domingo, 25 de enero de 2009

Di una cabezada y me incliné hacia delante. Edward rodeó mi cintura con un brazo y
me acercó a él para soportar mi peso.
—He de llevarte a casa... Estás agotada, y Charlie va a despertarse enseguida
—Espera un momento —pidió Jacob mientras se volvía hacia nosotros—. Mi olor os
disgusta, ¿no?
Le relucían los ojos.
—No es mala idea —Edward se adelantó dos pasos—. Es factible —se volvió hacia su
familia y dijo a voz en grito—: ¿Qué te parece, Jasper?
El interpelado alzó los ojos con curiosidad y retrocedió medio paso junto a Alice, que
volvía a estar descontenta.
—De acuerdo, Jacob —Edward hizo un asentimiento de cabeza.
Jacob se volvió hacia mí con una extraña mezcolanza de emociones en el rostro.
Estaba claro que le entusiasmaba su nuevo plan, con independencia de en qué
consistiera, pero seguía incómodo por la cercanía de sus aliados y al mismo tiempo
enemigos. Luego, cuando él extendió los brazos hacia mí, me llegó el momento de
preocuparme.
Edward respiró hondo.
—Vamos a ver si mi efluvio basta para ocultar tu aroma —explicó Jacob.
Observé sus brazos extendidos con gesto de sospecha.
—Vas a tener que dejar que te lleve, Bella —me dijo Edward. Habló con calma, pero
había una inconfundible nota soterrada de malestar en su voz.
Puse cara de pocos amigos.
Jacob puso los ojos en blanco, se impacientó y se acercó para tomarme en brazos.
—No seas niña —murmuró mientras lo hacía.
Empero, y al igual que yo, lanzó una mirada a Edward, que permanecía sereno y
seguro de sí mismo. Entonces, le habló a su hermano Jasper.
—El olor de Bella es mucho más fuerte que el mío... Se me ha ocurrido que
tendríamos más posibilidades sí lo intentaba alguien más.
Jacob se alejó de ellos y se encaminó con paso veloz hacia el interior del bosque. Me
mantuve en silencio cuando nos envolvió la oscuridad. Hice una mueca, pues me sentía
incómoda en los brazos de Jacob. Había demasiada intimidad entre nosotros.
Seguramente, no era necesario que me sujetara con tanta fuerza, y no podía dejar de
preguntarme qué significado tenía para él un abrazo que me hacía recordar mi última tarde
en La Push, algo en lo que prefería no pensar. Me crucé de brazos, enfadada, cuando el
cabestrillo de mi mano acentuó aquel recuerdo.
No nos alejamos demasiado. Describió un amplio círculo desde nuestro punto de
partida, quizá la mitad de la longitud de un campo de fútbol, antes de regresar al claro
desde una dirección diferente. Jacob se dirigió hacia la posición donde nos esperaba
Edward, que ahora estaba solo.
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—Bájame.
—No quiero darte la ocasión de estropear el experimento —aminoró el paso y me
sujetó con más fuerza.
—Eres un verdadero fastidio —me quejé entre dientes.
—Gracias.
Jasper y Alice surgieron de la nada y se situaron junto a Edward. Jacob dio un paso
más y me dejó en el suelo a dos metros escasos de mi novio. Caminé hacia él y le tomé
de la mano sin volver la vista hacia Jacob.
—¿Y bien? —quise saber.
—Siempre y cuando no toques nada, Bella, no imagino a nadie husmeando lo bastante
cerca de esta pista como para distinguir tu aroma —respondió Jasper, con una mueca—,
que queda manifiestamente oculto.
—Un éxito concluyente —admitió Alice sin dejar de arrugar la nariz.
—Eso me ha dado una idea...
—...que va a funcionar —apostilló Alice con confianza.
—Bien pensado —coincidió Edward.
—¿Cómo soportas esto? —me preguntó Jacob con un hilo de voz.
Edward ignoró al licántropo y me miró mientras me explicaba la idea.
—Vamos a dejar, bueno, tú vas a dejar una pista falsa hacia el claro. Los neófitos
vienen de caza. Se entusiasmarán al captar tu esencia y haremos que vayan exactamente
a donde nos interesa a nosotros. De ese modo, no tendremos que preocuparnos del tema.
Alice ya ha visto que el truco funciona. Se dividirán en dos grupos en cuanto descubran
nuestro aroma en un intento de atraparnos entre dos fuegos. La mitad cruzará el bosque,
allí es donde la visión cesa de pronto...
—¡Sí! —siseó Jacob.
Edward le dedicó una sonrisa de sincera camaradería.
Me sentí fatal. ¿Cómo podían estar tan ansiosos? ¿Cómo iba a soportar que los dos
se pusieran en peligro?
No podía...
...y no lo iba a hacer.
—Eso, ni se te ocurra —repuso de pronto Edward, disgustado.
Di un brinco, preocupada porque, de algún modo, hubiera conseguido enterarse de mi
resolución, pero Edward no apartaba la vista de Jasper.
—Lo sé, lo sé —se apresuró a responder éste—. En realidad, ni siquiera lo había
considerado de verdad —Alice le pisó el pie—. Bella los haría enloquecer si se quedara en
el claro como cebo —le explicó a su compañera—. No serían capaces de concentrarse en
otra cosa que no fuera ella, y eso nos daría la ocasión de barrerlos del mapa... —Edward
le lanzó una mirada envenenada que le hizo desdecirse—. No podemos hacerlo, claro, es
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una de esas ideas peregrinas que se me ocurren: resultaría demasiado peligroso para ella
—añadió enseguida, pero me miró por el rabillo del ojo, y su expresión era de lástima por
la oportunidad desperdiciada.
—No podemos —zanjó Edward de modo terminante.
—Tienes razón —admitió Jasper. Tomó la mano de Alice y se volvió hacia los
demás—. ¿Al mejor de tres? —oí cómo le preguntaba a ella cuando se iban para continuar
practicando.
Jacob le contempló irse con gesto de repugnancia.
—Jasper considera cada movimiento desde una perspectiva puramente militar —dijo
Edward en voz baja, saliendo en defensa de su hermano—. Sopesa todas las opciones...
Es perfeccionismo, no crueldad.
El hombre lobo bufó.
Se había ensimismado tanto en urdir el plan que no se había percatado de lo mucho
que se había acercado a Edward, situado ahora a un metro de él. Yo estaba entre ambos
y era capaz de sentir en el aire la tensión, similar a la estática; una carga muy incómoda.
Edward retomó el hilo del asunto.
—La traeré aquí el viernes por la tarde para dejar la pista falsa. Después, puedes
reunirte con nosotros y conducirla a un lugar que conozco. Está totalmente apartado y es
fácil de defender, da igual quién ataque. Yo llegaré allí siguiendo otra ruta alternativa.
—¿Y entonces, qué? ¿La dejamos allí con un móvil? —saltó Jacob con tono de
desaprobación.
—¿Se te ocurre algo mejor?
De pronto, Jacob adoptó un gesto petulante.
—Lo cierto es que sí.
—Vaya... Bueno, perro, la verdad es que tu idea no está nada mal.
Jacob se volvió hacia mí enseguida, como si estuviera dispuesto a representar el
papel de chico bueno y mantenerme al tanto de la conversación.
—Estamos intentando convencer a Seth a fin de que se quede con los dos más
jóvenes. Él también lo es, pero se muestra tozudo. Se me ha ocurrido una nueva tarea
para él: hacerse cargo del móvil.
Intenté aparentar que le entendía, pero no engañé a nadie.
—Seth Clearwater estará en contacto con la manada mientras permanezca en forma
lobuna, pero ¿no será la distancia un problema? —preguntó Edward, volviéndose hacia
Jacob.
—En absoluto.
—¿Cuatrocientos ochenta kilómetros? —inquirió Edward, tras leerle la mente—. Es
impresionante.
Jacob volvió a desempeñar su papel de chico bueno.
—Es lo más lejos que hemos llegado a probar —me explicó—.
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Asentí distraídamente, ocupada en digerir que el joven Seth Clearwater ya se había
convertido también en hombre lobo, una perspectiva que me impedía concentrarme. Aún
veía su deslumbrante sonrisa, tan parecida a la de un Jacob más joven. Tendría quince
años a lo sumo, si es que los había cumplido. Su entusiasmo ante la fogata en la sesión
del Consejo adquiría ahora un nuevo significado...
—Es una buena idea —Edward parecía reacio a admitir las bondades de la misma—.
Me sentiría mucho más tranquilo con Seth allí, aun cuando no fuera posible la
comunicación inmediata. No sé si hubiera sido capaz de dejar sola a Bella, aunque pensar
que hemos tenido que llegar a esto... ¡Confiar en licántropos!
—...o luchar con vampiros en vez de contra ellos —replicó Jacob, remedando el mismo
tono de repulsión.
—Bueno, al menos vas a luchar contra algunos —repuso Edward.
Jacob sonrió.
—¿Por qué te crees que estamos aquí?