domingo, 25 de enero de 2009

—Al menos deja de intentar que me sienta mejor. Déjame sufrir. Me lo merezco.
—No —insistió él, en un murmullo bajo.
Asentí con lentitud.
—Vale, tienes razón. Continúa comportándote de ese modo tan comprensivo.
Probablemente, eso sea mucho peor.
Se quedó en silencio unos momentos y sentí cómo la atmósfera se cargaba con una
nueva sensación de urgencia.
—Es inminente —afirmé.
—Sí, dentro de unos cuantos minutos. Sólo me queda tiempo para decirte una cosa
más...
Esperé. Cuando al fin comenzó a hablar, seguía haciéndolo en susurros.
—Yo sí puedo ser noble, Bella. Así que no voy a hacer que escojas entre los dos. Sólo
sé feliz, y de ese modo toma lo que quieras de mí, o nada en absoluto, si eso te parece
mejor. No dejes que ninguna deuda que creas tener conmigo influya en tu decisión.
Golpeé el suelo, alzándome sobre mis rodillas.
—¡Maldita sea, para esto de una vez! —le grité.
Sus ojos se dilataron sorprendidos.
—No, no lo entiendes. No estoy haciendo que te sientas mejor, Bella, es lo que pienso
de verdad.
—Ya sé que lo piensas —rugí—. Pero ¿es que no vas a luchar? ¡No empieces ahora
con lo del noble sacrificio! ¡Pelea!
—¿Cómo? —me preguntó y sus ojos de pronto parecieron muy antiguos, cargados de
tristeza.
Salté sobre su regazo, arrojando mis brazos a su alrededor.
—No me importa si hace frío aquí. No me importa si huelo a perro. Hazme olvidar lo
espantosa que soy, ayúdame a que le olvide. ¡Haz que olvide mi propio nombre! ¡Pelea de
una vez!
No esperé a que se decidiera, ni a darle la oportunidad de decirme que él no estaba
interesado en un monstruo cruel y despiadado como yo. Me apreté contra él y aplasté mi
boca contra sus labios fríos como la nieve.
—Ten cuidado, amor —masculló bajo la urgencia de mi beso.
—No —gruñí.
Con dulzura, apartó mi rostro unos centímetros.
—No me tienes que probar nada.
—Ni lo pretendo. Dijiste que podría tener lo que quisiera de ti y esto es lo que deseo.
Lo quiero todo —anudé mis brazos en torno a su cuello y me estiré para alcanzar sus
labios. Él inclinó la cabeza para devolverme el beso, pero su boca fría se volvió más
indecisa cuanto más se intensificaba mi impaciencia. Mi cuerpo tenía sus propias
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intenciones, y me arrastraba con él. Como de costumbre, movió las manos para
sujetarme.
—Quizá no es el mejor momento para esto —sugirió, demasiado tranquilo para mi
gusto.
—¿Por qué no? —refunfuñé. No había manera de luchar si él iba a adoptar una actitud
racional; dejé caer los brazos.
—En primer lugar porque hace frío —se inclinó para coger el saco de dormir del suelo
y me envolvió en él como si fuera una manta.
—No es verdad —le interrumpí—. El primer motivo es que te muestras extrañamente
moralista para ser un vampiro.
El se rió entre dientes.
—De acuerdo, te doy la razón en eso. Pongamos el frío en segundo lugar. Y en
tercero..., bueno, porque la verdad, cariño, es que apestas.
Arrugó la nariz.
Yo suspiré.
—En cuarto lugar —murmuró, bajando la cabeza tanto que pudo susurrar cerca de mi
oreja—. Lo haremos, Bella. Cumpliré mi promesa de corazón, pero preferiría que no fuera
como respuesta a Jacob Black.
Me encogí y enterré el rostro en su hombro.
—Y en quinto...
—Está siendo una lista muy pero que muy larga —cuchicheé.
Se echó a reír.
—Sí, pero ¿quieres escuchar lo de la lucha o no?
Mientras hablaba, Seth aulló de forma estridente fuera de la tienda.
El cuerpo se me puso rígido al oír el sonido. No me percaté de que había cerrado la
mano izquierda en un puño, y se me habían clavado las uñas en la palma vendada, hasta
que Edward la cogió y me abrió los dedos con ternura.
—Todo va a ir bien, Bella —me prometió—. Tenemos la habilidad, el entrenamiento y
la sorpresa de nuestra parte. La lucha habrá acabado muy pronto. Si yo no lo pensara así
de verdad, estaría ahora allí abajo y tú permanecerías aquí, encadenada a un árbol o
adonde fuera que consiguiera tenerte a buen recaudo.
—Alice es tan pequeña —me lamenté.
Él se rió entre dientes.
—Eso podría ser un problema, claro... siempre que hubiera alguien capaz de atraparla.
Seth empezó a gimotear.
—¿Pasa algo malo? —le pregunté.
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—Qué va, simplemente está enfadado por tener que quedarse con nosotros. Sabe que
la manada lo ha confinado aquí para mantenerle apartado de la acción y protegerle. Está
salivando de ganas de reunirse con ellos.
Puse cara de pocos amigos en la dirección adonde estaba Seth.
—Los neófitos han llegado al final de la pista, y todo funciona como si fuera resultado
de un encantamiento, este Jasper es un genio. También han captado el rastro de los que
están en el prado, así que ahora se están dividiendo en dos grupos, como predijo Alice
—murmuró Edward, con los ojos concentrados en algún lugar lejano—. Sam nos está
convocando para encabezar la partida de la emboscada —estaba tan concentrado en lo
que escuchaba que usó el plural empleado por la manada de forma habitual.
De repente, bajó la mirada hacia mí.
—Respira, Bella.
Luché para hacer lo que me pedía. Podía escuchar el pesado jadeo de Seth justo
fuera de la pared de la tienda e intenté emparejar mis pulmones al mismo ritmo regular, de
modo que no terminara hiperventilando.
—El primer grupo está en el claro. Podemos escuchar la pelea.
Los dientes se me cerraron de forma audible.
Se rió una vez.
—Podemos oír a Emmett... Se lo está pasando genial.
Me obligué de nuevo a respirar a la vez que Seth.
Edward gruñó.
—Están hablando de ti —los dientes se le cerraron también de golpe—. Se supone
que deben asegurarse de que no escapes… ¡uen movimiento! Vaya, quéráida
murmurócon aprobació— Uno de los neóitos ha descubierto nuestro olor y Leah le ha
tumbado antes de que ni siquiera pudiera volverse. Sam le estáayudando a deshacerse
de é. Paul y Jacob han cogido a otro, pero los demá se han puesto a la defensiva. No
tienen ni idea de quéhacer con nosotros. Ambos grupos está fintando. No, dejad que
Sam lo lidere, apartaos del camino —ascullóentre dientes— Separadlos, no les dejés
que se protejan las espaldas unos a otros.
Seth gañó
—so estámejor, llevadlos hacia el claro —sintióEdgard.
Su cuerpo cambiaba inconscientemente de posició mientras observaba, poniédose
en tensió, anticipando los movimientos que habrí hecho de hallarse presente. Sus
manos todaví sostenín las mís y yo entrelacémis dedos con los suyos. Al menos, é no
estaba allíabajo.
La úica advertencia fue la súita ausencia de sonidos.
El ritmo acelerado de la respiració de Seth se cortóy como yo habí acompasado mi
respiració a la suya, lo noté
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Dejé de respirar también, demasiado asustada incluso para poner mis pulmones en
funcionamiento cuando me di cuenta de que Edgard se había transformado en un bloque
de hielo a mi lado.
Oh, no. No. No
¿Quién había perdido? ¿Ellos o nosotros? Míos, todos eran míos. Pero ¿en qué iba a
consistir mi pérdida?
Tan rápido ocurrió que no supe con toda exactitud cuándo fue. De pronto se puso en
pie y la tienda cayó hecha jirones a mi alrededor. ¿Era Edward él que lo había hecho?
¿Por qué?
Bizqueé, aturdida bajo la brillante luz del sol. Seth era todo lo que podía ver, justo a
nuestro lado, con su rostro sólo a veinte centímetros del de Edward. Se miraron el uno al
otro con concentración absoluta durante un segundo que se me hizo eterno. El sol
relumbraba sobre la piel de Edward y enviaba chispas de luz hacia la pelambre de Seth.
Y entonces, Edward susurró imperiosamente:
—¡Corre, Seth!
El gran lobo aceleró y desapareció entre las sombras del bosque.
¿Habían pasado dos segundos completos? Me habían parecido horas. Me sentí
aterrorizada hasta el punto de las náuseas por la certeza de que la cosa se había torcido
en el claro y había ocurrido algo horrible. Abrí la boca para pedirle a Edward que me
llevara allí y que lo hiciera ya. Ellos le necesitaban y también a mí. Si tenía que sangrar
para salvarlos, lo haría. Moriría por ello, como la tercera esposa. No tenía ninguna daga
de plata en mis manos, mas seguro que encontraría una forma...
Pero antes de que pudiera decir ni una sílaba, sentí como si me hubiesen sacado el
aire del cuerpo de un solo golpe. Como las manos de Edward nunca me habían soltado,
simplemente quería decir que nos estábamos moviendo, tan rápido que la sensación era
como de caerse de lado.
Me encontré de pronto con la espalda aplastada contra la escarpada falda del
acantilado. Edward se puso delante de mí, en una postura que yo conocía muy bien.
El alivio me recorrió la mente al mismo tiempo que el estómago se me hundía hasta las
plantas de los pies.
Le había malinterpretado.
Alivio: no había sucedido nada malo en el claro.
Horror: la crisis estaba teniendo lugar aquí.
Edward adoptó una posición defensiva, medio agachado, con los brazos adelantados
ligeramente, una pose que me trajo un recuerdo tan duro que me sentí mareada. La roca a
mi espalda igual hubiera podido ser aquella antigua pared de ladrillo de un callejón italiano,
donde él se había interpuesto entre los guerreros Vulturis, cubiertos con sus mantos
negros, y yo.
Algo venía a por nosotros.
—¿Quién es? —murmuré.
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Las palabras salieron entre sus dientes con un rugido más alto de lo que yo esperaba.