndolos quietos.
—Parece que estás algo nerviosa hoy, ¿no? —murmuró.
Levanté la mirada, intentando soltar una contestación sarcástica, pero su rostro estaba
más cerca de lo que esperaba. Sus ojos pendían apasionados a pocos centímetros de los
míos, y notaba su aliento frío contra mis labios abiertos. Podía sentir su sabor en mi
lengua.
Ya no podía acordarme de la respuesta ingeniosa que había estado a punto de
soltarle. Ni siquiera podía recordar mi nombre.
No me dio siquiera la oportunidad de recuperarme.
Si fuera por mí, me pasaría la mayor parte del tiempo besando a Edward. No había
nada que yo hubiera experimentado en mi vida comparable a la sensación que me
producían sus fríos labios, Eran duros como el mármol, pero siempre tan dulces al
deslizarse sobre los míos.
Por lo general, no solía salirme con la mía.
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Así que me sorprendió un poco cuando sus dedos se entrelazaron dentro de mi pelo,
sujetando mi rostro contra el suyo. Tenía los brazos firmemente asidos a su cuello y
hubiera deseado ser más fuerte para asegurarme de que podría mantenerlo prisionero así
para siempre. Una de sus manos se deslizó por mi espalda, presionándome contra su
pecho pétreo con mayor fuerza aún. A pesar de su jersey, su piel era tan fría que me hizo
temblar, aunque más bien era un estremecimiento de placer, de felicidad, razón por la cual
sus manos me soltaron.
Ya sabía que tenía aproximadamente tres segundos antes de que suspirara y me
apartara con destreza, diciendo que había arriesgado ya mi vida lo suficiente para una
tarde. Intenté aprovechar al máximo mis últimos segundos y me aplasté contra él,
amoldándome a la forma de su cuerpo. Reseguí la forma de su labio inferior con la punta
de la lengua; era tan perfecto y suave como si estuviera pulido y el sabor...
Apartó mi cara de la suya, rompiendo mi fiero abrazo con facilidad, probablemente, sin
darse cuenta siquiera de que yo estaba empleando toda mi fuerza.
Se rió entre dientes una vez, con un sonido bajo y ronco. Tenía los ojos brillantes de
excitación, esa fogosidad que era capaz de disciplinar con tanta rigidez.
—Ay, Bella —suspiró.
—Se supone que tendría que arrepentirme, pero no voy a hacerlo.
—Y a mí tendría que sentarme mal que no estuvieras arrepentida, pero tampoco
puedo. Quizá sea mejor que vaya a sentarme a la cama.
Espiré, algo mareada.
—Si lo crees necesario...
El esbozó esa típica sonrisa torcida y se zafó de mi abrazo.
Sacudí la cabeza unas cuantas veces, intentando aclararme y me volví al ordenador.
Se había calentado y ya había empezado a zumbar; bueno, más que zumbar, parecía que
gruñía.
—Mándale recuerdos de mi parte a Renée.
—Sin problema.
Leí con rapidez el correo de Renée, sacudiendo la cabeza aquí y allá ante algunas de
las chifladuras que había cometido. Estaba tan divertida como horrorizada, exactamente
igual que cuando leí su primer correo. Era muy propio de mi madre olvidarse de lo mucho
que le aterrorizaban las alturas hasta verse firmemente atada a un paracaídas y a un
instructor de vuelo. Estaba un poco enfadada con Phil, con el que llevaba casada ya casi
dos años, por permitirle esto. Yo habría cuidado mejor de ella, aunque sólo fuera porque la
conocía mucho mejor.
Me recordé a mí misma que había que dejarles seguir su camino, darles su tiempo.
Tienes que permitirles vivir su vida...
Habia pasado la mayor parte de mis años cuidando de Renée, intentando con
paciencia disuadirla de sus planes más alocados, suportando con una sonrisa aquellos
que no conseguía evitar. Siempre había sido comprensiva con mamá porque me divertía,
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e incluso había llegado a ser un poquito condescendiente con ella.Observaba sus muchos
errores y me reía en mi fuero interno. La loca de Renée.
No me parecía en nada a mi madre. Más bien era introspectiva y cautelosa, una chica
responsable y madura. Al menos así era como me veía a mí misma, ésa era la persona
que yo conocía.
Con la sangre aún revuelta corriéndome por el cerebro por los besos de Edward, no
podía evitar pensar en el más perdurable de los errores de mi madre. Tan tonta y
romántica como para calarse apenas salida del instituto con un hombre al que no conocía
apenas, y poco después, un año más tarde, trayéndome a mí al mundo. Ella siempre me
aseguraba que no se había arrepentido en absoluto, que yo era el mejor regalo que la vida
le había dado jamás. Y a pesar de todo, no paraba de insistirme una y otra vez cu que la
gente lista se toma el matrimonio en serio. Que la gente madura va a la facultad y termina
una carrera antes de implicarse profundamente en una relación. Renée sabía que yo no
sería tan irreflexiva, atontada y cateta como ella había sido...
Apreté los dientes y me concentré en contestar su mensaje.
Volví a leer su despedida y recordé entonces por qué no había querido responderle
antes.
«No me has contado nada de Jacob desde hace bastante tiempo —abí escrito—
¿or dóde anda ahora?».
Seguro que Charlie le habí insinuado algo.
Suspiréy tecleécon rapidez, situando la respuesta a su pregunta entre dos párafos
menos conflictivos.
Supongo que Jacob está bien. Hace mucho que no le veo; ahora suele pasarse
la mayor parte del tiempo con su pandilla de amigos de La Push.
Con una sonrisa irónica para mis adentros, añadí el saludo de Edward e hice clic en la
pestaña de «Enviar».
No me habí dado cuenta de que é estaba de pie y en silencio detrá de míhasta que
apaguéel ordenador y me apartéde la mesa. Iba a empezar a regañrle por haber estado
leyendo sobre mi hombro, cuando me percatéde que no me prestaba atenció. Estaba
examinando una aplastada caja negra de la que sobresalín por una de sus esquinas
varios alambres retorcidos, de un modo que no parecí favorecer mucho su buen
funcionamiento, fuera lo que fuera. Despué de un instante, reconocíel estéeo para el
coche que Emmett, Rosalie y Jasper me habín regalado en mi útimo cumpleañs. Se me
habín olvidado esos regalos, que se escondín tras una creciente capa de polvo en el
suelo de mi armario.
—¿uéfue lo que le hiciste? —reguntó con la voz cargada de horror.
—o querí salir del salpicadero.
—¿ por eso tuviste que torturarlo?
—a sabes lo mal que se me dan los cacharros. No le hice dañ a conciencia.
Sacudióla cabeza, con el rostro oculto bajo una mácara de falsa tragedia.
—¡o asesinaste!
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Me encogí de hombros.
—Si tú lo dices...
—Herirás sus sentimientos si llegan a verlo algún día —continuó—. Quizá haya sido
una buena idea que no hayas podido salir de casa en todo este tiempo. He de
reemplazarlo por otro antes de que se den cuenta.
—Gracias, pero no me hace falta un chisme tan pijo.
—No es por ti por lo que voy a instalar uno nuevo.
Suspiré.
—No es que disfrutaras mucho de tus regalos el año pasado —dijo con voz
contrariada. De pronto, empezó a abanicarse con un rectángulo de papel rígido.
No contesté, temiendo que me temblara la voz. No me gustaba recordar mi desastroso
dieciocho cumpleaños, con todas sus consecuencias a largo plazo, y me sorprendía que lo
sacara a colación. Para él, era un tema incluso más delicado que para mí.
—¿Te das cuenta de que están a punto de caducar? —me preguntó, enseñándome el
papel que tenía en las manos. Era otro de los regalos, el vale para billetes de avión que
Esme y Carlisle me habían regalado para que pudiera visitar a Renée en Florida.
Hice una inspiración profunda y le contesté con voz indiferente.
—No. La verdad es que me había olvidado de ellos por completo.
Su expresión mostraba un aspecto cuidadosamente alegre y positivo. No había en ella
ninguna señal de emoción de ningún tipo cuando continuó.
—Bueno, todavía queda algo de tiempo. Ya que te han liberado y no tenemos planes
para este fin de semana, porque no quieres que vayamos al baile de graduación...
—sonrió abiertamente—, ¿por qué no celebramos de este modo tu libertad?
Tragué aire, sorprendida.
—¿Yendo a Florida?
—Dijiste algo respecto a que tenías permiso para moverte dentro del territorio de
EEUU.
Le miré fijamente, con suspicacia, intentando ver adonde quería ir a parar.
—¿Y bien? —insistió—. ¿Nos vamos a ver a Renée o no?
—Charlie no me dejará jamás.
—No puede impedirte visitar a tu madre. Es ella quien tiene la custodia.
—Nadie tiene mi custodia. Ya soy adulta.
Su sonrisa relampagueó brillante.
—Exactamente.
Lo pensé durante un minuto antes de decidir que no valía la pena luchar por esto.
Charlie se pondría furioso, no porque fuera a ver a Renée, sino porque Edward me
acompañara. Charlie no me hablaría durante meses y probablemente terminaría encerrada
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otra vez. Era mucho más inteligente no intentarlo siquiera. Quizá dentro de varias
semanas, en plan de regalo de graduación o algo así.
Pero la idea de volver a ver a mi madre ahora, y no dentro de unas semanas, era difícil
de resistir. Había pasado mucho tiempo desde que la había visto, y mucho más aún desde
que la había visto en una situación agradable. La última vez que había estado con ella en
Phoenix, me había pasado todo el tiempo en una cama de hospital. Y la última vez que
ella me había visitado yo estaba más o menos catatónica. No eran precisamente los
mejores recuerdos míos que le podía dejar.
Y a lo mejor, si veía lo feliz que era con Edward, le diría a mi padre que se lo tomara
con algo más de calma.
Edward inspeccionó mi rostro mientras deliberaba.
Suspiré.
—No podemos ir este fin de semana.
—¿Por qué no?
—No quiero tener otra pelea con Charlie. No tan pronto después de que me haya
perdonado.
Alzó las cejas a la vez.
—Este fin de semana me parece perfecto —susurró.
Yo sacudí la cabeza.
—En otra ocasión.
—Tú no has sido la única que ha pasado todo este tiempo atrapada en esta casa,
¿sabes? —me frunció el ceño.
La sospecha volvió. No solía comportarse de ese modo. El nunca se ponía tan
testarudo ni tan egoísta. Sabía que andaba detrás de algo.
—Tú puedes irte donde quieras —le señalé.
—El mundo exterior no me apetece sin ti —puse los ojos en blanco ante la evidente
exageración—. Estoy hablando en serio insistió él.
—Pues vamos a tomarnos el mundo exterior poco a poco, ¿vale? Por ejemplo,
podemos empezar yéndonos a Port Angeles a ver una película...
Él gruñó.
—No importa. Ya hablaremos del asunto más tarde.
—No hay nada de qué hablar.
Se encogió de hombros.
—Así que vale, tema nuevo —seguí yo. Casi se me había olvidado lo que me
preocupaba desde el almuerzo. ¿Había sido ésa su intención?—. ¿Qué fue lo que Alice
vio esta mañana?
Mantuve la mirada fija en su rostro mientras hablaba, midiendo su reacción.
Su expresión apenas se alteró; sólo se aceraron ligeramente los ojos de color topacio.
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—Vio a Jasper en un lugar extraño, en algún lugar del sudoeste, cree ella, cerca de
su... antigua familia, pero él no tenía intenciones conscientes de regresar —suspiró—. Eso
la tiene preocupada.
—Oh —aquello no era lo que yo esperaba, para nada, pero claro, tenía sentido que
Alice estuviera vigilando el futuro de Jasper. Era su compañero del alma, su auténtica
media naranja..., aunque su relación no iba ni la mitad de bien que la de Emmett y
Ro-salie—. ¿Y par qué no me lo has dicho antes?
—No era consciente de que te hubieras dado cuenta —contestó—. De cualquier modo,
tiene poca importancia.
Advertí con tristeza que mi imaginación estaba en ese momento fuera de control.
Había tomado una tarde perfectamente normal y la había retorcido hasta que pareciera
que Edward estaba empeñado en ocultarme algo. Necesitaba terapia.
Bajamos las escaleras para hacer nuestras tareas, sólo por si acaso Charlie regresaba
temprano. Edward acabó en pocos minutos, y a mí me costó un esfuerzo enorme hacer
los de cálculo, hasta que decidí que había llegado el momento de preparar la cena de mi
padre. Edward me ayudó, poniendo caras raras ante los alimentos crudos, ya que la
comida humana le resultaba repulsiva. Hice filete Stroganoff con la receta de mi abuela
paterna, porque quería hacerle la pelota. No era una de mis favoritas, pero seguro que a
Charlie le iba a gustar...
Llegó a casa de buen humor. Incluso prescindió de su rutina de mostrarse grosero con
Edward.
Éste no quiso acompañarnos a la mesa, tal y como acostumbraba. Se oyó el sonido de
las noticias del telediario nocturno desde el salón, aunque yo dudaba de que Edward les
prestara atención de verdad.
Después de meterse entre pecho y espalda tres raciones, Charlie puso los pies sobre
una silla desocupada y se palmeó satisfecho el estómago hinchado.
—Esto ha estado genial, Bella.
—Me alegro de que te haya gustado. ¿Qué tal el trabajo?
Había estado tan concentrado comiendo que no me había sido posible empezar antes
la conversación.
—Bastante tranquilo. Bueno, en realidad, casi muerto de tranquilo. Mark y yo hemos
estado jugando a las cartas buena parte de la larde —admitió con una sonrisa—. Le gané,
diecinueve manos a siete. Y luego estuve hablando un rato por teléfono con Billy.
Intenté no variar mi expresión.
—¿Qué tal está?
—Bien, bien. Le molestan un poco las articulaciones.
—Oh. Qué faena.
—Así es. Nos ha invitado a visitarle este fin de semana. También había pensado en
invitar a los Clearwater y a los Uley. Una especie de fiesta de finales...
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—Aja —ésa fue mi genial respuesta, pero, ¿qué otra cosa iba decir? Sabía que no se
me permitiría asistir a una fiesta de licántropos, aun con vigilancia parental. Me pregunté si
a Edward le preocuparía que Charlie se diera una vuelta por La Push. O quizá supondría
que, como mi padre iba a pasar la mayor parte del tiempo con Billy, que era sólo humano,
no estaría en peligro.
Me levanté y apilé los platos sin mirarle. Los coloqué en el seno y abrí el agua. Edward
apareció silenciosamente y tomó un paño para secar.
Charlie suspiró y dejó el tema por el momento, aunque me imaginé que lo volvería a
sacar de nuevo cuando estuviéramos a solas. Se levantó con esfuerzo y se dirigió camino
de la televisión, exactamente igual que cualquier otra noche.
—Charlie —le apeló Edward, en tono de conversación.
Charlie se paró en mitad de la pequeña cocina.
—¿Sí?
—¿Te ha dicho Bella que mis padres le regalaron por su cumpleaños unos billetes de
avión, para que pudiera ir a ver a Renée?
Se me cayó el plato que estaba fregando. Saltó de la encimera y se estampó
ruidosamente contra el suelo. No se rompió, pero roció toda la habitación, y a nosotros
tres, de agua jabonosa. Charlie ni siquiera pareció darse cuenta.
—¿Bella? —preguntó con asombro en la voz.
Mantuve los ojos fijos en el plato mientras lo recogía.
—Ah, si, es verdad.
Charlie tragó saliva ruidosamente y entonces sus ojos se entrecerraron y se volvieron
hacia Edward.
—No, jamás lo mencionó.
—Ya —murmuró Edward.
—¿Hay alguna razón por la que hayas sacado el tema ahora? —preguntó Charlie con
voz dura.
Edward se encogió de hombros.
—Están a punto de caducar. Creo que Esme podría sentirse herida si Bella no hace
uso de su regalo..., aunque ella no ha dicho nada del tema.
Miré a Edward, incrédula.
Charlie pensó durante un minuto.
—Probablemente sea una buena idea que vayas a visitar a tu madre, Bella. A ella le
va a encantar. Sin embargo, me sorprende que no me dijeras nada de esto.
—Se me olvidó —admití.
El frunció el ceño.
—¿Se te olvidó que te habían regalado unos billetes de avión?
—Aja —murmuré distraídamente, y me volví hacia el fregadero.
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—Creo haberte oído decir que están a punto de caducar, Edward —continuó
Charlie—. ¿Cuántos billetes le regalaron tus padres?
—Uno para ella..., y otro para mí.
El plato que se me cayó ahora aterrizó en el fregadero, por lo que no hizo mucho ruido.
Escuché sin esfuerzo el sonoro resoplido de mi padre. La sangre se me agolpó en la cara,
impulsada por la irritación y el disgusto. ¿Por qué hacía Edward esto? Muerta de pánico,
miré con fijeza las burbujas en el fregadero.
—¡De eso ni hablar! —bramó Charlie palabra a palabra, en pleno ataque de ira.
—¿Por qué? —preguntó Edward, con la voz saturada de una inócente sorpresa—.
Acabas de decir que sería una gran idea que fuera a ver a su madre.
Charlie le ignoró.
—¡No te vas a ir a ninguna parte con él, señorita! —aulló. Yo me giré bruscamente en
el momento en que alzaba un dedo amenazador.
La ira me inundó de forma automática, una reacción instintiva a su tono.
—No soy una niña, papá. Además, ya no estoy castigada, ¿recuerdas?
—Oh, ya lo creo que sí. Desde ahora mismo.
—Pero ¿por qué?
—Porque yo lo digo.
—¿Voy a tener que recordarte que ya tengo la mayoría de edad legal, Charlie?
—¡Mientras estés en mi casa, cumplirás mis normas!
Mi mirada se volvió helada.
—Si tú lo quieres así... ¿Deseas que me mude esta noche o me vas a dar algunos
días para que pueda llevarme todas mis cosas?
El rostro de Charlie se puso de color rojo encendido. Me sentí mal por haber jugado la
carta de marcharme de casa. Inspiré hondo e intenté poner un tono más razonable.
—Yo he asumido sin quejarme todos los errores que he cometido, papá, pero no voy a
pagar por tus prejuicios.
Charlie farfulló, pero no consiguió decir nada coherente.
—Tú ya sabes que yo sé que tengo todo el derecho de ver a mamá este fin de
semana. Dime con franqueza si tendrías alguna objeción al plan si me fuera con Alice o
Angela.
—Son chicas —rugió, asintiendo.
—¿Te molestaría si me llevara a Jacob?
Escogí a Jacob sólo porque sabía que mi padre le prefería, pero rápidamente deseé
no haberlo hecho; Edward apretó los dientes con un crujido audible.
Mi padre luchó para recomponerse antes de responder.
—Sí —me dijo con voz poco convencida—. También me molestaría.
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—Eres un maldito mentiroso, papá.
—Bella...
—No es como si me fuera a Las Vegas para convertirme en corista o algo parecido.
Sólo voy a ver a mamá —le recordé—. Ella tiene tanta autoridad sobre mí como tú —me
lanzó una mirada fulminante—. ¿O es que cuestionas la capacidad de mamá para cuidar
de mí? —Charlie se estremeció ante la amenaza implícita en mi pregunta—. Creo que
preferirás que no le mencione esto —le dije.
—Ni se te ocurra —me advirtió—. Esta situación no me hace nada feliz, Bella.
—No tienes motivos para enfadarte.
El puso los ojos en blanco, pero parecía que la tormenta había pasado ya.
Me volví para quitarle el tapón al fregadero.
—He hecho las tareas, tu cena, he lavado los platos y no estoy castigada, así que me
voy. Volveré antes de las diez y media.
—¿Adonde vas? —su rostro, que casi había vuelto a la normalidad, se puso otra vez
de color rojo brillante.
—No estoy segura —admití—, aunque de todos modos estaremos en un radio de poco
más de tres kilómetros, ¿vale?
Gruño algo que no sonó exactamente como su aprobación, pero salió a zancadas de la
habitación. Como es lógico, la culpabilidad comenzó tan pronto como sentí que había
ganado.
—¿Vamos a salir? —preguntó Edward, en voz baja, pero entusiasta.
Me volví y lo fulminé con la mirada.
—Sí, quiero tener contigo unas palabritas a solas.
Él no pareció muy aprensivo ante la idea, al menos no tanto como supuse que lo
estaría.
Esperé hasta que nos encontramos a salvo en su coche.
—¿De qué va esto? —le exigí saber.
—Sé que quieres ir a ver a tu madre, Bella. Hablas de eso en sueños. Y además
parece que con preocupación.
—¿Eso he hecho?
Él asintió.
—Pero lo cierto es que te comportas de una forma muy cobarde con Charlie, así que
he intervenido por tu bien.
—¿Intervenido? ¡Me has arrojado a los tiburones!
Puso los ojos en blanco.
—No creo que hayas estado en peligro en ningún momento.
—Ya te dije que no me apetecía enfrentarme a Charlie.
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—Nadie ha dicho que debas hacerlo.
Le lancé otra mirada furibunda.
—No puedo evitarlo cuando se pone en plan mandón. Debe de ser que me
sobrepasan mis instintos naturales de adolescente.
El se rió entre dientes.
—Bueno, pero eso no es culpa mía.
Me quedé mirándolo fijamente, especulando. El no pareció darse cuenta, ya que su
rostro estaba sereno mientras miraba por el cristal delantero. Había algo que no cuadraba,
pero no conseguí advertirlo. O quizás era otra vez mi imaginación, que iba por libre del
mismo modo que lo había hecho esa misma tarde.
—¿Tiene que ver esta necesidad urgente de ir a Florida con la fiesta de este fin de
semana en casa de Billy?
Dejó caer la mandíbula.
—Nada en absoluto. No me importa si estás aquí o en cualquier otra parte del mundo;
de todos modos, no irías a esa fiesta.
Se comportaba del mismo modo que Charlie lo había hecho antes, justo como si
estuvieran tratando con un niño malcriado. Apreté los dientes con fuerza sólo para no
empezar a gritar. No quería pelearme también con él.
Suspiró y cuando habló de nuevo su tono de voz era cálido y aterciopelado.
—Bueno, ¿y qué quieres hacer esta noche? —me preguntó.
—¿Podemos ir a tu casa? Hace mucho tiempo que no veo a Esme.
El sonrió.
—A ella le va a encantar, sobre todo cuando sepa lo que vamos a hacer este fin de
semana.
Gruñí al sentirme derrotada.
Tal y como había prometido, no nos quedamos hasta tarde. Y no me sorprendió ver las
luces todavía encendidas cuando aparcamos frente a la casa. Imaginé que Charlie me
estaría esperando para gritarme un poco más.
—Será mejor que no entres —le advertí a Edward—. Sólo conseguirás empeorar las
cosas.
—Tiene la mente relativamente en calma —bromeó él. Su expresión me hizo
preguntarme si había alguna otra gracia adicional que me estaba perdiendo. Tenía las
comisuras de la boca torcidas, luchando por no sonreír.
—Te veré luego —murmuré con desánimo.
Él se carcajeó y me besó en la coronilla.
—Volveré cuando Charlie esté roncando.
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La televisión estaba a todo volumen cuando entré. Por un momento consideré la idea
de pasar a hurtadillas.
—¿Puedes venir, Bella? —me llamó Charlie, chafándome el plan.
Arrastré los pies los cinco pasos necesarios para entrar en el salón.
—¿Qué hay, papá?
—¿Te lo has pasado bien esta noche? —me preguntó. Se le veía comodo. Busqué un
significado oculto en sus palabras antes de contestarle.
—Si —dije, no muy convencida.
—¿Qué habeís hecho?
Me encogí de hombros.
—Hemos salido con Alice y Jasper. Edward desafió a Alice al ajedrez y yo jugué con
Jasper. Me hundió.
Sonreí. Ver jugar al ajedrez a Alice y Edward era una de las cosas más divertidas que
había visto en mi vida. Se sentaban allí, inmoviles, mirando fijamente el tablero, mientras
Alice intentaba preveer los movimientos que él iba a hacer, y a su vez él intentando
escoger aquellas jugadas que ella haría en respuesta sin que pasaran por su mente. El
juego se desarrollaba la mayor parte del tiempo en sus mentes y creo que apenas habían
movido dos peones cuando Alice, de modo repentino, tumbó a su rey y se rindió. Todo el
proceso transcurrió en poco más de tres minutos.
Charlie pulsó el botón de silencio en la tele, algo inusual.
—Mira, hay algo que necesito decirte.
Frunció el ceño y me pareció verdaderamente incómodo. Me senté y permanecí quieta,
esperando. Nuestras miradas se encontraron un instante antes de que él clavara sus ojos
en el suelo. No dijo nada más.
—Bueno, ¿y qué es, papá?
Suspiró.
—Esto no se me da nada bien. No sé ni por dónde empezar...
Esperé otra vez.
—Está bien, Bella. Este es el tema —se levantó del sofá y comenzó a andar de un
lado para otro a través de la habitación, sin dejar de mirarse los pies todo el tiempo—.
Parece que Edward y tú vais bastante en serio, y hay algunas cosas con las que debes
tener cuidado. Ya sé que eres una adulta, pero todavía eres joven, Bella, y hay un montón
de cosas importantes que tienes que saber cuando tú... bueno, cuando te ves implicada
físicamente con...
—¡Oh no, por favor, por favor, no! —le supliqué, saltando del asiento—. Por favor, no
me digas que vas a intentar tener una charla sobre sexo conmigo, Charlie.
El miró con fijeza al suelo.
—Soy tu padre y tengo mis responsabilidades. Y recuerda que yo me siento tan
incómodo como tú en esta situación.
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—No creo que eso sea humanamente posible. De todos modos, mamá te ha ganado
por la mano desde hace lo menos diez años. Te has librado.
—Hace diez años tú no tenías un novio —murmuró a regañadientes. No me cabía
duda de que estaba batallando con su deseo de dejar el tema. Ambos estábamos de pie,
contemplándonos los zapatos para evitar tener que mirarnos a los ojos.
—No creo que lo esencial haya cambiado mucho —susurré, con la cara tan roja como
la suya. Esto llegaba más allá del séptimo circulo del infierno; y lo hacía peor el hecho de
que Edward sabia lo que me estaba esperando. Ahora, no me sorprendía quehubiera
parecido tan pagado de sí mismo en el coche.
—Sólo dime que ambos estáis siendo responsables —me suplicó Charlie, deseando
con toda claridad que se abriera un agujero en el suelo que se lo tragara.
—No te preocupes, papá, no es como tú piensas.
—No es que yo desconfie de ti, Bella; pero estoy seguro de que no me vas a contar
nada sobre esto, y además sabes que en realidad yo tampoco quiero oírlo. De todas
formas, intentaré tomárlo con actitud abierta, ya sé que los tiempos han cambiado.
Reí incómoda.
—Quizá los tiempos hayan cambiado, pero Edward es un poco chapado a la antigua.
No tienes de qué preocuparte.
Charlie suspiró.
—Ya lo creo que sí —murmuró.
—Ugh —gruñí—. Realmente desearía que no me obligaras a decirte esto en voz alta,
papá. De verdad. Pero bueno... Soy virgen aún y no tengo planes inmediatos para cambiar
esta circunstancia.
Ambos nos moríamos de vergüenza, pero Charlie se tranquilizó. Pareció creerme.
—¿Me puedo ir ya a la cama? Por favor.
—Un minuto —añadió.
—¡Vale ya, por favor, papá! ¡Te lo suplico!
—La parte embarazosa ya ha pasado, te lo prometo —me aseguró.
Me aventuré a mirarle y me sentí agradecida al ver que parecía más relajado, y que su
rostro había recuperado su tonalidad natural. Se hundió en el sofá, suspirando con alivio al
ver que ya se había acabado la charla sobre sexo.
—¿Y ahora qué pasa?
—Sólo quería saber cómo iba la cosa del equilibrio.
—Oh. Bien, supongo. Hoy Angela y yo hemos hecho planes. Voy a ayudaría con sus
tarjetas de graduación. Para chicas, nada más.
—Eso está bien. ¿Y qué pasa con Jake?
Suspiré.
—Todavía no he resuelto eso, papá.
Eclipse
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—Pues sigue intentándolo, Bella. Sé que harás las cosas bien. Eres una buena
persona.
Estupendo. Entonces, ¿era una mala persona si no conseguía arreglar las cosas con
Jake? Eso era un golpe bajo.
—Vale, vale —me mostré de acuerdo. Esta respuesta automática casi me hizo sonreír,
ya que era una réplica que se me había pegado de Jacob. Incluso estaba empleando ese
mismo tono condescendiente que él solía usar con su padre.
Charlie sonrió ampliamente y volvió a conectar el sonido del televisor. Se dejó caer
sobre los cojines, complacido por el trabajo que había llevado a cabo esa noche. En un
momento estuvo sumergido de nuevo en el partido.
—Buenas noches, Bella.
—¡Hasta mañana! —me despedí, y salté camino de las escaleras.
Edward ya hacía rato que se había ido y lo más probable es que estuviera de vuelta
cuando mi padre se hubiera dormido. Seguramente, estaría de caza o haciendo lo que
fuera para matar el rato, así que no tenía prisa por cambiarme de ropa y acostarme. No
me sentía de humor para estar sola, pero desde luego no iba a bajar las escaleras
dispuesta a pasar un rato en compañía mi padre, por si acaso había algún otro asunto
relativo al tema de la educación sexual que se le hubiera olvidado tocar antes; me
estremecí.
Así que gracias a Charlie me encontraba nerviosa y llena de ansiedad. Ya había hecho
las tareas y no estaba tan sosegada como para ponerme a leer o simplemente a escuchar
música. Estuve pensando en llamar a Renée para informarle de mi visita, pero entonces
me di cuenta de que era tres horas más tarde en Florida y que ya estaría dormida.
Podía llamar a Angela, supuse.
Pero de pronto supe que no era con Angela con quien quería ni con quien necesitaba
hablar.
Miré con fijeza hacia el oscuro rectángulo de la ventana, mordiéndome el labio. No sé
cuánto tiempo permanecí allí considerando los pros y los contras; los pros: hacer las cosas
bien con Jacob, volviendo a ver otra vez a mi mejor amigo, comportándome como una
buena persona; y los contras, provocar el enfado de Edward. Tardé unos diez minutos de
reflexión en decidir que los pros eran más válidos que los contras. A Edward sólo le
preocupaba mi seguridad y yo sabía que realmente no había ningún problema por ese
lado.
El teléfono no sería de ninguna ayuda; Jacob se había negado a contestar mis
llamadas desde el regreso de Edward. Además, yo necesitaba verle, verle sonreír de
nuevo de la manera en que solía hacerlo. Si quería conseguir alguna vez un poco de paz
espiritual, debía reemplazar aquel horrible último recuerdo de su rostro deformado y
retorcido por el dolor.
Disponía de una hora aproximadamente. Podía echar una carrera rápida a La Push y
volver antes de que Edward se percatara de mi marcha. Ya se había pasado mi toque de
queda, pero seguro que a Charlie no le iba a importar mientras no tuviera que ver con
Edward. Sólo había una manera de comprobarlo.
Eclipse
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Abarré la chaqueta y pasé los brazos por las mangas mientras corría escaleras abajo.
Charlie apartó la mirada del partido, suspicaz al instante.
—¿Te importa si voy a ver a Jake esta noche? —le pregunté casi sin aliento—. No
tardaré mucho.
Tan pronto como mencioné el nombre de Jake, el rostro de Charlie se relajó de forma
instantánea con una sonrisa petulante. No parecía sorprendido en absoluto de que su
sermón hubiera surtido efecto tan pronto.
—Para nada, Bella. Sin problemas. Tarda todo lo que quieras.
—Gracias, papá —le dije mientras salía disparada por la puerta.
Como cualquier fugitivo, no pude evitar mirar varias veces por encima de mi hombro
mientras me montaba en mi coche, pero la noche era tan oscura que realmente no hacía
falta. Tuve que encontrar el camino siguiendo el lateral del coche hasta llegar a la manilla.
Mis ojos comenzaban apenas a ajustarse a la luz cuando introduje las llaves en el
contacto. Las torcí con fuerza hacia la izquierda, pero en vez de empezar a rugir de forma
ensordecedora, el motor sólo emitió un simple clic. Lo intenté de nuevo con los mismos
resultados.
Y entonces, una pequeña porción de mi visión periférica me hizo dar un salto.
—¡¡Aahh!! —di un grito ahogado cuando vi que no estaba sola en la cabina.
Edward estaba sentado, muy quieto, un punto ligeramente brillante en la oscuridad, y
sólo sus manos se movían mientras daba vueltas una y otra vez a un misterioso objeto
negro. Lo miró mientras hablaba.
—Me llamó Alice —susurró.
¡Alice! Maldita sea. Se me había olvidado contemplarla en mis planes. Él debía de
haberla puesto a vigilarme.
—Se puso nerviosa cuando tu futuro desapareció de forma repentina hace cinco
minutos.
Las pupilas, dilatadas ya por la sorpresa, se agrandaron más aún.
—Ella no puede visualizar a los licántropos, ya sabes —me explicó en el mismo
murmullo bajo—. ¿Se te había olvidado? Cuando decides mezclar tu destino con el suyo,
tú también desapareces. Supongo que no tenías por qué saberlo, pero creo que puedes
entender por qué eso me hace sentirme un poco... ¿ansioso? Alice te vio desaparecer y
ella no podía decirme si habías venido ya a casa o no. Tu futuro se perdió junto con ellos.
»Ignoramos por quésucede esto. Tal vez sea alguna defensa natural innata —ablaba
ahora como si lo hiciera consigo mismo, todaví mirando la pieza del motor de mi coche
mientras la hacia girar entre sus manos— Esto no parece del todo creíle, máime si se
considera que yo no tengo problema alguno en leerles la mente a los hombres lobo. Al
menos los de los Black. La teorí de Carlisle es que esto sucede porque sus vidas está
muy gobernadas por sus transformaciones. Son má una reacció involuntaria que una
decisió. Son tan completamente impredecibles que hacen cambiar todo lo que les rodea.
En el momento en que cambian de una forma a otra, en realidad, ni existen siquiera. El
futuro no les puede afectar...
Eclipse
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Atendí a sus cavilaciones sumida en un silencio sepulcral.
—Arreglaré tu coche a tiempo para ir al colegio en el caso de que quieras conducir tú
misma —me aseguró al cabo de un minuto.
Con los labios apretados, saqué las llaves y salté rígidamente fuera del coche.
—Cierra la ventana si no quieres que entre esta noche. Lo entenderé —me susurró
justo antes de que yo cerrara de un portazo.
Entré pisando fuerte en la casa, cerrando esta puerta también de un portazo.
—¿Pasa algo? —inquirió Charlie desde el sofá.
—El coche no arranca —mascullé.
—¿Quieres que le eche una ojeada?
—No, volveré a intentarlo mañana.
—¿Quieres llevarte mi coche?
Se suponía que yo no debía conducir el coche patrulla de la policía. Charlie debía de
estar en verdad muy desesperado porque fuera a La Push. Probablemente tan
desesperado como yo.
—No. Estoy cansada —gruñí—. Buenas noches.
Pateé mi camino escaleras arriba y me fui derecha a la ventana. Empujé el metal del
marco con rudeza y se cerró de un golpe, haciendo que temblaran los cristales.
Miré con fijeza el trémulo y oscuro cristal durante largo rato, hasta que se quedó
quieto. A continuación, suspiré y abrí la ventana lo máximo posible.
Eclipse
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Razones
El sol estaba tan oculto entre las nubes que no había forma de decir si se había puesto
o no. Me encontraba bastante desorientada después de un vuelo tan largo, como si
fuéramos hacia el oeste, a la caza del sol, que a pesar de todo parecía inmóvil en el cielo;
por extraño que pudiera parecer, el tiempo estaba inestable. Me tomó por sorpresa el
momento en que el bosque cedió paso a los primeros edificios, señal de que ya
estábamos cerca de casa.
—Llevas mucho tiempo callada —observó Edward—. ¿Te has mareado en el avión?
—No, me encuentro bien.
—¿Te ha entristecido la despedida?
—Creo que estoy más aliviada que triste.
Alzó una ceja. Sabía que era inútil e innecesario, por mucho que odiara admitirlo,
pedirle que mantuviera los ojos fijos en la carretera.
—Renée es bastante más... perceptiva que Charlie en muchos sentidos. Me estaba
poniendo nerviosa.
Edward se rió.
—Tu madre tiene una mente muy interesante: casi infantil, pero muy perspicaz. Ve las
cosas de modo diferente a los demás.
Perspicaz. Era una buena definición de mi madre, al menos cuando prestaba atención
a las cosas. La mayor parte del tiempo Renée estaba tan apabullada por lo que sucedía
en su propia vida que apenas se daba cuenta de mucho más, pero este fin de semana me
había dedicado toda su atención.
Phil estaba ocupado, ya que el equipo de béisbol del instituto que entrenaba había
llegado a las rondas finales y el estar a solas con Edward y conmigo había intensificado el
interés de Renée. Comenzó a observar tan pronto como nos abrazó y se pasaron los
grititos de alegría; y mientras observaba, sus grandes ojos azules primero habían
mostrado perplejidad, y luego interés.
Esa mañana nos habíamos ido a dar un paseo por la playa. Quería enseñarme todas
las cosas bonitas del lugar donde se encontraba su nuevo hogar, aún con la esperanza de
que el sol consiguiera atraerme fuera de Forks. También quería hablar conmigo a solas y
esto le facilitaba las cosas. Edward se había inventado un trabajo del instituto para tener
una excusa que le permitiera quedarse dentro de la casa durante el día.
Reviví la conversación en mi mente...
Renée y yo deambulamos por la acera, procurando mantenernos al amparo de las
sombras de las escasas palmeras. Aunque era temprano el calor resultaba abrasador. El
aire estaba tan impregnado de humedad que el simple hecho de inspirar y exhalar el aire
estaba suponiendo un esfuerzo para mis pulmones.
—¿Bella? —me preguntó mi madre, mirando a lo lejos, sobre la arena, a las olas que
rompían suavemente mientras hablaba.
Eclipse
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—¿Qué pasa, mamá?
Ella suspiró al tiempo que evitaba mi mirada.
—Me preocupa...
—¿Qué es lo que va mal? —pregunté, repentinamente ansiosa—. ¿En qué puedo
ayudarte?
—No soy yo —sacudió la cabeza—. Me preocupáis tú... y Edward.
Renée me miró por fin, con una expresión de disculpa en el rostro.
—Oh —susurré, fijando los ojos en una pareja que corría y que nos sobrepasó en ese
momento, empapados en sudor.
Vais mucho más en serio de lo que pensaba —continuó ella.
Fruncí el ceño, revisando con rapidez en mi mente los dos últimos días. Edward y yo
apenas nos habíamos tocado, al menos delante de ella. Me pregunté si Renée también me
iba soltar un sermón sobre la responsabilidad. No me importaba que fuera del mismo
modo que con Charlie, porque no me avergonzaba hablar del tema con mi madre.
Después de todo, había sido yo la que le había soltado a ella el mismo sermón una y otra
vez durante los últimos diez años.
—Hay algo... extraño en cómo estáis juntos —murmuró ella, con la frente fruncida
sobre sus ojos preocupados—. Te mira de una manera... tan... protectora. Es como si
estuviera dispuesto a interponerse delante de una bala para salvarte o algo parecido.
Me reí, aunque aún no me sentía capaz de enfrentarme a su mirada.
—¿Y eso es algo malo?
—No —ella volvió a fruncir el ceño mientras luchaba para encontrar las palabras
apropiadas—. Simplemente es diferente. Él siente algo muy intenso por ti... y muy
delicado. Me da la impresión de no comprender del todo vuestra relación. Es como si me
perdiera algún secreto.
—Creo que estás imaginando cosas, mamá —respondí con rapidez, luchando por
hablarle con total naturalidad a pesar de que se me había revuelto el estómago. Había
olvidado cuántas cosas era capaz de ver mi madre. Había algo en su comprensión sencilla
del mundo que prescindía de todo lo accesorio para ir directa a la verdad. Antes, esto no
había sido nunca un problema.
Hasta ahora, no había existido jamás un secreto que no pudiera contarle.
—Y no es sólo él —apretó los labios en un ademán defensivo—. Me gustaría que
vieras la manera en que te mueves a su alrededor.
—¿Qué quieres decir?
—La manera en que andas, como si él fuera el centro del mundo para ti y ni siquiera te
dieras cuenta. Cuando él se desplaza, aunque sea sólo un poco, tú ajustas
automáticamente tu posición a la suya. Es como si fuerais imanes, o la fuerza de la
gravedad. Eres su satélite... o algo así. Nunca había visto nada igual.
Cerró la boca y miró hacia el suelo.
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—No me lo digas —le contesté en broma, forzando una sonrisa—. Estás leyendo
novelas de misterio otra vez, ¿a que sí? ¿O es ciencia-ficción esta vez?
Renée enrojeció adquiriendo un delicado color rosado.
—Eso no tiene nada que ver.
—¿Has encontrado algún título bueno?
—Bueno, sí, había uno, pero eso no importa ahora. En realidad, estamos hablando de
ti.
—No deberías salirte de la novela romántica, mamá. Ya sabes que enseguida te
pones a flipar.
Las comisuras de sus labios se elevaron.
—Estoy diciendo tonterías, ¿verdad?
No pude contestarle durante menos de un segundo. Renée era tan influenciable.
Algunas veces eso estaba bien, porque no todas sus ideas eran prácticas, pero me dolía
ver lo rápidamente que se había visto arrastrada por mi contemporización, sobre todo
teniendo en cuenta que esta vez tenía más razón que un santo.
Levantó la mirada y yo controlé mi expresión.
—Quizá no sean tonterías, tal vez sea porque soy madre —se echó a reír e hizo un
gesto que abarcaba las arenas blancas y el agua azul—. ¿Y todo esto no basta para
conseguir que vuelvas con la tonta de tu madre?
Me pasé la mano con dramatismo por la frente y después fingí retorcerme el pelo para
escurrir el sudor.
—Terminas acostumbrándote a la humedad —me prometió.
—También a la lluvia —contraataqué.
Me dio un codazo juguetón y me cogió la mano mientras regresábamos a su coche.
Dejando a un lado su preocupación por mí, parecía bastante feliz. Contenta. Todavía
miraba a Phil con ojos enamorados y eso me consolaba. Seguramente su vida era plena y
satisfactoria. Seguramente no me echaba tanto de menos, incluso ahora...
Los dedos helados de Edward se deslizaron por mi mejilla. Le devolví la mirada,
parpadeando de vuelta al presente. Se inclinó sobre mí y me besó la frente.
—Hemos llegado a casa, Bella Durmiente. Hora de despertarse.
Nos habíamos parado delante de la casa de Charlie, que había aparcado el coche
patrulla en la entrada y mantenía encendida la luz. del porche. Mientras observaba la
entrada, vi cómo se alzaba la cortina en la ventana del salón, proyectando una línea de luz
amarilla sobre el oscuro césped.
Suspiré. Sin duda, Charlie estaba esperando para abalanzarse sobre mí.
Edward debía de estar pensando lo mismo, porque su expresión se había vuelto rígida
y sus ojos parecían lejanos cuando me abrió la puerta.
—¿Pinta mal la cosa?
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—Charlie no se va a poner difícil —me prometió Edward con voz neutra, sin mostrar el
más ligero atisbo de humor—. Te ha echado de menos.
Entorné los ojos, llenos de dudas. Si ése era el caso, ¿por qué Edward estaba en
tensión, como si se aproximara una batalla?
Mi bolsa era pequeña, pero él insistió en llevarla hasta dentro. Papá nos abrió la
puerta.
—¡Bienvenida a casa, hija! —gritó Charlie como si realmente lo pensara—. ¿Qué tal te
ha ido por Jacksonville?
—Húmedo. Y lleno de bichos.
—¿Y no te ha vendido Renée las excelencias de la Universidad de Florida?
—Lo ha intentado, pero francamente, prefiero beber agua antes que respirarla.
Los ojos de Charlie se deslizaron de hito en hito hacia Edward.
—¿Te lo has pasado bien?
—Sí —contestó con voz serena—. Renée ha sido muy hospitalaria.
—Esto..., hum, vale. Me alegro de que te divirtieras —Charlie apartó la mirada de
Edward y me abrazó de forma inesperada.
—Impresionante —le susurré al oído.
Rompió a reír con una risa sorda.
—Realmente te he echado de menos, Bella. Cuando no estás, la comida es
asquerosa.
—Ahora lo pillo —le contesté mientras soltaba su abrazo.
—¿Podrías llamar a Jacob lo primero de todo? Lleva fastidiándome cada cinco
minutos desde las seis de la mañana. Le he prometido que haría que le llamaras antes de
que te pusieras a deshacer la maleta.
No tuve que mirar a Edward para advertir la rigidez de su postura o la frialdad de su
expresión. Así que ésta era la causa de su tensión.
—¿Jacob desea hablar conmigo?
—Con toda su alma, diría yo. No ha querido decirme de qué iba la cosa, sólo me ha
dicho que es importante.
El teléfono volvió a sonar, estridente y acuciante.
—Será él otra vez, me apuesto la próxima paga —murmuró Charlie.
—Ya lo cojo yo —dije mientras me apresuraba hacia la cocina.
Edward me siguió mientras Charlie desaparecía en el salón.
Agarré el auricular en mitad de un pitido y me volví para permanecer de cara a la
pared.
—¿Diga?
—Has regresado —dijo Jacob.
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Su áspera voz familiar me hizo sentir una intensa añoranza. Mil recuerdo asaltaron mi
mente, mezclándose entre sí: una playa rocosa sembrada de maderas que flotaban a la
deriva, un garaje fabricado con plásticos, refrescos calientes en una bolsa de papel, una
habitación diminuta con un raído canapé, igualmente pequeño. El júbilo brillando en sus
oscuros ojos hundidos, el calor febril de su mano grande en torno a la mía, el relampagueo
de sus dientes blancos contra su piel oscura, su rostro distendiéndose en esa amplia
sonrisa que había sido siempre como la llave de una puerta secreta, donde sólo tienen
acceso los espíritus afines.
Sentí una especie de anhelo por la persona y el lugar que me habían protegido a lo
largo de mi noche más oscura.
Me aclaré el nudo que tenía en la garganta.
—Sí —contesté.
—¿Por qué no me has llamado? —exigió Jacob.
Su tono malhumorado me enfadó al instante.
—Porque llevo en casa exactamente cuatro segundos y tu llamada interrumpió el
momento en que Charlie me estaba diciendo que habías telefoneado.
—Oh. Lo siento.
—Ya. Y dime, ¿por qué agobias a mi padre?
—Necesito hablar contigo.
—Seguro, pero eso ya lo tengo claro. Sigue.
Hubo una corta pausa.
—¿Vas a ir a clase mañana?
Torcí el gesto, incapaz de ver adonde quería ir a parar.
—Claro que iré, ¿por qué no iba a hacerlo?
—Ni idea. Sólo era curiosidad.
Otra pausa.
—¿Y de qué quieres hablar, Jake?
Él dudó.
—Supongo que de nada especial. Sólo... quería oír tu voz.
—Sí..., lo entiendo... Me alegra tanto que me hayas llamado, Jake. Yo... —pero no
sabía qué más decir. Me gustaría haberle dicho que me iba de camino a La Push en ese
momento, pero no podía.
—He de irme —soltó de pronto.
—¿Qué?
—Te llamaré pronto, ¿vale?
—Pero Jake...
Ya había colgado. Escuché el tono de escucha con incredulidad.

—Qué cortante —murmuré.
—¿Va todo bien? —preguntó Edward con voz baja y cautelosa.
Me volví lentamente para encararle. Su expresión era totalmente tranquila e
inescrutable.
—No lo sé. Me pregunto de qué va esto —no tenía sentido que Jacob hubiera estado
incordiando a Charlie todo el día sólo para preguntarme si iba a ir a la escuela. Y si quería
escuchar mi voz, ¿por qué había colgado tan pronto?
—Tú tienes más probabilidades de acertar en esto que yo —comentó Edward, con la
sombra de una sonrisa tirando de la comisura de su labio.
—Aja —susurré. Era cierto. Conocía a Jake a fondo. Seguro que sus razones no
serían tan complicadas de entender.
Con mis pensamientos a kilómetros de distancia -como a unos veintitrés kilómetros
siguiendo la carretera hacia La Push-, comencé a reunir los ingredientes necesarios en el
frigorífico para prepararle la cena a Charlie. Edward se retrepó contra la encimera y yo era
apenas consciente de cómo clavaba los ojos en mi rostro, pero estaba demasiado inquieta
para preocuparme también por lo que pudiera ver en ellos.
Lo del instituto tenía pinta de ser la clave del asunto. Eso era en realidad lo único que
Jake había preguntado. Y él debía de estar buscando una respuesta a algo, o no habría
molestado a Charlie de forma tan persistente.
Sin embargo, ¿por qué le iba a preocupar mi asistencia a clase? Intenté abordar el
tema de una manera lógica. Así que, si yo hubiera faltado al día siguiente al instituto, ¿qué
problema hubiera supuesto eso desde el punto de vista de Jacob? Charlie se había
mostrado molesto porque yo perdiera un día de clase tan cerca de los finales, pero le
había convencido de que un viernes no iba a suponer un estorbo en mis estudios. A Jake
eso le daba exactamente igual. Mi cerebro no parecía estar dispuesto a colaborar con
ninguna aportación especialmente brillante. Quizás era que pasaba por alto alguna pieza
vital de información.
¿Qué podría haber ocurrido en los últimos tres días que fuera tan importante como
para que Jacob interrumpiera su negativa a contestar a mis llamadas y le hiciera ponerse
en contacto conmigo? ¿Qué diferencia habían supuesto esos tres días?
Me quedé helada en mitad de la cocina. El paquete de hamburguesas congeladas que
llevaba se deslizó entre mis manos aturdidas. Tardé un largo segundo en evitar el golpe
que se hubieran dado contra el suelo.
Edward lo cogió y lo arrojó a la encimera. Sus brazos me rodearon rápidamente y pegó
los labios a mi oído.
—¿Qué es lo que va mal?
Sacudí la cabeza., aturdida.
Tres días podrían cambiarlo todo.
¿No había estado yo pensando acerca de la imposibilidad de acudir al instituto por no
poder estar cerca de la gente después de haber atravesado los dolorosos tres días de la
conversión? Esos tres días me liberarían de la mortalidad, de modo que podría compartir
Eclipse
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la eternidad con Edward, una conversión que me haría prisionera definitivamente de mi
propia sed.
¿Le había dicho Charlie a Billy que había desaparecido durante tres días? ¿Había Billy
llegado por sí mismo a la conclusión evidente? ¿Lo que me había estado preguntando
Jacob realmente era si todavía continuaba siendo humana? ¿Estaba asegurándose, en
realidad, de que el tratado con los hombres lobo no se hubiera roto, y de que ninguno de
los Cullen se hubiera atrevido a morder a un humano...? Morder, no matar...
Pero ¿es que él creía honradamente que yo volvería a casa si ése fuera el caso?
Edward me sacudió.
—¿Bella? —me preguntó, ahora lleno de auténtica ansiedad.
—Creo... creo que simplemente estaba haciendo una comprobación —mascullé entre
dientes—. Quería asegurarse de que sigo siendo humana, a eso se refería.
Edward se puso rígido y un siseo ronco resonó en mi oído.
—Tendremos que irnos —susurré—. Antes. De ese modo no se romperá el tratado. Y
nunca más podremos regresar.
Sus brazos se endurecieron a mi alrededor.
—Ya lo sé.
—Ejem —Charlie se aclaró la garganta ruidosamente a nuestras espaldas.
Yo pegué un salto y después me liberé de los brazos de Edward, enrojeciendo.
Edward se reclinó contra la encimera. Tenía los ojos entornados y pude ver reflejada en
ellos la preocupación y la ira.
—Si no quieres hacer la cena, puedo llamar y pedir una pizza —insinuó Charlie.
—No, está bien, ya he empezado.
—Vale —comentó él. Se acomodó contra el marco de la puerta con los brazos
cruzados.
Suspiré y me puse a trabajar, intentando ignorar a mi audiencia.
—Si te pido que hagas algo, ¿confiarás en mí? —me preguntó Edward, con un deje
afilado en su voz aterciopelada.
Casi habíamos llegado al instituto. Él había estado relajado y bromeando hasta hacía
apenas un momento; ahora, de pronto, tenía las manos aferradas al volante e intentaba
controlar la fuerza para no romperlo en pedazos.
Clavé la mirada en su expresión llena de ansiedad, con los ojos distantes como si
escuchara voces lejanas.
Mi pulso se desbocó en respuesta a su tensión, pero contesté con cuidado.
—Eso depende.
Metió el coche en el aparcamiento del instituto.
—Ya me temía que dirías eso.
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—¿Qué deseas que haga, Edward?
—Quiero que te quedes en el coche —aparcó en su sitio habitual y apagó el motor
mientras hablaba—. Quiero que esperes aquí hasta que regrese a por ti.
—Pero, ¿por qué?
Fue entonces cuando le vi. Habría sido difícil no distinguirle sobresaliendo como lo
hacía sobre el resto de los estudiantes, incluso aunque no hubiera estado reclinado contra
su moto negra, aparcada de forma ilegal en la acera.
—Oh.
El rostro de Jacob era la máscara tranquila que yo conocía tan bien. Era la cara que
solía poner cuando estaba decidido a mantener sus emociones bajo control. Le hacía
parecerse a Sam, el mayor de los licántropos, el líder de la manada de los quileute, pero
Jacob nunca podría imitar la serenidad perfecta de Sam.
Había olvidado cuánto me molestaba ese rostro. Había llegado a conocer a Sam
bastante bien antes de que regresaran los Cullen, incluso me gustaba, aunque nunca
conseguía sacudirme el resentimiento que experimentaba cuando Jacob imitaba la
expresión de Sam. No era mi Jacob cuando la llevaba puesta. Era la cara de un extraño.
—Anoche te precipitaste en llegar a una conclusión equivocada —murmuró Edward—.
Te preguntó por el instituto porque sabía que yo estaría donde tú estuvieras. Buscaba un
lugar seguro para hablar conmigo. Un escenario con testigos.
Así que yo había malinterpretado las razones de Jacob para llamarme. El problema
radicaba en la información faltante, por ejemplo por qué demonios querría Jacob hablar
con Edward.
—No me voy a quedar en el coche —repuse.
Edward gruñó bajo.
—Claro que no. Bien, acabemos con esto de una vez.
El rostro de Jacob se endureció conforme avanzábamos hacia él, con las manos
unidas.
Noté también otros rostros, los de mis compañeros de clase. Me di cuenta de cómo
sus ojos se dilataban al posarse sobre los dos metros del corpachón de Jacob, cuya
complexión musculosa era impropia de un chico de poco más de diecisiete años. Vi cómo
aquellos ojos recorrían su ajustada camiseta negra de manga corta aunque el día era frío
a pesar de la estación, sus vaqueros rasgados y manchados de grasa y la moto lacada en
negro sobre la que se apoyaba. Las miradas no se detenían en su rostro, ya que había
algo en su expresión que les hacía retirarlas con rapidez. También constaté la distancia
que mantenían con él, una burbuja de espacio que nadie se atrevía a cruzar.
Con cierta sorpresa, me di cuenta de que Jacob les parecía peligroso. Qué raro.
Edward se detuvo a unos cuantos metros de Jacob. Tenía bien claro lo incómodo que
le resultaba tenerme tan cerca de un licantropo. Retrasó ligeramente la mano y me echó
hacia atrás para ocultarme a medias con su cuerpo.
—Podrías habernos llamado —comenzó Edward con una voz dura como el acero.
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—Lo siento —-contestó Jacob, torciendo el gesto con desprecio—. No tengo
sanguijuelas en mi agenda.
—También podríamos haber hablado cerca de casa de Bella —la mandíbula de Jacob
se contrajo y frunció el ceño sin contestar—. Este no es el sitio apropiado, Jacob.
¿Podríamos discutirlo luego?
—Vale, vale. Me pasaré por tu cripta cuando terminen las clases —bufó Jacob—.
¿Qué tiene de malo hablar ahora?
Edward miró alrededor con intención y posó la mirada en aquellos testigos que se
hallaban a distancia suficiente como para escuchar la conversación. Unos pocos
remoloneaban en la acera con los ojos brillantes de expectación, exactamente igual que si
esperasen una pelea que aliviara el tedio de otro lunes por la mañana. Vi cómo Tyler
Crowley le daba un ligero codazo a Austin Marks y ambos interrumpían su camino hacia el
aula.
—Ya sé lo que has venido a decir —le recordó Edward a Jacob en una voz tan baja
que apenas pude oírle—-. Mensaje entregado. Considéranos advertidos.
Edward me miró durante un fugaz segundo con ojos preocupados.
—¿Avisados? —le pregunté sin comprender—. ¿De qué estás hablando?
—¿No se ló has dicho a ella? —inquirió Jacob, con los ojos dilatados por la
sorpresa—. ¿Qué?, ¿acaso temes que se ponga de nuestra parte?
—Por favor, déjalo ya, Jacob —intervino Edward, con voz calmada.
—¿Por qué? —le desafió Jacob.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Qué es lo que no sé, Edward?
Él se limitó a seguir mirando a Jacob como si no me hubiera escuchado.
—¿Jake?
Jacob alzó una ceja en mi dirección.
—¿No te ha dicho que ese... hermano gigante que tiene cruzó la línea el sábado por la
noche? —preguntó, con un tono lleno de sarcasmo. Entonces, fijó la vista en Edward—.
Paul estaba totalmente en su derecho de...
—¡Era tierra de nadie! —masculló Edward.
—¡No es así!
Jacob estaba claramente echando humo. Le temblaban las manos. Sacudió la cabeza,
e hizo dos inspiraciones profundas de aire.
—¿Emmett y Paul? —susurré. Paul era el camarada más inestable de la manada de
Jacob. Él fue quien perdió el control aquel día en el bosque y el recuerdo de ese lobo gris
gruñendo revivió repentinamente en mi mente—. ¿Qué pasó? ¿Es que se han
enfrentado? —mi voz se alzó con una nota de pánico—. ¿Por qué? ¿Está herido Paul?
—No hubo lucha —aclaró Edward con tranquilidad, sólo para mí—. Nadie salió herido.
No te inquietes.
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Jacob nos miraba con gesto de incredulidad.
—No le has contado nada en absoluto, ¿a que no? ¿Ese es el modo en que la
mantienes apartada? Por eso ella no sabe...
—Vete ya —Edward le cortó a mitad de la frase y su rostro se volvió de repente
amedrentador, realmente terrorífico. Durante un segundo pareció un... un vampiro. Miró a
Jacob con una aversión abierta y sanguinaria.
Jacob enarcó las cejas, pero no hizo ningún otro movimiento.
—¿Por qué no se lo has dicho?
Se enfrentaron el uno al otro en silencio durante un buen rato comenzaron a reunirse
más estudiantes con Tyler y Austin. Vi a Mike al lado de Ben, y el primero tenía una mano
apoyada en el hombro de Ben, como si estuviera reteniéndole.
En aquel silencio mortal, todos los detalles encajaron súbitamente en un ramalazo de
intuición. Algo que Edward no quería que supiera. Algo que Jacob no me hubiera ocultado.
Algo que había hecho que los Cullen y los licántropos anduvieran juntos por los bosques
en una proximidad peligrosa.
Algo que había hecho que Edward insistiera en que cruzara el país en avión.
Algo que Alice había visto en una visión la semana pasada, una visión sobre la que
Edward me había mentido. Algo que yo había estado esperando de todos modos. Algo
que yo sabía que volvería a ocurrir, aunque deseara con todas mis fuerzas que no fuera
así. ¿Es que nunca jamás se iba a terminar?
Escuché el rápido jadeo entrecortado del aire saliendo entre mis labios, pero no pude
evitarlo. Parecía como si el edificio del instituto temblara, como si hubiera un terremoto,
pero yo sabía que era sólo mi propio temblor el que causaba la ilusión.
—Ella ha vuelto a por mí —resollé con voz estrangulada.
Victoria nunca iba a rendirse hasta que yo estuviera muerta. Repetiría el mismo patrón
una y otra vez -fintar y escapar, fintar y escapar- hasta que encontrara una brecha entre
mis defensores.
Quizá tuviera suerte. Quizá los Vulturis vinieran primero a por mí, ya que ellos me
matarían más rápido, por lo menos.
Edward me apretó contra su costado, posicionando su cuerpo de modo que él seguía
estando entre Jacob y yo, y me acarició la cara con manos ansiosas.
—No pasa nada —me susurró—. No pasa nada. Nunca dejaré que se te acerque, no
pasa nada.
Luego, se volvió y miró a Jacob.
—¿Contesta esto a tu pregunta, chucho?
—¿No crees que Bella tiene derecho a saberlo? —le retó Jacob—. Es su vida.
Edward mantuvo su voz muy baja. Incluso Tyler, que intentaba acercarse paso a paso,
fue incapaz de oírle.
—¿Por qué debe tener miedo si nunca ha estado en peligro?
Eclipse
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—Mejor asustada que ignorante.
Intenté recobrar la compostura, pero mis ojos estaban anegados de lágrimas. Podía
imaginarla detrás de mis párpados, podía ver el rostro de Victoria, sus labios retraídos
sobre los dientes, sus ojos carmesíes brillando con la obsesión de la venganza; ella
responsabilizaba a Edward de la muerte de su amor, James, y no pararía hasta quitarle a
él también el suyo.
Edward restañó las lágrimas de mi mejilla con las yemas de los dedos.
—¿Realmente crees que herirla es mejor que protegerla? —murmuró.
—Ella es más fuerte de lo que crees —repuso Jacob—. Y lo ha pasado bastante peor.
De repente el rostro de Jacob cambió y fijó la mirada en Edward una expresión
extraña, calculadora. Entornó los ojos como si estuviera intentando resolver un difícil
problema de matemáticas en su mente.
Sentí que Edward se encogía. Alcé los ojos para verle las faciones, que se crisparon
con un sentimiento que sólo podía ser dolor. Por un momento espantoso, recordé una
tarde en Italia, en aquella macabra habitación de la torre de los Vulturis, donde Jane había
torturado a Edward con aquel maligno don que poseía, quemándole simplemente con el
poder de su mente...
Ell recuerdo me ayudó a recuperarme de mi inminente ataque de histeria y puso las
cosas en perspectiva, ya que prefería que Victoria me matase cien veces antes que verle
sufrir de ese modo otra vez.
—Qué divertido —comentó Jacob, carcajeándose mientras observaba el rostro de
Edward...
...que hizo otro gesto de dolor, pero consiguió suavizar su expresión con un pequeño
esfuerzo, aunque no podía ocultar la agonía de sus ojos.
Miré fijamente, con los ojos bien abiertos, primero la mueca de Edward y luego el aire
despectivo de Jacob.
—¿Qué le estás haciendo? —inquirí.
—No es nada, Bella —me aseguró Edward en voz baja—. Sólo que Jacob tiene muy
buena memoria, eso es todo.
El aludido esbozó una gran sonrisa y Edward se estremeció de nuevo.
—¡Para ya! Sea lo que sea que estés haciendo.
—Vale, si tú quieres —Jacob se encogió de hombros—. Aunque es culpa suya si no le
gustan mis recuerdos.
Le miré fijamente y él me devolvió una sonrisa despiadada, como un chiquillo pillado
en falta haciendo algo que sabe que no debe hacer por alguien que sabe que no le
castigará.
—El director viene de camino a echar a los merodeadores de la propiedad del instituto
—me murmuró Edward—. Vete a clase de Lengua, Bella, no quiero que te veas implicada.
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—Es un poco sobreprotector, ¿a que sí? —comentó Jacob, dirigiéndose sólo a mí—.
Algo de agitación hace que la vida sea divertida. Déjame adivinar, ¿a que no tienes
permiso para divertirte?
Edward le fulminó con la mirada y sus labios se retrajeron levemente sobre sus
dientes.
—Cierra el pico, Jacob —le dije.
El se echó a reír.
—Eso suena a negativa. Oye, si alguna vez quieres volver a vivir la vida, ven a verme.
Todavía tengo tu moto en mi garaje.
Esta noticia me distrajo.
—Se supone que deberías haberla vendido. Le prometiste a Charlie que lo harías.
Le supliqué a mi padre que se vendiera en atención a Jacob. Después de todo, él
había invertido semanas de trabajo en ambas motos y merecía algún tipo de
compensación, ya que si hubiera sido por Charlie, habría tirado la moto a un contenedor. Y
probablemente después le habría prendido fuego.
—Ah, sí, claro. Como si yo pudiera hacer eso. Es tuya, no mía. De cualquier modo, la
conservaré hasta que quieras que te la devuelva.
Un pequeño atisbo de la sonrisa que yo recordaba jugueteó con ligereza en las
comisuras de sus labios.
—Jake...
Se inclinó hacia delante, con el rostro de repente lleno de interés, sin apenas
sarcasmo.
Creo que lo he estado haciendo mal hasta ahora, ya sabes, acerca de no volver a
vernos como amigos. Quizá podríamos apañarnos, al menos por mi parte. Ven a visitarme
algún día.
Me sentía plenamente consciente de Edward, con sus brazos todavia en torno a mi
cuerpo, protegiéndome, e inmóvil como una piedra. Le lancé una mirada al rostro, que aún
seguía tranquilo, paciente.
—Esto, yo... no sé, Jake.
Jacob abandonó su fachada hostil por completo. Era casi como Inibiera olvidado de
que Edward estaba allí, o al menos como estuviera decidido a actuar así.
—Te echo de menos todos los días, Bella. Las cosas no son lo mismo sin ti.
—Ya lo sé y lo siento, Jake, yo sólo...
Él sacudió la cabeza y suspiró.
—Lo sé. Después de todo, no importa, ¿verdad? Supongo que sobreviviré o lo que
sea. ¿A quién le hacen falta amigos? —hizo una mueca de dolor, intentando disimularla
bajo un ligero barniz bravucón.
EI sufrimiento de Jacob siempre había disparado mi lado protector. No era racional del
todo, ya que él difícilmente necesitaba el tipo de protección física que yo le pudiera
Eclipse
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proporcionar, pero mis brazos, atrapados con firmeza bajo los de Edward, ansiaban
alcanzarle, para enredarse en torno a su cintura grande y cálida en una silenciosa
promesa de aceptación y consuelo.
Los brazos protectores de Edward se habían convertido en un encierro.
—Venga, a clase —una voz severa resonó a nuestras espaldas—. Póngase en
marcha, señor Crowley.
—Vete al colegio, Jake —susurré, nerviosa, en el momento en que reconocí la voz del
director. Jacob iba a la escuela de los quileute, pero podría verse envuelto en problemas
por allanamiento de propiedad o algo así.
Edward me soltó, aunque me cogió la mano y continuó interponiendo su cuerpo entre
nosotros.
El señor Greene avanzó a través del círculo de espectadores, con las cejas
protuberantes como nubes ominosas de tormenta sobre sus ojos pequeños.
—¡He dicho que ya! —amenazó—. Castigaré a todo el que me encuentre aquí mirando
cuando me dé la vuelta.
La concurrencia se disolvió antes de que hubiera terminado la frase.
—Ah, señor Cullen. ¿Qué ocurre aquí? ¿Algún problema?
—Ninguno, señor Greene. íbamos ya de camino a clase.
—Excelente. Creo que no conozco a su amigo —el director volvió su mirada fulminante
a Jacob—. ¿Es usted un estudiante del centro?
Los ojos del señor Greene examinaron a Jacob y vi cómo llegaba a la misma
conclusión que todo el mundo: peligroso. Un chaval problemático.
—No —repuso Jacob, con una sonrisita de suficiencia en sus gruesos labios.
—Entonces le sugiero que se marche de la propiedad de la escuela rápido, jovencito,
antes de que llame a la policía.
La sonrisita de Jacob se convirtió en una sonrisa en toda regla y supe que se estaba
imaginando a Charlie deteniéndole, pero su expresión era demasiado amarga, demasiado
llena de burla para satisfacerme. Ésa no era la sonrisa que yo esperaba ver.
Jacob respondió: «Sí señr», y esbozóun saludo militar antes de montarse en su
moto y patear el pedal de arranque en la misma acera. El motor rugióy luego las ruedas
chirriaron cuando las hizo dar un giro cerrado. Jacob se perdióde vista en cuestió de
segundos.
El señr Greene rechinólos dientes mientras observaba la escena. Señr Cullen,
espero que hable con su amigo para que no vuelva a invadir la propiedad privada.
—o es amigo mí, señr Greene, pero le haréllegar la advertencia.
El señr Greene apretólos labios. El expediente acadéico intachable de Edward y su
trayectoria impecable jugaban claramente a su favor en la valoració del director respecto
al incidente. Ya veo. Si tiene algú problema, estaréencantado de...
—o hay de quépreocuparse, señr Greene. No hay ningú gobierna.
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—Espero que sea así. Bien, entonces, a clase. Usted también, señorita Swan.
Edward asintió y me empujó con rapidez hacia el edificio donde estaba el aula de
Lengua.
—¿Te sientes bien como para ir a clase? —me susurró cuando dejamos atrás al
director.
—Sí —murmuré en respuesta, aunque no estaba del todo segura de estar diciendo la
verdad.
Aunque si me sentía o no bien, no era el tema más importante. Necesitaba hablar con
Edward cuanto antes y la clase de Lengua no era el sitio ideal para la conversación que
tenía en mente.
Pero no había muchas otras opciones mientras tuviéramos al señor Greene justo
detrás de nosotros.
Llegamos al aula un poco tarde y nos sentamos rápidamente en nuestros sitios. El
señor Berty estaba recitando un poema de Frost. Hizo caso omiso a nuestra entrada, con
el fin de que no se rompiera el ritmo de la declamación.
Arranqué una página en blanco de mi libreta y comencé a escribir, con una caligrafía
más ilegible de lo normal debido a mi nerviosismo.
¿Que es lo que ha pasado? Y no me vengas con el rollo protector, por
favor.
Le pasé la nota a Edgard. Él suspiró y comenzó a escribir. Le llevó menos tiempo que
a mí, aunque rellenó un párrafo entero con su caligrafía personal antes de deslizarme el
papel de vuelta.
Alice vio regresar a Victoria. Te saque de la ciudad como simple
precaución, aunque nunca hubo oportunidad de que se acercara a ti
de ningún modo. Emmett y Jasper estuvieron a pundo de atraparla,
pero ella tiene un gran instinto para huír. Se escapó justo por la
línea que marca la frontera con los licántropos de un modo tan
preciso como si la hubiera visto en un mapa. Tampoco ayudó que
las capacidades de Alice se vieran anuladas por la implicación de
los quileute. Para ser justo he de admitir que los quileute podían
haberla atrapado también si no hubiéramos estado nosotros de por
medio. El lobo gris grande pensó que Emmett había traspasado la
línea y se puso a la defensiva. Desde luego, Rosalie entró en
acción y todo el mundo abandonó la casa para defender a sus
compañeros.
Eclipse
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Carlisle y Jasper consiguieron calmar la situación antes de que
se nos fuera de las manos. Pero para entonces, Victoria se había
escapado. Eso es todo.
Fruncí el entrecejo ante lo que había escrito en la página. Todos ellos habían
participado en el asutno, Emmett, Jasper, Alice, Rosalie y Carlisle. Quizás incluso haste
Esme, aunque él no la había mencionada. Y además, Paul y el resto de la manda de los
quileute. No hubiera sido difícil convertir aquello en una lucha encarnizada, que hubiera
enfrentado a mi futura familia con mis viejos amigos. Y cualquiera de ellos podría haber
salído herido. Supuse que los lobos habrían corrido más peligro, pero imaginarme a la
pequeña Alica al lado de alguno de aquellos gigantes licántropos, luchando...
Me estremecí.
Cuidadosamente, borré todo el párrafo con la goma y entonces escribí en la parte
superior:
¿Y qué pasa con Charlie? Victoria podria haber ido a por él.
Edward estaba negando con la cabeza antes incluso de que terminara; resultaba obvio
que intentaba quitar importancia al peligro que Charlie podría haber corrido. Levantó una
mano, pero yo lo ignoré y continué escribiendo:
No puedes saber qué pasa por la mente de Victoria, sencillamente
porque no estabas aquí. Florida fue una mala idea.
Me arrebató el papel de las manos:
No iba a dejarte marchar sola. Con la suerte que tienes, no
habrían encontrado ni la caja negra.
Eso no era lo que yo quería decir en absoluto. Ni siquiera se me había ocurrido irme
sin él. Me refería a que habría sido mejor que nos hubiéramos quedado aquí los dos. Pero
su respuesta me distrajo y me molestó un poco. Como si yo no pudiera volar a través del
país sin provocar un accidente de avión. Muy divertido, claro.
Digamos que mi mala suerte hiciera caer el avión. ¿Qué es exactamente
lo que tú hubieras podido hacer al respecto?
¿Por qué tendría que estrellarse?
Ahora intentaba disimular una sonrisa.
Los pilotos podrían estar borrachos.
Facil. Pilotaría el avión.
Claro. Apreté los labios y lo intenté de nuevo.
Explotar los dos motores y caemos en una espiral mortal hacia el suelo.
Esperaría hasta que estuviéramos lo bastante cerca del suelo, te
agarraría bien fuerte, le daría una patada a la pared y saltaría.

Luego, correría de nuevo hacia la escena del accidente y nos
tambalearíamos como los dos afortunados supervivientes de la
historia.
Le miré sin palabras.
—¿Qué? —susurró. Sacudí la cabeza, intimidada.
—Nada —articulé las palabras sin pronunciarlas en voz alta. Di por terminada la
desconcertante conversación y escribí sólo una línea más.
La próxima vez me lo contarás.
Sabía que habría otra vez. El esquema se repetiría hasta que alguien perdiera.
Edward me miró a los ojos durante un largo rato. Me pregunté qué aspecto tendría mi
cara, ya que la sentía fría, como si la sangre no hubiera regresado a mis mejillas. Todavía
tenía las pestañas mojadas.
Suspiró y asintió sólo una vez.
Gracias.
El papel desapareció de mis manos. Levanté la mirada, parpadeando por la sorpresa,
para encontrarme al señor Berty viniendo por el pasillo.
—¿Tiene algo ahí que tenga que darme, señor Cullen?
Edward alzó una mirada inocente y puso la hoja de papel encima de su carpeta.
—¿Mis notas? —preguntó, con un tono lleno de confusión.
EI señor Berty observó las anotaciones: una perfecta trascripcion de su lección, sin
duda, y se marchó con el ceño fruncido.
Más tarde, en clase de Cálculo, la única en la que no estaba con Edward, escuché el
cotilleo.
—Apuesto a favor del indio grandote —decía alguien.
Miré a hurtadillas y vi a Tyler, Mike, Austin y Ben con las cabezas inclinadas y juntas,
conversando muy interesados.
—Vale —susurró Mike— ¿Habéis visto el tamaño de ese chico, el tal Jacob? Creo que
habría podido con Cullen —Mike parecía encantado con la idea.
—No lo creo —disintió Ben—. Edward tiene algo. Siempre está tan... seguro de sí
mismo. Me da la sensación de que más vale cuidarse de él.
—Estoy con Ben —admitió Tyler—. Además, si alguien se metiera con Edward, ya
sabéis que aparecerían esos hermanos enormes que tiene...
—¿Habéis ido por La Push últimamente? —preguntó Mike—. Lauren y yo fuimos a la
playa hace un par de semanas y creedme, los amigos de Jacob son todos tan
descomunales como él.
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—Uf —intervino Tyler—. Menos mal que esto ha terminado sin que la sangre llegara al
río. Ojalá no averigüemos cómo podría haber acabado la cosa.
—Pues si hubiera leña, a mí no me importaría echar una ojeada —dijo Austin—. Quizá
deberíamos ir a ver.
Mike esbozó una amplia sonrisa.
—¿Alguien está de humor para apostar?
—Diez por Jacob —propuso Austin rápidamente.
—Diez a Cullen —replicó Tyler.
—Diez a Edward —imitió Ben.
—Apuesto por Jacob —intervino Mike.
—Bueno, chicos, ¿y alguien sabe de qué iba el asunto? —se preguntó Austin—. Eso
podría afectar a las probabilidades.
—Puedo hacerme una idea —apuntó Mike, y entonces lanzó una mirada en mi
dirección al mismo tiempo que Ben y Tyler.
Colegí de sus expresiones que ninguno se había dado cuenta de que estaba a una
distancia en la que era fácil oírles. Todos apartaron la mirada con rapidez, removiendo los
papeles en los pupitres.
—Mantengo mi apuesta por Jacob —musitó Mike entre dientes.
Eclipse
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Naturalezas
Estaba siendo una semana horrible.
Yo sabía que no había cambiado nada sustancial. Vale, Victoria no se había rendido,
pero ¿acaso había esperado yo alguna vez que fuera de otro modo? Su reaparición sólo
había confirmado lo que ya sabía, No tenía motivo para asustarme como si fuera algo
nuevo.
Eso en teoría. Porque no sentir pánico es algo más fácil de decir que de hacer.
Solo quedaban unas pocas semanas para la graduación, pero me preguntaba si no era
un poco estúpido quedarme sentada, débil y apetecible, esperando el próximo desastre.
Parecía demasiado peligroso continuar siendo humana, como si estuviera atrayendo
conscientemente peligro. Una persona con mi suerte debía ser un poquito menos
vulnerable.
Pero nadie me escucharía.
Carlisle había dicho:
—Somos siete, Bella, y con Alice de nuestro lado, dudo que Victoria nos pueda
sorprender con la guardia baja. Pienso que es importante, por el bien de Charlie, que nos
atengamos al plan original.
Ksme había apostillado:
—No dejaremos nunca que te pase nada malo, cielo. Ya lo sabes. Por favor, no te
pongas nerviosa —y luego me había besado en la frente.
Emmett había continuado:
—Estoy muy contento de que Edward no te haya matado. Todo es mucho más
divertido contigo por aquí.
Rosalie le había mirado con cara de pocos amigos.
Alice había puesto los ojos en blanco para luego agregar:
—Me siento ofendida. ¿Verdad que no estás preocupada por esto? ¿a que no?
—Si no era para tanto, entonces, ¿por qué me llevó Edward a Florida? —inquirí.
—Pero ¿no te has dado cuenta todavía, Bella, de que Edward es un poquito dado a
reaccionar de forma exagerada?
Jasper, silenciosamente, había borrado todo el pánico y la tensión de mi cuerpo con su
curiosa habilidad para controlar las atmósferas emocionales. Me sentí más tranquila y los
dejé convencerme de lo innecesario de mi desesperada petición.
Pero claro, toda esa calma desapareció en el momento en que Edward y yo salimos de
la habitación.
Así que el acuerdo consistía en que lo mejor que podía hacer era olvidarme de que un
vampiro desquiciado quería cazarme para matarme. Y ocuparme de mis asuntos.
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Y lo intenté. Y de modo sorprendente, había otras cosas casi tan estresantes en las
que concentrarse como mi rango dentro de la lista de especies amenazadas...
Porque la respuesta de Edward había sido la más frustrante de todas.
—Eso es algo entre tú y Carlisle —había dicho—. Claro, que yo estaría encantado de
que fuera algo entre tú y yo en cualquier momento que quisieras, pero ya conoces mi
condición —y sonrió angelicalmente.
Agh. Claro que sabía en qué consistía su condición. Edward me había prometido que
sería él mismo quien me convirtiera cuando yo quisiera... siempre que me casara con él
primero.
Algunas veces me preguntaba si sólo simulaba la incapacidad de leerme la mente.
¿Cómo había llegado a encontrar la única condición que tendría problemas en aceptar? El
requisito preciso que me obligaría a tomarme las cosas con más calma.
Habia sido una semana malísima en su conjunto, y aquel día, el pero de todos
Siempre eran días malos cuando se ausentaba Edward. Alice no habia visto nada
fuera de lo habitual ese fin de semana, por lo que insistí en que aprovechara la
oportunidad para irse con sus hermanos de cacería. Sabía cuánto le aburría cazar las
presas cercanas, tan fáciles.
—Ve y diviértete —le insté—. Caza unos cuantos pumas por mí.
Jamas admitiría en su presencia lo mal que sobrellevaba la separación, ya que de
nuevo volvían las pesadillas de la época del abandono. Si él lo hubiera sabido, le habría
hecho sentirse fatal y le hubiera dado miedo dejarme, incluso aunque fuera por la más
necesaria de las razones. Así había sido al principio, cuando represamos de Italia. Sus
ojos dorados se habían tornado negros y sufría por culpa de la sed más de lo normal. Por
eso, ponía cara de valiente y hacía de todo, salvo sacarle a patadas de la casa, cada vez
que Emmett y Jasper querían marcharse.
Sin embargo, a veces me daba la sensación de que veía dentro de mí. Al menos un
poco. Esa mañana había encontrado una nota en mi almohada.
Volveré tan pronto que no tendrás tiempo de echarme de menos.
Cuida de mi corazón… lo he dejado contigo.
Así que ahora tenía todo un sábado entero sin nada que hacer salvo mi turno de la
mañana en la tienda de ropa Newton's Olympie para distraerme. Y claro, esa promesa tan
reconfortante de Alice.
—Cazaré cerca de aquí. Si me necesitas, estoy sólo a quince minutos. Estaré
pendiente por si hay problemas.
Traducción: no intentes nada divertido sólo porque no esté Edward.
Ciertamente, Alice era tan capaz de fastidiarme el coche como Edward.
Intenté mirarlo por el lado positivo. Después del trabajo, había hecho planes con
Angela para ayudarle con sus tarjetas de graduación, de modo que estaría distraída. Y
Charlie estaba de un humor excelente debido a la ausencia de mi novio, así que convenía
Eclipse
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disfrutar de esto mientras durara. Alice pasaría la noche conmigo si yo me sentía tan
patética como para pedírselo, y mañana Edward ya estaría de vuelta. Sobreviviría.
No quería llegar a trabajar ridiculamente temprano, y me tomé el desayuno masticando
muy despacio cada cucharada de cereales Cheerio. Entonces, una vez que hube lavado
los platos, coloqué los imanes del frigorífico en una línea perfecta. Quizás estuviera
desarrollando un trastorno obsesivo-compulsivo.
Los últimos dos imanes, un par de utilitarias piezas redondas y negras, que eran mis
favoritas porque podían sujetar diez hojas de papel en el frigorífico, no querían cooperar
con mi fijación. Tenían polaridades inversas; cada vez que intentaba ponerlas en fila, al
colocar la última, la otra saltaba fuera de su sitio.
Por algún motivo -una manía en ciernes, quizá-, eso me sacaba de quicio. ¿Por qué no
podían comportarse como es debido? De una forma tan estúpida como terca, continué
alineándolas como si esperase una repentina rendición. Podría haber puesto una más
arriba, pero sentía que eso equivalía a perder. Finalmente, más desesperada por mi
comportamiento que por los imanes, los cogí del frigorífico y los sostuve juntos, uno en
cada mano. Me costó un poco, ya que eran lo bastante fuertes como para presentar
batalla, pero conseguí que coexistieran uno al lado del otro.
—Ya veis —esto de hablarle a los objetos inanimados no podía ser síntoma de nada
bueno—. Tampoco es tan malo, ¿a que no?
Permanecí allí quieta durante un segundo, incapaz de admitir que no estaba teniendo
ningún éxito a largo plazo contra los principios científicos. Entonces, con un suspiro, volví
a colocar los imanes en el frigorífico, a un palmo de distancia.
—No hay necesidad de ser tan inflexible —murmuré.
Todavía era muy temprano, pero decidí que lo mejor sería salir de la casa antes de
que los objetos inanimados comenzaran a contestarme.
Cuando llegué a Newtons Olympic, Mike pasaba la mopa de forma metódica por los
pasillos mientras su madre acondicionaba un nuevo escaparate en el mostrador. Los pillé
en mitad de una disputa, aunque no se dieron cuenta de mi llegada.
—Pero es el único momento en que Tyler puede ir —se quejaba Mike—. Dijiste que
después de la graduación...
—Pues vais a tener que esperar —repuso la señora Newton con brusquedad—. Tyler
y tú ya podéis empezar a pensar en otra cosa. No vas a ir a Seattle hasta que la policía
solucione lo que esta pasando, sea lo que sea. Ya sé que Betty Crowley le ha dicho lo
mismo aTyler, así que no me vengas con que yo soy la mala de la película. Oh, buenos
días, Bella —me dijo cuando se dio cuenta de que había entrado, alegrando su tono
rápidamente—. Has llegado temprano.
Karen Newton era la última persona que podrías imaginar trabajando en un
establecimiento de prendas deportivas al aire libre. Llevaba su pelo rubio perfectamente
mechado y recogido en un elegante moño bajo a la altura de la nuca, las uñas de las
manos pintadas por un profesional, lo mismo que las de los pies, visibles a través de sus
altos tacones de tiras que no se parecían en nada a lo que los Newton ofrecían en el largo
estante de las botas de montaña.
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—Apenas había tráfico —bromeé mientras cogía la horrible camiseta naranja
fluorescente de debajo del mostrador. Me sorprendía que la señora Newton estuviera tan
preocupada por lo de Seattle como Charlie. Pensé que era sólo él quien se lo había
tomado a la tremenda.
—Esto... eh...
La señora Newton dudó por un momento, jugueteando incómoda con el paquete de
folletos publicitarios que estaba colocando al lado de la caja registradora.
Ya tenía una mano sobre la camiseta pero me detuve. Conocía esa mirada.
Cuando les hice saber a los Newton que no trabajaría allí ese verano, dejándolos de
este modo plantados en la estación con más trabajo, comenzaron a enseñar a Katie
Marshall para que ocupara mi lugar. Realmente no podían permitirse mantener los sueldos
de las dos a la vez, así que cuando se veía que iba a ser un día tranquilo...
—Te iba a llamar —continuó la señora Newton—. No creo que vayamos a tener hoy
mucho trabajo. Creo que podremos apañarnos entre Mike y yo. Siento que te hayas tenido
que levantar y conducir hasta aquí.
En un día normal, este giro de los acontecimientos me habría hecho entrar en éxtasis,
pero hoy... no tanto.
—Vale —suspiré. Se me hundieron los hombros. ¿Qué iba a hacer ahora?
—Eso no está bien, mamá —repuso Mike—. Si Bella quiere trabajar...
—No, no pasa nada, señora Newton. De verdad, Mike. Tengo examenes finales para
los que debo estudiar y otras cosas... —no quería ser una fuente de discordia familiar
cuando ya les había sorprendido discutiendo.
—Gracias, Bella. Mike, te has saltado el pasillo cuatro. Esto, Bella ¿no te importaría
tirar estos folletos en un contenedor cuando te vayas? Le dije a la chica que los dejó aquí
que los pondría en el mostrador, pero la verdad es que no tengo espacio.
—Vale, sin problemas.
Guardé la camiseta y me puse los folletos debajo del brazo, para salir de nuevo al
exterior, donde lloviznaba. EI contenedor estaba al otro lado de Newton's Olympic, cerca
de donde se suponía que aparcábamos los empleados. Caminé sin dirección precisa hacia
allá, enfurruñada, dándole patadas a las piedras. Estaba a punto de tirar el paquete de
brillantes papeles amarillos a la basura cuando captó mi interés el título impreso en negrita
en la parte superior. Fue una palabra en especial la que me IIamó la atención.
Cogí los papeles entre las dos manos mientras miraba la imagen bajo el título. Se me
hizo un nudo en la garganta.
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SALVEMOS AL LOBO DE LA PENÍNSULA
OLYMPIC
Majo las palabra había un dibujo detallado de un lobo frente a un abeto, con la cabeza
echada hacia atrás aullándole a la luna. Era una imagen desconcertante; algo en la
postura quejosa del lobo le hacía parecer desamparado. Como si estuviera aullando de
pena.
Y luego eché a correr hacia mi coche, con los folletos aún sucios con firmeza en la
mano.
Quince minutos, eso era cuanto tenía, pero bastaría. Sólo había quince minutos hasta
La Push y seguramente cruzaría la frontera unos cuantos minutos antes de llegar al
pueblo.
El coche arrancó sin ninguna dificultad.
Alice no podría estar viéndome hacer esto porque no lo había planeado. Una decisión
repentina, ¡ésa era la clave!, y podría sacarle provecho si conseguía moverme con
suficiente rapidez.
Con la prisa, arrojé los papeles húmedos al asiento del pasajero, donde se
desparramaron en un brillante desorden, cien títulos en negrita, cien lobos negros
aullándole a la luna, recortados contra el fondo amarillo.
Iba a toda pastilla por la autopista mojada, con los limpiaparabrisas a tope y sin hacerle
caso al rugido del viejo motor. Lo máximo que podía sacarle a mi coche eran unos noventa
por hora y recé para que fuera suficiente.
No tenía idea de dónde estaba la frontera, pero empecé a sentirme más segura
cuando pasé las primeras casas en las afueras de La Push. Seguro que esto era lo más
lejos que se le permitía llegar a Alice.
La telefonearía cuando llegara a casa de Angela por la tarde, me dije para mis
adentros, para hacerle saber que me encontraba bien. No había motivo para que se
preocupara. No necesitaba enfadarse conmigo, porque Edward ya estaría suficientemente
furioso por los dos a su regreso.
Mi coche iba ya resollando cuando chirriaron los frenos al parar frente a la familiar casa
de color rojo desvaído. Se me volvió a hacer un nudo en la garganta al mirar aquel
pequeño lugar que una vez había sido mi refugio. Había pasado tanto tiempo desde que
había estado aquí.
Antes de que pudiera parar el motor, Jacob ya estaba en la puerta, con el rostro
demudado por la sorpresa.
En el silencio repentino que se hizo después de que el rugido del motor se detuviera,
oí su respiración entrecortada.
—¿Bella?
—¡Hola, Jake!
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—¡Bella! —gritó en respuesta y la sonrisa que había estado esperando atravesó su
rostro como el sol en un día nublado. Los dientes relampaguearon contra su piel
cobriza—. ¡No me lo puedo creer!
corrió hacia el coche, me sacó casi en volandas a través de la puerta abierta, y nos
pusimos a saltar como niños.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—¡Me he escapado!
—¡Impresionante!
—¡Hola, Bella! —Billy impulsó su silla hacia la entrada para ver a qué se debía toda
aquella conmoción.
—¡Hola, Bill...!
Y en ese momento me quedé sin aire. Jacob me había sepultado en un abrazo
gigante, tan fuerte, que no podía respirar y me daba vueltas en círculo.
—¡Guau, es estupendo tenerte aquí!
—No puedo... respirar —jadeé.
Él se rió y me puso en el suelo.
—Bienvenida de nuevo, Bella —me dijo con una sonrisa.
Y el modo en que lo dijo me sonó como «bienvenida a casa».
Empezamos a andar, demasiado nerviosos ante la perspectiva de quedarnos sentados
dentro de la casa. Jacob iba práticamente saltando mientras andaba y le tuve que
recordar unas cuantas veces que yo no tení piernas de tres metros.
Mientras camináamos, sentícóo me transformaba en otra versió de mímisma, la
que era cuando estaba con Jacob. Algo má joven, y tambié algo má irresponsable.
Alguien que harí, en alguna ocasió, algo realmente estúido sin motivo aparente.
Nuestra euforia durólos primeros temas de conversació que abordamos: quéestáamos haciendo, quéquerímos hacer, cuáto tiempo tení y quéme habí traío
hasta allí Cuando le contélo del folleto del lobo, de forma vacilante, su risa ruidosa hizo
eco entre los áboles.
Pero entonces, cuando paseáamos detrá de la tienda y atravesamos los matorrales
espesos que bordeaban el extremo má lejano de la playa Primera, llegamos a las partes
má difíiles de la conversació. Desde muy pronto tuvimos que hablar de las razones de
nuestra larga separació y observécóo el rostro de mi amigo se endurecí hasta formar
la mácara amarga que ya me resultaba tan familiar.
—ueno, ¿ de quéva esto en realidad? —e preguntóJacob, pateando un trozo de
madera de deriva fuera de su camino con una fuerza excesiva. Saltósobre la arena y
luego se estampócontra las rocas— O sea, que desde la útima vez que... bueno, antes,
ya sabes... —uchópara encontrar las palabras. Aspiróun buen trago de aire y lo intentóde nuevo— Lo que quiero decir es que... ¿implemente todo ha vuelto al mismo lugar que
antes de que é se fuera? ¿e lo has perdonado todo?
Yo tambié inspirécon fuerza.
Eclipse
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—No había nada que disculpar.
Me habría gustado saltarme toda esta parte, las traiciones y las acusaciones, pero
sabía que teníamos que hablar de todo esto antes de que fuéramos capaces de llegar a
algún otro lado.
El rostro de Jacob se crispó como si acabara de chupar un limón.
—Desearía que Sam te hubiera tomado una foto cuando te encontramos aquella
noche de septiembre. Sería la prueba A.
—No estamos juzgando a nadie.
—Pues quizá deberíamos hacerlo.
—Ni siquiera tú le culparías por marcharse, si conocieras sus motivos.
Me miró fijamente durante unos instantes.
—Está bien —me retó con amargura—. Sorpréndeme.
Su hostilidad me caía encima, quemándome en carne viva. Me dolía que estuviera
enfadado conmigo. Me recordó aquella tarde gris y deprimente, hacía mucho ya, cuando,
cumpliendo órdenes de Sam, me dijo que no podíamos seguir siendo amigos. Me llevó un
momento recobrar la compostura.
—Edward me dejó el pasado otoño porque pensaba que yo no debía salir con
vampiros. Pensó que sería mejor para mí si él se marchaba.
Jacob tardó en reaccionar. Luchó consigo mismo durante unos minutos. Lo que fuera
que tenía planeado decir, claramente, había dejado de tener sentido. Me alegraba de que
no supiera lo que había precipitado la decisión de Edward. Me podía imaginar qué habría
pensado de haber sabido que Jasper intentó matarme.
—Pero volvió, ¿no? —susurró Jacob—. Parece que le cuesta atenerse a sus propias
decisiones.
—Si recuerdas bien, fui yo la que corrió tras él y le trajo de vuelta.
Jacob me miró con fijeza durante un momento y después me dio la espalda. Relajó el
rostro y su voz se había vuelto más tranquila cuando volvió a hablar.
—Eso es cierto, pero nunca supe la historia. ¿Qué fue lo que pasó?
Yo dudaba y me mordí el labio.
—¿Es un secreto? —su voz se tornó burlona— ¿No me lo puedes contar?
—No —contesté con brusquedad—. Además, es una historia realmente larga.
El sonrió con arrogancia, se giró y echó a caminar por la playa, esperando que le
siguiera.
No tenía nada de gracioso estar con él si se iba a comportar de ese modo. Le seguí de
manera automática, sin saber si no sería mejor dar media vuelta y dejarle. Aunque tendría
que enfrentarme con Alice cuando regresara a casa... Así que pensándolo bien, en
realidad no tenía tanta prisa.
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Jacob llegó hasta un enorme y familiar tronco de madera, un árbol entero con sus
raíces y todo, blanqueado y profundamente hundido en la arena; de algún modo, era
nuestro árbol.
Se sentó en aquel banco natural y dio unas palmaditas en el sitio que había a su lado.
—No me importa que las historias sean largas. ¿Hay algo de acción?
Puse los ojos en blanco mientras me sentaba a su lado.
—La hay —concedí.
—No puede haber miedo de verdad si no hay un poco de acción.
—¡Miedo! —me burlé—. ¿Vas a escuchar o te vas a pasar todo el rato
interrumpiéndome para hacer comentarios groseros sobre mis amigos?
Hizo como que se cerraba los labios con llave y luego como que tiraba la llave invisible
sobre su hombro. Intenté no sonreír, pero no lo conseguí.
—Tengo que empezar con cosas que pasaron cuando tú estabas —decidí mientras
intentaba organizar las historias en mi mente antes de comenzar.
Jacob alzó una mano.
—Adelante. Eso está bien —añadió él—. No entendí la mayor parte de lo que pasó
entonces.
—Ah, vale, estupendo; es un poco complicado, así que presta atención. ¿Sabes ya
que Alice tiene visiones?
Interpreté que su ceño fruncido era una respuesta afirmativa, ya que a los hombres
lobo no les impresionaba que fuera verdad la leyenda de los poderes sobrenaturales de
los vampiros, así que procedí con el relato de mi carrera a través de Italia para rescatar a
Edward.
Intenté resumir lo más posible, sin dejarme nada esencial. Al mismo tiempo, me
esforcé en interpretar las reacciones de Jacob, pero su rostro era inescrutable mientras le
explicaba que Alice había visto los planes de Edward para suicidarse cuando escuchó que
yo había muerto. Algunas veces Jacob parecía ensimismarse en sus pensamientos, tanto
que ni siquiera estaba segura de que me estuviera escuchando. Sólo me interrumpió una
vez.
—¿La adivina chupasangres no puede vernos? —repitió, en su rostro una expresión
feroz y llena de alegría—. ¿En serio? ¡Eso es magnífico!
Apreté los dientes y nos quedamos sentados en silencio, con su cara expectante
mientras esperaba que continuase. Le miré fijamente hasta que se dio cuenta de su error.
—¡Oops! —exclamó—. Lo siento —y cerró la boca otra vez.
Su respuesta fue más fácil de comprender cuando llegamos a la parte de los Vulturis.
Apretó los dientes, se le pusieron los brazos con carne de gallina y se le agitaron las
aletas de la nariz. No entré en detalles, pero le conté que Edward nos había sacado del
problema, sin revelar la promesa que habíamos tenido que hacer ni la visita que
estábamos esperando. Jacob no necesitaba participar de mis pesadillas.
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—Ahora ya conoces toda la historia —concluí—. Es tu turno para hablar. ¿Qué ha
ocurrido mientras yo pasaba este fin de semana con mi madre?
Sabía que Jacob me proporcionaría más detalles que Edward. No temía asustarme.
Se inclinó hacia delante, animado al momento.
—Embry, Quil y yo estábamos de patrulla el sábado por la noche, sólo algo rutinario,
cuando allí estaba, saliendo de ninguna parte, ¡bum!, una pista fresca, que no tenía ni
quince minutos —alzó los brazos y remedó una explosión—. Sam quería que le
esperásemos, pero yo ignoraba que tú te habías ido y no sabía si tus chupasangres
estaban vigilando o no. Así que salimos en su persecución a toda velocidad, pero cruzó la
línea del tratado antes de que pudiéramos cogerla. Nos dispersamos por la línea
esperando que volviera a cruzarla. Fue frustrante, te lo juro —movió la cabeza y el pelo,
que ya le había crecido desde que se lo había rapado tan corto cuando se unió a la
manada, le cayó sobre los ojos—. Nos fuimos demasiado hacia el sur y los Cullen la
persiguieron hacia nuestro sitio, pero sólo a unos cuantos kilómetros al norte de nuestra
posición. Habría sido la emboscada perfecta si hubiéramos sabido dónde esperar.
Sacudió la cabeza, haciendo ahora una mueca.
—Entonces fue cuando la cosa se puso peligrosa. Sam y los otros le cogieron el rastro
antes de que llegáramos, pero ella iba de un lado a otro de la línea y el aquelarre en pleno
estaba al otro lado. El grande, ¿cómo se llama...?
—Emmett.
—Ese, bueno, pues él arremetió contra ella, pero ¡qué rápida es esa pelirroja! Voló
detrás de ella y casi se estrella contra Paul. Y ya sabes, Paul... bueno, ya le conoces.
—Sí.
—Se le fue la olla. No puedo decir que le culpe, tenía al chupasangres grandote justo
encima de él. Así que saltó... Eh, no me mires así. El vampiro estaba en nuestro territorio.
Intenté recomponer mi expresión para que continuara con su relato. Tenía las uñas
clavadas en las palmas de las manos con la tensión de la historia, incluso sabiendo que
había terminado bien.
—De cualquier modo, Paul falló y el grandullón regresó a su sitio, pero entonces, esto,
la, eh, bien, la rubia...
La expresión de Jacob era una mezcla cómica de disgusto y reacia admiración
mientras intentaba encontrar una palabra para describir a la hermana de Edward.
—Rosalie.
—Como quieras. Se había vuelto realmente territorial, así que Sam y yo nos
retrasamos para cubrir los flancos de Paul. Entonces su líder y el otro macho rubio...
—Carlisle y Jasper.
Me miró algo exasperado.
—Ya sabes que me da igual cómo se llamen. Como sea, Carlisle habló con Sam en un
intento de calmar las cosas. Y fue bastante extraño porque la verdad es que todo el
mundo se tranquilizó muy rápido. Creo que fue ese otro que dices, que nos hizo algo raro
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en la cabeza, pero aunque sabíamos lo que estaba haciendo, no podíamos dejar de estar
tranquilos.
—Ah, sí, ya sé cómo se siente uno.
—Realmente cabreado, así es como se siente uno. Sólo que no estás enfadado del
todo, al final —sacudió la cabeza, confundido—. Así que Sam y el vampiro líder acordaron
que la prioridad era Victoria y volvimos a la caza otra vez. Carlisle nos dio la pista de modo
que pudimos seguir el rastro correcto, pero entonces tomó el camino de los acantilados
justo al norte del territorio de los makah, donde la frontera discurre pegada a la costa
durante unos cuantos kilómetros. Así que se metió en el agua otra vez. El grandullón y el
tranquilo nos pidieron permiso para cruzar la frontera y perseguirla, pero se lo denegamos,
como es lógico.
—Estupendo. Quiero decir que vuestro comportamiento me parece estúpido, pero
estoy contenta. Emmett nunca tiene la suficiente prudencia. Podría haber salido herido.
Jacob resopló.
—Así que tu vampiro te dijo que los atacamos sin razón y que su aquelarre, totalmente
inocente...
—No —le interrumpí—. Edward me contó la misma historia, sólo que sin tantos
detalles.
—Ah —dijo Jacob entre dientes y se inclinó para coger una piedra entre los millones
de guijarros que teníamos a los pies. Con un giro casual, la mandó volando sus buenos
cien metros hacia las aguas de la bahía—. Bueno, ella regresará, supongo. Y volveremos
a tenerla a tiro.
Me encogí de hombros; ya lo creo que volvería, pero ¿de veras me lo contaría Edward
la próxima vez? No estaba segura. Debía mantener vigilada a Alice en busca de los
síntomas indicadores de que el patrón de comportamiento volvía a repetirse...
Jacob no pareció darse cuenta de mi reacción. Estaba sumido en la contemplación de
las olas con los gruesos labios apretados y una expresión pensativa en la cara.
—¿En qué estás pensando? —le pregunté después de un buen rato en silencio.
—Le doy vueltas a lo que me has dicho hace un rato. En cuando la adivina te vio
saltando del acantilado y pensó que querías suicidarte, y en cómo a partir de aquello todo
se descontroló... ¿Te das cuenta de que, si te hubieras limitado a esperarme, como se
supone que tenías que hacer, entonces la chup... Alice no habría podido verte saltar?
Nada habría cambiado. Probablemente, los dos estaríamos ahora en mi garaje, como
cualquier otro sábado. No habría ningún vampiro en Forks y tú y yo... —dejó que su voz se
apagara, perdido en sus pensamientos.
Era desconcertante su forma de ver la situación, como si fuera algo bueno que no
hubiera vampiros en Forks. Mi corazón comenzó a latir arrítmicamente ante el vacío que
sugería la imagen.
—Edward hubiera regresado de todos modos.
—¿Estás segura de eso? —me preguntó otra vez, volviendo a su aptitud beligerante
en cuanto mencioné el nombre de Edward.
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—Estar separados... no nos va bien a ninguno de los dos.
Comenzó a decir algo, algo violento a juzgar por su expresión, pero enmudeció de
pronto, tomó aliento y empezó de nuevo.
—¿Sabías que Sam está muy enfadado contigo?
—¿Conmigo? —me llevó entenderlo un segundo—. Ah, ya. Cree que se habrían
mantenido apartados si yo no estuvie-aquí.
—No. No es por eso.
—¿Cuál es el problema entonces?
Jacob se inclinó para tomar otra roca. Le dio vueltas una y otra vez, entre los dedos.
No le quitaba ojo a la piedra negra mientras hablaba en voz baja.
—Cuando Sam vio... en qué estado estabas al principio, cuando Billy les contó lo
preocupado que estaba Charlie porque no mejorabas y entonces, cuando empezaste a
saltar de los acantilados...
Puse mala cara. Nadie iba a dejar nunca que me olvidara de eso.
Los ojos de Jacob me miraron de hito en hito.
—Pensamos que tú eras la única persona en el mundo que tenía tanta razón para
odiar a los Cullen como él. Sam se siente... traicionado porque los volvieras a dejar entrar
en tu vida, como si jamás te hubieran hecho daño.
No me creí ni por un segundo que Sam fuera el único que se sintiera de ese modo, y
por tanto, el tono ácido de mi respuesta iba dirigido a ambos.
—Puedes decirle a Sam que se vaya a...
—Mira eso —Jacob me interrumpió señalándome a un águila en el momento en que se
lanzaba en picado hacia el océano desde una altura increíble. Recuperó el control en el
último minuto, y sólo sus garras rozaron la superficie de las olas, apenas durante un
instante. Después volvió a aletear, con las alas tensas por el esfuerzo de cargar con el
peso del pescado enorme que acababa de pescar—. Lo ves por todas partes —dijo con
voz repentinamente distante—. La naturaleza sigue su curso, cazador y presa, el círculo
infinito de la vida y la muerte.
No entendía el sentido del sermón de la naturaleza; supuse que sólo quería cambiar el
tema de la conversación, pero entonces se volvió a mirarme con un negro humor en los
ojos.
—Y desde luego, no verás al pez intentando besar al águila. Jamás verás eso —sonrió
con una mueca burlona.
Le devolví la sonrisa, una sonrisa tirante, porque aún tenía un sabor ácido en la boca.
—Quizás el pez lo está intentando —le sugerí—. Es difícil saber lo que piensa un pez.
Las águilas son unos pájaros bastante atractivos, ya sabes.
—¿A eso es a lo que se reduce todo? —su voz se volvió aguda—. ¿A tener un buen
aspecto?
—No seas estúpido, Jacob.
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—Entonces, ¿es por el dinero? —insistió.
—Estupendo —murmuré, levantándome del árbol—. Me halaga que pienses eso de mí
—le di la espalda y me marché.
—Oh, venga, no te pongas así —estaba justo detrás de mí; me cogió de la cintura y
me dio una vuelta—. ¡Lo digo en serio!, intento entenderte y me estoy quedando en
blanco.
Frunció el ceño enfadado y sus ojos se oscurecieron enquistados entre sombras.
—-Le amo. ¡Y no porque sea guapo o rico! —le escupí las palabras a la cara—.
Preferiría que no fuera ni lo uno ni lo otro. Incluso te diría que eso podría ser un motivo
para abrir una brecha entre nosotros, pero no es así, porque siempre es la persona más
encantadora, generosa, brillante y decente que me he encontrado jamás. Claro que le
amo. ¿Por qué te resulta tan difícil de entender?
—Es imposible de comprender.
—Por favor, ilumíname, entonces, Jacob —dejé que el sarcasmo fluyera denso—.
¿Cuál es la razón válida para amar a alguien? Como dices que lo estoy haciendo mal...
—Creo que el mejor lugar para empezar sería mirando dentro de tu propia especie.
Eso suele funcionar.
—¡Eso es... asqueroso! —le respondí con brusquedad—. Supongo que debería estar
loca por Mike Newton después de todo.
Jacob se estremeció y se mordió el labio. Pude ver que mis palabras le habían herido,
pero yo estaba demasiado enfadada para sentirme mal por ello.
Me soltó la muñeca y cruzó los brazos sobre el pecho, volviéndose para mirar hacia el
océano.
—Yo soy humano —susurró, con voz casi inaudible.
—No eres tan humano como Mike —continué sin piedad—. ¿Sigues pensando que es
la consideración más importante?
—No es lo mismo —Jacob no apartó los ojos de las olas grises—. Yo no he escogido
esto.
Me eché a reír incrédula.
—¿Y crees que Edward sí? Él no sabía lo que le estaba ocurriendo más que tú. Él no
eligió esto.
Jacob cabeceó de atrás adelante con un movimiento rápido y corto.
—¿Sabes, Jacob?, es terrible por tu parte que pretendas sentirte moralmente superior,
considerando que tú eres un licántropo.
—No es lo mismo —repitió él, mirándome con el ceño fruncido.
—No veo por qué no. Podrías ser un poquito más comprensivo con los Cullen. No
tienes idea de lo buenos que son, pero buenos de verdad, Jacob.
Frunció el ceño más profundamente.
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—No deberían existir. Su existencia va contra la naturaleza.
Le miré con fijeza durante un largo rato, con una ceja alzada, llena de incredulidad.
Pasó un tiempo hasta que se dio cuenta.
—¿Qué?
—Hablando de algo antinatural... —insinué.
—Bella —me dijo, con la voz baja, y algo diferente. Envejecida. Me di cuenta de que,
de repente, sonaba mucho mayor que yo, como un padre o un profesor—. Lo que yo soy
ha nacido conmigo. Es parte de mi naturaleza, de mi familia, de lo que todos somos como
tribu, es la razón por la cual todavía estamos aquí. Aparte de eso —bajó la vista para
mirarme, con sus ojos oscuros inescrutables—, sigo siendo humano.
Me cogió la mano y la presionó contra su pecho ardiente como la fiebre. A través de su
camiseta, pude sentir el rápido latido de su corazón contra mi mano.
—Los humanos normales no arrojan motos por ahí, como haces tú.
Él sonrió ligeramente, con una media sonrisa.
—Los humanos normales huyen de los monstruos, Bella. Y nunca he proclamado ser
normal. Sólo humano.
Continuar enfadada con Jacob resultaba muy cansado. Empecé a sonreír mientras
retiraba la mano de su pecho.
—La verdad es que me pareces humano del todo —concedí—. Al menos de momento.
—Me siento humano.
Miró a lo lejos, y volvió el rostro. Le tembló el labio inferior y se lo mordió con fuerza.
—Oh, Jake —murmuré al tiempo que buscaba su mano.
Esa era la razón por la que estaba aquí. Ésa era la razón por la que no me importaba
quedarme, fuera cual fuera la recepción que me esperase al regresar. Porque bajo toda
esa ira y ese sarcasmo, Jacob sufría. Justo ahora, lo estaba viendo en sus ojos. No sabía
ayudarle, pero sabía que tenía que intentarlo. No era por todo lo que le debía, sino porque
su pena me dolía a mí también.
Jacob se había convertido en parte de mí y no había nada que pudiera cambiar eso.

Imprimación
—¿Te encuentras bien, Jake? Charlie dijo que lo habías pasado mal. ¿No has
mejorado nada?
—No estoy tan mal —contestó.
Rodeó mi mano con la suya, pero evitó mi mirada. Anduvo despacio de vuelta a la
plataforma de madera flotante sin apartar la vista de los colores cristalinos del arco iris,
empujándome suavemente para mantenerme a su lado. Me senté de nuevo en nuestro
árbol, pero él se repantigó sobre el húmedo suelo rocoso en vez de acomodarse junto a
mí. Me pregunté si lo haría para poder hurtar el rostro a mis ojos con más facilidad. No me
soltó la mano.
Comencé a parlotear para llenar el silencio.
—Ha pasado mucho tiempo desde que estuve aquí. Probablemente, me habré perdido
un montón de cosas. ¿Cómo están Sam y Emily? ¿Y Embry? ¿Cómo se tomó Quil...?
Me interrumpí a mitad de frase al recordar que el amigo de Jacob era un tema
espinoso.
—Ah, Quil —Jacob suspiró.
Entonces, había sucedido: Quil debía de haberse incorporado a la manada.
—Lo siento —me disculpé entre dientes.
—No se te ocurra decirle eso a él —gruñó Jacob, para mi sorpresa.
—¿Qué quieres decir?
—Quil no busca compasión, más bien todo lo contrario. Está que no cabe en sí de
gozo. Es feliz.
No vi sentido alguno a aquello. Todos los demás licántropos se habían entristecido
ante la perspectiva de que sus amigos compartieran su destino.
—¿Qué?
acob ladeó la cabeza y la echó hacia atrás para mirarme. Esbozó una sonrisa y puso
los ojos en blanco.
—Él considera que esto es lo más guay que le ha pasado nunca. En parte se debe a
que al fin sabe de qué va la película, pero tambien le entusiasma haber recuperado a sus
amigos y estar en la onda —Jacob bufó—. Supongo que no debería sorprenderme, es
muy propio de él.
—¿Le gusta?
—¿La verdad...? A casi todos les gusta —admitió Jacob con voz pausada—. No hay
duda de que tiene ciertas ventajas: la velocidad, la libertad, la fuerza, el sentido de...
familia. Sam y yo somos los únicos que sentimos una verdadera amargura, y él hizo el
transito hace mucho, por lo que ahora soy el único «quejica».
Mi amigo se rióde símismo.
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—¿Por qué Sam y tú sois diferentes? En todo caso, ¿qué le ocurre a Sam? ¿Cuál es
su problema?
Eran demasiadas las cosas que yo quería saber y formulé las preguntas demasiado
seguidas, sin darle espacio para que las respondiera. Jacob volvió a reírse.
—Es una larga historia.
—Yo te he contado otra bastante larga. Además, no tengo ninguna prisa en regresar
—le contesté al tiempo que hacía una mueca cuando pensé en el lío en que me iba a
meter cuando volviera.
Él alzó los ojos de inmediato al percatarse del doble sentido de mis palabras.
—¿Se va a enfadar contigo?
—Sí —admití—. No soporta que haga cosas que considera... arriesgadas.
—¿Como andar por ahí con licántropos?
—Exacto.
Jacob se encogió de hombros.
—No vuelvas entonces. Quédate y dormiré en el sofá.
—¡Qué gran idea! —rezongué con ironía—. En tal caso, vendrá a buscarme.
Mi amigo se envaró y esbozó una sonrisa torva.
—¿Lo haría?
—Si temiera encontrarme herida o algo similar..., probablemente.
—La perspectiva de que te quedes cada vez me gusta más.
—Jacob, por favor, sabes que eso me reconcome de verdad.
—¿El qué?
—¡Que os podáis matar el uno al otro! —protesté—. Me vuelve loca. ¿Por qué no
podéis comportaros de forma civilizada?
—¿Está dispuesto a matarme? —preguntó él con gesto huraño, haciendo caso omiso
a mi ira.
—No tanto como pareces estarlo tú —me percaté de que le estaba chillando—. Al
menos, él es capaz de comportarse como un adulto en este tema. Sabe que me lastima a
mí al herirte a ti, por lo que nunca lo haría. ¡Eso no parece preocuparte en absoluto!
—Claro, por supuesto —musitó él—. Estoy convencido de que es todo un pacifista.
—¡Vale!
Di un tirón para retirar mi mano de la suya y aparté su cabeza de mi lado. Luego,
recogí las piernas contra el pecho y las abarqué con los brazos lo más fuerte posible.
Lancé una mirada fulminante al horizonte. Echaba chispas.
Jacob permaneció inmóvil durante unos minutos y al final se levantó del suelo para
sentarse a mi lado y me pasó el brazo por los hombros.
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—Lo siento —se disculpó con un hilo de voz—. Intentaré comportarme.
No le respondí.
—¿Aún quieres saber lo de Sam? —me propuso.
Me encogí de hombros.
—Es una larga historia, como te dije, y también muy extraña. Esta nueva vida tiene
demasiadas cosas raras y no he dispuesto de tiempo para contarte ni la mitad; la relativa a
Sam..., bueno, no se siquiera si voy a poder explicarlo correctamente.
Sus palabras me picaron la curiosidad a pesar de mi enfado.
—Te escucho —repuse con frialdad.
Atisbé de reojo su boca; al sonreír, curvó hacia arriba la comisura de sus labios.
—Fue mucho más duro para Sam que para los demás, ya que al ser el primero, estaba
solo, y no había nadie que le explicara lo que sucedía. Su abuelo murió antes de que él
naciera y su padre siempre estaba ausente, por lo que no había persona alguna capaz de
reconocer los síntomas. La primera vez que se transformó llegó a pensar que había
enloquecido. Pasaron dos semanas antes de que se calmara lo suficiente para volver a su
estado anterior.
»No puedes acordarte de esto porque acaecióantes de que vinieras a Forks. La
madre de Sam y Leah Clearwater movilizaron a los guardabosques y a la policí para la
búqueda. Se pensaba que habí sufrido un accidente o algo por el estilo...
—¿eah? —nquirí sorprendida. Leah era la hija de Harry y la menció de su nombre
me abrumóde piedad. Harry Clearwater, el amigo de toda la vida de Charlie, habí muerto
de un ataque al corazó la primavera pasada.
La voz de mi amigo cambió se endureció
—í Ella y Sam fueron novios en el colegio. Empezaron a s.i lir cuando é era un
novato. Leah se puso como una loca cuan do é desapareció
—ero é y Emily...
—a llegaremos a eso... Forma parte de la historia —e atajó Inspirómuy despacio y
luego espiróde golpe.
Suponí que era estúido por mi parte pensar que Sam no habí amado a otra mujer
que no fuera Emily. La mayorí de la gente se enamora muchas veces a lo largo de la
vida. Era sóo que, tras verlos juntos, no podí imaginámelos con otra persona. La forma
en que é la miraba, bueno, me recordaba a las pupilas de Edward cuando me observaba.
—am volviódespué de su transformació —rosiguió— pero no podí revelar a
nadie su paradero durante aquella ausencia y se dispararon los rumores, la mayorí decí
que no habí estado en ningú sitio bueno. Una tarde, Sam entrócorriendo en casa y se
encontrópor casualidad al Viejo Quil Ateara, el abuelo de Quil, que habí ido a visitar a la
señra Uley. Al anciano estuvo a punto de darle una apoplejí cuando Sam le estrechóla
mano.
Mi amigo interrumpióla historia y se echóa reí.
—¿or qué
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Jacob puso la mano en mi mejilla y me giró el rostro para que le mirase. Se había
inclinado sobre mí y tenía el semblante a escasos centímetros del mío. La palma de su
mano me quemaba la piel, como cuando tenía fiebre.
—De acuerdo —repuse. Resultaba incómodo tener su cara a tan escasa distancia y su
mano sobre mi piel—. A Sam le había subido la temperatura.
Jacob rió una vez más.
Tocar la mano de Sam era como ponerla encima de un radiador.
Le tenía tan cerca de mí que podía sentir el roce de su aliento. Alcé el rostro con
tranquilidad y aparté su mano, pero ensortijé mis dedos entre los suyos a fin de no herir
sus sentimientos.
Sonrió y se echó hacia atrás, desalentado por mi pretendida despreocupación.
—Entonces, Ateara acudió enseguida a los ancianos —continuo Jacob—, pues eran
los únicos que aún recordaban, los que sabían. De hecho, el señor Ateara, Billy y Harry
habían visto transformarse a sus abuelos. Cuando el Viejo Quil habló con ellos, los
ancianos se reunieron en secreto con Sam y se lo explicaron todo.
»Resultómá fáil cuando lo comprendióy al fin dejóde estar solo. Ellos eran
conscientes de que, aunque ningú otro joven era lo bastante mayor, é no iba a ser el
úico en verse afectado por el regreso de los Cullen —acob pronuncióel apellido de sus
enemigos con involuntario resentimiento— De ese modo, Sam esperóhasta que los
demá nos uniéamos a é...
—os Cullen no tenín ni idea —epuse en un susurro— Ni siquiera creín que aú
hubiera hombres lobo en la zona. Ignoraban que su llegada os iba a cambiar.
—so no altera el hecho de que lo hicieran.
—ecuédame que no te tome ojeriza.
—¿rees que puedo mostrar la misma indulgencia que tú No todos podemos ser
santos ni mátires.
—rece, Jacob.
—uémá quisiera yo —ascullóen voz baja.
Le estudiécon la mirada mientras intentaba descubrir el significado de su respuesta.
—¿ué
É se rióentre dientes.
—s una de las peculiaridades que te comenté..
—o... ¿o puedes crecer...? —e miré aú sin comprender— ¿s eso? ¿o
envejeces...? ¿s un chiste?
—o —runciólos labios al pronunciar la o.
Sentíque la sangre me huí del rostro y se me llenaron los ojos de lárimas de rabia.
Apretélos dientes, que rechinaron de forma ostensible.
—¿uéhe dicho, Bella?
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Volví a ponerme de pie con los puños apretados y el cuerpo tembloroso.
—Tú... no... envejeces —mascullé entre dientes.
Jacob me puso la mano en el hombro y me atrajo con delicadeza en un intento de
hacerme sentar.
—Ninguno de nosotros se avejenta. ¿Qué rayos te pasa?
—¿Es que soy la única que se va a convertir en una vieja? —estaba hablando a gritos
mientras manoteaba en el aire. Una minúscula parte de mí era consciente de que hacía el
ridículo, pero mi lado racional se veía ampliamente superado por el irracional—. ¡Maldita
sea! ¿En qué clase de mundo vivimos? ¡No es justo!
—Tranquilízate, Bella.
—Cierra la boca, Jacob. Tú, ¡cierra la boca! ¡Esto es muy injusto!
—¿De verdad pegas patadas en el suelo? Creía que eso sólo lo hacían las chicas en
la tele.
Emití un gruñido patético.
—No es tan malo como te crees. Siéntate y te lo explico.
—Prefiero quedarme de pie.
Puso los ojos en blanco.
—Vale, como gustes, pero atiende... Envejeceré... algún día.
—Aclárame eso.
El palmeó el árbol. Le fulminé con la mirada durante unos segundos, pero luego me
senté. Mi malhumor se desvaneció con la misma rapidez con la que había llegado y me
calmé lo bastante para comprender que yo misma me estaba poniendo en ridículo.
—Cuando obtengamos el suficiente control para dejarlo... —empezó Jacob—.
Volveremos a envejecer cuando dejemos de transformarnos durante un largo periodo. No
va a ser fácil —sacudió la cabeza, repentinamente dubitativo—. Vamos a necesitar mucho
tiempo para obtener semejante dominio, o eso creo. Ni siquiera Sam lo tiene aún. Por
supuesto, la presencia de un enorme aquelarre de vampiros ahí arriba, al otro lado de la
ladera, no es de mucha ayuda. Ni se nos pasa por la cabeza la bússqueda de ese
autodominio cuando la tribu necesita protectores, pero no hace falta que te preocupes sin
necesidad porque, físicamente al menos, ya soy mayor que tú.
—¿A qué te refieres?
—Mírame, Bella. ¿Aparento dieciséis años?
Contemplé su colosal cuerpo de arriba abajo con plena objetifidad y admití:
—No exactamente.
—No del todo... aún. Nos habremos desarrollado por completo dentro de pocos
meses, cuando se activen nuestros genes de licantropos. Voy a pegar un buen estirón
—torció el gesto—. Fínicamente, voy a aparentar alrededor de unos veinticinco, o algo
asi... Ya no vas a poder ponerte histérica por ser mayor que yo durante al menos otros
siete años.
Eclipse
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«Unos veinticinco, o algo así». Me arméun lí ante esa perspectiva, pero yo
recordaba el estiró anterior de mi amigo, recordaba haberle visto crecer y adquirir
corpulencia. Me acordaba de que cada dí tení un aspecto diferente al anterior. Meneéla
cabeza, presa del vétigo.
—ueno, ¿uieres oí la historia de Sam o prefieres seguir pegando gritos por cosas
que no comprendo?
Respiréhondo.
—isculpa. No me gustan los comentarios relativos a la edad. Es como poner el dedo
en la llaga.
Jacob entrecerrólos ojos. Tení el aspecto de quien piensa el modo de contar algo.
Dado que no deseaba hablar del asunto verdaderamente delicado, mis planes para el
futuro, ni de los tratados que esos planes podrín romper, le apuntépara ayudarle a
empezar con la historia.
—ijiste que a Sam todo le resultómá fáil una vez que comprendiósu situació tras
su encuentro con Billy, Harry y el señr Ateara. Tambié me has contado que la licantropí
tiene sus cosas buenas... —acilédurante unos instantes— Entonces, ¿or quéSam las
aborrece tanto? ¿or quéle gustarí que yo las detestara?
Jacob suspiró
—so es lo má extrañ.
—ueno, yo estoy a favor de lo raro.
—í lo sé—e dedicóuna sonrisa burlona— Bueno, tienes razó, una vez que Sam
estuvo al tanto de lo que ocurrí, todo recuperócasi la normalidad y su vida volvióa ser la
de siempre, bueno, quizáno llevóuna existencia normal, pero símejor —a expresió de
Jacob se tensócomo si tuviera que abordar la narració de algú momento doloroso—
Sam no podí decíselo a Leah. Se supone que no debemos reveláselo a nadie
inadecuado y é se poní en peligro al permanecer cerca de su amada. Por eso la
engañba, como hice yo contigo. Leah se enfadaba cuando é no le contaba dóde habí
estado ni adonde iba de noche ni por quéestaba tan fatigado, pero a su manera se
entendieron, lo intentaron. Se amaban de verdad.
—¿lla lo descubrió ¿ue eso lo que ocurrió
É negócon la cabeza.
No, ée no fue el problema. Un fin de semana, Emily Young vino de la reserva de los
makah para visitar a su prima Leah.
—¿mily es prima de Leah? —reguntécon voz entrecortada.
—on primas segundas, aunque cercanas. De pequeñs, parecian hermanas.
—s... espantoso... ¿óo pudo Sam...? —i voz se fue apagando mientras
continuaba sacudiendo la cabeza.
—o le juzgues aú. ¿e ha hablado alguien de...? ¿as oío hablar de la
imprimació?
—¿mprimació? —epetíesa expresió tan poco familiar— lo, ¿uésignifica?
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Es una de esas cosas singulares con las que nos las tenemos que ver, aunque no le
suceden a todo el mundo. De hecho, es la excepción, no la regla. Por aquel entonces,
Sam ya había oído todas las historias que solíamos tomar como leyendas y sabía en qué
consistía, pero ni en sueños...
—¿Qué es? —le azucé.
La mirada de Jacob se ensimismó en la inmensidad del océano.
—Sam amaba a Leah, pero no le importó nada en cuanto vio a Emily. A veces, sin que
sepamos exactamente la razón, encontramos de ese modo a nuestras parejas —sus ojos
volvieron a mirarme de forma fugaz mientras se ponía colorado—. Me refiero a nuestras
almas gemelas.
—¿De qué modo? ¿Amor a primera vista? —me burlé.
Él no sonreía y en sus ojos oscuros leí una crítica a mi reacción.
—Es un poquito más fuerte que eso. Más... contundente.
—Perdón —murmuré—. Lo dices en serio, ¿verdad?
—Así es.
—¿Amor a primera vista pero con mayor fuerza? —había aún una nota de incredulidad
en mi voz, y él podía percibirla.
—No es fácil de explicar. De todos modos, tampoco importa —se encogió de
hombros—. Querías saber qué sucedió para que Sam odiara a los vampiros porque su
presencia le transformó e hizo que se detestara a sí mismo. Pues eso fue lo que le
sucedió, que le rompió el corazón a Leah. Quebrantó todas las promesas que le había
hecho. Sam ha de ver la acusación en los ojos de Leah todos los días con la certeza de
que ella tiene razón.
Enmudeció de forma abrupta, como si hubiera hablado más de la cuenta.
—¿Cómo maneja Emily esa situación estando como estaba tan cercana a Leah...?
Sam y Emily estaban hechos el uno para el otro, eran dos piezas perfectamente
compenetradas, formadas para encajar la una en la otra. Aun así, ¿cómo lograba Emily
superar el hecho de que su amado hubiera pertenecido a otra, una mujer que había sido
casi su hermana?
—Se enfadó mucho en un primer momento, pero es difícil resistirse a ese nivel de
compromiso y adoración —Jacob suspiró—. Entonces, Sam pudo contárselo todo.
Ninguna regla te ata cuando encuentras a tu media naranja. ¿Sabes cómo resultó herida
Emily?
—Sí.
La historia oficial en Forks era que la había atacado y herido un oso, pero yo estaba al
tanto del secreto.
«Los licátropos son inestables», habí dicho Edward. «La gente que estácerca de
ellos termina herida.»
—ueno, por extrañ que pueda parecer, fue la solució a todos los problemas. Sam
estaba tan horrorizado y sentí tanto desprecio hacia símismo, tanto odio por lo que habí
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hecho, que se habría lanzado bajo las ruedas de un autobús si eso le hubiera hecho sentir
mejor. Y lo podía haber hecho sólo para escapar de sus actos. Estaba desolado...
Entonces, sin saber muy bien cómo, ella le reconfortó a él, y después de eso...
Jacob no verbalizó el hilo de sus pensamientos, pero sentí que la historia tenía un
cariz demasiado personal como para compartirlo.
—Pobre Emily —dije en cuchicheos—. Pobre Sam. Pobre Leah…
—í Leah fue la peor parada —oincidióé— Le echa valor. Va a ser la dama de
honor.
Contemplécon fijeza la silueta recortada de las rocas que emergian del océno como
dedos en los bordes del malecó sur; entretanto, intentaba encontrarle sentido a todo
aquello sin que é apartara los ojos de mi rostro, a la espera de que yo dijera algo.
—¿e ha pasado a ti eso del amor a primera vista? —nquiríal fin, sin desviar la vista
del horizonte.
—o —eplicócon viveza— Sóo les ha sucedido a Sam y Jared.
—m —ontestémientras fingí un interé muy pequeñ, deterrminado por la
cortesí; pero me quedéaliviada.
Intentéexplicar semejante reacció en mi fuero interno. Resolvíque me alegraba de
que Jacob no afirmara la existencia de alguna mítica conexió lobezna entre nosotros
dos. Nuestra relació ya era bastante confusa en su estado actual. No necesitaba ningú
otro elemento sobrenatural añdido a los que ya debí atender.
É permanecí callado, y el silencio resultaba un poco incóodo. La intuició me decí
que no querí oí lo que estaba pensando, y para romper su mutismo, pregunté
—¿uétal le fue a Jared?
—in nada digno de menció. Se trataba de su compañra de pupitre. Se habí
sentado a su lado un añ y no la habí mirado dos veces. Entonces, de pronto, é cambió
la volvióa mirar y ya no apartólos ojos. Kim quedóencantada, ya que estaba loca por é.
En su diario, habí enlazado el apellido de Jared al de ella por todas partes.
Se carcajeócon sorna.
—¿e lo dijo Jared? No debióhacerlo.
Jacob se mordióel labio.
—upongo que no deberí reíme, aunque es divertido.
—enuda alma gemela.
El suspiró
—ared no me comentónada de eso a sabiendas. Ya te lo he explicado, ¿e
acuerdas?
—h, sí sois capaces de oí los pensamientos de los demá miembros de la manada,
pero sóo cuando sois lobos, ¿o es así
—xacto. Igual que tu chupasangres —orcióel gesto.
—dward —e corregí
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—Vale, vale. Por eso es por lo que sé tanto acerca de los sentimientos de Sam. No es
igual que si él nos lo hubiera contado todo de haber podido elegir. De hecho, es algo que
todos odiamos —de pronto, su voz se cargó de amargura—. No tener privacidad ni
secretos es atroz. Todo lo que te avergüenza queda expuesto para que todos lo vean.
Se encogió de hombros.
—Tiene pinta de ser algo espantoso —murmuré.
—Resulta útil cuando hemos de coordinarnos —repuso a regañadientes—, una vez de
higos a brevas. Lo de Laurent fue divertido. Y si los Cullen no se hubieran interpuesto en
nuestro camino este último sábado... ¡Ay! —refunfuñó—. ¡Podíamos haberla alcanzado!
Apretó los puños con rabia.
Me estremecí. Por mucho que me preocupara que Jasper o Emmett resultasen
heridos, no era nada en comparación con el pánico que me entró sólo de pensar en que
Jacob se lanzase contra Victoria. Emmet y Jasper eran lo más cercano que yo podía
imaginar a dos seres indestructibles, pero él seguía siendo una criatura de sangre caliente
y en comparación, aún era un humano, un mortal. La idea de que Jacob se enfrentara a
Victoria, con su destellante melena alborotada alrededor de aquel rostro extrañamente
felino, me hizo estremecer.
Jacob alzó los ojos y me estudió con gesto de curiosidad.
—Pero, de todos modos, ¿no te sucede eso todo el tiempo? ¿No te lee Edward el
pensamiento?
—Oh, no, nunca entra en mi mente. Aunque ya le gustaría.
La expresión de su rostro reflejó perplejidad.
—No puede leerme la mente —le expliqué con una pequeña mitad de petulancia en la
voz, fruto de la costumbre—. Soy la única excepción, pero ignoramos el motivo.
—¡Qué raro! —comentó Jacob.
—Sí —la suficiencia desapareció—. Probablemente, eso significa que me falta algún
que otro tornillo —admití.
—Siempre supe que no andabas bien de la cabeza —murmuró él.
—Gracias.
De pronto, los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes y tuve que entornar los
ojos para no quedar cegada por el resplandor del mar. Todo cambió de color: las aguas
pasaron del gris al azul; los árboles de un apagado verde oliva a un chispeante tono jade;
los guijarros relucían como joyas con todos los colores del arco iris.
Parpadeamos durante unos instantes para ganar tiempo hasta que nuestras pupilas se
habituaran al aumento de luminosidad. Sólo se escuchaba el apagado rugir de las olas,
que retumbaban por los cuatro lados del malecón, el suave crujido de las rocas al
entrechocar entre sí bajo el empuje del océano y los chillidos de las gaviotas en el cielo.
Era muy tranquilo.
Jacob se acomodó más cerca de mí, tanto que se apoyó contra mi brazo y, como
estaba ardiendo, al minuto siguiente tuve que mover los hombros para quitarme la
Eclipse
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chaqueta impermeable. Profirió un ronroneo gutural de satisfacción y apoyó la mejilla
sobre mi coronilla. El sol me calentaba la piel, aunque no tanto como Jacob. Me pregunté
con despreocupación cuánto iba a tardar en salir ardiendo.
—¿En qué piensas? —susurró.
—En el sol.
—Um. Es agradable.
—¿Y en qué piensas tú?
—Recordaba aquella película que me llevaste a ver —rió entre dientes—. Y a Mike
Newton vomitando por todas partes.
Yo también me desternillé, sorprendido por cómo el tiempo altera los recuerdos. Aquél
solía ser uno de los de mayor estrés y confusión, pues fue mucho lo que cambió esa
noche, y ahora era capaz de reírme. Aquélla fue la última velada que Jacob y yo pasamos
juntos antes de que él supiera la verdad sobre su linaje. Allí terminaba su memoria
humana. Ahora, por extraño que pudiera parecer, se había convertido en un recuerdo
agradable.
—Echo de menos la facilidad con que sucedía todo... la sencillez —reconoció—. Me
alegra tener una buena capacidad de recordar.
Suspiró.
Sus palabras activaron mis propios recuerdos y me envaré, presa de una repentina
tensión. El se percató y preguntó:
—¿Qué pasa?
—Acerca de esa excelente memoria tuya... —me aparté para poder leer la expresión
de su rostro e inquirí—: ¿Te importaría decirme qué pensabas el lunes por la mañana?
Tus reflexiones molestaron a Edward —el verbo «molestar» no era precisamente el
adecuado, pero deseaba obtener una respuesta, por lo que que era mejor no empezar con
demasiada dureza.
El rostro de Jacob se animóal comprender y se carcajeó
—staba pensando en ti. A é no le gustóni pizca, ¿erdad?
—¿n mi? ¿n quéexactamente?
Jacob se volvióa reí a carcajadas, pero en esta ocasió con una nota de mayor
dureza.
—ecordaba tu aspecto la noche en que Sam te halló Es como si hubiera estado allí
ya que lo he visto en su mente. Ese recuerdo es el que siempre acecha a Sam, ya sabes,
y luego recordétu imagen la primera vez que viniste de visita a casa. Apuesto a que no
tienes ni idea de lo confusa que estabas, Bella. Tardaste varias semanas en volver a tener
una apariencia humana. Siempre recuerdo que te abrazabas el cuerpo como si estuviera
hecho añcos y quisieras mantenerlo unido con los brazos —e le crisparon las facciones y
sacudióla cabeza— Me resulta duro recordar tu tristeza de entonces, pero no es culpa
mí. Imagino que para é debe ser aú má duro y penséque Edward debí echar un
vistazo a lo que habí hecho.
Le peguéun manotazo en el hombro con tal fuerza que me hice dañ.
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—¡No vuelvas a hacerlo jamás, Jacob Black! Promételo.
—Ni hablar. Hacía meses que no me lo pasaba tan bien.
—A mi costa, Jake...
—Vamos, Bella, contrólate. ¿Cuándo volveré a verle? No le des vueltas.
Me puse en pie. Él me tomó la mano cuando intenté alejarme. Di un tirón para
soltarme.
—Me largo, Jacob.
—No, no te vayas aún —protestó; la presión de su mano en torno a la mía aumentó—.
Disculpa, y... Vale. No volveré a hacerlo. Te lo prometo.
Suspiré.
—Gracias, Jake.
—Vamos, regresemos a mi casa —dijo con impaciencia.
—En realidad, creo que debería marcharme. Angela Weber me está esperando y sé
que Alice está preocupada. No quiero inquietarla demasiado.
—¡Pero si acabas de llegar!
—Eso es lo que parece —admití.
Alcé la vista a lo alto para mirar el sol, sin saber que ya lo tenía exactamente encima
de mi cabeza. ¿Cómo podía haber transcurrido el tiempo tan deprisa?
Sus cejas se hundieron sobre los ojos.
—No sé cuándo volveré a verte —añadió con voz herida.
—Regresaré la próxima vez que él se vaya —le prometí de forma impulsiva.
—¿Irse? —Jacob puso los ojos en blanco—. Es un buen eufemismo para describir su
conducta. Malditas garrapatas.
—¡No vendré jamás si eres incapaz de ser agradable! —le amenacé mientras daba
tirones para liberar la mano. Se negó a dejarme ir.
—No te enfades, va —repuso mientras esbozaba un gesto burlón—. Ha sido una
reacción instintiva.
—Vas a tener que meterte algo en la cabeza, si quieres que vuelva, ¿vale? —él
esperó—. Mira, no me preocupa quién es un vampiro ni quién un licántropo —le
expliqué—. Es irrelevante. Tú eres Jacob, él es Edward y yo, Bella. Todo lo demás no
importa.
Entornó levemente los ojos.
—Pero yo soy un licántropo —repuso de mala gana—, y él, un vampiro —agregó con
obstinada repugnancia.
—¡Y yo soy virgo! —grité, exasperada.
Enmarcó las cejas y sopesó mi expresión con ojos llenos de curiosidad. Al final se
encogió de hombros.
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—Si en verdad eres capaz de verlo así...
—Puedo hacerlo.
—De acuerdo. Bella y Jacob. Nada de extrañas virgos por aquí.
Me dedicó una sonrisa, el cálido gesto de siempre que tanto habia añorado. Sentí que
otra sonrisa de respuesta se extendía por mi cara.
—Te he echado mucho de menos, Jake —admití, sin pensármelo.
—Yo también —su sonrisa se ensanchó. Claramente, había felicidad en sus ojos, por
una vez sin atisbo de ira ni amargura—. Más de lo que supones. ¿Volveré a verte pronto?
l—En cuanto pueda —le prometí.
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Suiza
Mientras conducía de vuelta a casa, no prestaba mucha atención a la superficie
mojada de la carretera, que resplandecía al sol. Reflexionaba acerca del torrente de
información que Jacob había compartido conmigo en un intento de sacar algo en claro y
lograr que todo tuviera sentido. Me sentía más ligera a pesar del agobio. No es que ver
sonreír de nuevo a Jacob y haber discutido sobre todos los secretos hubiera arreglado
algo, pero facilitaba las cosas. Había hecho bien en ir. Jacob me necesitaba y,
obviamente, no había peligro, pensé mientras entrecerraba los párpados para no
quedarme cegada.
El coche apareció de la nada. Un instante antes, en el espejo retrovisor no había más
que una calzada reluciente y después, de repente, tenía pegado un Volvo plateado
centelleante bajo el sol.
—Ay, mierda —me quejé.
Consideré la posibilidad de acercarme al arcén y parar, pero era demasiado cobarde
para hacerle frente en ese mismo momento. Había contado con disponer de algún tiempo
de preparación y tener cerca a Charlie como carabina. Eso, al menos, le obligaría a no
alzar la voz.
El Volvo continuó a escasos centímetros detrás de mí. Mantuve la vista fija en la
carretera.
Conduje hasta la casa de Angela completamente aterrada; no permití que mis ojos se
encontraran con los suyos, que parecían haber abierto un boquete al rojo vivo en mi
retrovisor.
Me siguió hasta que pisé el freno en frente de la casa de los Weber. Él no se detuvo y
yo no alcé la mirada cuando pasó a mi lado para evitar ver la expresión de su rostro, y en
cuanto desapareció, salvé lo más deprisa posible el corto trecho que mediaba hasta la
puerta de Angela.
Ben la abrió antes de que yo dejara de llamar con los nudillos.
Daba la impresión de que estaba justo detrás.
—¡Hola, Bella! —exclamó, sorprendido.
—Hola, Ben. Eh... ¿Está Angela?
Me pregunté si mi amiga se había olvidado de nuestros planes y me achanté ante la
perspectiva de volver temprano a casa.
—Claro —repuso Ben justo antes de que ella apareciera en lo alto de las escaleras y
me llamara:
—¡Bella!
Ben echó un vistazo a mi alrededor cuando oímos el sonido de un coche en la
carretera, pero este ruido no me asustó al no parecerse en nada al suave ronroneo del
Volvo. El vehículo fue dando trompicones hasta detenerse en medio de un fuerte petardeo
del tubo de escape. Ésa debía de ser la visita que Ben estaba esperando.
Eclipse
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—Ya viene Austin —anunció Ben cuando Angela llegó a su lado.
El sonido de un bocinazo resonó en la calle.
—Te veo luego —le prometió Ben—. Ya te echo de menos.
Él pasó el brazo alrededor del cuello de Angela y la atrajo hacia abajo para ponerla a
su altura y poderla besar con entusiasmo. Un segundo después, Austin hizo sonar el
claxon otra vez.
—¡Adiós, Ang, te quiero! —gritó Ben mientras pasaba corriendo junto a mí.
Angela se balanceó con el rostro levemente enrojecido, pero luego se recuperó y le
despidió con la mano hasta que los perdimos de vista. Entonces se volvió hacia mí y me
sonrió con arrepentimiento.
—Te agradezco con toda mi alma este favor, Bella —dijo—. No sólo evitas que mis
manos sufran heridas irreparables, sino que además me ahorras dos horas de una película
de artes marciales sin argumento y mal doblada.
—Me encanta ser de ayuda.
Tuve menos miedo y fui capaz de respirar con más regularidad. Allí todo era muy
corriente y, por extraño que parezca, los sencillos problemas humanos de Angela
resultaban tranquilizadores. Era magnífico saber que la vida es normal en algún lado.
—¿Dónde está tu familia?
—Mis padres han llevado a los gemelos a un cumpleaños en Port Angeles. Aún no me
creo que vayas a ayudarme en esto. Ben ha simulado una tendinitis.
Hizo una mueca.
—No me importa en absoluto —le aseguré hasta que entré en su cuarto y vi las pilas
de sobres que nos esperaban—. Uf —exclamé, asombrada.
Angela se dio la vuelta para mirarme con la disculpa grabada en los ojos. Ahora
entendía por qué lo había estado posponiendo y por qué Ben se había escabullido.
—Pensé que exagerabas —admití.
—¡Qué más quisiera! ¿Estás segura de querer hacerlo?
—Ponme a trabajar. Dispongo de todo el día.
Angela dividió en dos un montón y colocó la agenda de direcciones sobre el escritorio,
en medio de nosotras dos. Nos concentramos en el trabajo durante un buen rato durante
el que sólo se oyó el sordo rasguñar de nuestras plumas sobre el papel.
—¿Qué hace Edward esta noche? —me preguntó al cabo de unos minutos.
La punta de mi pluma se hundió en el reverso del sobre.
—Pasa el fin de semana en casa de Emmett. Se supone que van a salir de excursión.
—Lo dices como si no estuvieras segura.
Me encogí de hombros.
Eres afortunada. Edward tiene hermanos para todo eso de las acampadas y las
caminatas. No sé qué haría si Ben no tuviera a Austin para todas esas cosas de chicos.
Eclipse
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—Sí. Las actividades al aire libre no son lo mío, la verdad, y no hay forma de que yo
pueda seguirle el ritmo.
Angela se rió.
—Yo también prefiero quedarme en casa.
Ella se concentró en el montón de sobres durante un minuto y yo escribí otras cuatro
direcciones. Con Angela nunca sentia el apremio de tener que llenar una pausa con
chachara insulsa. Al igual que Charlie, ella se sentía a gusto con el silencio, pero al igual
que mi padre, en ocasiones también era demasiado observadora.
—¿Algo va mal? —inquirió, ahora en voz baja—. Pareces... ansiosa.
Sonreí avergonzada.
—¿Es tan evidente?
—En realidad, no.
Lo más probable es que estuviera mintiendo para hacerme sentir mejor.
—No tienes por qué hablar de ello a menos que te apetezca —me aseguró—. Te
escucharé si crees que eso te puede ayudar.
Estuve a punto de decir: «Gracias, gracias, pero no». Despué de todo, habí muchos
secretos que debí ocultar. Lo cierto es que yo no podí hablar de mis problemas con
ningú ser humano.
Iba contra las reglas.
Y aun así sentí el deseo repentino e irrefrenable de hacer precisamente eso. Querí
hablar con una amiga normal, humana. Me apetecí quejarme un poco, como cualquier
otra adolescente. Anhelaba que mis problemas fueran má sencillos. Serí estupendo
contar con alguien ajeno a todo aquel embrollo de vampiros y hombres lobo para poner las
cosas en su justa perspectiva. Alguien imparcial.
—e ocuparéde mis asuntos —e prometióAngela; sonrióy volvióla mirada hacia
las señs que estaba escribiendo en ese momento.
—o —epuse— tienes razó, estoy preocupada. Se trata de... Edward.
—¿uéocurre?
¡uéfáil resultaba hablar con ella! Cuando formulaba una pregunta como éa, yo
estaba segura de que no le moví la curiosidad o la búqueda de un cotilleo, como hubiera
ocurrido en el caso de Jessica. A ella le interesaba la razó de mi inquietud.
—e ha enfadado conmigo.
—esulta difíil de imaginar —e contestó— ¿or quése ha enojado?
Suspiré
—¿e acuerdas de Jacob Black?
—h —e limitóa decir.
—xacto.
—stáceloso.
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—No, celoso no... —debería haber mantenido la boca cerrada. No había modo alguno
de explicarle aquello correctamente, pero, de todos modos, quería seguir hablando. No me
había percatado de lo mucho que deseaba mantener una conversación humana—.
Supongo que Edward cree que Jacob es... una mala influencia para mí. Algo... peligroso.
Ya sabes cuántos problemas ha tenido en estos últimos meses... Aunque todo esto es
ridiculo…
Me sorprendióver que Angela negaba con la cabeza.
—¿ué —uise saber.
—ella, he visto cóo te mira Jacob Black. Apostarí a que el problema de fondo son
los celos.
—o es éa la relació que tengo con Jacob.
—or tu parte, quizá pero por la suya...
Fruncíel ceñ.
—É conoce mis sentimientos. Se lo he contado todo.
—dward sóo es un ser humano, Bella, y va a reaccionar como cualquier otro chico.
Hice una mueca. No debí responder a eso. Angela me palmeóla mano.
—o superará
—so espero. Jake estápasando momentos difíiles y me necesita.
—úy é sois muy amigos, ¿erdad?
—omo si fuéamos familia —dmití
— a Edward no le gusta é... Debe de ser duro. Me pregunto cóo manejarí Ben
esa situació —e dijo en voz alta.
Esbocéuna media sonrisa.
—robablemente, como cualquier otro chico.
Ella sonriófranca.
—robablemente.
Entonces, ella cambióde tema. Angela no era una entrometida y pareciópercatarse de
que yo no iba -ni podí- añdir nada má.
—yer me asignaron un colegio mayor. Es el má alejado del campus, por supuesto.
—¿abe Ben ya cuá le ha tocado?
—n el má cercano. Toda la suerte es para é. ¿uéhay de ti? ¿as decidido
adonde vas a ir?
Apartéla vista mientras me concentraba en los torpes trazos de mi letra. La idea de
que Ben y Angela estuvieran en la Universidad de Washington me despistódurante unos
instantes. Se marcharín a Seattle en cuestió de pocos meses. ¿erí seguro?
¿menazarí Edward con instalarse en otra parte? ¿abrí para entonces un nuevo lugar,
otra ciudad que se estremeciera ante unos titulares de prensa propios de una pelíula de
terror?
Eclipse
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¿Serían culpa mía algunas de esas noticias?
Intenté desterrar de mi mente esa preocupación y respondí a su pregunta un poco
tarde.
—Creo que a la Universidad de Alaska, en Juneau.
—¿Alaska? ¿De veras? —percibí la nota de sorpresa en su voz—. Quiero decir... ¡Es
estupendo!, sólo que imaginaba que ibas a elegir otro destino más... cálido.
Reí un poco sin apartar los ojos del sobre.
—Sí. Lo cierto es que la estancia en Forks ha cambiado mi perspectiva de la vida.
—¿Y Edward?
La mención de su nombre provocó un cosquilleo en mi estómago, pero alcé la vista y
le sonreí.
—Alaska tampoco es demasiado frío para Edward.
Ella me devolvió la sonrisa.
—Por supuesto que no —luego, suspiró—. Está muy lejos. No vas a poder venir a
menudo. Te echaré de menos. ¿Me escribirás algún correo?
Me abrumó una ola de contenida tristeza. Quizás era un error intimar de más con
Angela ahora, pero, ¿no sería aún más triste perderse estas últimas oportunidades? Me
libré de tan lúgubres pensamientos y pude responderle con malicia:
—Si es que puedo volver a escribir después de esto...
Señalé con la cabeza el montón de sobres que ya había prepado.
Nos reímos las dos, y a partir de ese momento fue más fácil cotorrear
despreocupadamente sobre clases y asignaturas. Todo lo que debía hacer era no pensar
en ello. De todos modos, había cosas más urgentes de las que preocuparse aquel día.
Le ayudé también a poner los sellos, pues me asustaba tener que irme.
—¿Cómo va esa mano? —inquirió.
Flexioné los dedos.
—Creo que se recuperará... algún día.
Alguien cerró de golpe la puerta de la entrada en el piso inferior. Ambas levantamos la
vista del trabajo.
—¿Ang? —llamó Ben.
Traté de sonreír, pero me temblaron los labios.
—Supongo que eso da el pie a mi salida del escenario.
—No tienes por qué irte, aunque probablemente me va a describir la película con todo
lujo de detalles.
—Da igual, Charlie va a preguntarse por mi paradero.
—Gracias por ayudarme.
Eclipse
Stephenie Meyer
93
—Lo cierto es que me lo he pasado bien. Deberíamos hacer algo parecido de vez en
cuando. Es muy agradable tener un tiempo sólo para chicas.
—Sin lugar a dudas.
Sonó un leve golpeteo en la puerta del dormitorio.
—Entra, Ben —invitó Angela.
Me incorporé y me estiré.
—Hola, Bella. ¡Has sobrevivido! —me saludó Ben de pasada mientras acudía a ocupar
mi lugar junto a Angela. Observó nuestra tarea—. Buen trabajo. Es una pena que no
quede nada que hacer, yo habría... —dejó en suspenso la frase y el hilo de sus
pensamientos para retomarlo con entusiasmo—. ¡No puedo creer que te hayas perdido
esta película! Era estupenda. La secuencia final de la pelea tenía una coreografía
alucinante. El tipo ese, bueno, tendrías que ir a verla para saber a qué me refiero...
Angela me miró, exasperada.
—Te veo en el instituto —me despedí, y solté una risita nerviosa.
Ella suspiró y dijo:
—Nos vemos allí.
Estaba nerviosa mientras recorría la distancia que me separaba hasta mi vehículo,
pero la calle se hallaba vacía. Pasé todo el trayecto mirando con inquietud por todos los
espejos sin que se viera rastro alguno del coche plateado.
Su vehículo tampoco estaba en frente de la casa, aunque eso no significaba
demasiado.
—¿Bella? —me llamó Charlie en cuanto abrí la puerta de la entrada.
—Hola, papá.
Le encontré en el cuarto de estar, sentado delante de la televisión.
—Bueno, ¿qué tal ha ido el día?
—Bien —le respondí. Se lo podía contar todo, ya que enseguida iba a enterarse a
través de Billy. Además, iba a hacerle feliz—. No me necesitaban en el trabajo, por lo que
me he acercado a La Push.
Su rostro no reflejó sorpresa alguna. Billy y él habían estado hablando.
—¿Cómo está Jacob? —preguntó Charlie, fingiendo indiferencia.
—Perfectamente —contesté, con aire despreocupado.
—¿Has ido a casa de los Weber?
—Sí. Hemos terminado de escribir todas las direcciones en los sobres.
—Eso está bien —respondió Charlie con una ancha sonrisa. Estaba
sorprendentemente concentrado, máxime si se consideraba que había un partido en
juego—. Me alegro de que hoy hayas pasado unas horas con tus amigos.
—También yo.
Eclipse
Stephenie Meyer
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Me fui sin prisa a la cocina en busca de un trabajo con el que sentirme ocupada. Por
desgracia, Charlie ya había limpiado los platos del almuerzo. Me demoré allí durante unos
minutos, contempando el brillante recuadro de luz que los rayos del sol dibujaban en el
suelo, pero sabía que no podía aplazarlo de forma indefinida.
—Me subo a estudiar —anuncié con desánimo mientras me dirigia a las escaleras.
—Te veo luego —se despidió Charlie a mis espaldas.
Si sobrevivo, pensé para mis adentros.
Cerré la puerta de mi dormitorio con cuidado antes de volver mi rostro hacia el interior
del dormitorio.
Él estaba allí, por supuesto, junto a la ventana, reclinado sobre la pared más alejada
de mí, guarecido en las sombras. Su rostro era severo y mantenía una postura tensa. Me
contempló sin despegar los labios.
Me acobardé a la espera de una diatriba verbal que no se produjo. El se limitó a seguir
mirándome, es posible que demasiado enfadado para articular palabra.
—Hola —saludó al fin.
Su rostro parecía cincelado en piedra. Conté mentalmente hasta cien, pero no se
produjo cambio alguno.
—Esto... Bueno, sigo viva —comencé. Brotó un bramido de su pecho, pero su
expresión no se alteró—. No he sufrido ningún daño —insistí con encogimiento de
hombros.
Se movió. Cerró los ojos y apretó el puente de la nariz entre los dedos de la mano
derecha.
—Bella —murmuró—, ¿te haces la menor idea de lo cerca que he estado de cruzar
hoy la línea y romper el tratado para ir a por ti? ¿Sabes lo que eso significa?
Proferí un grito ahogado y él abrió los párpados, dejando al descubierto unos ojos
duros y fríos como la noche.
—¡No puedes hacerlo! —repliqué en voz demasiado alta. Me esforcé en controlar el
volumen de mi voz a fin de que no me oyera Charlie, pero ardía en deseos de gritar cada
palabra—. Lo usarían como pretexto para una lucha, estarían encantados, Edward.
¡Jamás debes romper las reglas!
—Quizá no sean los únicos que disfrutarían con el enfrentamiento.
—No empieces —le atajé bruscamente—. Alcanzasteis un acuerdo para respetarlo.
—Si él te hubiera hecho daño...
—¡Vale ya! —le corté—. No hay de qué preocuparse. Jacob no es peligroso.
—Bella... —puso los ojos en blanco—. Tú no eres precisamente la persona más
adecuada para juzgar lo que es o no pernicioso.
—Sé que no he de preocuparme por Jake, ni tú tampoco.
Eclipse
Stephenie Meyer
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Apretó la mandíbula con un rechinar de dientes al tiempo que los puños crispados
colgaban a cada lado. Permanecía recostado contra la pared. Odié el espacio que nos
separaba, por lo que...
... respiré hondo y crucé la habitación. No reaccionó cuando le rodeé con los brazos.
Su piel resultaba especialmente helada en comparación con el calor de los estertores del
sol vespertino que se colaba a chorros por la ventana. El también parecía glacial, gélido a
su manera.
—Siento haberte preocupado —dije entre dientes.
Suspiró y se relajó un poco mientras rodeaba mi cintura con los brazos.
—«Preocupado» es quedarse corto —urmuró— Ha sido un dí muy largo.
—e suponí que no ibas a enterarte —e recordé— Penséque la caza te iba a llevar
má tiempo.
Alcéla vista para contemplar sus pupilas, a la defensiva, y entonces vi que estaban
demasiado oscuras, algo de lo que no me habí percatado con la tensió del momento.
Los cículos alrededor de los ojos eran de color morado oscuro.
Fruncíel ceñ con gesto de desaprobació.
—egresécuando Alice te vio desaparecer —e explicó
—o deberís haberlo hecho —rruguéaú má el ceñ— Ahora vas a tener que irte
otra vez.
—uedo esperar.
—so es ridíulo, es decir, séque ella no puede verme con Jacob, pero túdeberís
haber sabido...
—ero no lo sé—e interrumpió— y no puedes esperar de míque te deje...
—h, sí claro que puedo —e detuve— Eso es exactamente lo que espero...
—o volveráa suceder.
—¡so es verdad! La próima vez no vas a reaccionar de forma exagerada...
—..porque no va a haber próima vez...
—omprendo tus ausencias, aunque no sean de mi agrado.
—o es lo mismo. Yo no arriesgo mi vida.
—ampoco yo.
—os hombres lobo suponen un riesgo.
—iscrepo.
—o estoy negociando, Bella.
—o tampoco.
Volvióa cerrar las manos. Sentísus puñs en la espalda.
—¿e verdad que todo esto es por mi seguridad? —as palabras se me escaparon sin
pensar.
Eclipse
Stephenie Meyer
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—¿A qué te refieres? —inquirió.
—Tú no estás... —ahora, la teoría de Angela parecía más estúpida. Me resultaba difícil
concluir la frase—. Quiero decir, me conoces lo bastante bien para no tener celos, ¿a que
sí?
Enarqué una ceja.
—¿Debería tenerlos?
—No te lo tomes a broma.
—Eso es fácil. No hay nada remotamente gracioso en todo este lío.
Fruncí el ceño con recelo.
—¿O hay algo más? No sé, alguna de esas tonterías del tipo «los vampiros y los
licátropos son siempre enemigos». Si esto es fruto de la testosterona...
Sus ojos flamearon.
—sto es sóo por ti. No me preocupa má que tu seguridad.
No dudéal ver las ascuas de sus ojos.
—e acuerdo —uspiré— Lo creo, pero quiero que sepas algo. Me quedaréfuera
cuando se produzcan situaciones ridiculas en lo referido a vuestra enemistad. Soy un paí
neutral. Soy Suiza. Me niego a verme afectada por disputas territoriales entre criaturas
míicas. Jacob es familia mí. Túeres... Bueno, no exactamente el amor de mi vida,
porque espero poder quererte por mucho má tiempo que eso... El amor de mi existencia.
Me da igual quié es un vampiro y quié un hombre lobo. Si Angela se convirtiera en una
bruja, ella tambié formarí parte del grupo...
Me mirócon ojos entrecerrados.
—uiza —epetíde nuevo con éfasis.
Me hizo una mueca, pero luego suspiró
—ella... —omenzó pero se detuvo y torcióla nariz con desagrado.
—¿uépasa ahora?
—ueno, no te ofendas, pero hueles como un perro... —e dijo.
Luego, esbozóuna de esas sonrisas torcidas tan propias de é, por lo que supe que la
pelea se habí terminado. Por el momento.
Edward tuvo que recuperar la expedició de caza que se habí saltado, por lo que se
ausentóel viernes por la noche con Jasper, Emmett y Carlisle a una reserva en el norte de
California que tení problemas con un puma.
No habímos llegado a ningú acuerdo en el asunto de los hombres lobo, pero no
sentíningú remordimiento por telefonear a Jake durante el breve intervalo en el que
Edward llevaba el Volvo a casa, antes de regresar a mi cuarto por la ventana, para decirle
que iba a pasarme por allíde nuevo el sáado. No pensaba marcharme a hurtadillas.
Edward conocí mi forma de pensar y harí que Jacob me recogiera si é volví a
estropearme el coche. Forks era neutral, como Suiza y como yo.
Eclipse
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Por eso, no sospeché cuando Alice, en vez Edward, me esperaba en el Volvo a la
salida del trabajo. La puerta del copiloto estaba abierta y una música desconocida para mí
sacudía el marco cada vez que sonaban los contrabajos.
—Hola, Alice —grité para hacerme oír mientras entraba—. ¿Dónde está tu hermano?
Ella coreaba la canción una octava más alta que la melodía con la que se entretejía
hasta lograr una intrincada armonía. Me hizo un asentimiento, ignorando mi pregunta
mientras se concentraba en la música.
Cerré la puerta de un portazo y me puse las manos sobre los oídos. Ella me sonrió y
redujo el volumen hasta limitarlo al nivel de la música ambiente. Echó los seguros y metió
gas al coche al mismo tiempo.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté; empezaba a sentirme inquieta—. ¿Dónde está
Edward?
Se encogió de hombros.
—Se marcharon a primera hora.
—Vaya.
Intenté controlar el absurdo sentimiento de decepción. Si ha salido temprano, antes
volverá, me obligué a recordar.
—Todos los chicos se han ido, así que ¡tendremos una fiesta de pijamas! —anunció
con voz cantarína.
—¿Una fiesta de pijamas? —repetí.
La sospecha finalmente cobró forma.
—¿No te hace ilusión? —gorjeó.
Mis ojos se encontraron con los suyos, muy animados, durante un largo instante.
—Me estás raptando, ¿verdad?
Ella se echó a reír y asintió.
—Hasta el sábado. Esme lo arregló con Charlie. Vas a quedarte conmigo dos noches.
Mañana yo te llevaré y te recogeré del colegio.
Me volví hacia la ventanilla con un rechinar de dientes.
—Lo siento —se disculpó Alice sin el menor asomo de arrepentimiento—. Me pagó.
—¿Con qué?
—El Porsche. Es exactamente igual al que robé en Italia —suspiró satisfecha—. No
puedo conducirlo por Forks, pero ¿qué te parece si comprobamos cuánto tiempo tarda en
llegar a Los Ángeles. Apuesto a que podemos estar de vuelta a medianoche.
Suspiré hondo.
—Me parece que paso.
Suspiré al tiempo que reprimía un estremecimiento.
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Aunque siempre más deprisa de la cuenta, fuimos reduciendo paulatinamente la
velocidad. Alice dio la vuelta al garaje. Eché un vistazo rápido a los coches. Allí estaba el
enorme Jeep de Emmett a su lado el Porsche de brillante color amarillo, como el plumaje
de un canario, entre aquél y el descapotable rojo de Rosalie.
Alice salió de un grácil brinco y se acercó para acariciar con la mano cuan largo era su
soborno.
—Es demasiado, ¿a que sí?
—Demasiado se queda corto —refunfuñé, incrédula—.. ¿Te lo ha regalado por
retenerme dos días como rehén? —Alice hizo un mohín. Un segundo después lo
comprendí todo y jadeé a causa del pánico—. Es por todas las veces que Edward se
ausente, ¿verdad?
Ella asintió.
Cerré de un portazo y me dirigí pisando fuerte hacia la casa. Ella danzó a mi lado, aún
sin dar muestras de remordimiento.
—¿No te parece que se está pasando de controlador? ¿No es quizás incluso un
poquito psicótico?
—La verdad es que no —hizo un gesto desdeñoso—. No pareces entender hasta qué
punto puede ser peligroso un hombre lobo joven. Sobre todo cuando yo no los puedo ver y
Edward no tiene forma de saber si estás a salvo. No deberías ser tan imprudente.
—Sí —repuse con mordacidad—, ya que una fiesta de pijamas con vampiros es el
culmen de un comportamiento consciente y seguro.
Alice se echó a reír.
—Te haré la pedicura y todo —me prometió.
No estaba tan mal, excepto por el hecho de que me retenían contra mi voluntad. Esme
compró comida italiana de la buena -traída directamente de Port Angeles- y Alice preparó
mis películas favoritas. Estaba allí incluso Rosalie, callada y en un segundo plano. Alice
insistió en lo de arreglarme los pies hasta el punto de que me pregunté si no estaría
trabajando conforme a una lista de tareas confeccionada a partir de la visión de las
horribles comedias de la tele.
—¿Hasta qué hora quieres quedarte levantada? —me preguntó cuando las uñas de
mis pies estuvieron de un reluciente color rojo sangre. Mi mal humor no afectó a su
entusiasmo.
—No quiero quedarme levantada. Mañana tenemos instituto.
Ella hizo un mohín.
—De todos modos, ¿dónde voy a dormir? —evalué el sofá con la mirada. Era algo
pequeño—. ¿No podéis limitaros a mantenerme vigilada en mi casa?
—En tal caso, ¿qué clase de fiesta de pijamas iba a ser? —Alice sacudió la cabeza
con exasperación—. Vas a acostarte en la habitación de Edward.
Eclipse
Stephenie Meyer
99
Suspiré. Su sofá de cuero negro era más grande que aquél. De hecho, lo más
probable era que la alfombra dorada de su dormitorio tuviera el grosor suficiente para
convertirse en un lecho excelente.
—¿No puedo ir al menos a casa a recoger mis cosas?
Ella sonrió.
—Ya nos hemos ocupado de eso.
—¿Tengo permiso para llamar por teléfono?
—Charlie sabe dónde estás.
—No voy a telefonearle a él —torcí el gesto—. Al parecer, he de cancelar ciertos
planes.
—Ah —ella caviló al respecto—. No estoy del todo segura...
—¡Alice! —me quejé a voz en grito—. ¡Vamos!
—Vale, vale —accedió mientras revoloteaba por la estancia. Regresó en menos de
medio segundo con un móvil en la mano—. ÉI no me lo ha prohibido específicamente...
—murmuró para sí mientras me entregaba el teléfono.
Marqué el número de Jacob con la esperanza de que no hubiera salido con sus
amigos aquella noche. Estuve de suerte y fue él quien respondió.
—¿Diga?
—Hola, Jake, soy yo.
Alice me observó con ojos inexpresivos durante un segundo antes de darse la vuelta e
ir a sentarse en el sofá entre Rosalie y Esme.
—Hola, Bella —respondió, súbitamente alerta—. ¿Qué ocurre?
—Nada bueno. Después de todo, no voy a poder ir el sábado, Jacob permaneció en
silencio durante un minuto.
—Estúpido chupasangres —murmuró al final—. Pensé que se había ido. ¿No puedes
vivir tu vida durante sus ausencias o es que te ha encerrado en un ataúd? —me
carcajeé—. A mí no me parece divertido.
—Me reía porque no le falta mucho —le aclaré—, pero estará aquí el sábado, por lo
que eso no importa.
—Entonces, ¿va a alimentarse aquí, en Forks? —inquirió Jacob de forma cortante.
—No —no le dejé ver lo enfadada que estaba con Edward, y mi enojo no era menor al
de Jacob—. Salió de madrugada.
—Ah. Bueno, ¡eh!, entonces, pásate por casa —repuso con repentino entusiasmo—.
Aún no es tarde, o yo me pasaré por la de Charlie.
—Me gustaría, pero no estoy allí —le expliqué con acritud—. Soy una especie de
prisionera.
Permaneció callado mientras lo asimilaba; luego, gruñó.
Eclipse
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100
—Iremos a por ti —me prometió con voz monocorde, pasando automáticamente al
plural.
Un escalofrío corrió por mi espalda, pero respondí con tono ligero y bromista.
—Um. Es... tentador. Que sepas que me han torturado... Alice me ha pintado las uñas.
—Hablo en serio.
—No lo hagas. Sólo pretenden mantenerme a salvo.
Volvió a gruñir.
—Sé que es una necedad, pero son buena gente.
—¿Buena gente? —se mofó.
—Lamento lo del sábado —me disculpé—. Bueno, he de irme a la cama —el sofá,
rectifiqué en mi fuero interno—. Pero volveré a llamarte pronto.
—¿Estás segura de que te van a dejar salir? —me preguntó mordaz.
—No del todo —suspiré—. Buenas noches, Jalee.
—Ya nos veremos por ahí.
De pronto, Alice estaba a mi lado y tendía la mano para recuperar el móvil, pero yo ya
estaba marcando otro número. Ella lo identificó y me avisó:
—Dudo que lleve el teléfono encima.
—Voy a dejarle un mensaje.
El teléfono sonó cuatro veces, seguidas de un pitido. No le saludé.
—Estás metido en un lío —dije despacio, enfatizando cada palabra—, en uno bien
grande. La próxima vez, los osos pardos enfadados te van a parecer oseznos domados en
comparación con lo que te espera en casa.
Cerré la tapa del móvil y lo deposité en la mano tendida de Alice.
—He terminado.
Ella sonrió burlona.
—Esto del secuestro es divertido.
—Ahora me voy a dormir —anuncié mientras me dirigía a las escaleras.
Alice se pegó a mis pasos. Suspiré.
—Alice, no voy a fisgar ni a escabullirme. Si estuviera planeando eso, tú lo sabrías y
me atraparías en el caso de que lo intentara.
—Sólo voy a enseñarte dónde está cada cosa —repuso con aire inocente.
La habitación de Edward se hallaba en el extremo más alejado del pasillo del tercer
piso y resultaba difícil perderse incluso aunque hubiera estado menos familiarizada con la
casa, pero me detuve confusa cuando encendí la luz. ¿Me había equivocado de puerta?
Alice soltó una risita.

Enseguida comprendí que se trataba de la misma habitación, sólo habían reubicado el
mobiliario. El sofá se hallaba en la pared norte y habían corrido levemente el estéreo hacia
los estantes repletos de CDs para hacer espacio a la colosal cama que ahora dominaba el
espacio central.
La pared sur de vidrio reflejaba la escena de detrás como si fuera un espejo, haciendo
que todo pareciera doblemente peor.
Encajaba. El cobertor era de un dorado apagado, apenas más claro que las paredes.
El bastidor era negro, hecho de hierro forjado y con un intrincado diseño. Mi pijama estaba
cuidadosamente doblado al pie de la cama y a un lado descansaba el neceser con mis
artículos de aseo.
—¿Qué rayos es esto? —farfullé.
—No ibas a creer de veras que te iba a hacer dormir en un sofa, ¿verdad?
Mascullé de forma ininteligible mientras me adelantaba para tomar mis cosas de la
cama.
—Te daré un poco de intimidad —Alice se rió—. Te veré mañana.
Después de cepillarme los dientes y ponerme el pijama, aferré una hinchada almohada
de plumas y la saqué del lecho para luego arrastrar el cobertor dorado hasta el sofá. Sabía
que me estaba comportando como una tonta, pero no me preocupaba. Eso de Porsches
como sobornos y camas de matrimonio en casas donde nadie dormía se pasaba de
castaño oscuro. Apagué las luces y me aovillé en el sofá, preguntándome si no estaría
demasiado enfadada como para conciliar el sueño.
En la oscuridad, la pared de vidrio dejó de ser un espejo negro que producía la
sensación de duplicar el tamaño de la habitación En el exterior, la luz de luna iluminó las
nubes. Cuando mis ojos se acostumbraron, vi la difusa luminosidad que remarcaba las
copas de los árboles y arrancaba reflejos a un meandro del río. Observé la luz plateada a
la espera de que me pesaran los párpados
Hubo un leve golpeteo de nudillos en la puerta.
—¿Qué pasa, Alice? —bisbiseé.
Estaba a la defensiva, pues ya imaginaba su diversión en cuanto viera mi improvisado
camastro.
—Soy yo —susurró Rosalie mientras entreabría la puerta lo su ficiente para que
pudiera ver su rostro perfecto a la luz del resplandor plateado—. ¿Puedo pasar?
Eclipse
Stephenie Meyer
102
Desenlace desafortunado
Rosalie vaciló en la entrada con la indecisión escrita en aquellos rasgos arrebatadores.
—Por supuesto —repliqué. Mi voz fue una octava más alta de la cuenta a causa de la
sorpresa—. Entra.
Me incorporé y me deslicé a un extremo del sofá para hacerle sitio. Sentí un retortijón
en el estómago cuando el único miembro de la familia Cullen al que no le gustaba se
acercó en silencio para sentarse en el espacio libre que le había dejado. Intenté imaginar
la razón por la que quería verme, pero no tenía la menor idea.
—¿Te importa que hablemos un par de minutos? —me premunió—. No te habré
despertado ni nada por el estilo, ¿verdad? Su mirada fue de la cama, despojada del
cobertor y la almohada, a mi sofá.
—No, estaba despierta. Claro que podemos hablar —me pregunté si sería capaz de
advertir la nota de alarma de mi voz con la misma claridad que yo.
Rió con despreocupación. Sus carcajadas repicaron como un coro de campanas.
—Edward no suele dejarte sola —dijo—, y he pensado que haria bien en aprovechar la
ocasión.
¿Qué querría contarme para que no pudiera decirlo delante de su hermano? Enrosqué
y desenrosqué las manos en el extremo del cobertor.
—Por favor, no pienses que interfiero por crueldad —imploró ella con voz gentil. Cruzó
los brazos sobre su regazo y clavó la vista en el suelo mientras hablaba—. Estoy segura
de haber herido bastante tus sentimientos en el pasado, y no quiero hacerlo de nuevo.
—No te preocupes, Rosalie. Soy fuerte. ¿Qué pasa?
Ella rió una vez más; parecía extrañamente avergonzada.
—Pretendo explicarte las razones por las que, en mi opinión, deberías conservar tu
condición humana, y por qué yo intentaria seguir siéndolo si estuviera en tu lugar.
—Ah.
Sonrió ante mi sorpresa; luego, suspiró.
—¿Te contó Edward qué fue lo que me condujo a esto? —pregunto al tiempo que
señalaba su glorioso cuerpo inmortal con un gesto.
Hice un lento asentimiento. De pronto, me sentí triste.
—Me dijo que se pareció a lo que estuvo a punto de sucederme aquella vez en Port
Angeles, sólo que no había nadie para salvarte —me estremecí al recordarlo.
—¿De veras es eso lo que te contó? —inquirió.
—Sí —contesté perpleja y confusa—. ¿Hay más?
Alzó la mirada y me sonrió con una expresión dura y amarga, y apabullante a pesar de
todo.
—Sí, sí lo hay —respondió.
Eclipse
Stephenie Meyer
103
Aguardé mientras contemplaba el exterior a través de la ventana. Parecía intentar
calmarse.
—¿Te gustaría oír mi historia, Bella? No tiene un final feliz, pero ¿cuál de nuestras
existencias lo tiene? Estaríamos debajo de una lápida si hubiéramos tenido un desenlace
afortunado.
Asentí, aunque me aterró el tono amenazante de su voz.
—Yo vivía en un mundo diferente al tuyo, Bella. Mi sociedad era más sencilla. En
1933, yo tenía dieciocho años, era guapa y mi vida, perfecta.
Contemplo las nubles plateadas a través de la ventana con expresión ausente.
—Mi familia era de clase media. Mi padre tenía un empleo estable en un banco. Ahora
comprendo que estaba muy pagado de si mismo, ya que consideraba su prosperidad
como resultado de su talento y el trabajo duro en vez de admitir el papel desempeñado por
la fortuna. Yo lo tenía todo garantizado en aquel entonces y en mi casa parecía como si la
Gran Depresión no fuera más que un rumor molesto. Veía a los menesterosos, por
supuesto, a los que no eran tan afortunados, pero me dejaron crecer con la sensación de
que ellos mismos se habían buscado sus problemas.
»La tarea de mi madre consistía en atender las labores del hogar, a mí misma y a mis
dos hermanos pequeños por ese mismo orden. Resultaba evidente que yo era tanto su
prioridad como la favorita. En aquel entonces no lo comprendía del todo, pero siempre
tuve la vaga noción de que mis padres no estaban satisfechos con lo que tenían, incluso
aunque poseyeran mucho más que los demás. Deseaban más y tenían aspiraciones
sociales... Supongo que podía considerárseles unos arribistas. Estimaban mi belleza como
un regalo en el que veían un potencial mucho mayor que yo.
»Ellos no estaban satisfechos, pero yo sí Me encantaba ser Rosalie Hale y me
complací que los hombres me miraran a donde quiera que fuera desde que cumplílos
doce añs. Me encantaba que mis amigas suspiraran de envidia cada vez que tocaban mi
cabello. Que mi madre se enorgulleciera de míy a mi padre le gustaba comprarme
vestidos nuevos me hací feliz.
»Sabía qué quería de la vida y no parecía existir obstáculo alguno que me impidiera
obtenerlo. Deseaba ser amada, adorada, celebrar una boda por todo lo alto, con la iglesia
llena de flores y caminar por el pasillo central del brazo de mi padre. Estaba segura de ser
la criatura más hermosa del mundo. Necesitaba despertar admiración tanto o más que
respirar, Bella. Era tonta y frivola, pero estaba satisfecha —sonrió, divertida por su propia
afirmación—. La influencia de mis padres había sido tal que también anhelaba las cosas
materiales de la vida.
»Querí una gran casa llena de muebles elegantes cuya limpieza estuviera a cargo de
otros y una cocina moderna donde guisaran los demá. Como te he dicho, era una chica
frivola, joven y superficial. Y no veí razó alguna por la que no debiera conseguir esas
cosas.
»De todo cuanto querí, tení pocas cosas de verdadera valí pero habí una en
particular que sílo era: mi mejor amiga, una chica llamada Vera, que se casóa los
diecisiete añs con un hombre que mis padres jamá habrín considerado digno de mí un

Enseguida comprendí que se trataba de la misma habitación, sólo habían reubicado el
mobiliario. El sofá se hallaba en la pared norte y habían corrido levemente el estéreo hacia
los estantes repletos de CDs para hacer espacio a la colosal cama que ahora dominaba el
espacio central.
La pared sur de vidrio reflejaba la escena de detrás como si fuera un espejo, haciendo
que todo pareciera doblemente peor.
Encajaba. El cobertor era de un dorado apagado, apenas más claro que las paredes.
El bastidor era negro, hecho de hierro forjado y con un intrincado diseño. Mi pijama estaba
cuidadosamente doblado al pie de la cama y a un lado descansaba el neceser con mis
artículos de aseo.
—¿Qué rayos es esto? —farfullé.
—No ibas a creer de veras que te iba a hacer dormir en un sofa, ¿verdad?
Mascullé de forma ininteligible mientras me adelantaba para tomar mis cosas de la
cama.
—Te daré un poco de intimidad —Alice se rió—. Te veré mañana.
Después de cepillarme los dientes y ponerme el pijama, aferré una hinchada almohada
de plumas y la saqué del lecho para luego arrastrar el cobertor dorado hasta el sofá. Sabía
que me estaba comportando como una tonta, pero no me preocupaba. Eso de Porsches
como sobornos y camas de matrimonio en casas donde nadie dormía se pasaba de
castaño oscuro. Apagué las luces y me aovillé en el sofá, preguntándome si no estaría
demasiado enfadada como para conciliar el sueño.
En la oscuridad, la pared de vidrio dejó de ser un espejo negro que producía la
sensación de duplicar el tamaño de la habitación En el exterior, la luz de luna iluminó las
nubes. Cuando mis ojos se acostumbraron, vi la difusa luminosidad que remarcaba las
copas de los árboles y arrancaba reflejos a un meandro del río. Observé la luz plateada a
la espera de que me pesaran los párpados
Hubo un leve golpeteo de nudillos en la puerta.
—¿Qué pasa, Alice? —bisbiseé.
Estaba a la defensiva, pues ya imaginaba su diversión en cuanto viera mi improvisado
camastro.
—Soy yo —susurró Rosalie mientras entreabría la puerta lo su ficiente para que
pudiera ver su rostro perfecto a la luz del resplandor plateado—. ¿Puedo pasar?
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Desenlace desafortunado
Rosalie vaciló en la entrada con la indecisión escrita en aquellos rasgos arrebatadores.
—Por supuesto —repliqué. Mi voz fue una octava más alta de la cuenta a causa de la
sorpresa—. Entra.
Me incorporé y me deslicé a un extremo del sofá para hacerle sitio. Sentí un retortijón
en el estómago cuando el único miembro de la familia Cullen al que no le gustaba se
acercó en silencio para sentarse en el espacio libre que le había dejado. Intenté imaginar
la razón por la que quería verme, pero no tenía la menor idea.
—¿Te importa que hablemos un par de minutos? —me premunió—. No te habré
despertado ni nada por el estilo, ¿verdad? Su mirada fue de la cama, despojada del
cobertor y la almohada, a mi sofá.
—No, estaba despierta. Claro que podemos hablar —me pregunté si sería capaz de
advertir la nota de alarma de mi voz con la misma claridad que yo.
Rió con despreocupación. Sus carcajadas repicaron como un coro de campanas.
—Edward no suele dejarte sola —dijo—, y he pensado que haria bien en aprovechar la
ocasión.
¿Qué querría contarme para que no pudiera decirlo delante de su hermano? Enrosqué
y desenrosqué las manos en el extremo del cobertor.
—Por favor, no pienses que interfiero por crueldad —imploró ella con voz gentil. Cruzó
los brazos sobre su regazo y clavó la vista en el suelo mientras hablaba—. Estoy segura
de haber herido bastante tus sentimientos en el pasado, y no quiero hacerlo de nuevo.
—No te preocupes, Rosalie. Soy fuerte. ¿Qué pasa?
Ella rió una vez más; parecía extrañamente avergonzada.
—Pretendo explicarte las razones por las que, en mi opinión, deberías conservar tu
condición humana, y por qué yo intentaria seguir siéndolo si estuviera en tu lugar.
—Ah.
Sonrió ante mi sorpresa; luego, suspiró.
—¿Te contó Edward qué fue lo que me condujo a esto? —pregunto al tiempo que
señalaba su glorioso cuerpo inmortal con un gesto.
Hice un lento asentimiento. De pronto, me sentí triste.
—Me dijo que se pareció a lo que estuvo a punto de sucederme aquella vez en Port
Angeles, sólo que no había nadie para salvarte —me estremecí al recordarlo.
—¿De veras es eso lo que te contó? —inquirió.
—Sí —contesté perpleja y confusa—. ¿Hay más?
Alzó la mirada y me sonrió con una expresión dura y amarga, y apabullante a pesar de
todo.
—Sí, sí lo hay —respondió.
Eclipse
Stephenie Meyer
103
Aguardé mientras contemplaba el exterior a través de la ventana. Parecía intentar
calmarse.
—¿Te gustaría oír mi historia, Bella? No tiene un final feliz, pero ¿cuál de nuestras
existencias lo tiene? Estaríamos debajo de una lápida si hubiéramos tenido un desenlace
afortunado.
Asentí, aunque me aterró el tono amenazante de su voz.
—Yo vivía en un mundo diferente al tuyo, Bella. Mi sociedad era más sencilla. En
1933, yo tenía dieciocho años, era guapa y mi vida, perfecta.
Contemplo las nubles plateadas a través de la ventana con expresión ausente.
—Mi familia era de clase media. Mi padre tenía un empleo estable en un banco. Ahora
comprendo que estaba muy pagado de si mismo, ya que consideraba su prosperidad
como resultado de su talento y el trabajo duro en vez de admitir el papel desempeñado por
la fortuna. Yo lo tenía todo garantizado en aquel entonces y en mi casa parecía como si la
Gran Depresión no fuera más que un rumor molesto. Veía a los menesterosos, por
supuesto, a los que no eran tan afortunados, pero me dejaron crecer con la sensación de
que ellos mismos se habían buscado sus problemas.
»La tarea de mi madre consistía en atender las labores del hogar, a mí misma y a mis
dos hermanos pequeños por ese mismo orden. Resultaba evidente que yo era tanto su
prioridad como la favorita. En aquel entonces no lo comprendía del todo, pero siempre
tuve la vaga noción de que mis padres no estaban satisfechos con lo que tenían, incluso
aunque poseyeran mucho más que los demás. Deseaban más y tenían aspiraciones
sociales... Supongo que podía considerárseles unos arribistas. Estimaban mi belleza como
un regalo en el que veían un potencial mucho mayor que yo.
»Ellos no estaban satisfechos, pero yo sí Me encantaba ser Rosalie Hale y me
complací que los hombres me miraran a donde quiera que fuera desde que cumplílos
doce añs. Me encantaba que mis amigas suspiraran de envidia cada vez que tocaban mi
cabello. Que mi madre se enorgulleciera de míy a mi padre le gustaba comprarme
vestidos nuevos me hací feliz.
»Sabía qué quería de la vida y no parecía existir obstáculo alguno que me impidiera
obtenerlo. Deseaba ser amada, adorada, celebrar una boda por todo lo alto, con la iglesia
llena de flores y caminar por el pasillo central del brazo de mi padre. Estaba segura de ser
la criatura más hermosa del mundo. Necesitaba despertar admiración tanto o más que
respirar, Bella. Era tonta y frivola, pero estaba satisfecha —sonrió, divertida por su propia
afirmación—. La influencia de mis padres había sido tal que también anhelaba las cosas
materiales de la vida.
»Querí una gran casa llena de muebles elegantes cuya limpieza estuviera a cargo de
otros y una cocina moderna donde guisaran los demá. Como te he dicho, era una chica
frivola, joven y superficial. Y no veí razó alguna por la que no debiera conseguir esas
cosas.
»De todo cuanto querí, tení pocas cosas de verdadera valí pero habí una en
particular que sílo era: mi mejor amiga, una chica llamada Vera, que se casóa los
diecisiete añs con un hombre que mis padres jamá habrín considerado digno de mí un

»El tal John era un hombre moreno de cabellos negros. Me estudiócon la mirada
como si yo fuera un caballo que fuera a comprar.
»—esulta difíil decirlo —ontestóarrastrando las palabras— Estátotalmente
tapada.
»Se rieron, y Royce con ellos.
»De pronto, Royce me tomóde los hombros y rasgóla chaqueta, que era un regalo
suyo, haciendo saltar los botones de lató. Se desparramaron todos sobre la acera.
»—¡uétrale tu aspecto, Rose!
»Se desternillóotra vez y me quitóel sombrero de la cabeza. Los alfileres estaban
sujetos a mi cabello desde las raíes, por lo que gritéde dolor, un sonido que pareciódel
agrado de todos.
Rosalie me miróde pronto, sorprendida, como si se hubiera olvidado de mi presencia.
Yo estaba segura de que las dos tenímos el rostro igual de páido, a menos que yo me
hubiera puesto verde de puro mareo.
—o voy a obligarte a escuchar el resto —ontinuóbajito— Quedétirada en la calle y
se marcharon dando tumbos entre carcajadas. Me dieron por muerta. Bromeaban con
Royce, diciédole que iba a tener que encontrar otra novia. É se rióy contestóque antes
debí aprender a ser paciente.
«Aguardéla muerte en la calle. Era tanto el dolor que me sorprendióque me
importunara el frí de la noche. Comenzóa nevar y me preguntépor quéno me morí.
Aguardaba este hecho con impaciencia, para asíacabar con el dolor, pero tardaba
demasiado...
»Carlisle me encontróen ese momento. Olfateóla sangre y acudióa investigar.
Recuerdo vagamente haberme enfadado con é cuando notécóo trabajaba con mi
cuerpo en su intento de salvarme la vida. Nunca me habín gustado el doctor Cullen, ni su
esposa, ni el hermano de éta, pues por tal se hací pasar Edward en aquella éoca. Me
disgustaba que los tres fueran má apuestos que yo, sobre todo los hombres, pero ellos
no hacín vida social, por lo que sóo los habí visto en un par de ocasiones.
»Pensé que iba a morir cuando me alzó del suelo y me llevó en volandas. Íbamos tan
deprisa que me dio la impresión de que volábamos. Me horrorizó que el suplicio no
terminara...
»Entonces, me hallé en una habitación luminosa y caldeada. Me dejé llevar y agradecí
que el dolor empezara a calmarse, pero de inmediato algo punzante me cortó en la
garganta, las muñecas y los tobillos. Aullé de sorpresa, creyendo que el doctor me traía a
la vida para hacerme sufrir más. Luego, una quemazón recorrió mi cuerpo y ya no me
preocupé de nada más. Imploré a Carlisle que me matara e hice lo mismo cuando Esme y
Edward regresaron a la casa. Carlisle se sentó a mi lado, me tomó la mano y me dijo que
lo sentía mientras prometía que aquello iba a terminar. Me lo contó todo; a veces, le
escuchaba. Me dijo qué era él y en qué me iba a convertir yo. No le creí. Se disculpó cada
vez que yo chillaba.
»A Edward no le hizo ninguna gracia. Recuerdo haberles escuchado discutir sobre mí
A veces, dejaba de gritar, ya que no me hacia ningú bien.
Eclipse
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107
»—¿n quéestabas pensando, Carlisle? —spetóEdward— Rosalie Hale?
Rosalie imitóa la perfecció el tono irritado de Edward.
—o me gustóla forma en que pronunciómi nombre, como si hubiera algo malo en

»—o podí dejarla morir —eplicóCarlisle en voz baja— Era demasiado... horrible,
un desperdicio enorme...
»—o sé—espondió
»Penséque le quitaba importancia. Eso me enfadó Por aquel entonces, yo no sabí
que é era capaz de ver lo que Carlisle estaba contemplado.
»—ra una pédida enorme. No podí dejarla allí—epitióCarlisle en voz baja.
»—or supuesto que no —ceptóEsme.
»—odos los dís muere gente —e recordóEdward con acritud— y ¿o crees que es
demasiado fáil reconocerla? La familia King va a organizar una gran búqueda para que
nadie sospeche de ese desalmado —efunfuñó
»Me complacióque estuvieran al tanto de la culpabilidad de Royce.
»No me percatéde que casi habí terminado, de que cobraba nuevas fuerzas y de que
por eso era capaz de concentrarme en su conversació. El dolor empezaba a desaparecer
de mis dedos.
»—¿uévamos a hacer con ella? —nquirióEdward con repulsió, o al menos éa fue
mi impresió.
»Carlisle suspiró
»—so depende de ella, por supuesto. Quizáprefiera seguir su propio camino.
»Yo habí entendido de sus explicaciones lo suficiente para saber que mi vida habí
terminado y que no la iba a recuperar. No soportaba la perspectiva de quedarme sola.
»El dolor pasóal fin y ellos volvieron a explicarme quéera. En esta ocasió les creí
Experimentéla sed y notéla dureza de mi piel. Vi mis brillantes ojos rojos.
«Frivola como era, me sentímejor al mirarme en el espejo por primera vez. A pesar de
las pupilas, yo era la cosa má hermosa que habí visto en la vida —osalie se rióde símisma por un instante— Tuvo que pasar algú tiempo antes de que comenzara a inculpar
de mis males a la belleza, una maldició, y desear haber sido... bueno, fea no, pero sínormal, como Vera. En tal caso, me podrí haber casado con alguien que me amara de
verdad y haber criado hijos hermosos, pues eso era lo que, en realidad, querí desde el
principio. Sigo pensando que no es pedir demasiado.
Permaneciómeditativa durante un momento. Creíque se habia vuelto a olvidar de mi
presencia, pero entonces me sonriócon expresió súitamente triunfal.
—¿abes? Mi expediente estácasi tan limpio como el de Carlisle —e dijo— Es
mejor que el de Esme y mil veces superior al de Edward. Nunca he probado la sangre
humana —nunciócon orgullo.
Eclipse
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108
Comprendió la perplejidad de mi expresión cuando le pregunte por qué su expediente
estaba «casi tan» limpio.
—atéa cinco hombres —dmitió complacida de símisma—si es que merecen tal
nombre, pero tuve buen cuidado de no derramar su sangre, sabedora de que no serí
capaz de resistirlo. No querí nada de ellos dentro mí ya ves.
«Reservéa Royce para el final. Esperaba que se hubiera enterado de las muertes de
sus amigos y comprendiera lo que se le avecinaba. Confiaba en que el miedo empeorara
su muerte. Me parece que dio resultado. Cuando le capturé se escondí dentro de una
habitació sin ventanas, detrá de una puerta tan gruesa como una cáara acorazada,
custodiada en el exterior por un par de hombres armados. ¡y...! Fueron siete
homicidios... —e corrigióa símisma— Me habí olvidado de los guardias. Sóo necesitéun segundo para deshacerme de ellos.
»Fue demasiado teatral y lo cierto es que tambié un poco infantil. Yo lucí un vestido
de novia robado para la ocasió. Chillóal verme. Esa noche gritómucho. Dejarle para el
final resultóuna medida acertada, ya que me facilitóun mayor autocontrol y pude hacer
que su muerte fuera má lenta.
Dejóde hablar de repente y clavósus ojos en mí
—o siento —e disculpócon una nota de disgusto en la voz— Te he asustado,
¿erdad?
—stoy bien —e mentí
—e he dejado llevar.
—o te preocupes.
—e sorprende que Edward no te contara nada a este respecto.
—e disgusta hablar de las historias de otras personas. Le parece estar traicionando
su confianza, ya que é se entera de má cosas de las que pretende cuando «escucha» a
los demá.
Ella sonrióy sacudióla cabeza.
—robablemente voy a tener que darle má créito. Es bastante decente, ¿erdad?
—so me parece.
—e lo puedo asegurar —uego, suspiró— Tampoco he sido muy justa contigo, Bella.
¿e lo ha contado o tambié ha sido reservado?
—e dijo que tu actitud se debí a que yo era humana. Me explicóque te resultaba
má difíil que al resto aceptar que alguien de fuera estuviera al tanto de vuestro secreto.
La musical risa de Rosalie me interrumpió
—hora me siento en verdad culpable. Se ha mostrado mucho, mucho má corté de
lo que me merezco —arecí má cariñsa cuando se reí, como si hubiera bajado una
guardia que hubiera mantenido en mi presencia hasta ese instante— ¡uétrolero es este
chico!
Se carcajeóuna vez má.
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—¿Me ha mentido? —inquirí, súbitamente recelosa.
—Bueno, eso quizá resulte exagerado. No te lo ha contado todo. Lo que te dijo es
cierto, más cierto ahora de lo que lo fue antes. Sin embargo, en su momento...
—enmudeció y rió entre dientes, algo nerviosa—. Es violento. Ya ves, al principio, yo
estaba celosa porque él te quería a ti y no a mí.
Un estremecimiento de pánico recorrió mi cuerpo al oír sus palabras. Ahí sentada,
bañada por una luz plateada, era más hermosa que cualquier otra cosa que yo pudiera
imaginar. Yo no podía competir con Rosalie.
—Pero tú amas a Emmett... —farfullé.
Ella cabeceó adelante y atrás, divertida por la ocurrencia.
—No amo a Edward de ese modo, Bella, no lo he hecho nunca. Le he querido como a
un hermano, pero me ha irritado desde el primer momento en que le oí hablar, aunque has
de entenderlo... Yo estaba acostumbrada a que la gente me quisiera y él no se interesaba
por mí ni una pizquita. Al principio, me frustró e incluso me ofendió, pero no tardó mucho
en dejar de molestarme al ver que Edward nunca amaba a nadie. No mostró la menor
preferencia ni siquiera la primera vez que nos encontramos con todas esas mujeres del
clan de Tanya en Denali. Y entonces te conoció a ti.
Me miró con turbación. Yo sólo le prestaba atención a medias. Pensaba en Edward, en
Tanya y en «todas esas mujeres» y fruncílos labios hasta que formaron un trazo grueso.
—o es que no seas guapa, Bella —ñdió malinterpretando mi expresió— pero te
encontrómá hermosa que a mí.. Soy má vanidosa de lo que pensaba.
—ero túhas dicho «al principio». Ahora ya no te molesta, ¿o? quiero decir, las dos
sabemos que túeres la má agraciada del planeta.
Me reíal tener que decirlo. ¡ra tan obvio...! Resultaba extrañ que Rosalie necesitase
esas palabras de confirmació. Ella tambié se unióa mis risas.
—racias, Bella, y no, la verdad es que ya no me molesta. Edward siempre ha sido un
poquito raro —olvióa reíse.
—ero aú sigo sin gustarte —usurré
Su sonrisa se desvaneció
—o lamento.
Permanecimos allísentadas, en silencio, y ella parecí poco predispuesta a continuar
hablando.
—¿as a decirme la razó? ¿e hecho algo...?
¿staba enfadada por poner en peligro una y otra vez a su familia, a Emmett? Primero
James; ahora, Victoria...
—o, no has hecho nada —urmuró— Aú no.
La miré perpleja.
—¿o lo entiendes, Bella? —e pronto, su voz se volviómá apasionada que antes,
incluso que cuando relataba su desdichada historia— Túya lo tienes todo. Te aguarda
Eclipse
Stephenie Meyer
110
una vida por delante..., todo lo que yo quería, y vas a desperdiciarla. ¿No te das cuenta de
que yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar? Tú has efectuado la elección que yo no
pude hacer, ¡y has elegido mal!
Me estremecí y retrocedí ante la ferocidad de su expresión. Apreté los labios con
fuerza cuando me percaté de que me había quedado boquiabierta.
Ella me contempló fijamente durante un buen rato y el fulgor de sus ojos disminuyó. De
pronto, se avergonzó.
—¡Y yo que estaba segura de poder hacer esto con calma! —sacudió la cabeza. El
torrente de emociones parecía haberla dejado confusa—. Supongo que sólo es porque
ahora resulta más duro que antes, cuando era una pura cuestión de vanidad.
Contempló la luna en silencio. Al cabo de unos instantes me atreví a romper su
ensimismamiento.
—¿Te caería mejor si eligiera continuar siendo humana?
Ella se volvió hacia mí con los labios curvados en un amago de sonrisa.
—Quizá.
—En todo caso, tu historia sí tiene algo de final feliz —le recorrdé—. Tienes a Emmett.
—Le tengo a medias —sonrió—. Sabes que salvé a Emmett de un oso que le había
atacado y herido, y le arrastré hasta el hogar de Carlisle, pero ¿te imaginas por qué impedí
que el oso le devorara? —negué con la cabeza—. Sus rizos negros y los hoyuelos,
visibles incluso a pesar de la mueca de dolor, conferian a sus facciones una extraña
inocencia fuera de lugar en un varón adulto... Me recordaba a Henry, el pequeño de Vera.
No quería que muriera, a pesar de lo mucho que odiaba esta vida. Fuí lo bastante egoísta
para pedirle a Carlisle que le convirtiera para mí.
»Tuve má suerte de la que me merecí. Emmett es todo lo que habrí pedido si me
hubiera conocido lo bastante bien como para saber de mis carencias. É es exactamente la
clase de persona adecuada para alguien como yo y, por extrañ que pueda parecer,
tambié é me necesitaba. Esa parte funciona mejor de lo que cabí esperar, pero sóo
vamos a estar nosotros dos, no va a haber nadie má. Jamá me voy a sentar en el
porche, con é a mi lado, y ya con canas, rodeada de mis nietos.
Ahora su sonrisa fue amable.
—uizáte parezca un poco estrambóico, ¿ que sí En cierto sentido, túeres mucho
má madura que yo a los dieciocho, pero por otra parte, hay muchas cosas que no te has
detenido a considerar con detenimiento. Eres demasiado joven para saber quévas a
desear dentro de diez o quince añs, y lo bastante inexperta como para darlo todo sin
pensátelo. No te precipites con aquello que es irreversible, Bella.
Me palmeóla cabeza, pero el gesto no era de condescendencia. Suspiré
—úsóo piésatelo un poco. No se puede deshacer una vez que estéhecho. Esme
va tirando porque nos usa a nosotros como sucedáeo de los hijos que no tiene y Alice no
recuerda nada de su existencia humana, por lo que no la echa de menos. Sin embargo, túsívas a recordarla. Es mucho a lo que renuncias.
Pero obtengo má a cambio, pensé aunque me callé
Eclipse
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111
—Gracias, Rosalie. Me alegra conocerte más para comprenderte mejor.
—Te pido disculpas por haberme portado como un monstruo —esbozó una ancha
sonrisa—. Intentaré comportarme mejor de ahora en adelante.
Le devolví la sonrisa.
Aún no éramos amigas, pero estaba segura de que no me iba a odiar tanto.
—Ahora voy a dejarte para que duermas —lanzó una mirada a la cama y torció la
boca—. Sé que estás descontenta porque te mantenga encerrada de esta manera, pero
no le hagas pasar un mal rato cuando regrese. Te ama más de lo que piensas. Le aterra
alejarse de ti —se levantó sin hacer ruido y se dirigió hacia la puerta sigilosa como un
espectro—. Buenas noches, Bella —susurró mientras la cerraba al salir.
—Buenas noches, Rosalie —murmuré un segundo tarde.
Después de eso, me costó mucho conciliar el sueño...
... y tuve una pesadilla cuando me dormí. Recorría muy despacio las frías y oscuras
baldosas de una calle desconocida bajo una suave cortina de nieve. Dejaba un leve rastro
sanguinolento detrás de mí mientras un misterioso ángel de largas vestiduras blancas
vigilaba mi avance con gesto resentido.
Aliee me llevó al colegio a la mañana siguiente mientras yo, malhumorada, miraba
fijamente por el parabrisas. Estaba falta de sueño y eso sólo aumentaba la irritación que
me provocaba mi encierro.
—Esta noche saldremos a Olympia o algo así —me prometio—. Será divertido, ¿te
parece...?
—¿Por qué no me encierras en el sótano y te dejas de paños calientes? —le sugerí.
Alice torció el gesto.
—Va a pedirme que le devuelva el Porsche por no hacer un buen trabajo. Se suponía
que debías pasártelo bien.
—No es culpa tuya —murmuré; en mi fuero interno, no podía creer que me sintiera
culpable—. Te veré en el almuerzo.
Anduve penosamente hasta clase de Lengua. Tenía garantizado que el día iba a ser
insoportable sin la compañía de Edward. Permanecí enfurruñada durante la primera clase,
bien consciente de que mi actitud no ayudaba en nada.
Cuando sonó la campana, me levanté sin mucho entusiasmo. Mike me esperaba a la
salida, el tiempo que mantenía abierta la puerta.
—¿Se va Edward de excursión este fin de semana? —me preguntó con afabilidad
mientras caminábamos bajo un fino chirimiri.
—Sí.
—¿Te apetece hacer algo esta noche?
¿Cómo era posible que aún albergara esperanzas?
—Imposible, tengo una fiesta de pijamas —refunfuñé. Me dedicó una mirada extraña
mientras ponderaba mi estado de ánimo.
Eclipse
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—¿Quiénes vais a...?
Detrás de nosotros, un motor bramó con fuerza en algún punto del aparcamiento.
Todos cuantos estaban en la acera se volvieron para observar con incredulidad cómo una
estruendosa moto negra llegaba hasta el límite de la zona asfaltada sin aminorar el runrún
del motor.
Jacob me urgió con los brazos.
—¡Corre, Bella! —gritó por encima del rugido del motor.
Me quedé allí clavada durante un instante antes de comprender.
Miré a Mike de inmediato y supe que sólo tenía unos segundos.
¿Hasta dónde sería capaz de ir Alice para refrenarme en público?
—Di que me he sentido mal repentinamente y me he ido a casa, ¿de acuerdo? —le
dije a Mike, con la voz llena de repentino entusiasmo.
—Vale —murmuró él.
Le pellizqué la mejilla y le dije a voz en grito mientras me alejaba a la carrera:
—Gracias, Mike. ¡Te debo una!
Jacob aceleró la moto sin dejar de sonreír. Salté a la parte posterior del asiento, rodeé
su cintura con los brazos y me aferré con fuerza.
Atisbé de refilón a Alice, petrificada en la entrada de la cafetería, con los ojos
chispeando de furia y los labios fruncidos, dejando entrever los dientes.
Le dirigí una mirada de súplica.
A continuación salimos disparados sobre el asfalto tan deprísa que tuve la impresión
de que me dejaba atrás el estómago.
—¡Agárrate fuerte! —gritó Jacob.
Escondí el rostro en su espalda mientras él dirigía la moto hacia la carretera. Sabía
que aminoraría la velocidad en cuanto llegásemos a la orilla del territorio quileute. Lo único
que debía hacer hasta ese momento era no soltarme. Rogué en silencio para que Alice no
nos siguiera y que a Charlie no se le ocurriera pasar a verme...
Fue muy evidente el momento en que llegamos a zona segura. La motocicleta redujo
la velocidad y Jacob se enderezó y aulló entre risas. Abrí los ojos.
—Lo logramos —gritó—. Como fuga de la cárcel no está mal, ¿A qué no?
—Bien pensado, Jake.
—Me acordé de tus palabras. Esa sanguijuela psíquica era incapaz de predecir lo que
yo iba a hacer. Me alegra que no pensara esto o de lo contrario no te hubiera dejado venir
al instituto.
—No se me pasó por la cabeza.
Lanzó una carcajada triunfal.
—;Qué quieres hacer hoy?
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Respondí con otra risa.
¡Cualquier cosa!
¡Qué estupendo era ser libre!
Eclipse
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Genlo
Terminamos yendo una vez más a la playa, donde vagabundeamos sin rumbo fijo.
Jacob no cabía en sí de satisfacción por haber urdido mi fuga.
—¿Crees que vendrán a buscarte? —preguntó. Parecía esperanzado.
—No —estaba segura de eso—. Aunque esta noche se van a poner como fieras.
El eligió una piedra y la lanzó. El canto rebotó sobre la cresta de las olas.
—En ese caso no regreses —sugirió de nuevo.
—A Charlie le encantaría —repuse con sarcasmo.
—Apuesto a que no le importaría.
No contesté. Lo más probable es que Jacob estuviera en lo cierto y eso me hizo
apretar los dientes con rabia. La manifiesta preferencia de Charlie por mis amigos quileute
era improcedente. Me pregunté si opinaría lo mismo en caso de saber que la elección era
en realidad entre vampiros y hombres lobo.
—Bueno, ¿y cuál es el último escándalo de la manada? —pregunté con desenfado.
Jacob resbaló al detenerse en seco y me miró fijamente con asombro hasta hacerme
desviar la vista.
—¿Qué pasa? Sólo era una broma.
—Ah.
Miró hacia otro lado. Esperé a que reanudara la caminata, pero parecía ensimismado
en sus pensamientos.
—¿Hay algún escándalo? —quise saber. Mi amigo rió entre dientes de nuevo.
A veces se me olvida cómo es el no tener a todo el mundo metido en mi cabeza la
mayoría del tiempo y poder reservar en ella un lugar privado y tranquilo para mí.
Caminamos en silencio a lo largo de la rocosa playa durante unos minutos hasta que al
final pregunté:
—Bueno, ¿de qué se trata eso que saben cuantos tienes a tu alrededor?
Él vaciló un segundo, como si no estuviera seguro de cuánto iba a contarme. Luego,
suspiró y dijo:
—Quil está imprimado, y ya es el tercero, por lo que los demás pempezamos a estar
preocupados. Quizá sea un fenómeno más común de lo que dicen las historias.
Puso cara de pocos amigos y se volvió hacia mí para observarme. Me miró fijamente a
los ojos, sin hablar, con las cejas fruncidas en gesto de concentración.
—¿Qué miras? —pregunté, cohibida.
Él suspiró.
—Nada.
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Jacob echó a andar de nuevo y, como quien no quiere la cosa, alargó el brazo y me
tomó de la mano. Caminamos callados entre las rocas.
Pensé en la imagen que debíamos de tener al caminar juntos de la mano, la de una
pareja, sin duda, y me pregunté si no tendría que oponerme, pero siempre había sido así
entre nosotros y no existia razón alguna por la que cambiarlo ahora.
—¿Por qué es un escándalo la imprimación de Quil? —pregunté cuando tuve la
impresión de que no iba a contarme nada más—. ¿Acaso porque es el miembro más joven
de la manada?
—Eso no tiene nada que ver.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Es otra de nuestras leyendas. Me pregunto cuándo dejar de sorprendernos que
todas sean ciertas.
—¿Me lo vas a contar o he de adivinarlo?
—No lo acertarías jamás. Verás, como sabes, Quil no se ha incorporado a la manada
hasta hace poco tiempo, por lo que no había pasado por el hogar de Emily.
—¿Quil también está imprimado de Emily? —pregunté jadeando.
—¡No! Te digo que no lo vas a adivinar. Emily tenía dos sobrinas que estaban de visita
y... Quil conoció a Claire.
—¿Y Emily no quiere que su sobrina salga con un licántropo? ¡Menuda hipocresía!
—solté.
Pese a todo, comprendía por qué ella de entre toda su gente era de ese parecer. Volví
a pensar en las enormes cicatrices que le afeaban el rostro y se extendían brazo derecho
abajo. Sam había perdido el control una sola vez mientras estaba demasiado cerca de
ella, pero no hizo falta más. Yo había visto el dolor en los ojos de Sam cada vez que
miraba las heridas inflingidas a Emily. Me resultaba perfectamente comprensible que ella
deseara proteger a su sobrina de ese peligro.
—¿Quieres hacer el favor de no intentar adivinarlo? Vas desencaminada. A ella no le
preocupa esa parte, es sólo que, bueno, es un poco pronto.
—¿Qué quieres decir con «un poco pronto»?
Jacob entrecerrólos ojos y me evaluócon la mirada.
—rocura no erigirte en juez, ¿ale?
Asentícon cautela.
—laire tiene dos añs —e dijo Jacob.
Comenzóa chispear. Parpadeécon fuerza cuando las gotas de lluvia me golpetearon
en el rostro.
Jacob aguardóen silencio. No llevaba chaqueta, como de costumbre, y el chaparró
dejóun reguero de motas oscuras en su camiseta negra y su pelo enmarañdo empezóa
gotear. Mantuvo el gesto inexpresivo mientras me miraba.
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—Quil está imprimado... ¿con... una niña... de dos años? repuse cuando al fin fui
capaz de hablar.
—Sucede —se encogió de hombros. Luego se agachó para tomar otra roca y lanzarla
con fuerza a las aguas de la bahía—. O eso dicen las leyendas.
—Pero es un bebé —protesté. Me miró con gesto de sombrío regocijo.
—Quil no va a envejecer más —me recordó con un tono algo mordaz—. Sólo ha de
ser paciente durante unas décadas.
—Yo... No sé qué decir.
Intenté no ser crítica con todas mis fuerzas, pero lo cierto es que estaba aterrada.
Hasta ahora, nada de lo relacionado con los licántropos me había molestado desde que
averigüé que no tenían nada que ver con los crímenes que yo les achacaba.
—Estás haciendo juicios de valor —me acusó—. Lo leo en tu cara.
—Perdón —repuse entre dientes—, pero me parece absolutamente repulsivo.
—No es así. Te equivocas de cabo a rabo —de pronto, Jacob salió en defensa de su
amigo con vehemencia—. He visto lo que sientes a través de sus ojos. No hay nada
romántico en todo esto, no para Quil, aún no —respiró hondo, frustrado—. ¡Qué difícil es
describirlo! La verdad es que no se parece al amor a primera vista, sino que más bien
tiene que ver con movimientos gravitatorios. Cuando tú la ves, ya no es la tierra quien te
sostiene, sino ella, que pasa a ser lo único que importa. Harías y serías cualquier cosa por
ella, te convertirías en lo que ella necesitara, ya sea su protector, su amante, su amigo o
su hermano.
»Quil seráel mejor y má tierno de los hermanos mayores que haya tenido un niñ. No
habrácriatura en este mundo má protegida que esa niñta. Luego, cuando crezca, ella
necesitaráun amigo. El seráun camarada má comprensivo, digno de confianza y
responsable que cualquier otro que ella pueda conocer. Despué, cuando sea adulta,
será tan felices como Emily y Sam.
Una extrañ nota de amargura acerósu voz al final, cuando hablóde Sam.
—¿ Claire no tiene alternativa?
—or supuesto, pero, a fin de cuentas, ¿or quéno iba a elegirle a é? Quil va a ser
su compañro perfecto, y es como si lo hubieran creado sóo para ella.
Anduvimos callados durante un momento hasta que me detuve para arrojar una piedra
al océno, pero me quedémuy corta, faltaron varios metros para que cayera en las aguas.
Jacob se burlóde mí
—o todos podemos tener una fuerza sobrenatural —ascullé
É suspiró
—¿uádo crees que te va a suceder a ti? —reguntébajito.
—amá —eplicóde inmediato con voz monocorde.
—o es algo que estébajo tu control, ¿erdad?
Eclipse
Stephenie Meyer
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Se mantuvo callado durante unos minutos. Sin darnos cuenta, ambos paseamos más
despacio, sin apenas avanzar.
—Y tú crees que si aún no la has visto es que no existe, ¿verdad? —le pregunté con
escepticismo—. Jacob, apenas has visto mundo, incluso menos que yo.
—Cierto —repuso en voz baja; observó mi rostro con ojos penetrantes—, pero no voy
a ver a nadie, Bella, salvo a ti, incluso cuando cierro los ojos e intento concentrarme en
otra persona. Pregúntale a Quil o a Embry. Eso les vuelve locos.
Miré rápidamente a las rocas.
Ya no deambulábamos por la playa. No se oía nada más que el batir de las olas en la
orilla, cuyo rugido ahogaba incluso el soniquete de la lluvia.
—Quizá convenga que vuelva a casa —susurré.
—¡No! —protestó, sorprendido por aquel final.
Alcé los ojos para mirarle. Los suyos estaban llenos de ansiedad. Tienes todo el día
libre, ¿no? El chupasangres aún no va a volver a casa.
Le fulminé con la mirada.
—No pretendía ofender —se apresuró a añadir.
—Sí, tengo todo el día, pero Jake...
Me tomó una mano y se disculpó:
—Disculpa. No volveré a comportarme así. Seré sólo Jacob.
Suspiré.
—Pero si es eso lo que piensas...
—No te preocupes por mí —insistió mientras sonreía con una alegría excesiva y
premeditada—. Sé lo que me traigo entre manos. Sólo dime si te ofendo...
—No sé...
—Venga, Bella. Regresemos a casa y cojamos las motos. Tienes que montar con
regularidad para mantenerte a tono.
—En realidad, me parece que me lo han prohibido...
—¿Quién? ¿Charlie o el chupa... él?
—Los dos.
Jacob esbozó una enorme sonrisa, mi sonrisa, y de pronto apareció el Jacob que tanto
echaba en falta, risueño y afectuoso.
No pude evitar devolverle la sonrisa.
La llovizna aminoró hasta convertirse en niebla.
—No se lo voy a decir a nadie —me prometió.
—Excepto a todos y cada uno de tus amigos.
Negó solemnemente con la cabeza y alzó la mano derecha.
Eclipse
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—Prometo no pensar en ello.
Me eché a reír.
—Diremos que me he tropezado si me hago daño, ¿vale?
—Como tú digas.
Condujimos las motos a los caminos de la parte posterior de La Push hasta que la
lluvia los hizo impracticables y Jacob insistió en que iba a cambiar de fase como no
comiera algo pronto. Billy me recibió con absoluta normalidad cuando llegamos a la casa,
como si mi repentina aparición no implicara nada más que mi deseo de pasar el día con un
amigo. Nos fuimos al garaje después de comer los bocadillos que preparó Jacob y le
ayudé a limpiar las motos. No había estado allí en meses, desde el regreso de Edward,
pero no parecía importar. Sólo era otra tarde en la cochera.
—Me encanta —comenté mientras él sacaba un par de refrescos calientes de la bolsa
de comestibles—. Echaba de menos este sitio.
Él sonrió al tiempo que miraba las junturas de las planchas de plástico del tejado.
—Sí, te entiendo perfectamente. Tiene toda la magnificencia del Taj Mahal sin los
inconvenientes ni los gastos de viajar a la India.
—Por el pequeño Taj Mahal de Washington —brindé, sosteniendo en alto mi lata.
Él entrechocó la suya con la mía.
—¿Recuerdas el pasado San Valentín? Creo que fue la última vez que estuviste aquí,
la última vez, cuando las cosas aún eran... normales.
Me carcajeé.
Por supuesto que me acuerdo. Cambié toda una vida de servidumbre por una caja de
dulces de San Valentín. No es algo que pudiera olvidar fácilmente. Sus risas se unieron a
las mías.
—Eso está bien. Um. Servidumbre. Tendré que pensar en algo bueno —luego,
suspiró—. Parece que han pasado años. Otra era. Una más feliz.
No pude mostrarme de acuerdo, ya que ahora vivía un momento muy dulce, pero me
sorprendía comprender cuántas cosas echaba de menos de mis días de oscuridad. Miré
fijamente el bosque oscuro a través de la abertura. Llovía de nuevo, pero sentada junto a
Jacob en el garaje se estaba bien. Me acarició la mano con los dedos y dijo:
—Las cosas han cambiado de verdad.
—Sí —admití; entonces, alargué la mano y palmeé la rueda trasera de mi moto—.
Antes Charlie y yo nos llevábamos mejor —me mordí el labio—. Espero que Billy no le
diga nada de lo de hoy...
—No lo hará. No se pone de los nervios, como le ocurre a Charlie. Eh, no me he
disculpado oficialmente por haberme chivado y haberle dicho a tu padre lo de la moto.
Desearía no haberlo hecho.
Puse los ojos en blanco.
—También yo.
Eclipse
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—Lo siento mucho, de veras.
Me miró expectante. La maraña de pelo negro húmedo se pegaba a su rostro
suplicante y lo cubría por todas partes.
—Bueno, vale, te perdono.
—¡Gracias, Bella!
Nos sonreímos el uno al otro durante un instante, y luego su expresión volvió a
ensombrecerse.
—¿Sabes?, ese día, cuando te llevé la moto, quería preguntarle algo —dijo hablando
muy despacio—, pero al mismo tiempo, tampoco me apetecía hacerlo.
Permanecí inmóvil, una medida preventiva, un hábito adquirído de Edward.
—¿Mostrabas esa resolución porque estabas enfadada conmigo o ibas totalmente en
serio? —preguntó con un hilo de voz.
Aunque estaba segura de saber a qué se refería, le contesté, igualmente en susurros.
—¿Sobre qué?
Él me miró con fijeza.
—Ya sabes. Cuando dijiste que no era de mi incumbencia si él te mordía —se encogió
de forma visible al pronunciar el final de la frase.
—Jake...
Se me hizo un nudo en la garganta y fui incapaz de terminar siquiera. Él cerró los ojos
y respiró hondo.
—¿Hablabas en serio?
Tembló levemente. Permaneció con los párpados cerrados.
—Sí —susurré.
Jacob espiró muy despacio.
—Supongo que ya lo sabía.
Le miré a la cara, a la espera de que abriera los ojos.
—¿Eres consciente de lo que eso va a significar? —inquirió de pronto—. Lo
comprendes, ¿verdad? ¿Sabes qué va a ocurrir si rompen el tratado?
—Nos iremos antes —repuse con voz queda.
Vi en lo más hondo de sus ojos la ira y el dolor cuando abrió los párpados.
—No hay un límite geográfico para el tratado, Bella. Nuestros tatarabuelos sólo
acordaron mantener la paz porque los Cullen juraron que eran diferentes, que no ponían
en peligro a los humanos. El tratado no tiene sentido y ellos son igual al resto de los
vapiros si vuelven a sus costumbres. Una vez establecido esto, y cuando volvamos a
encontrarlos...
Eclipse
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—Pero ¿no habéis roto ya el tratado? —pregunté, agarrándome a un clavo ardiendo—.
¿No formaba parte del acuerdo que no le diríais a la gente lo de los vampiros? Tú me lo
revelaste. ¿No es eso quebrantar el tratado?
A Jacob no le gustó que se lo recordase. El dolor de sus ojos se recrudeció hasta
convertirse en animosidad.
Sí, no respeté el tratado cuando no creía en él, y estoy seguro de que los has puesto
al tanto, pero eso no les concede una ventaja ni nada parecido. Un error no justifica otro.
Si no les gusta mi conducta, sólo les queda una opción, la misma que tendremos nosotros
cuando ellos rompan el acuerdo: atacar, comenzar la guerra.
Lo presentaba de un modo tal que el enfrentamiento parecía inevitable. Me estremecí.
—No tiene por qué terminar así, Jake.
—Va a ser así.
Rechinó los dientes.
El silencio subsiguiente a esa afirmación fue ostensible.
—¿No me perdonarás nunca, Jacob? —susurré. Deseé haberle mordido la lengua en
cuanto solté la frase. No quería oír la repuesta.
—Tú dejarás de ser Bella —me contestó—. Mi amiga no va a estar. No habrá nadie a
quien perdonar.
—Eso parece un «no» —usurré
Nos encaramos el uno con el otro durante un momento interminable.
—ntonces, ¿s esto una despedida, Jake?
É parpadeóa toda velocidad y la sorpresa consumióla fiereza de su expresió.
—¿or qué Aú nos quedan unos pocos añs. ¿o podemos ser amigos hasta que
se acabe el tiempo?
—¿ñs? No, Jake, nada de añs —acudíla cabeza y soltéuna carcajada
forzada— Serí má apropiado hablar de semanas.
No previ su reacció.
Se puso en pie de repente y resonóun fuerte reventó cuando la lata del refresco
estallóen su mano. El líuido salióvolando por todas partes, poniédome perdida, como si
me hubieran rociado con una manguera.
—¡ake! —mpecéa quejarme, pero guardésilencio en cuanto me di cuenta de que
todo su cuerpo se estremecí de ira.
Me lanzóuna mirada enloquecida al tiempo que resonaba un gruñdo en su pecho. Me
quedéallípetrificada, demasiado atóita para ser capaz de moverme.
Todo su cuerpo se convulsionaba má y má deprisa hasta que dio la impresió de
que vibraba. El contorno de su figura se desdibujó..
...y entonces, Jacob apretólos dientes y cesóel gruñdo. Cerrólos ojos con fuerza
para concentrarse y el temblor aminoróhasta que sóo le temblaron las manos.
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—Semanas —repitió él con voz apagada.
Era incapaz de responderle. Continuaba inmóvil.
Abrió los ojos, en los que se leía más que rabia.
—¡Te va a convertir en una mugrienta chupasangres en cuestión de unas pocas
semanas! —habló entre dientes.
Estaba demasiado aturdida para sentirme ofendida por sus palabras, de modo que me
limité a asentir en silencio. Su tez adquirió un tinte verdoso por debajo de su habitual tono
rojizo.
Por supuesto que sí, Jake —susurré después de un largo minuto de silencio—. El
tiene diecisiete y cada día me acerco más a los diecinueve. Además, ¿qué sentido tiene
esperar? El es todo cuanto amo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Yo lo había planteado como una cuestión puramente retórica.
— Cualquier cosa, cualquier otra cosa —sus palabras chasquearon como las colas de
un látigo—. Sería mejor que murieras. Yo lo preferiría.
Retrocedí como si me hubiera abofeteado. De hecho, dolía más que si así hubiera
sido. Entonces, cuando la aflicción me traspasó de parte a parte, estalló en llamas mi
propio genio.
—Quizá tengas suerte —repliqué sombría mientras me alejabaI dando tumbos—.
Quizá me atropelle un camión de vuelta a casa.
Agarré la moto y la empujé al exterior, bajo la lluvia. Jacob no se movió cuando pasé a
su lado. Me subí al ciclomotor en cuanto llegué al sendero enlodado y lo encendí de una
patada. La rueda trasera lanzó un surtidor de barro hacia el garaje. Deseé que le diera.
Me calé hasta los huesos mientras conducía a toda prisa sobre la resbaladiza
carretera hacia la casa de los Cullen. Sentía como si el viento congelara las gotas de lluvia
sobre mi piel y antes de que hubiera recorrido la mitad del camino estaba castañeteando
los dientes.
Las motos eran poco prácticas para Washington. Iba a vender aquel trasto a la primera
oportunidad.
Empujé el ciclomotor al interior del enorme garaje de los Cullen, donde no me
sorprendió encontrar a Alice esperándome encaramada al capó de su Porsche. Alice
acarició la reluciente pintura amarilla.
—Aún no he tenido ocasión de conducirlo.
Suspiró.
—Perdona —conseguí soltar entre el castafieo de dientes.
—Me parece que te vendría bien una ducha caliente —dijo de forma brusca mientras
se incorporaba de un pequeño salto.
—Sí.
Ella frunció la boca y estudió mi rostro con cuidado.
—¿Quieres hablar de ello?

—No.
Ella cabeceó en señal de asentimiento, pero sus ojos relucían de curiosidad.
—¿Te apetece ir a Olympia esta noche?
—La verdad es que no. ¿Puedo marcharme a casa? —reaccionó con una mueca—.
No importa, Alice. Me quedaré si eso va a facilitarte las cosas.
—Gracias.
Ese día me acosté temprano y volví a acurrucarme en el sofá de Edward.
Aún era de noche cuando me desperté. Estaba grogui, pero sabía que todavía no
había amanecido. Cerré los ojos y me estiré, rodando de lado. Necesité unos momentos
antes de comprender que habría debido caerme de bruces con aquel movimiento, y que,
por el contrario, estaba mucho más cómoda.
Retrocedí en un intento de ver a mi alrededor. La oscuridad era mayor que la del día
anterior. Las nubes eran demasiado espesa para que la luna las traspasara.
—Lo siento —murmuró él tan bajito que su voz parecía formar parte de las sombras—.
No pretendía despertarte.
Me tensé a la espera de un estallido de furia por su parte y por la mía, pero no hubo
más que la paz y la quietud de la oscuridad de su habitación. Casi podía deleitarme con la
dulzura del reencuentro en el aire, una fragancia diferente a la del aroma de su aliento. El
vacío de nuestra separación dejaba su propio regusto amargo, algo de lo que no me
percataba hasta que se había alejado.
Np saltaron chispas en el espacio que nos separaba. La quietud era pacífica, no como
la calma previa a la tempestad, sino como una noche clara a la que no le había alcanzado
el menor atisbo la tormenta.
Me daba igual que debiera estar enfadada con él. No me preocuba que tuviera que
estar enojada con todos. Extendí los brazos hacia delante, hallé sus manos en la
penumbra y me acerqué a Edward, cuyos brazos me rodearon y me acunaron contra su
pecho. Mis labios buscaron a tientas los suyos por la garganta y el mentón hasta alcanzar
al fin su objetivo.
Me besó con dulzura durante unos segundos y luego rió entre.
—Venía preparado para soportar una ira que empequeñecería a la de los osos pardos,
y ¿con qué me encuentro? Debería haber hacerte rabiar más a menudo.
—Dame un minuto a que me prepare —bromeé mientras le besaba de nuevo.
—Esperaré todo lo que quieras —susurraron sus labios mientras, rozaban los míos y
hundía sus dedos en mi cabello. Mi respiración se fue haciendo cada vez más irregular.
— Quizá por la mañana.
—Lo que tú digas.
—Bienvenido a casa —le dije mientras sus fríos labios me besaban debajo de la
mandíbula—. Me alegra que hayas vuelto.
—Eso es estupendo.
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—Um —coincidí mientras apretaba los brazos alrededor de su cuello.
Su mano descubrió una curva alrededor de mi codo y descendió despacio por mi brazo
y las costillas para luego recorrer mi cintura y avanzar por mi pierna hasta la rodilla, donde
se detuvo, y enroscó la mano en torno a mi pantorrilla.
Contuve el aliento. Edward jamás se permitía llegar tan lejos. A pesar de la gelidez de
sus manos, me sentí repentinamente acálorada. Su boca se acercó al hueco de la base de
mi cuello.
—No es por atraer tu cólera antes de tiempo —murmuró—-, pero ¿te importaría
decirme qué tiene de malo esta cama para que la rechaces?
Antes de que pudiera responder, antes incluso de que fuera capaz, de concentrarme lo
suficiente para encontrarle sentido a sus palabras, Edward rodó hacia un lado y me puso
encima de él. Sostuvo mi rostro con las manos y lo orientó hacia arriba de modo que mi
cuello quedara al alcance de su boca. Mi respiración aumentó de volumen de un modo
casi embarazoso, pero no me preocupaba avergonzarme,
—¿Qué le pasa a la cama? —volvió a preguntar—. Me parece estupenda.
—Es innecesaria —me las arreglé para contestar.
Mis labios perfilaron el contorno de su boca antes de que retirase mi rostro del suyo y
rodara sobre sí mismo, esta vez más despacio, para luego cernirse sobre mí, y lo hizo con
cuidado para evitar que yo no tuviera que soportar ni un gramo de su peso, pero podía
sentir la presión de su frío cuerpo marmóreo contra el mío. El corazón me latía con tal
fuerza que apenas oí su amortiguada risa.
—Eso es una cuestión discutible —discrepó—. Sería difícil hacer esto encima de un
sofá.
Recorrió el reborde de mis labios con su lengua, fría como el hielo.
La cabeza me daba vueltas y mi respiración se volvía entrecortada y poco profunda.
—¿Has cambiado de idea? —pregunté jadeando.
Tal vez había reconsiderado todas sus medidas de precaución. Quizás aquella cama
tenía más significados de los que yo había previsto. El corazón me dolía con cada
palpitación mientras aguardaba su réplica.
Edward suspiró al tiempo que giraba sobre un lado; los dos nos quedamos
descansando sobre nuestros costados.
—No seas ridicula, Bella —repuso con fuerte tono de desaprobación. Era obvio que
había comprendido a qué me refería—. Sólo intentaba ilustrarte acerca de los beneficios
de una cama que tan poco parece gustarte. No te dejes llevar.
—Demasiado tarde —murmuré—, y me encanta la cama —agregué.
—Bien —distinguí una nota de alegría mientras me besaba la frente—. También a mí.
—Pero me parece innecesaria —proseguí—. ¿Qué sentido tiene si no vamos a llegar
hasta el final?
Suspiró de nuevo.
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—Por enésima vez, Bella, es demasiado arriesgado.
—Me gusta el peligro —insistí.
—Lo sé.
Habia un punto de hosquedad en su voz y comprendí que debía de haber visto la moto
en el garaje.
—Yo diré qué es peligroso —me apresuré a decir antes de que pudiera abordar otro
tema de discusión—; un día de estos voy a sufrir una combustión espontánea y la culpa
vas a tenerla sólo tú.
Comenzó a empujarme hasta que me alejó.
—¿Qué haces? —protesté mientras me aferraba a él.
—Protegerte de la combustión espontánea. Si no puedes soportarlo...
—Sabré manejarlo —insistí. Permitió que me arrastrara hasta el círculo de sus brazos.
—Lamento haberte dado la impresión equivocada —dijo No pretendo hacerte
desdichada. Eso no está bien.
—En realidad, esto está fenomenal.
Respiró hondo.
—¿No estás cansada? Debería dejarte para que duermas.
—No, no lo estoy. No me importa que me vuelvas a dar la impresión equivocada.
—Puede que sea una mala idea. No eres la única que puede dejarse llevar.
—Sí lo soy —me quejé.
Edward rió entre dientes.
—No tienes ni idea, Bella. Tampoco ayuda mucho que estés tan ávida de socavar mi
autocontrol.
—No voy a pedirte perdón por eso.
—¿Puedo disculparme yo?
—¿Por qué?
—Estabas enfadada conmigo, ¿no te acuerdas?
—Ah, eso.
—Lo siento. Me equivoqué. Resulta más fácil tener una perspectiva adecuada cuando
te tengo a salvo aquí —aumentó la presión de sus brazos sobre mi cuerpo—. Me salgo un
poco de mis casillas cuando te dejo. No creo que vuelva a irme tan lejos. No merece la
pena.
Sonreí.
—¿No localizaste a ningún puma?
—De hecho, sí, pero aun así, la ansiedad no compensa. Lamento que Alice te haya
retenido como rehén. Fue una mala idea.
Eclipse
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—Sí —coincidí.
—No lo volveré a hacer.
—De acuerdo —acepté su disculpa sin problemas, pues ya le había perdonado—,
pero las fiestas de pijamas tienen sus ventajas… —e aovillémá cerca de é y beséla
hendidura de su clavicula— Túpuedes raptarme siempre que quieras.
—m —uspiró— Quizáte tome la palabra.
—ntonces, ¿hora me toca a mí
—¿ tí —nquirió confuso.
—i turno para disculparme.
—¿or quétienes que excusarte?
—¿o está enfadado conmigo? —reguntésin comprender.
—o.
Parecia que lo decí en serio.
Fruncílas cejas.
—¿o has hablado con Alice al venir a casa?
—í ¿or qué..?
—¿as a quitarle el Porsche?
—laro que no. Era un regalo.
Me habrí gustado verle las facciones. A juzgar por el sonido de su voz, parecí que le
habí insultado.
—¿o quieres saber quéhice? —e preguntémientras empezaba a quedarme
desconcertada por su aparente falta de preocupació.
Notésu encogimiento de hombros.
—iempre me interesa todo cuanto haces, pero no tienes por que contámelo a menos
que lo desees.
—ero fui a La Push.
—stoy al tanto.
— me escaqueédel instituto.
—ambié lo sé
Miréhacia el lugar de procedencia de su voz mientras recorrí sus rasgos con las
yemas de los dedos en un intento de comprender su estado de áimo.
—¿e dóde sale tanta tolerancia? —nquirí
Edward suspiró
—e decidido que tienes razó. Antes, mi problema tení má que ver con mi...
prejuicio contra los licátropos que con cualquier otra cosa. Voy a intentar ser má
razonable y confiar en tu sensatez. Si túdices que es seguro, entonces te creeré
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—¡Vaya!
—Y lo más importante..., no estoy dispuesto a que esto sea un obstáculo entre
nosotros.
Apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos, plenamente satisfecha.
—Bueno —murmuró como quien no quería la cosa—, ¿tenías planes para volver
pronto a La Push?
No le contesté. La pregunta trajo a mi recuerdo las palabras Jacob y sentí una tirantez
en la garganta. El malinterpretó mi silencio y la rigidez de mi cuerpo.
—Es sólo para que yo pueda hacer mis propios planes —se apresuró a añadir—. No
quiero que te sientas obligada a anticipar tu regreso porque estoy aquí sentado,
esperándote.
—No —contesté con una voz que me resultó extraña—, no tengo previsto volver.
—Ah. Por mí no lo hagas.
—Me da la sensación de que he dejado de ser bienvenida allí —susurré.
—¿Has atropellado a algún gato? —preguntó medio en broma. Sabía que no quería
sonsacarme, pero noté una gran curiosidad en sus palabras.
—No —tomé aliento y murmuré atropelladamente la explicación—: Pensé que Jacob
había comprendido... No creí que le sorprendiera —Edward aguardó callado mientras yo
vacilaba—. El no esperaba que sucediera... tan pronto.
—Ah, ya —repuso Edward en voz baja.
—Dijo que prefería verme muerta —se me quebró la voz al decir la última palabra.
Edward se mantuvo inmóvil durante unos instantes hasta consolar su reacción; fuera
cual fuera, no quería que yo la viera.
Luego, me apretó suavemente contra su pecho.
—Cuánto lo siento.
—Pensé que te alegrarías —murmuré.
—¿Alegrarme de que alguien te haya herido? —susurró con los labios cerca de mi
pelo—. No creo que eso vaya a alegrarme nunca, Bella.
Suspiré y me relajé al tiempo que me acomodaba a su figura de piedra, pero él estaba
inmóvil, tenso.
—¿Qué ocurre? —inquirí.
—Nada.
—Puedes decírmelo.
Se mantuvo callado durante cerca de un minuto.
—Quizá te enfades.
—Aun así, quiero saberlo.
Suspiró.
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—Podría matarle, y lo digo en serio, por haberte dicho eso. Quiero hacerlo.
Reí con poco entusiasmo.
—Es estupendo que tengas tanto dominio de ti mismo.
—Podría fallar —su tono era pensativo.
—Si tu fuerza de voluntad va a flaquear, se me ocurre otro objetivo mejor —me estiré
e intenté levantarme para besarle. Sus brazos me sujetaron con más fuerza y me frenaron.
Suspiró.
—¿He de ser siempre yo el único sensato?
Sonreí en la oscuridad.
—No. Deja a mi cargo el tema de la responsabilidad durante unos minutos, o mejor,
unas horas.
—Buenas noches, Bella.
—Espera, deseo preguntarte una cosa más.
—¿De qué se trata?
—Hablé con Rosalie ayer por la noche...
Él volvió a envararse.
—Sí, ella pensaba en eso a mi llegada. Te dio mucho en que pensar, ¿a que sí?
Su voz reflejaba ansiedad. Comprendí que él creía que yo quería hablar acerca de las
razones que Rosalie me había dado para continuar siendo humana. Sin embargo, a mí me
interesaba hablar de algo mucho más apremiante.
—Me habló un poco del tiempo en que tu familia vivió en Denali.
Se produjo un breve receso. Aquel comienzo le pilló desprevenido.
—¿Ah, sí?
—Mencionó algo sobre un grupo de vampiresas... y tú —Edward no me contestó a
pesar de que esperé un buen rato—. No te preocupes —proseguí cuando el silencio se
hizo insoportable—, ella me aseguró que no habías demostrado preferencia por ninguna,
pero, ya sabes, me preguntaba si alguna de ellas lo hizo, o sea, si manifestó alguna
preferencia hacia ti —él siguió callado—. ¿Quién fue? —pregunté; intentando mantener un
tono despreocupado, pero sin lograrlo de todo—. ¿O hubo más de una?
No se produjo respuesta alguna. Me habría gustado verle la cara para intentar
averiguar el significado de aquel mutismo.
—Alice me lo dirá —afirmé—. Voy a preguntárselo ahora mismo.
Me sujetó con más fuerza y fui incapaz de moverme ni un centímetro.
—Es tarde —dijo. Había una nota nueva en su voz, quizás un poco de nervios y
también algo de vergüenza—. Además, creo que Alice ha salido...
Es algo malo —aventuré—, algo realmente malo, ¿verdad? Comencé a aterrarme. Mi
corazón se aceleró cuando me imaginé a la guapísima rival inmortal que nunca antes
había imaginado tener.
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—Cálmate, Bella —me pidió mientras me besaba la punta de nariz—. No seas ridicula.
—¿Lo soy? Entonces, ¿por qué no me dices nada?
—Porque no hay nada que decir. Lo estás sacando todo de quicio.
—¿Cuál de ellas fue? —insistí.
Él suspiró.
—Tanya expresó un pequeño interés y yo le hice saber de modo muy cortés y
caballeresco que no le correspondía. Fin de la historía.
—Dime una cosa... —intenté mantener la voz lo más sosegada posible—, ¿qué
aspecto tiene?
—Como el resto de nosotros: tez clara, ojos dorados... —se apresuró a responder.
—...y, por supuesto, es extraordinariamente guapa. Noté cómo se encogía de
hombros.
—Supongo que sí, a ojos de los mortales —contestó con apatía—, aunque, ¿sabes
qué?
—¿Qué? —pregunté enfurruñada.
Acercó los labios a mi oído y exhaló su frío aliento antes de contestar.
—Las prefiero morenas.
—Eso significa que ella es rubia.
—Tiene el cabello de un color rubio rojizo. No es mi tipo para nada.
Le estuve dando vueltas durante un rato. Intenté concentrarme mientras recorría mi
cuello con los labios una y otra vez. Durante el tercer trayecto, por fin, hablé.
—Supongo que entonces está bien —decidí.
—Um —susurró cerca mi piel—. Eres aún más adorable cuando te pones celosa. Es
sorprendentemente agradable.
Torcí el gesto en la oscuridad.
—Es tarde —repitió. Su murmullo parecía casi un canturreo. Su voz era suave como la
seda—. Duerme, Bella mía. Que tengas dulces sueños. Tú eres la única que me ha
llegado al corazón. Siempre seré tuyo. Duerme, mi único amor.
Comenzó a tararear mi nana y supe que era cuestión de tiempo que sucumbiera, por lo
que cerré los ojos y me acurruqué junto a su pecho.
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Objetivo
Alice me dejó en casa a la mañana siguiente para seguir con la farsa de la fiesta de
pijamas. No iba a pasar mucho tiempo antes de que apareciera Edward, que oficialmente
regresaba de su excursión. Empezaba a estar hasta el gorro de tantos fingimientos. No iba
a echar de menos aquella parte de mi vida humana.
Charlie echó un vistazo a través de la ventana de la fachada cuando me oyó cerrar
con fuerza la puerta del coche. Saludó con los brazos a Alice y luego se dirigió a la
entrada para recibirme.
—¿Te has divertido? —inquirió mi padre.
—Sí, ha estado bien, ha sido... muy de chicas. Metí mis cosas dentro de la casa y las
dejé todas al pie de la escalera para dirigirme a la cocina en busca de un tentempié.
—Tienes un mensaje —me avisó Charlie, detrás de mí.
El bloc de notas del teléfono estaba sobre la encimera de la cocina, apoyado en una
cacerola a fin de que se viera fácilmente.
«Te ha telefoneado Jacob», habí escrito Charlie.
Me contó que no pretendía decir lo que dijo y que lo lamentaba mucho.
Quiere que le llames. Sé amable y dale un respiro. Parecía alterado.
Hice un mohín. Era infrecuente que mi padre expresara su opinión acerca de mis
mensajes.
Jacob podía estar agitado, pero saldría adelante. No quería hablar con él. Lo último
que había sabido es que las llamadas del otro lado no eran bien recibidas. Si Jacob me
quería muerta, sería mejor que se fuera acostumbrando al silencio.
Perdí el apetito, di media vuelta y me fui a guardar mis bártulos.
—¿No vas a llamar a Jacob? —inquinó Charlie, que me observaba recogerlos
apoyado en la pared del cuarto de estar.
—No.
Empecé a subir las escaleras.
—Esa no es forma de comportarse, Bella —me sermoneó—. El perdón es sagrado.
—Métete en tus asuntos —murmuré lo bastante bajo para que no pudiera oírme.
Sabía que se estaba amontonando la ropa sucia, por lo que después de cepillarme los
dientes y guardar la pasta dentífrica, eché mis prendas al cesto de la ropa y deshice la
cama de mi padre. Amontoné sus sábanas en lo alto de las escaleras y fui a por las mías.
Me detuve junto a la cama y ladeé la cabeza.
¿Dónde estaba mi almohada? Me giré en círculo, recorriendo la estancia con la vista,
sin descubrir ni rastro de ella. Fue entonces cuando me percaté del excesivo orden que
reinaba en mi habitación. ¿Acaso no estaba mi sudadera gris arrugada al pie de cama? Y
habría jurado que había dejado un par de calcetines sucios detrás de la mecedora, junto a
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la blusa roja que me había probado hacía dos días antes de decidir que era demasiado
elegante para ir al instituto y dejarla encima del brazo de la mecedora. Di otra vuelta
alrededor. El cesto de la ropa no estaba vacío, pero tampoco lleno a rebosar, tal y como
yo creía.
¿Habría lavado la ropa Charlie? No le pegaba nada.
—¿Has empezado a hacer la colada?
Esto…, no —ontestóa voz en grito. Parecí avergonzado— ¿uerís que la hiciera?
—o, me encargo yo. ¿as buscado algo en mi cuarto?
—o, ¿or qué
—o encuentro... una camiseta...
— i siquiera he entrado.
Entonces caíen la cuenta de que Alice habí entrado en busca de mi pijama. No me
habí dado cuenta de que se habí llevado mi almohada, probablemente porque habí
evitado la cama. Daba impresió de que habí ido limpiando mientras pasaba. Me
avergoncéde mi desorden.
Esa blusa roja no estaba sucia, de modo que me encaminéal cesto de la ropa para
sacarla.
Esperaba encontrarla en la parte de arriba del montó, pero no se hallaba allí
Rebusquétoda la pila sin localizarla. Sabí que me estaba poniendo paranoica, pero todo
apuntaba a que habí perdido una prenda, quizá incluso má de una. En el cesto no
habia ni la mitad de la ropa que tendrí que haber.
Deshice la cama, tomélas sáanas y me dirigíal armario del lavadero, cogiendo las de
Charlie al pasar. La lavadora estaba vací. Reviséla secadora, aú con la esperanza de
encontrar una carga de ropa lavada por obra y gracia de Alice. No habí nada. Puse cara
de pocos amigos, perpleja.
—¿as encontrado lo que estabas buscando? —reguntómi padre a gritos.
—odaví no.
Volvíescaleras arriba para registrar debajo de la cama, donde no habí má que
pelusas. Comencéa rebuscar en mi tocador. Quizálo habí dejado allíy luego lo habí
olvidado.
—laman a la puerta —e informóCharlie desde el sofácuando pasédando saltitos.
—oy, no te vayas a herniar, papá
Abríla puerta con una gran sonrisa en mi cara.
Edward tení dilatados sus dorados ojos, bufaba por la nariz fruncí los labios,
dejando los dientes al descubierto.
—¿dward? —i voz se agudizóa causa de la sorpresa cuando entendíel significado
de su expresió— ¿uépa... ?
—oncéeme dos segundos —uso un dedo en mis labios y agregóen voz baja— No
te muevas.
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Permanecí inmóvil en el umbral y él... desapareció. Se movió a tal velocidad que mi
padre ni siquiera le vio pasar.
Estuvo de vuelta antes de que lograra recobrar la compostura y contar hasta dos. Me
rodeó la cintura con el brazo y me condujo enseguida a la cocina. Recorrió la habitación
rápidamente con la mirada y me sostuvo contra su cuerpo como si me estuviera
protegiendo de algo. Eché un vistazo al sofá. Charlie nos ignoraba de forma intencionada.
—Alguien ha estado aquí —me dijo al oído después de haberme conducido al fondo de
la cocina. Hablaba con voz forzada. Era difícil oírle por encima del centrifugado de la
lavadora.
—Te juro que ningún licántropo... —empecé a decir.
—No es uno de ellos —me interrumpió de inmediato al tiempo que negaba con la
cabeza—, sino uno de los nuestros
El tono de su voz dejaba claro que no se refería a un miembro de su familia.
La sangre me huyó del rostro.
—¿Victoria? —inquirí con voz entrecortada.
—No reconozco el aroma.
—Uno de los Vulturis —aventuré.
—Es muy probable.
—¿Cuándo?
—No hace mucho, esta mañana de madrugada, mientras Charlie dormía. Por ese
motivo creo que deben de ser ellos, y quienquiera que sea no le ha tocado, por lo que
debían perseguir otro fin.
—Buscarme.
No me contestó, mas su cuerpo estaba inmóvil como una estatua.
—¿Qué estáis cuchicheando vosotros dos ahí dentro? —preguntó mi padre con recelo
mientras doblaba la esquina llevando un cuenco vacío de palomitas.
Sentí un mareo. Un vampiro había venido a buscarme dentro de la casa mientras
dormía allí mi padre. El pánico me abrumó hasta el punto de dejarme sin habla. Fui
incapaz de responder. Sólo pude mirarle horrorizada.
La expresión de Charlie cambió y de pronto esbozó una sonrisa.
—Si estáis teniendo una pelea..., bueno, no os voy a interrumpir.
Sin dejar de sonreír, depositó el cuenco en el fregadero y se marchó de la estancia con
aire despreocupado.
—Vamonos —me instó Edward con determinación.
—Pero..., ¿y Charlie?
El miedo me atenazaba el pecho, dificultándome aún más la respiración.
Él caviló durante unos segundos, y luego sacó el móvil.
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—Emmett —dijo entre dientes. Comenzó a hablar tan deprisa que no pude distinguir
las palabras. Terminó de hablar al medio minuto; luego, comenzó a arrastrarme hacia la
salida.
—Emmett y Jasper están de camino —me informó al sentir mi resistencia—. Van a
peinar los bosques. Tu padre estará a salvo.
Entonces, demasiado aterrada para pensar con claridad, le dejé que me arrastrara
junto a él.
El gesto de suficiencia de Charlie se convirtió en una mueca de confusión cuando se
encontraron nuestras miradas, pero Edward me sacó por la puerta antes de que papá
lograra articular una palabra.
—¿Adonde vamos? —no era capaz de hablar en voz alta ni aun cuando entramos en
el coche.
—Vamos a hablar con Alice —me contestó con su volumen de voz normal, pero con
un tono sombrío.
—¿Crees que ha podido ver algo?
Entrecerró los ojos y mantuvo la vista fija en la carretera.
—Quizá.
Nos estaban aguardando, alertados por la llamada de Edward. Andar por la casa era
como caminar por un museo donde todos estaban quietos como estatuas en diferentes
poses que reflejaban la tensión.
—¿Qué sucede? —quiso saber Edward en cuanto traspasamos la puerta.
Me sorprendió verle con los puños cerrados de ira. Fulminó con la mirada a Alice, que
permaneció con los brazos cruzados fuertemente sujetos contra el pecho. Sólo movió los
labios al responder:
—No tengo la menor idea. No vi nada.
—¿Cómo es eso posible? —bufó él.
—Edward —le llamé, en señal de reprobación. No me gustaba que se dirigiera a Alice
de ese modo.
Carlisle intervino con ademán tranquilizador.
—Su don no es una ciencia exacta, Edward.
—Estaba en la habitación de Bella. Quizá aún esté ahí, Alice, esperándola.
—Eso lo habría visto.
El alzó los brazos, exasperado.
—¿De veras? ¿Estás segura?
—Ya me tienes vigilando las decisiones de los Vulturis, el regreso de Victoria y todos y
cada uno de los pasos de Bella —respondió Alice con frialdad—, ¿quieres añadir otra
cosa? ¿Quieres que vele por Charlie? ¿O también he de atender la habitación de Bella, y
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la casa, y por qué no toda la calle? Edward, enseguida se me va escapar algo, se crearán
fisuras si intento abarcarlo todo.
—Da la impresión de que eso ya ha sucedido —le espetó Edward.
—No había nada que ver porque ella jamás ha estado en peligro
—Si estabas vigilando lo que ocurre en Italia, ¿por qué no les has visto enviar...?
—Dudo que sean ellos —porfió Alice—. Lo habría visto.
—¿Quién más habría dejado vivo a Charlie? Me estremecí.
—No lo sé —admitió Alice.
—Muy útil.
—Para ya, Edward —le pedí con un hilo de voz.
Se volvió hacia mí con el rostro aún lívido y los dientes apretados. Me lanzó una
mirada envenenada, y luego, de pronto, espiró. Abrió los ojos y relajó la mandíbula.
—Tienes razón, Bella. Lo siento —miró a Alice—. Perdóname. No está bien que haya
descargado mi frustración en ti.
—Lo entiendo —le aseguró—. A mí tampoco me hace feliz esta situación.
Edward respiró hondo.
—Vale, examinemos esto desde un punto de vista lógico. ¿Cuáles son las
alternativas?
Todos parecieron relajarse al mismo tiempo. Alice se calmó y se reclinó contra el
respaldo del sofá. Carlisle se acercó a ella con paso lento y la mirada ausente. Esme se
sentó en el sofá y flexionó las piernas para ponerlas encima. Sólo Rosalíe permaneció
inmóvil y de espaldas a nosotros mientras miraba por el muro de cristal.
Edward me arrastró hacia el sofá, donde me senté junto a Esme, que cambió de
postura para rodearme con un brazo. Me apretó una mano con fuerza entre las suyas.
—¿Puede ser Victoria? —inquirió Carlisle.
—No. No conozco ese efluvio —Edward sacudió la cabeza—. Quizá sea un enviado
de los Vulturis, alguien a quien no conocemos...
Ahora fue Alice quien meneó la cabeza.
—Aro aún no le ha pedido a nadie que la busque. Eso sí lo veré. Lo estoy esperando.
Edward volvió la cabeza de inmediato.
—Vigilas una orden oficial.
—¿Crees que se trata de alguien actuando por cuenta propia? ¿Por qué?
—Quizá sea una idea de Cayo —sugirió Edward, con el rostro tenso de nuevo.
—O de Jane —apostilló Alice—. Ambos disponen de recursos para enviar a un
desconocido...
—... y la motivación —Edward torció el gesto.
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—Aun así, carece de sentido —repuso Esme—. Alice habría visto a quienquiera que
sea si pretendiera ir a por Bella. Él, o ella, no tiene intención de herirla; ni a ella ni a
Charlie, de hecho.
Me encogí al oír el nombre de mi padre.
—Todo va a acabar bien, Bella —me aseguró Esme mientras me alisaba el cabello.
—Entonces, ¿qué propósito persigue? —meditó Carlisle en voz alta.
—¿Verificar si aún soy humana? —aventuré.
—Es una opción —repuso Carlisle.
Rosalie profirió un suspiro lo bastante fuerte como para que yo lo oyera. Continuaba
inmóvil y con el rostro vuelto hacia la cocina con expectación. Por su parte, Edward
parecía desanimado.
En ese momento, Emmett atravesó la puerta de la cocina con Jasper pisándole los
talones.
—Se marchó hace varias horas, demasiadas —anunció Emmett, decepcionado—. El
rastro conducía al este y luego al sur. Desaparecía en un arcén donde le esperaba un
coche.
—¡Qué mala suerte! —murmuró Edward—. Habría sido estupendo que se hubiera
dirigido al oeste. Esos perros habrían sido útiles por una vez.
Esme me frotó el hombro al notar mis temblores.
asper miró a Carlisle.
—Ninguno de nosotros le identificamos, pero toma —le tendió algo verde y arrugado
que Carlisle sostuvo delante de su cara. Mientras cambiaba de manos, vi que se trataba
de una fronda de helécho—. Quizá conozcas el olor.
—No, no me resulta familiar —repuso el interpelado—. No es nadie que yo recuerde.
—Quizá nos equivoquemos y se trate de una simple coincidencia... —empezó Esme,
pero se detuvo cuando vio las expresiones de incredulidad en los rostros de todos los
demás—. No pretendo decir que sea casualidad el hecho de que un forastero elija visitar
la casa de Bella al azar, pero sí que tal vez sea solamente un curioso. El lugar está
impregnado por nuestras fragancias. ¿No se pudo preguntar qué nos arrastraba hasta allí?
—En tal caso, si sólo era un fisgón, ¿por qué no se limitó a venir aquí? —inquirió
Emmett.
—Tú lo harías —repuso Esme con una sonrisa de afecto—. La mayoría de nosotros no
siempre actúa de forma directa. Nuestra familia es muy grande, él o ella podría asustarse,
pero Charlie no ha resultado herido. No tiene por qué ser un enemigo.
Un simple curioso. ¿Igual que James o Victoria? Al principio, sólo fueron unos cotillas.
El simple recuerdo de Victoria me hizo estremecer, aunque en lo único que coincidían
todos era en que no se trataba de ella. No en esta ocasión. Victoria se aferraba a su
modelo obsesivo. Este invitado seguía otro patrón diferente; era otro, un forastero.
De forma paulatina empezaba a darme cuenta de la mayor implicación de los vampiros
en este mundo, superior a lo que había llegado a pensar. ¿Cuántas veces se cruzaban
Eclipse
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sus caminos con los de los ciudadanos normales, totalmente ajenos a la realidad?
¿Cuántas muertes, calificadas como crímenes y accidentes, se debían a su sed? ¿Estaría
muy concurrido aquel nuevo mundo cuando, al final, yo pasara a formar parte de él?
La

perspectiva de mi nebuloso futuro me provocó un escalofrío en la espalda.
Los Cullen ponderaron las palabras de Esme con diferentes expresiones. Tuve claro
que Edward no aceptaba esa teoría y que Carlisle quería aceptarla a toda costa.
—No lo veo así —Alice frunció los labios—. La sincronización fue demasiado precisa...
El visitante se esforzó en no establecer contacto, casi como si supiera lo que yo iba a
ver...
—Pudo tener otros motivos para evitar la comunicación —le recordó Esme.
—¿Importa quién sea en realidad? —pregunté—. ¿No basta la posibilidad de que
alguien me esté buscando? No deberíamos esperar a la graduación.
—No, Bella —saltó Edward—. La cosa no pinta tan mal. Nos enteraremos si llegas a
estar en verdadero peligro.
—Piensa en Charlie —me recordó Carlisle—. Imagina lo mucho que le afectaría tu
desaparición.
—¡Estoy pensando en él! ¡Él es quien me preocupa! ¿Qué habría sucedido si mi
huésped de la pasada noche hubiera tenido sed? En cuanto estoy cerca de mi padre, él
también se convierte en un objetivo. Si algo le ocurre, la culpa será mía y sólo mía.
—Ni mucho menos, Bella—intervino Esme, acariciándome el brazo de nuevo—. Y
nada le va a suceder a Charlie. Debemos proceder con más cuidado, sólo eso.
—¿Con más cuidado? —repliqué, incrédula.
—Todo va a acabar bien —me aseguró Alice.
Edward me estrechó la mano con fuerza. Al estudiar todos aquellos hermosos
semblantes, uno por uno, supe que nada de lo que yo dijera iba a hacerles cambiar de
idea.
Hicimos en silencio el trayecto de vuelta a casa. Estaba frustrada. Continuaba siendo
humana a pesar de que yo sabía que eso era un error.
—No vas a estar sola ni un segundo —me prometió Edward mientras me conducía al
hogar de Charlie—. Siempre habrá alguien cerca, Emmett, Alice, Jasper...
Suspiré.
—Eso es ridículo. Van a aburrirse tanto que tendrán que matarme ellos mismos,
aunque sólo sea por hacer algo.
El me dedicó una mirada envenenada.
—¡Qué graciosa, Bella!
Cuando regresamos, Charlie se puso de un humor excelente al ver, y malinterpretar, la
tensión existente entre nosotros dos. Me vio improvisar cualquier cosa para darle de cenar
muy pagado de sí mismo. Edward se había disculpado durante unos minutos para lo que
Eclipse
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supuse que sería alguna tarea de vigilancia, pero él espero su regreso para entregarme
los mensajes.
—Jacob ha vuelto a llamar —dijo mi padre en cuanto Edwaid entró de la estancia.
Mantuve el gesto inexpresivo mientras depositaba el plato delante de él.
—¿De verdad?
Charlie frunció el ceño.
—Sé un poco comprensiva, Bella. Parecía bastante deprimido.
—¿Te paga Jacob para que seas su relaciones públicas o te has presentado
voluntario?
Mi padre refunfuñó de forma incoherente hasta que la comida silenció sus ininteligibles
quejas, pero aunque no se diera cuenta, había dado en el blanco.
En aquel preciso momento, yo tenía la sensación de que mi vida era como una partida
de dados. ¿En qué tirada me saldrían un par de unos? ¿Qué pasaría si me ocurriera algo
a mí? Eso parecía peor que la falta leve de dejar a Jacob sintiendo remordimientos por sus
palabras.
En todo caso, no quería hablar con él mientras Charlie merodeara por allí cerca para
vigilar cada una de mis palabras con el fin de que no cometiera ningún desliz. Pensar en
esto me hizo envidiar la relación existente entre Jacob y Billy. ¡Qué fácil debe de ser no
tener secretos para la persona con la que vives!
Por todo ello, iba a esperar al día siguiente. Al fin y al cabo, era poco probable que
fuera a morirme esa noche y otras doce horas de culpabilidad no le iban a venir nada mal.
Quizás incluso le convinieran.
Cuando Edward se marchó oficialmente por la noche, me pregunté quién estaría
montando guardia bajo la tromba de agua que caía, vigilándonos a Charlie y a mí. Me
sentí culpable por Alice o quienquiera que fuera, pero aun así sentí cierto consuelo. Debía
admitir lo agradable que era saber que no estaba sola, y Edward regresó a hurtadillas en
un tiempo récord.
Volvió a canturrear hasta que concilié el sueño y, consciente de su presencia incluso
en la inconsciencia, dormí sin pesadillas.
A la mañana siguiente, mi padre salió a pescar con Mark, su ayudante en la comisaría,
antes de que me hubiera levantado. Resolví pasar ese tiempo de libertad para ponerme
guapa.
—Voy a perdonar a Jacob —avisé a Edward después del desayuno.
—Estaba seguro de que lo harías —contestó con una sonrisa fácil—. Guardarle rencor
a alguien no figura entre tus muchos tálenlos.
Puse los ojos en blanco, pero estaba encantada de comprobar que realmente había
dado por concluida toda la campaña contra los hombres lobo.
No miré la hora en el reloj hasta después de marcar el número, era temprano para
llamar y me preocupó la posibilidad de despertar a Billy y a Jake, pero alguien descolgó
antes del segundo pitido, por lo que no podía estar demasiado lejos del teléfono.
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—¿Diga? —contestó una voz apagada.
—¿Jacob?
—¡Bella, oh, Bella, cuánto lo siento! —exclamó a tanta velocidad que se trabucaba de
la prisa que tenía por hablar—. Te juro que no quería decir eso. Me comporté como un
necio. Estaba enfadado, pero eso no es excusa. Es lo más estúpido que he dicho en mi
vida, y lo siento mucho. No te enfades conmigo, ¿vale? Por favor. Estoy dispuesto a una
vida de servidumbre, a hacer todo lo que quieras, a cambio de tu perdón.
—No estoy enfadada. Te perdono.
—Gracias —resopló—. No puedo creerme que cometiera semejante estupidez.
—No te preocupes por eso. Estoy acostumbrada.
El se rió a carcajadas, eufórico de alivio.
—Baja a verme —imploró—. Quiero compensarte.
Torcí el gesto.
—¿Cómo?
—Como tú quieras. Podemos hacer salto de acantilado —sugirió mientras reía de
nuevo.
—Vaya, qué idea tan brillante.
—Te mantendré a salvo —prometió—. No me importa lo que quieras hacer.
Un vistazo al rostro de Edward me bastó para saber que no era el momento adecuado,
a pesar de la calma de su expresión.
—Ahora mismo, no.
—A él no le caigo muy bien, ¿verdad? —por una vez, su voz reflejaba más bochorno
que resquemor.
—Ese no es el problema. Hay... Bueno, en este momento, tengo otro problema más
preocupante que un exasperante licántropo adolescente.
Intenté mantener un tono jocoso, pero no le engañé, ya que inquirió:
—¿Qué ocurre?
—Esto...
No estaba segura de si debía decírselo. Edward alargó la mano para tomar el
auricular. Estudié su rostro con cuidado. Parecía bastante tranquilo.
—¿Bella? —me preguntó Jacob.
Edward suspiró y acercó aún más la mano tendida.
—¿Te importaría conversar con Edward? —le pregunté con cierta aprehensión—.
Quiere hablar contigo.
Se produjo una larga pausa.
—De acuerdo —aceptó Jacob al final del intervalo—. Esto promete ser interesante.
Eclipse
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Le entregué el teléfono a Edward con la esperanza de que interpretara correctamente
mi mirada de advertencia.
—Hola, Jacob —empezó él con impecable amabilidad. Se hizo el silencio. Me mordí el
labio, intentando adivinar la posible contestación de Jacob—. Alguien ha estado aquí,
alguien cuyo olor desconozco —le explicó Edward— ¿Se ha encontrado tu manada con
algo nuevo?
Hubo otra pausa mientras Edward asentía para sí mismo, sin sorprenderse.
—He ahí el quid de la cuestión, Jacob. No voy a perder de vista a Bella hasta que no
me haya ocupado de esto. No es nada personal…
Entonces, Jacob le interrumpió Pude oí el zumbido de su voz a travé del receptor.
Fueran cuales fueran sus palabras, era má intensa que antes. Intentédescifrarlas sin
éito.
—uizá esté en lo cierto —omenzóEdward, pero Jacob siguióexpresando su
punto de vista. Al menos, ninguno de los dos parecia enfadado.
—s una sugerencia interesante y estamos bien predispuestos a negociar si Sam se
hace responsable.
Jacob bajóel volumen de la voz. Empecéa morderme el pulgar mientras pretendí
descifrar la expresió de Edward, cuya contestació fue:
—racias.
Entonces, Jacob añdióalgo má que provocóun gesto de sorpresa en el rostro de
Edward, quien respondióa la inesperada propuesta.
—e hecho, habí planeado ir solo y dejarla con los demá.
Mi amigo alzóun punto la voz. Me dio la impresió de que intentaba ser persuasivo.
—oy a considerarlo con objetividad —e aseguróEdward— con toda la
objetividad.de la que sea capaz.
Esta vez el intervalo de mutismo fue má breve.
—so no es ninguna mala idea. ¿uádo...? No, estábien. De todos modos, me
gustarí tener la ocasió de rastrear la pista personalmente. Diez minutos... Pues claro
—ontestóEdward antes de ofrecerme el auricular— ¿ella?
Toméel teléono despacio, sintiédome algo confusa.
—¿e quéva todo esto? —e preguntéa Jacob, un poco picada. Sabí que era una
niñrí, pero me sentí excluida.
—reo que es una tregua. Eh, hazme un favor —e propuso Jacob— procura
convencer a tu chupasangres de que el lugar má seguro para ti, sobre todo en sus
ausencias, es la reserva. Nosotros seremos capaces de enfrentarnos a cualquier cosa.
—¿as a intentar venderle esa moto?
—í Tiene sentido. Ademá, lo mejor serí que Charlie estuviera fuera de allítambié
tanto como pueda.

—Mete también a Billy en esa cuenta —admití. Odiaba poner a mi padre en el punto
de mira que siempre había parecido centrado en mí—. ¿Qué más?
—Hemos hablado de un simple reajuste de fronteras para poder atrapar a cualquiera
que merodee demasiado cerca de Forks. No sé si Sam tragará, pero hasta que esté por
aquí, me mantendré ojo avizor.
—¿Qué quieres decir con eso de que vas a estar «ojo avizor»?
—ue no dispares si ves a un lobo rondar cerca de tu casa.
—or descontado que no, aunque túno vas a hacer nada... arriesgado...
Resopló
—o seas tonta. Sécuidar de mímismo.
Suspiré
—ambié he intentado convencerle de que te deje visitarme. Tiene prejuicios. No
dejes que te suelte ninguna chorrada sobre la seguridad. Sabes igual que yo que aquívas
a estar a salvo.
—o tendréen cuenta.
—os vemos en breve —epuso Jacob.
—¿as a subir hasta aquí
—ja. Voy a intentar percibir el olor de vuestro visitante para poderle rastrear por si
acaso regresase.
—ake, no me agrada nada la perspectiva de que te pongas a seguir la pista de...
—amos, Bella, por favor —e interrumpió Jacob se rióy luego colgó
Eclipse
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El olor
Todo era de lo más infantil. ¿Por qué demonios se había dejado Edward convencer
por Jacob para que viniera hasta casa? ¿No estábamos ya un poco creciditos para esa
clase de niñerías?
—No es que sienta ningún tipo de antagonismo hacia él, Bella, es que de este modo
resulta más sencillo para los dos —me dijo Edward en la puerta—. Yo permaneceré cerca
y tú estarás a salvo.
—No es eso lo que me preocupa.
El sonrió y un brillo picaro se abrió paso en sus ojos. Me abrazó con fuerza y enterró el
rostro en mi cabello. Sentí cómo su aliento frío se extendía por los mechones de mi pelo
cuando exhaló el aire; la piel del cuello se me puso de gallina.
—Regresaré pronto —me aseguró.
A continuación, se echó a reír en voz alta como si le hubiera contado un buen chiste.
—¿Qué es tan divertido?
Pero él se limitó a sonreír y corrió hacia los árboles sin responderme.
Me dirigí a limpiar la cocina sin dejar de refunfuñar para mis adentros, pero el timbre de
la puerta sonó incluso antes de que hubiera llenado de agua el fregadero. Resultaba difícil
acostumbrarse a lo deprisa que llegaba Jacob sin su coche, y a que todo el mundo se
moviera mucho más rápido que yo...
—¡Entra, Jake! —grité.
Estaba tan concentrada apilando los platos en el agua jabonosa Que se me había
olvidado que Jacob solía moverse con el sigilo de un fantasma. Me llevé un buen susto
cuando de pronto oí su voz a mis espaldas.
—¿Es necesario que dejes la puerta abierta de ese modo? —debido al sobresalto, me
manché con el agua del fregadero—. Oh, lo siento.
—No me preocupa la gente a la que puede detener una puerta cerrada —le contesté
mientras me secaba la parte delantera de la falda con el trapo de la cocina.
—Apúntate una —asintió. Me volví para mirarle con un cierto aire crítico.
—¿Es que te resulta imposible ponerte ropa, Jacob? —inquirí. Una vez más Jacob
llevaba el pecho desnudo y no vestía más que unos viejos vaqueros cortados. En lo más
profundo me preguntaba si no era porque se sentía tan orgulloso de sus nuevos músculos
que no podía soportar cubrirlos. Tenía que admitir que eran impresionantes, pero nunca
pensé que él fuera tan vanidoso—. Quiero decir, ya sé que no te vas a enfriar, pero aun
así...
Se pasó la mano por el pelo mojado, que le caía sobre los ojos.
—Es más sencillo —me explicó.
—¿Qué es más sencillo?
Sonrió con condescendencia.
Eclipse
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—Ya es bastante molesto acarrear unos pantalones cortos a todas partes, no digamos
entonces toda la ropa. ¿Qué te parece que si soy, una muía de carga?
Fruncí el ceño.
—¿De qué estás hablando, Jacob?
Tenía una expresión de superioridad en la cara, como si yo no viese algo obvio.
—Mis ropas no aparecen y desaparecen por ensalmo cuando me transformo. Debo
llevarlas conmigo cuando corro. Perdona que evite llevar sobrecarga.
Me cambió el color de la cara.
—Supongo que no se me había ocurrido nunca pensar en eso —murmuré.
El se echó a reír y señaló una tira de cuero negro, fina como un hilo, que llevaba atada
con tres vueltas a la pantorrilla, como una tobillera. No me había dado cuenta hasta ese
instante de que también iba descalzo.
—No tiene nada que ver con la moda, es que es una guarrería llevar los pantalones en
la boca.
No supe qué responder a esto y él me dedicó una ancha sonrisa.
—¿Te molesta que vaya medio desnudo?
—No.
Jacob se echó a reír otra vez y le di la espalda para concentrarme en los platos.
Esperé que atribuyera mi sonrojo a la vergüenza por mi propia estupidez y no a algo
relacionado con su pregunta.
—Bien, se supone que debo ponerme a trabajar —suspiró—. No quiero darle ningún
motivo para que me acuse de hacer el vago.
—Jacob, esto no es cosa tuya...
Alzó una mano para detenerme.
—Estoy aquí haciendo un trabajo voluntario. Ahora, dime, ¿dónde se nota más el olor
del intruso?
—En mi dormitorio, creo.
Entornó los ojos. La noticia le había gustado tan poco como a Edward.
—Tardaré un minuto.
Froté metódicamente el plato que sostenía en las manos. No se oía otro sonido que el
raspar de las cerdas de plástico del cepillo contra la porcelana. Agucé el oído a ver si
escuchaba algo arriba, el crujido de una tabla del piso, el clic de una puerta. Nada. Me di
cuenta de que llevaba fregando el mismo plato más tiempo del necesario e intenté prestar
atención a mi tarea.
—¡Bu!
Jacob estaba a unos centímetros de mi espalda, pegándome otro susto.
—¡Ya vale, Jake, para!
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—Lo siento. Dame —Jacob cogió el paño y secó lo que me había mojado de nuevo—.
Deja que te ayude. Tú lavas; yo enjuago y seco.
—Bien —le di el plato.
—Bueno, el rastro era fácil de seguir. En realidad, tu habitación apesta.
—Compraré algún ambientador.
Mi amigo se echó a reír. Yo lavé y él secó en un agradable silencio durante unos
cuantos minutos.
—¿Puedo preguntarte algo?
Le di otro plato.
—Eso depende de lo que quieras saber.
—No pretendo ser indiscreto ni nada de eso. Es simple curiosidad —me aseguró
Jacob.
—Vale. Adelante.
Hizo una pausa de unos segundos.
—¿Qué se siente al tener un novio vampiro?
Puse los ojos en blanco.
—Es de lo más.
—Hablo en serio. ¿No te molesta la idea ni te pone los pelos de punta?
—Nunca.
Se quedó absorto mientras cogía el bol de mis manos. Le mire de reojo. Tenía el ceño
fruncido, con el labio inferior sobresaliente.
—¿Algo más? —inquirí.
Arrugó la nariz de nuevo.
—Bien... me preguntaba... tú... ya sabes... ¿Le besas?
Me eché a reír.
—Claro.
Se estremeció.
—Ugh.
—A cada uno lo suyo —susurré.
—¿No te preocupan los colmillos?
Le di un manotazo, salpicándole con el agua de los platos.
—¡Cierra el pico, Jacob! ¡Ya sabes que no tiene colmillos!
—Pues es algo bastante parecido —murmuró él.
Apreté los dientes y froté un cuchillo de deshuesar con más fuerza de la necesaria.
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—¿Puedo preguntarte otra cosa? —inquirió con voz queda mientras le pasaba el
cuchillo—. Es curiosidad, nada más.
—Vale —repuse con brusquedad.
Le dio vueltas y vueltas al cuchillo bajo el agua del grifo. Cuando habló sólo se oyó un
susurro.
—Hablaste de unas semanas, pero ¿cuándo exactamente.... —no pudo terminar la
pregunta.
—Después de la graduación —respondí en un murmullo mientras observaba su rostro
con cansancio.
—¡Qué pronto!
Respiró hondo y cerró los ojos. La exclamación no había sonado como una pregunta,
sino más bien como un lamento. Tenía rígidos los hombros y se le endurecieron los
músculos de los brazos.
¿Otra vez iba a explotar por la misma noticia?
—¡Aauu! —gritó.
Se había hecho un silencio tan profundo en la habitación que pegue un brinco ante su
exabrupto. Había cerrado el puño con fuerza en torno a la hoja del cuchillo, que chocó
contra la encimera cuando cayó de su mano, y en su palma había un tajo alargado y fino.
La sangre chorreó de sus dedos y goteó en el suelo.
—¡Maldita sea! ¡Ay! —se quejó.
La cabeza empezó a darme vueltas y se me revolvió el estómago cuando olí la sangre.
Me sujeté al mueble de la cocina con la mano e inhalé una gran bocanada de aire; luego,
conseguí controlarme para poder auxiliarle.
—¡Oh no, Jacob! ¡Oh, cielos! Toma, ¡envuélvete la mano con esto —le alargué el paño
de secar mientras intentaba apoderarme de su mano. Se encogió y se alejó de mí.
—No pasa nada, Bella, no te preocupes.
La habitación empezó a ponerse un poco borrosa por los bordes. Volví a inspirar
profundamente.
—¡¿Que no me preocupe?! ¡Pero si te has abierto la palma!
Ignoró el paño que le tendía, colocó la mano debajo del grifo y dejó que el agua
corriera sobre la herida. El líquido enrojeció volvió a darme vueltas la cabeza.
—Bella —dijo.
Aparté la mirada de la herida y la alcé hasta su rostro. Tenía el ceño fruncido, pero su
expresión era serena.
—¿Qué?
—Tienes pinta de irte a desmayar y te vas a hacer sangre en el labio si sigues
mordiéndote con tanta fuerza. Para ya. Relájate. Respira. Estoy bien.
Inhalé aire a través de la boca y retiré los dientes de mi labio inferior.
Eclipse
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144
—No te hagas el valiente —puso los ojos en blanco ante mi palabras—. Vamonos. Te
llevaré a urgencias.
Estaba segura de que iba a ser capaz de conducir. Las paredes parecían más estables
ahora.
—No es necesario —Jake cerró el grifo, tomó el paño y se lo enrolló flojo alrededor de
la mano.
—Espera —protesté—. Déjame echarle una ojeada —me aferré a la encimera con
más fuerza para mantenerme derecha si me volvía a marear al ver la herida.
—¿Es que tienes un título médico del que nunca me has hablado?
—Sólo dame la oportunidad de que decida si me tiene que dar un ataque para
obligarte a ir al hospital.
Puso cara de horror, pero en son de burla.
—¡Por favor, un ataque, no!
—Pues es lo que va a ocurrir como no me dejes ver esa mano.
Inspiró profundamente y después exhaló el aire poco a poco.
—Vale.
Desenrolló el paño y puso su mano sobre la mía cuando extendí los brazos hacia él.
Tardé unos segundos en darme cuenta. Le di la vuelta a la mano para asegurarme, a
pesar de estar convencida de que era la palma lo que se había cortado. La volví de nuevo
hacia arriba, hasta advertir que el único vestigio de la herida era aquella línea arrugada de
un feo color rosa.
—Pero... estabas sangrando... tanto.
Apartó la mano y fijó sus ojos sombríos en los míos.
—Me curo rápido.
—Ya me doy cuenta —articulé con los labios.
Yo había visto el corte con toda claridad, y también borbotar la sangre por el
fregadero. Había estado a punto de desmayarme por culpa de su olor a óxido y sal. En
condiciones normales, tendrían que haberle puesto puntos y habría necesitado muchos
días hasta haber cicatrizado; después, habría tardado semanas en convertirse en la línea
rosa brillante que marcaba ahora su piel.
Una media sonrisa recorrió su boca cuando se golpeó una vez el pecho con el puño.
—Soy un hombre lobo, ¿recuerdas?
Sus ojos sostuvieron los míos durante un momento larguísimo.
—De acuerdo —repuse al fin.
Se rió ante mi expresión.
—Ya te lo había dicho. Viste la cicatriz de Paul.
Sacudí la cabeza para aclarar las ideas.
Eclipse
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145
—Resulta un poco distinto cuando lo ves de primera mano.
Me arrodillé y saqué la lejía del armario de debajo del fregadero. Vertí unas gotitas
sobre un trapo viejo del polvo y comencé a limpiar el suelo. El olor fuerte de la lejía
despejó los resabios del mareo que todavía me nublaba la mente.
—Déjame que lo limpie yo.
—Toma esto. Echa el paño en la lavadora, ¿quieres?
Cuando estuve segura de que el suelo sólo olía a desinfectante, me levanté y limpié
también el lado derecho del fregadero con lejía. Me acerqué entonces al mueble de la
limpieza que estaba al lado de la despensa y vertí un vaso lleno de detergente en la
lavadora antes de encenderla. Jacob me miraba con gesto de desaprobación.
—¿Tienes algún trastorno obsesivo-compulsivo? —me preguntó cuando terminé.
—Uf. Quizá, pero al menos esta vez contaba con una buena excusa.
—Somos un poco sensibles al olor de la sangre por aquí. Estoy segura de que lo
entiendes.
—Ah —arrugó la nariz otra vez.
—¿Por qué no voy a facilitárselo al máximo? Lo que hace ya es bastante duro para él.
—Vale, vale. ¿Por qué no?
Quité el tapón y el agua sucia comenzó a bajar por el desagüe del fregadero.
—¿Puedo preguntarte algo, Bella?
Suspiré.
—¿Qué se siente al tener un hombre lobo como tu mejor amigo? —espetó. La
pregunta me pilló con la guardia baja. Me reí con todas mis ganas—. ¿No te pone el vello
de punta? —presionó antes de que pudiera contestarle.
—No. Si el licántropo se porta bien —maticé—, es de lo más.
Desplegó una gran sonrisa, con los dientes brillantes sobre su piel cobriza.
—Gracias, Bella —añadió, y entonces me cogió la mano y casi me dislocó con otro de
esos abrazos suyos que te hacían crujir los huesos.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, dejó caer los brazos y dio un paso atrás.
—Uf —dijo, arrugando la nariz—. El pelo apesta más que tu habitación.
—Lo siento —murmuré.
De pronto comprendí de qué se había reído Edward después de haber mezclado su
aliento en mi pelo.
—Ésa es una de las muchas desventajas de salir con vampiros —comentó Jacob,
encogiéndose de hombros—. Hace que huelas fatal. Aunque bien pensado, es un mal
menor.
Le miré fijamente.
—Sólo huelo mal para ti, Jake.

Mostró su más amplia sonrisa.
—Mira a tu alrededor, Bella.
—¿Te vas ya?
—Está esperando a que me vaya. Puedo oírle ahí fuera.
—Oh.
—Saldré por la puerta trasera —comentó; luego, hizo una pausa. Espera un minuto.
Oye, ¿podrías venir a La Push esta noche? Tenemos un picnic nocturno junto a las
hogueras. Estará Emily y podrás ver a Kim... Y seguro que Quil también quiere verte. Le
fastidia bastante que te enterases antes que él.
Sonreí ante eso. Podía imaginarme lo irritado que estaría Quil, pequeño colega
humano de Jacob al haber estado yendo con hombres lobo, andando con ellos de un lado
a otro, sin saber en realidad lo que pasaba. Y entonces suspiré.
—Vale, Jake, la verdad es que no sé si podrá ser. Mira, las cosas están un poco
tensas ahora...
—Venga ya, ¿tú crees que alguien se va a atrever con nosotros seis, con unos...?
Hubo una extraña pausa cuando vaciló al final de la pregunta. le pregunté si tenía
algún problema al decir la palabra «licátropo» en voz alta, igual que a menudo me
costaba pronunciar la palabra «vampiro».
Sus grandes ojos negros estaban llenos de una súlica sin reparos.
—reguntaré—e contesté dudosa.
Hizo un ruido en el fondo de su garganta.
—¿caso ahora tambié es tu guardiá? Ya sabes, vi esa historia en las noticias de la
semana pasada sobre relaciones con adolescentes, por parte de gente controladora y
abusiva y...
—¡a vale! —e cortéy despué le cogídel brazo— ¡a llegado la hora de que el
hombre lobo se largue!
É sonriócon ganas.
—dió, Bella. Asegúate de pedir permiso.
Saliódeprisa por la puerta de atrá antes de que pudiera encontrar algo que arrojarle.
Gruñíuna sarta de incoherencias a la habitació vací.
Segundos despué de que se hubiera ido, Edward caminólentamente dentro de la
cocina, con gotas de lluvia brillando como diamantes en su pelo de color bronce. Tení
una mirada cautelosa.
—¿s habés peleado? —reguntó
—¡dward! —anté arrojádome a sus brazos.
—ola, tranquila —oltóuna risotada y deslizósus brazos a mi alrededor— ¿stá
intentando distraerme? Funciona.
—o, no me he peleado con Jacob. Al menos no mucho. ¿or qué

—Me estaba preguntando por qué le habrías apuñalado —señaló con la barbilla el
cuchillo sobre la encimera—. No es que tenga nada en contra.
—¡Maldita sea! Creí que lo había limpiado todo.
Me aparté de él y corrí a poner el cuchillo en el fregadero antes de empaparlo en lejía.
—No le apuñalé —le expliqué mientras trabajaba—. Se le olvidó que sostenía un
cuchillo en la mano.
Edward se rió entre dientes.
—Eso no tiene ni la mitad de gracia de lo que había imaginado.
—Sé buen chico.
Cogió un sobre grande del bolsillo de su chaqueta y lo puso sobre la encimera.
—He recogido tu correo.
—¿Hay algo bueno?
—Eso creo.
Entorné los ojos con recelo al oír aquel tono de voz y fui a investigar. Había doblado
un sobre de tamaño legal por la mitad.
Lo desplegué, sorprendida por el peso del papel caro y leí el remitente.
—¿Dartmouth? ¿Esto es una broma?
—Estoy seguro de que te han aceptado. Tiene la misma pinta que el mío.
—Santo cielo, Edward, pero ¿qué es lo que has hecho?
—Envié tu formulario, eso es todo.
—Yo no soy del tipo de gente que buscan en Dartmouth, y tampoco soy lo bastante
estúpida como para creerme eso.
—Pues en Dartmouth sí parecen pensar que eres su tipo.
Respiré hondo y conté lentamente hasta diez.
—Es muy generoso por su parte —dije al final—. Sin embargo, me hayan aceptado o
no, todavía queda esa cuestión menor de la matrícula. No puedo permitírmelo y no
admitiré que pierdas un montón de dinero sólo para que yo aparente ir a Dartmouth el año
próximo. Lo necesitas para comprarte otro deportivo.
—No necesito otro coche, y tú no tienes que aparentar nada —murmuró—. Un año de
facultad no te va a matar. Quizás incluso te guste. Sólo piénsalo, Bella. Imagínate qué
contentos se van a poner Charlie y Renée...
Su voz aterciopelada pintó una imagen en mi mente antes de que pudiera bloquearla.
Charlie explotaría de orgullo, sin duda, y nadie en la ciudad de Forks escaparía a la lluvia
radiactiva de su alegría. Y Renée se pondría histérica de alegría por mi triunfo, aunque
luego jurara que no le había sorprendido en absoluto...
Intenté borrar la imagen de mi mente.
Eclipse
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148
—Sólo me planteo sobrevivir a mi graduación, Edward, y no me preocupa ni este
verano ni el próximo otoño. Sus brazos me envolvieron de nuevo.
—Nadie te va a hacer daño. Tienes todo el tiempo del mundo.
Suspiré.
—Mañana voy a enviar el contenido de mi cuenta corriente a Alaska. Es toda la
coartada que necesito. Es más que comprensible que Charlie no espere una visita como
muy pronto hasta Navidades. Y estoy segura de que encontraré alguna excusa para ese
momento. Ya sabes —bromeé con desgana—, todo este secreto y darles una decepción
es también algo parecido al dolor.
La expresión de Edward se hizo más grave.
—Es más fácil de lo que crees. Después de unas cuantas décadas toda la gente que
conoces habrá muerto. Problema resuello —me encogí ante sus palabras—. Lo siento, he
sido demasiado duro.
Miré fijamente el sobre blanco y grande, sin verlo realmente.
—Pero sin embargo, sincero.
—Una vez que hayamos resuelto todo esto, sea lo que sea con lo que estemos
tratando, por favor, ¿considerarías retrasar el momentó?
—No.
—Siempre tan terca.
—Sí.
La lavadora golpeteó y luego tartamudeó hasta pararse.
—Maldito cachivache viejo —murmuré apartándome de él. Moví el único trapo
pequeño que había dentro y que había desequilibrado la máquina vacía y la puse en
marcha otra vez—. Esto me recuerda algo —le comenté—. ¿Podrías preguntarle a Alice
qué hizo con mis cosas cuando limpió mi habitación? No las encuentro por ninguna parte.
Me miró con la confusión escrita en las pupilas.
—¿Alice limpió tu habitación?
—Sí, claro, supongo que eso fue lo que hizo cuando vino a recoger mi almohada y mi
pijama para tomarme como rehén —le fulminé con la mirada con verdaderas ganas—.
Recogió todo lo que estaba tirado por alrededor, mis camisetas, mis calcetines y no sé
dónde los ha puesto.
Edward siguió pareciendo perplejo durante un rato y de pronto se puso rígido.
—¿Cuándo te diste cuenta de las cosas que faltaban?
—Cuando volví de la falsa fiesta de pijamas, ¿por qué?
—Dud que Alice cogiera tus ropas ni tu almohada. Las prendas, que se llevaron, ¿eran
cosas que te ponías... tocabas... o dormias con ellas?
—Sí. ¿Qué pasa, Edward?
Su expresión se volvió tensa.
Eclipse
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—Llevaban tu olor... ¡Oh!
Nos miramos a los ojos durante un buen rato.
—Mi visitante —susurré.
—Estaba reuniendo rastros... evidencias... ¿para probar que te había encontrado?
—¿Por qué? —murmuré.
—No lo sé. Pero, Bella, te juro que lo averiguaré. Lo haré.
—Ya sé que lo harás —le contesté mientras reclinaba mi cabeza contra su pecho.
Mientras estaba allí recostada, sentí que vibraba su móvil en el bolsillo.
Lo cogió y miró el número.
—Justo la persona con la que quería hablar —masculló, y lo abrió—. Carlisle, yo...
—se interrumpió y escuchó, con el rostro tenso durante unos minutos—. Lo comprobaré.
Escucha...
Le explicó lo de las prendas que me faltaban, pero al oírle contestar, me pareció que
Carlisle no tenía más idea que nosotros.
—Quizá debería ir... —contestó Edward, y la voz se le fue apagando mientras sus ojos
vagaban cerca de mí—. A lo mejor no. No dejes que Emmett vaya solo, ya sabes cómo se
las gasta. Almenos dile a Alice que mantenga un ojo en el tema. Ya resolveremos esto
más tarde.
Cerró el móvil con un chasquido.
—¿Dónde está el periódico? —me preguntó.
—Um, no estoy segura, ¿por qué?
—Quiero ver algo. ¿Lo tiró Charlie?
—Quizá...
Edward desapareció.
Estuvo de vuelta en medio segundo, con más diamantes en el pelo y un periódico
mojado en las manos. Lo extendió en la mesa, y sus ojos se deslizaron con rapidez entre
los títulos. Se inclinó, interesado por algo que estaba leyendo, con un dedo marcando los
párrafos que le interesaban más.
—Carlisle lleva razón. Sí..., muy descuidado. ¿Joven o enloquecido? ¿O con deseos
de morir? —murmuró para sí mismo.
Miré por encima de su hombro.
El titular del Seattle Times rezaba: «La epidemia de asesinatos continú. La policí no
tiene nuevas pistas».
Era casi la misma historia de la que Charlie se habí estado quejando hací unas
semanas: la violencia propia de la gran ciudad habí hecho subir la posició de Seattle en
el ranking del crimen nacional. Sin embargo, no era exactamente la misma historia. Los
núeros se habín incrementado.
—stáempeorando —urmuré
Eclipse
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Frunció el ceño.
—Están del todo descontrolados. Esto no puede ser trabajo de un solo vampiro
neonato. ¿Qué está pasando? Es como si nunca hubieran oído hablar de los Vulturis.
Supongo que podría ser posible. Nadie les ha explicado las reglas... así que... ¿Quién los
está creando?
—¿Los Vulturis? —inquirí, estremeciéndome.
—Ésta es la clase de cosas de la que ellos se hacen cargo de forma rutinaria, de
aquellos inmortales que amenazan con exponernos a todos. Sé que hace poco, unos
cuantos años, habrían limpiado un lío como éste en Atlanta, y no había llegado a ponerse
ni la mitad de candente. Intervendrán pronto, muy pronto, a menos que encontremos
alguna manera de calmar la situación. La verdad es que preferiría que no se dejaran caer
ahora por Seattle. Quizá les apetezca venir a echarte una ojeada si están tan cerca.
Me estremecí de nuevo.
—¿Qué podemos hacer?
—Necesitamos saber más antes de adoptar ninguna decisión. Quizá si lográramos
hablar con esos jovencitos, explicarles las reglas, a lo mejor se podría resolver esto de
forma pacífica —frunció el ceño, como si las perspectivas de que esto se cumpliera no
fueran buenas—. Esperaremos hasta que Alice se forme una idea de lo que pasa. No
conviene dar un paso si no es absolutamente necesario. Después de todo, no es nuestra
responsabilidad. Pero es bueno que tengamos a Jasper —añadió, casi para sí mismo—.
Servirá de gran ayuda si estamos tratando con neófitos.
—¿Jasper? ¿Por qué?
Edward sonrió de modo misterioso.
—Jasper es una especie de experto en vampiros recientes.
—¿Qué quieres decir con lo de «un experto»?
—endrís que preguntáselo a é. Hay toda una historia detrá.
—uédesastre —asculléentre dientes.
—so parece, ¿ que sí Nos cae de todo por todos lados —uspiró— ¿unca se te
ha ocurrido pensar que tu vida serí má sencilla si no te hubieras enamorado de mí
—uizá aunque serí una existencia vací, sin valor.
—ara mí—e corrigiócon suavidad— Y ahora, supongo —ontinuócon un gesto
iróico—que hay algo que quieres preguntarme.
Le mirésin comprender.
—¿h, sí
— quizáno —onriócon ganas— Tení la sensació de que habís prometido
pedirme permiso para ir a cierta fiesta de lobos esta noche.
—¿e has escuchado a escondidas?
Hizo un mohí.
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—Sólo un poquito, al final.
—Pues bien, no iba pedírtelo de todos modos. Me imaginaba que ya tenías bastante
con toda esta tensión.
Me puso la mano bajo la barbilla y me sostuvo el rostro hasta que pudo leer mis ojos.
—¿Quieres ir?
—No es nada del otro mundo. No te preocupes.
—No tienes que pedirme permiso, Bella. No soy tu padre, y doy gracias al cielo por
eso, aunque quizá deberías preguntarle a Charlie.
—Pero ya sabes que Charlie dirá que sí.
—Tengo más idea que cualquier otra persona sobre cuál podría ser su respuesta, eso
es cierto.
Me limité a mirarle fijamente mientras procuraba comprender qué era lo que él quería
que hiciese, al mismo tiempo que intentaba apartar de mi mente el anhelo de ir a La Push
para no verme arrastrada por mis propios deseos. Era estúpido querer salir con una
pandilla de enormes chicos lobo idiotas justo ahora, cuando rondaban tantas cosas
temibles e incomprensibles por ahí. Aunque claro, ésos eran los motivos por los que
deseaba ir. Escapar de las amenazas de muerte, aunque sólo fuera por unas cuantas
horas y ser, por poco rato, la inmadura, la irresponsable Bella que podía echar unas risas
con Jacob. Pero eso no importaba.
—Bella —me dijo Edward—. Te prometí ser razonable y confiar en tu juicio. Lo decía
de verdad. Si tú te fías de los licántropos, yo no voy a preocuparme por ellos.
—Guau —respondí, tal y como hice la pasada noche.
—Y Jacob tiene razón, al menos en esto; una manada de hombres lobo deben ser
capaces de proteger a alguien una noche, aunque- ese alguien seas tú.
—¿Estás seguro?
—Claro. Lo único...
Me preparé para lo que fuera a decir.
—Espero que no te importe tomar algunas precauciones. Una, que me dejes acercarte
a la frontera. Y otra, llevarte un móvil, de modo que puedas decirme cuándo puedo ir a
recogerte.
—Eso suena... muy razonable.
—Excelente.
Me sonrió y no logré atisbar ni rastro de aprehensión en sus ojos parecidos a joyas.
Como era de esperar, Charlie no vio ningún problema en que asistiera a un picnic
nocturno en La Push. Jacob dio un alarido de manifiesto júbilo cuando le telefoneé para
darle la noticia y tenía tantas ganas que no le importó aceptar las medidas de seguridad
de Edward. Prometió encontrarse con nosotros en la frontera entre ambos territorios a las
seis.

Había decidido no vender mi moto, tras un breve debate conmigo misma. La
devolvería a La Push, donde pertenecía, y ya que no la iba a necesitar más... Bueno,
entonces, insistiría en que Jacob se la quedase para recompensarle de algún modo por su
trabajo. Podría venderla o dársela a un amigo. No me importaba.
Esa noche me pareció una ocasión estupenda para devolver la moto al garaje de
Jacob. Teniendo en cuenta el modo tan negativo en que consideraba las cosas en esos
tiempos, veía en cada día una última oportunidad para todo. No tenía tiempo de dejar
nada para mañana, por poco importante que fuera.
Edward simplemente asintió cuando le expliqué lo que quería, pero creí ver una chispa
de consternación en sus ojos, y comprendí que a él no le hacía más feliz la idea de verme
montada en una moto que a Charlie.
Le seguí de vuelta a su casa, al garaje donde la había dejado. No fue hasta que
aparqué el coche y salí cuando me di cuenta de que la consternación podía no deberse
por completo a mi seguridad, al menos esta vez.
Al lado de mi vieja motocicleta, eclipsándola por completo, había otro vehículo. Llamar
a este otro vehículo una moto parecía poco apropiado, ya que difícilmente podríamos decir
que perteneciera a la misma familia. A su lado, de repente, la mía tenía el aspecto de algo
venido a menos.
Era grande, de líneas elegantes, plateada y aunque estaba inmóvil por completo,
prometía ser un bólido.
—¿Qué es eso?
—Nada —murmuró Edward.
—Pues nada no es exactamente lo que parece.
La expresión de Edward era indiferente y parecía realmente decidido a hacer caso
omiso del tema.
—Bien, no sabía si ibas a perdonar a tu amigo o él a ti, y me pregunté si alguna vez
querrías volver a montar en moto. Como parecía ser algo que te hacía disfrutar, pensé que
podría ir contigo... si tú quisieras.
Se encogió de hombros.
Examiné aquella hermosa máquina. A su lado, mi moto parecía un triciclo roto. Me
asaltó una repentina sensación de tristza cuando pensé que no era una mala comparación
si nos fijábamos en el aspecto que yo tenía al lado de mi novio.
—No creo que pueda seguirte el ritmo —murmuré.
Edward puso la mano debajo de mi mentón y me hizo volver el rostro de modo que
pudo mirarme de frente. Con un dedo, intentó subirme la comisura de un lado de la boca.
—Seré yo quien me mantenga al tuyo, Bella.
—No te vas a divertir nada.
—Claro que sí, siempre que vayamos juntos.
Me mordí el labio y lo imaginé por un momento.
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—Edward, si pensaras que voy demasiado rápido o que pierdo el control de la moto o
algo por el estilo, ¿qué harías?
Le vi vacilar. Evidentemente, pretendía dar con la respuesta adecuada, pero yo sabía
la verdad: él se las arreglaría para hallar alguna forma de salvarme antes de que me
empotrara contra cualquier obstáculo.
Entonces me sonrió, pareció que lo hacía sin esfuerzo, excepto por el ligero
estrechamiento a la defensiva de sus ojos.
—Esto es algo que tiene que ver con Jacob. Ahora lo veo.
—Es sólo que, bueno, yo no le hago ir más lento, al menos no mucho, ya sabes.
Puedo intentarlo, supongo...
Miré la moto plateada con gesto de duda.
—No te preocupes por eso —contestó Edward y entonces se rió para quitarle hierro al
asunto—. Vi cómo la admiraba Jasper. Quizá ha llegado la hora de que descubra una
nueva forma de viajar. Después de todo, Alice ya tiene su Porsche.
—Edward, yo...
Me interrumpió con un beso rápido.
—Te he dicho que no te preocupes, pero ¿harías algo por mí?
—Lo que quieras —le prometí con mucha rapidez.
Me soltó las mejillas y se inclinó sobre el lado más alejado de la gran moto para
recoger unos objetos ocultos con los que regresó; uno era negro e informe y otro rojo, fácil
de identificar.
—¿Por favor? —me pidió, lanzando aquella sonrisa torcida que siempre destruía mi
resistencia.
Cogí el casco rojo, sopesándolo en las manos.
—Voy a tener un aspecto estúpido.
—Qué va, vas a estar estupenda. Tan estupenda como para que no te hagas daño
—arrojó la cosa negra, lo que fuera, sobre su brazo y entonces me cogió la cabeza—. Hay
cosas entre mis manos en este momento sin las cuales no puedo vivir. Me gustaría que
las cuidaras.
—Vale, de acuerdo. ¿Y cuál es la otra cosa? —inquirí con suspicacia.
Se rió y sacudió una especie de chaquetón enguatado.
—Es una cazadora de motorista. Tengo entendido que el azote del aire en la carretera
es bastante incómodo, aunque no me hago del todo a la idea.
Me lo tendió. Con un suspiro profundo, recogí el pelo hacia atrás y me ajusté el casco
en la cabeza. Después, pasé los brazos por las mangas de la cazadora. Me cerró la
cremallera mientras una sonrisa le jugueteaba en las comisuras de los labios y dio un paso
hacia atrás.
Me sentí gorda.
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—Sé honesto, ¿a que estoy horrible?
Dio otro paso hacia atrás y frunció los labios.
—¿Tan mal? —cuchicheé.
—No, no, Bella. La verdad es que... —parecía buscar la palabra correcta—. Estás...
sexy.
—Vale.
—Muy sexy, en realidad.
—Lo estás diciendo de un modo que me lo voy a tener que poner más veces
—comenté—, pero no está mal. Llevas razón, queda bien.
Me envolvió con sus brazos y me apretó contra su pecho.
—Eres tonta. Supongo que es parte de tu encanto. Aunque, he de admitirlo, este
casco tiene sus desventajas. Y me lo quitó para poder besarme.
Me di cuenta poco después, mientras Edward me llevaba en coche a La Push. La
situación me resultaba extrañamente familiar a pesar de que dicha escena jamás se había
producido. Tuve que devanarme los sesos antes de poder precisar la fuente del déjá vu.
—¿Sabes a qué me recuerda esto? A cuando Renée me llevaba a casa de Charlie
para pasar el verano. Me siento como si tuviere siete años.
Edward se echó a reír.
Preferí no decirlo en voz alta, pero la principal diferencia entre las dos situaciones era
que Renée y Charlie estaban en mejores términos.
Al doblar una curva a medio camino de La Push encontramos a Jacob reclinado contra
un lateral del Volkswagen rojo que se había fabricado con chatarra y piezas sobrantes. Su
expresión, cuidadosamente neutra, se disolvió en una sonrisa cuando le saludé desde el
asiento delantero del copiloto.
Edward aparcó el Volvo a poco más de veinticinco metros y me dijo:
—Llámame cuando quieras regresar a casa y vendré.
—No tardaré mucho —le prometí.
Él sacó la moto y mi nueva vestimenta del maletero de su coche. Me había
impresionado mucho que cupiera todo, pero claro, las cosas no eran tan difíciles de
manejar cuando eres lo bastante fuerte para hacer juegos malabares con una caravana,
así que no digamos, con una pequeña motocicleta.
Jacob observaba, sin hacer ningún movimiento de acercamiento. Había perdido la
sonrisa y la expresión de sus ojos oscuros era inescrutable.
Me puse el casco debajo del brazo y la cazadora sobre el asiento.
—¿Lo tienes todo? —me preguntó.
—Sin problemas —le aseguré.
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Suspiró y se inclinó sobre mí. Volví el rostro para recibir un besito de despedida en la
mejilla, pero Edward me cogió por sorpresa y apretando los brazos a mi alrededor con
fuerza me besó con el mismo ardor con que lo había hecho en el garaje. Enseguida
empecé a jadear en busca de aire.
Edward se rió entre dientes por algo y luego me soltó.
—Adiós —se despidió—. ¡Cómo me gusta esa cazadora!
Cuando me volví para irme, creí distinguir un chispazo en sus ojos, algo que se
suponía que no debía haber visto. No podría haber dicho con seguridad qué era
exactamente. Preocupación, quizá. Por un momento pensé que era pánico, pero lo más
seguro es que fueran imaginaciones mías, como, por otro lado, solía ser habitual.
Sentí sus ojos clavados en mi espalda mientras yo empujaba la moto hacia la divisoria
invisible del tratado entre vampiros y licántropos hasta llegar a donde me esperaba Jacob.
—¿Qué es todo esto? —exigió Jacob, con la voz precavida, inspeccionando la moto
con una expresión enigmática.
—Pensé que debía devolverla a donde pertenece —le contesté.
Mi anfitrión lo sopesó durante un segundo; después, una gran sonrisa se extendió por
su rostro. Supe el momento exacto en que entré en territorio licántropo porque Jacob se
apartó de su coche y trotó rápidamente hacia mí, cruzando la distancia en tres largas
zancadas. Me cogió la moto, apoyó en su pie y después me envolvió en otro abrazo muy
estrecho.
Escuché rugir el motor del Volvo y luché por desprenderme él.
—¡Para ya, Jake! —respiré de forma entrecortada, casi sin aire.
Él se echó a reír y me puso de pie. Me volví para despedirme, pero el coche plateado
ya casi había desaparecido en la curva de la carretera.
—Estupendo —comenté, dejando que mi voz destilara ácido.
Sus pupilas se dilataron con una expresión de falsa inocencia.
—¿Qué?
—Se ha portado bastante bien con todo esto, no hacía falta forzar la suerte.
Soltó otra risotada más aguda que la anterior. Parecía encontrar muy divertido mi
comentario. Intenté verle la gracia mientras él daba la vuelta al Golf para abrirme la puerta.
—Bella —repuso finalmente, todavía riendo entre dientes, mientras la cerraba—, no
puedes forzar lo que no tienes.

Leyendas
—¿Te vas a comer ese perrito caliente? —le preguntó Paul a Jacob, con los ojos fijos
en el último bocado de la gran pila de alimentos que habían engullido los lobos.
El interpelado se echó hacia atrás, apoyó la espalda en mis rodillas y jugueteó con el
perrito ensartado en un gancho de alambre estirado. Las llamas del borde de la hoguera
lamían la piel cubierta de ampollas de la salchicha. Lanzó un suspiro y se palmeó el
estómago. Yo no sabía cómo aún parecía plano, pues había perdido la cuenta de los
perritos calientes devorados a partir del décimo, y eso sin mencionar la bolsa extra grande
de patatas ni la botella de dos litros de cerveza sin alcohol.
—Supongo —contestó Jacob perezosamente—; tengo el estómago tan lleno que estoy
a punto de vomitar, pero creo que podré tragármelo —suspiró otra vez con tristeza—. Sin
embargo, no lo voy a disfrutar.
A pesar de que Paul había comido tanto como Jacob, le fulminó con la mirada y apretó
los puños.
—Tranqui —Jacob rió—. Era broma, Paul. Allá va.
Lanzó el pincho casero a través del círculo de la fogata. Yo esperé que el perrito
aterrizara primero en la arena, pero Paul lo cogió con suma destreza por el lado correcto
sin dificultad alguna.
Iba a acomplejarme como siguiera saliendo sólo con gente tan hábil y diestra.
—Gracias, tío —repuso Paul, a quien ya se le había pasado su amago de ataque de
genio.
El fuego chasqueó y la leña se hundió un poco más sobre la arena. Las chispas
saltaron en una repentina explosión de brillante color naranja contra el cielo oscuro. Qué
cosa más divertida, no me había dado cuenta de que se había puesto el sol. Me pregunté
por primera vez si no se me estaría haciendo demasiado tarde. Habia perdido la noción del
tiempo por completo.
Estar en compañía de mis amigos quileute había sido mucho más fácil de lo previsto.
Mi irrupción en la fiesta junto a Jacob empezó a preocuparme mientras llevábamos la
moto al garaje. Él admitía que lo del casco había sido una gran idea y, arrepentido,
sostenía que se le debía haber ocurrido a él. ¿Me considerarían una traidora los hombres
lobo? ¿Se enfadarían con mi amigo por llevarme? ¿Estropearía la fiesta?
Pero cuando Jacob me condujo por el bosque hacia el punto de encuentro en lo alto
de una colina, donde el fuego chisporroteaba más brillante que el cielo oscurecido por las
nubes, todo sucedió de la forma más alegre y natural.
—¡Hola, chica vampira! —me saludó Embry a voces.
Quil dio un salto para chocar los cinco conmigo y besarme en la mejilla. Emily me
apretó la mano con fuerza cuando me sentó al lado de Sam y de ella en el suelo de fría
piedra.
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Aparte de algunas quejas en broma, la mayoría por parte de Paul, sobre que no me
pusiera a favor del viento para no inundar todo con la peste a vampiro, me trataron como
quien acude a donde pertenece.
No sólo asistían los chicos. Billy también estaba allí, con la silla de ruedas situada en
lo que parecía ser el lugar principal del círculo. A su lado, en un asiento plegable, se
hallaba el Viejo Quil, el abuelo de Quil, un anciano de aspecto frágil y cabello blanco. Sue
Clearwater, la viuda del amigo de Charlie, Harry, se sentaba en una silla al otro lado; sus
dos hijos, Leah y Seth, también se encontraban allí, acomodados en el suelo como todos
los demás. Se veía claramente que los tres estaban al tanto del secreto, lo cual me
sorprendió. Me dio la impresión de que Sue había ocupado el lugar de su marido en el
Consejo por el modo en que le hablaban Billy y el Viejo Quil. ¿Se habrían convertido
también sus hijos en miembros de la sociedad más secreta de La Push?
Pensé lo terrible que debía de resultar para Leah sentarse en el círculo junto a Sam y
Emily. Su rostro encantador no delataba ningún tipo de emoción, pero no se apartó en
ningún momento de las llamas. Al mirar los rasgos perfectos del rostro de Leah, era
imposible no compararlos con la cara destrozada de Emily. ¿Qué pensaría Leah de las
cicatrices de Emily, ahora que sabía la verdad que se escondía detrás de ellas? ¿Las
consideraría alguna especie de justicia?
En el pequeño Seth Clearwater apenas quedaban ya vestigios de la infancia. Me
recordaba mucho a un Jacob más joven, con su gran sonrisa de felicidad y su constitución
desgarbada y larguirucha. El parecido me hizo sonreír y luego suspirar. ¿Estaba también
Seth condenado a sufrir un cambio en su vida tan drástico como el resto de estos chicos?
¿Era éste el motivo por el cual se les había permitido acudir a él y a su familia?
Estaba la manada al completo: Sam con Emily, Paul, Embry, Quil, y Jared con Kim, la
chica a la que había imprimado.
Kim me causó una excelente impresión. Era estupenda, algo tímida y poco agraciada.
Tenía una cara grande, donde destacaban unos pómulos marcados, pero sus ojos eran
demasiado pequeños para equilibrar las facciones. La nariz y la boca eran excesivamente
grandes para ser considerados bonitos dentro de los cánones convecionales. Su pelo liso
y negro se veía fino y ralo al viento que nunca parecía amainar allí, en lo alto del
acantilado.
Ésta fue mi primera impresión, pero no volví a encontrar nada feo en ella después de
observar durante varias horas el modo en que Jared la contemplaba.
¡Y cómo la miraba!
Parecía un ciego que viera el sol por primera vez; un coleccionista que acabara de
descubrir un nuevo Da Vinci; la madre que ve por primera vez el rostro de su hijo recién
nacido.
Sus ojos inquisitivos me hicieron advertir en ella nuevos detalles: su piel reluciente
como seda cobriza a la luz del fuego, la doble curva de sus labios, el destello de sus
dientes blancos en contraste con la negritud de la noche y la longitud de sus pestañas
cuando bajaba la mirada al suelo.
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Su tez enrojecía algunas veces cuando se encontraba con la mirada emocionada de
Jared e inclinaba los ojos como si se avergonzara, y ella intentaba por todos los medios
mantenerlos apartados de él durante el mayor tiempo posible.
Al mirarlos a ambos, sentí que comprendía mejor lo que Jacob me había explicado
acerca de la imprimación: «Es difíil resistirse a ese nivel de compromiso y adoració».
Kim se estaba quedando dormida apoyada en el pecho de Jared y rodeada por sus
brazos. Supuse que allíiba a encontrarse muy calentita.
—e me estáhaciendo tarde —e cuchicheéa Jacob.
—o empieces ya con eso —e replicóé con un hilo de voz, aunque lo cierto es que
la mitad de los allípresentes tení el oío lo bastante agudo como para escucharnos sin
problemas— Ahora viene lo mejor.
—¿uéva a suceder ahora? ¿e vas a tragar una vaca entera túsolo?
Jacob se rióentre dientes con su risa baja y ronca.
—o. Ée es el núero final. No sóo nos hemos reunido para zamparnos lo de una
semana entera. Ténicamente, éta es una reunió del Consejo. Es la primera a la que
asiste Quil y é aú no ha oío las historias. Bueno, síque las ha oío, pero éta es la
primera vez que lo hace sabiendo que son verdad. Eso haráque preste má atenció.
Tambié es la primera vez de Kim, Seth y Leah.
—¿istorias?
Jacob saltóa mi lado donde se acomodóen un pequeñ borde rocoso. Me pasóel
brazo por el hombro y me hablóal oío un poco má bajito.
—as historias que siempre habímos considerado leyendas —epuso— La cróica
de cóo hemos llegado a ser lo que somos. La primera es la historia de los espíitus
guerreros.
El susurro de Jacob fue casi como la introducció. La atmófera cambióde forma
abrupta alrededor de los rescoldos del fuego. Paul y Embry se enderezaron. Jared sacudióa Kim con suavidad y la ayudóa erguirse.
Emily sacóun cuaderno de espiral y un bolírafo. Adquirióel aspecto atento de un
estudiante ante una lecció magistral. Sam se giróligeramente a su lado, para quedar
frente al Viejo Quil, que estaba al otro lado. De pronto, me di cuenta de que los ancianos
del Consejo no eran tres, sino cuatro.
El rostro de Leah Clearwater era aú una mácara hermosa e inexpresiva, cerrólos
ojos, y no a causa de la fatiga, sino para concentrarse mejor. Su hermano se inclinóhacia
delante para escuchar a sus mayores con interé.
El fuego chasqueó lanzando otra explosió de chispas brillantes hacia la noche.
Billy se aclaróla garganta y, con voz rica y profunda, comenzóla historia de los
espíitus guerreros sin otra presentació que el susurro de su hijo. Las palabras fluyeron
con precisió, como si o las supiera de memoria, aunque sin perder por eso ni el
sentimiento ni un cierto ritmo sutil, como el de una poesí recitada por su propio autor.
—os quileute han sido pocos desde el principio —omenzóBilly— No hemos llegado
a desaparecer a pesar de lo escaso de nuestro núero porque siempre ha corrido magia
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por nuestras venas. No siempre fue la magia de la transformación, eso acaeció después,
sino que al principio, fue la de los espíritus guerreros.
Nunca antes había sido consciente del tono de majestad que había en la voz de Billy
Black, aunque en ese momento comprendí que esa autoridad siempre había estado allí.
El bolígrafo de Emily corría por las páginas de papel procurando mantener su ritmo.
—En los primeros tiempos, la tribu se estableció en este fondeadero y adquirió gran
destreza en la pesca y en la construcción de canoas. El puerto era muy rico en peces y el
grupo, pequeño; por ello, pronto hubo quienes codiciaron nuestra tierra, pues éramos
pocos para contenerlos. Tuvimos que embarcarnos en las canoas y huir cuando nos atacó
una tribu más grande.
»Kaheleha no fue el primer espíitu guerrero, pero no han llegado hasta nosotros las
historias acaecidas con anterioridad. No recordamos quié fue el que descubrióeste poder
ni cóo se usóantes de esta situació críica. Kaheleha fue el primer Espíitu Jeféde
nuestra historia. É se sirvióde la magia para defender nuestra tierra en aquel trance.
»É y todos los guerreros dejaron las canoas; no en carne y hueso, pero síen espíitu.
Las mujeres se ocuparon de los cuerpos y las olas y los hombres volvieron a tierra en
espíitu.
»No podín tocar fíicamente a la tribu enemiga, pero disponín de otras formas de
lucha. La tradició detalla que hicieron soplar fuertes vientos sobre el campamento
enemigo; el viento aullóde tal modo que los aterrorizó Las historias tambié nos dicen
que los animales podín ver a los espíitus guerreros y comunicarse con ellos, de modo
que ellos los usaron a su antojo.
»Kaheleha desbaratóla invasió con su ejécito de espíitus. La tribu invasora traí
manadas de enormes perros de pelaje espeso que utilizaban para tirar de sus trineos en el
helado norte. Los espíitus guerreros volvieron a los canes contra sus amos y luego
atrajeron a una inmensa plaga de murciéagos desde las cuevas de los acantilados.
Tambié usaron el aullido del viento para ayudar a los perros a causar confusió entre los
hombres. Al final, los perros y los murciéagos vencieron. Los invasores supervivientes se
dispersaron y consideraron el fondeadero como un lugar maldito a partir de entonces. Los
perros se volvieron salvajes cuando fueron liberados por los espíitus guerreros. Los
quileute volvieron a sus cuerpos y con sus mujeres, victoriosos.
»Las otras tribus vecinas, la de los hoh y los makah, sellaron tratados de paz con los
quileute, porque no querín tenéselas que ver con nuestra magia. Vivimos en paz con
ellos. Cuando un enemigo nos atacaba, los espíitus guerreros lo dispersaban.
»Pasaron muchas generaciones hasta la llegada del útimo Espíitu Jefe, Taha Aki,
conocido por su sabidurí y su talante pacíico. La gente viví dichosa y feliz bajo su
cuidado.
»Pero habí un hombre insatisfecho: Utlapa.
Un siseo bajo recorrióel cículo alrededor del fuego. Reaccionétarde y no logrédetectar su procedencia. Billy hizo caso omiso al mismo y continuócon la narració.
—tlapa era uno de los espíitus guerreros má fuertes del jefe Taha Aki, un gran
guerrero, pero tambié un hombre codicioso. Opinaba que nuestra gente debí usar la
magia para extender sus territorios, someter a los hoh y los makah y erigir un imperio.
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»Empero, los guerreros compartín los pensamientos cuando eran espíitus, por lo que
Taha Aki tuvo conocimiento de la ambició de Utlapa, se encolerizócon é, le desterróy le
ordenóno convertirse en espíitu otra vez. Utlapa era fuerte, pero los guerreros del jefe le
superaban en núero, asíque no le quedóotro remedio que irse. El exiliado, furioso, se
escondióen el bosque cercano a la espera de una oportunidad para vengarse del jefe.
»El Espíitu Jefe estaba alerta para proteger a su gente incluso en tiempos de paz.
Con tal propóito, frecuentaba un recódito lugar sagrado en las montañs en el que
abandonaba su cuerpo para recorrer los bosques y la costa y asícerciorarse de que no
habí ningú peligro.
»Un dí, Utlapa le siguiócuando Taha Aki se marchóa cumplir con su deber. Al
principio, sóo planeaba matarle, pero aquello tení desventajas. Lo má probable serí
que los espíitus guerreros le buscaran para acabar con é y le alcanzaran antes de que
lograra escapar. Mientras se escondí entre las rocas observando cóo se preparaba el
jefe para abandonar su cuerpo, se le ocurrióotro plan.
»Taha Aki abandonósu cuerpo en el lugar sagrado y volócon el viento para cuidar de
su pueblo. Utlapa esperóhasta asegurarse de que el espíitu del jefe se habí alejado una
cierta distancia.
»Taha Aki supo el momento exacto en que Utlapa se le unióen el mundo de los
espíitus y tambié se percatóde sus propóitos homicidas. Volvióa toda velocidad hacia
el lugar sagrado, pero incluso los vientos fueron incapaces de ir lo bastante ráido para
salvarle. A su regreso, su cuerpo se habí marchado ya y el de Utlapa yací abandonado,
pero su enemigo no le habí dejado ninguna ví de escape, porque habí cortado su
propia garganta con las manos de Taha Aki.
»El Espíitu Jefe siguióa su cuerpo mientras bajaba la montañ e increpóa Utlapa,
pero éte le ignorócomo si no fuera má que viento.
»Taha Aki presenciócon desesperació cóo Utlapa usurpaba su puesto como jefe
de los quileute. Lo úico que hizo el traidor durante las primeras semanas fue cerciorarse
de que nadie descubrí su impostura. Luego, empezaron los cambios, porque el primer
edicto de Utlapa consistióen prohibir a todos los guerreros entrar en el mundo de los
espíitus. Alegóque habí tenido la visió de un peligro, pero lo cierto era que estaba
asustado. Sabí que Taha Aki estarí esperando el momento de contar su historia. Utlapa
tambié temí entrar en el mundo de los espíitus, sabiendo que en ese caso, Taha Aki
reclamarí su cuerpo ráidamente. Asípues, sus sueñs de conquista con un ejécito de
espíitus guerreros eran imposibles, por lo que se contentócon gobernar la tribu. Se
convirtióen un estorbo, siempre a la búqueda de privilegios que Taha Aki jamá habí
reclamado, rehusando trabajar codo a codo con los demá guerreros, y tomando otra
esposa joven, la segunda, y despué una tercera, a pesar de que la primer esposa de
Taha Aki aú viví, algo que nunca se habí visto en la tribu. El Espíitu Jefe lo observaba
todo con rabia e impotencia.
»Hubo un momento en que incluso Taha Aki quiso matar su propio cuerpo para salvar
a la tribu de los excesos de Utlapa. Hizo bajar a un lobo fiero de las montañs, pero el
usurpador se escondiódetrá de sus guerreros. Cuando el lobo matóa un joven que
estaba protegiendo al falso jefe, Taha Aki sintióuna pena terrible, y por eso, ordenóal
lobo que se marchara.
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»Todas las historias nos dicen que no era fáil ser un espíitu guerrero. Liberarse del
propio cuerpo resultaba má aterrador que excitante y ée es el motivo por el que
reservaban el uso de la magia para los tiempos de necesidad. Los solitarios viajes de
vigilia del jefe habín sido siempren una molestia y un sacrificio, ya que estar sin cuerpo
desorientaba y era una experiencia horrible e incóoda. Taha Aki llevaba ya tanto tiempo
fuera de su cuerpo que llegóa estar al borde de la agoní. Se sentí maldito y creí que,
atrapado para siempre en el martirio de esa nada, jamá podrí cruzar a la tierra del má
allá donde le esperaban los ancestros.
»El gran lobo siguióal espíitu del jefe a travé de los bosques mientras se retorcí y
se contorsionaba en su sufrimiento. Era un animal muy grande y bello entre los de su
especie. De pronto, el jefe sintiócelos del estúido lobo que, al menos, tení un cuerpo y
una vida. Incluso una existencia como animal serí mejor que esa horrible conciencia de la
nada.
»Y entonces, Taha Aki tuvo la idea que nos hizo cambiar a todos. Le rogóal gran lobo
que le hiciera sitio en su interior para compartir su cuerpo y éte se lo concedió Taha Aki
entróen el cuerpo de la criatura con alivio y gratitud. No era su cuerpo humano, pero
resultaba mejor que la incorporeidad del mundo de los espíitus.
»El hombre y el lobo regresaron al poblado del puerto formando un solo ser. La gente
huyódespavorida y reclamóa gritos la presencia de los guerreros, que acudieron a
enfrentarse a la bestia con sus lanzas. Utlapa, por supuesto, permanecióescondido y a
salvo.
»Taha Aki no atacóa sus guerreros. Retrocediólentamente ante ellos, habládoles
con los ojos e intentando aullar las canciones de su gente. Los guerreros comenzaron a
darse cuenta de que no era un animal corriente y que lo poseí un espíitu. Un viejo
luchador, de nombre Yut, decidiódesobedecer la orden del falso jefe e intentócomunicarse con el lobo.
»Tan pronto como Yut cruzóal mundo de los espíitus, Taha Aki dejóal lobo, el animal
esperóobedientemente su regreso, para hablar con é. Yut comprendióla verdad al
instante y dio la bienvenida al verdadero jefe a su casa.
»En este momento, Utlapa apareciópara ver si habín derrotado al carníoro. Cuando
descubrióque Yut yací sin vida en el suelo, rodeado por los guerreros que le protegín,
se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sacósu cuchillo y corrióa matar a Yut antes
de que pudiera regresar a su cuerpo.
»—¡raidor! —xclamó y los guerreros no supieron quéhacer. El jefe habí prohibido
los viajes astrales y a é correspondí administrar el castigo a quienes desobedecín.
»Yut saltódentro de su cuerpo, pero Utlapa tení ya el cuchillo en su garganta y le
habí cubierto la boca con una mano. El cuerpo de Taha Aki era fuerte y Yut estaba
debilitado por la edad, asíque no pudo decir ni una palabra para avisar a los otros antes
de que Utlapa lo silenciara para siempre.
»Taha Aki observócóo el espíitu de Yut se deslizaba hacia las tierras del má allá
que le estaban vedadas por toda la eternidad. Le abrumóuna ira superior a cualquier otro
sentimiento que habí experimentado hasta ese momento. Volvióal cuerpo del gran lobo
con la intenció de desgarrar la garganta de Utlapa pero, en cuanto se unióa la bestia,
acaecióun gran acontecimiento máico.
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»La ira de Taha Aki era la de un hombre, el amor que profesaba por su gente y el odio
por su opresor fueron emociones demasiado humanas, demasiado grandes para el cuerpo
del animal, asíque éte se estremecióy Utlapa se transformóen un hombre ante los ojos
de los sorprendidos guerreros.
»El nuevo hombre no tení el mismo aspecto que el cuerpo de Taha Aki, sino que era
mucho má glorioso: la interpretació en carne del espíitu de Taha Aki. Los guerreros le
reconocieron al momento, porque ellos habín volado con el espíitu de Taha Aki.
«Utlapa intentóhuir, pero el nuevo Taha Aki tení la fuerza de un lobo, por lo que
capturóal suplantador y aplastóel espíitu dentro de é antes de que pudiera salir del
cuerpo robado.
»La gente se alegróal comprender lo ocurrido. Taha Aki ráidamente puso todas las
cosas en su sitio, trabajando otra vez con su gente y devolviendo de nuevo a las esposas
con sus familias. El úico cambio que mantuvo fue el fin de los viajes espirituales, sabedor
de su peligro ahora que ya existí la idea de robar vidas con ellos. No hubo má espíitus
guerreros.
»Desde entonces en adelante, Taha Aki fue má que un lobo o un hombre. Le
llamaron Taha Aki, el Gran Lobo, o Taha Aki, el Hombre Espíitu. Lideróla tribu durante
muchos, muchos añs, porque no envejecí. Cuando amenazaba algú peligro, volví a
adoptar su forma de lobo para luchar o asustar al enemigo, y asíla tribu vivióen paz. Taha
Aki tuvo una prolíica descendencia y muchos de sus hijos, al llegar la edad de convertirse
en hombres, tambié se convertín en lobos. Todos los lobos eran diferentes entre sí
porque eran espíitus lobo y reflejaban al hombre que llevaban dentro.
—or eso Sam es negro del todo —urmuróQuil entre dientes, sonriendo— Corazó
negro, pelaje negro.
Yo estaba tan inmersa en la historia que fue un shock regresar a la realidad, al cículo
en torno a las llamas agonizantes. Con sorpresa, me di cuenta de que el cículo se
componí de los tataranietos de los tataranietos de los tataranietos de Taha Aki. O má
aú. A saber cuátas generaciones habrín pasado.
El fuego arrojóuna lluvia de chispas al cielo, donde temblaron y bailaron, adquiriendo
formas casi indescifrables.
—¿ quées lo que refleja tu pelambrera de color chocolate? —espondióSam a Quil
entre susurros— ¿o dulce que eres?
Billy ignorósus bromas.
—lgunos de sus hijos se convirtieron en los guerreros de Taha Aki y tampoco
envejecieron. Otros se negaron a unirse a la manada de hombres lobo porque les
disgustaban las transformaciones, y étos síenvejecín. Con los añs, la tribu descubrióque los licátropos podín hacerse ancianos como cualquiera si abandonaban sus
espíitus lobo. Taha Aki vivióel mismo periodo de tiempo que tres hombres. Se casócon
una tercera mujer despué de que murieran otras dos y encontróen ella la verdadera
compañra de su espíitu, y aunque tambié amóa las otras dos, con éta experimentóun
sentimiento má intenso. Asíque decidióabandonar a su espíitu lobo para poder morir
con ella.
»Y asífue como llegóa nosotros la magia, aunque no es el final de la historia...
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Miró al anciano Quil Ateara, que cambió de postura en su silla y estiró sus frágiles
hombros. Billy bebió de una botella de agua y se secó la frente. El bolígrafo de Emily no
paró y continuó garabateando furiosamente en el papel.
—Esa fue la historia de los espíritus guerreros —comenzó el Viejo Quil con su aguda
voz de tenor—. Y ésta es la historia del sacrificio de la tercera esposa.
«Muchos añs despué de que Taha Aki abandonara su espíitu lobo, cuando habí
alcanzado la edad provecta, estallaron problemas en el norte con los makah a causa de la
desaparició de varias jóenes de su tribu. Los makah culpaban de ello a los lobos
vecinos, a los que temín y de los que desconfiaban. Los hombres lobo podín acceder al
pensamiento de los demá mientras estaban en forma lupina, del mismo modo que sus
ancestros cuando adquirín su forma de espíitu, por lo que sabín que ninguno de ellos
estaba involucrado. Taha Aki intentótranquilizar al jefe de los makah, pero habí
demasiado miedo. É no querí arriesgarse a una lucha, pues ya no era un guerrero en
condiciones de llevar a la tribu al combate. Por eso, encomendóa su hijo lobo Taha Wi, el
mayor, la tarea de descubrir al verdadero culpable antes de que se desataran las
hostilidades.
»Taha Wi emprendióuna búqueda por las montañs con cinco lobos de su manada
en pos de cualquier evidencia de las desaparecidas. Hallaron algo totalmente novedoso:
un extrañ olor dulzó en el bosque que les quemaba la nariz hasta el punto de hacerles
dañ.
Me encogíun poco al lado de Jacob. Vi cóo una de las comisuras de sus labios se
torcí en un gesto de sonrisa y su brazo se tensóa mi alrededor.
—o conocín a ninguna criatura que dejara semejante hedor, pero lo rastrearon
igualmente —ontinuóel Viejo Quil. Su voz temblorosa no tení la majestad de la de Billy,
pero síun extrañ tono afilado, urgente, feroz. Se me aceleróel pulso conforme sus
palabras adquirieron velocidad— Encontraron déiles vestigios de fragancia y sangre
humanas a lo largo del rastro. Estaban convencidos de seguir al enemigo adecuado.
»El viaje les llevótan al norte que Taha Wi envióde vuelta al puerto a la mitad de la
manada, a los má jóenes, para informar a Taha Aki.
»Taha Wi y sus dos hermanos nunca regresaron.
»Los má jóenes buscaron a sus hermanos mayores, pero sóo hallaron silencio.
Taha Aki lloróa sus hijos y deseóvengar su muerte, pero ya era un anciano. Vistiósus
ropas de duelo y acudióen busca del jefe de los makah para contarle lo acaecido. El jefe
makah creyóen la sinceridad de su dolor y desaparecieron las tensiones entre las dos
tribus.
»Un añ má tarde, desaparecieron de sus casas dos jóenes doncellas makah en la
misma noche. Los makah llamaron a los lobos quileute ráidamente, que descubrieron el
mismo olor dulzó por todo el pueblo. Los lobos salieron de caza de nuevo.
»Sóo uno regresó Era Yaha Uta, el hijo mayor de la tercera esposa de Taha Aki, y el
má joven