Espejo
Abrí unos ojos como platos a causa de la sorpresa, pero logré desviarlos para no
examinar de cerca el objeto ovalado envuelto en zarcillos de cabellos revueltos.
Edward se puso en acción otra vez. Desmembró el cadáver decapitado con rapidez y
fría eficacia.
No pude acercarme a él... Los pies no me respondían, parecía que los tenía
atornillados a la roca de debajo, pero escudriñé todos y cada uno de sus movimientos en
busca de alguna posible herida. El pulso se redujo a un ritmo normal una vez que me
aseguré de que no estaba herido. Se movía con la agilidad de costumbre. Ni siquiera vi un
rasguño en sus ropas.
No dirigió la mirada hacia la pared del acantilado, donde todavía permanecía
petrificada de espanto mientras apilaba los miembros aún temblorosos y palpitantes;
luego, los cubrió con pinaza. Sus ojos rehusaron encontrarse con los míos, atónitos,
cuando se lanzó como una flecha en pos de Seth.
No había dispuesto de tiempo para recobrarme cuando los dos estuvieron de vuelta.
Edward regresó con los brazos llenos con restos de Riley mientras Seth llevaba en la boca
un gran trozo —el torso—. Volcaron su carga en el montón. Edward extrajo un objeto
rectangular del bolsillo. Abrió el encendedor plateado de butano y aplicó la llama a la
yesca seca. Prendió de inmediato y enseguida grandes lenguas de fuego anaranjadas se
extendieron por la pira.
Edward llevó a Seth a un aparte y en un murmullo le pidió:
—Reúne hasta el último trozo.
El vampiro y el hombre lobo peinaron todo el campamento. De vez en cuando
lanzaban trocitos de roca blanca a las llamas. Seth manejaba los trozos con los dientes.
La mente no me funcionaba muy allá y era incapaz de comprender por qué no se
transformaba en hombre para usar las manos.
El vampiro no apartó los ojos de su tarea.
Después de que terminaran, el fuego furioso envió al cielo una asfixiante fumarada
púrpura. La densa columna de humo se enroscó despacio, aparentando una mayor
consistencia. Al arder, olía como el incienso, pero luego dejaba un aroma desagradable,
ya que era espeso y demasiado fuerte.
Seth volvió a proferir desde el fondo del pecho aquel sonido guasón.
Una sonrisa recorrió el tenso rostro de Edward, que estiró el brazo y cerró la mano en
un puño. Seth sonrió, exhibiendo una larga hilera de dientes como cuchillas, y tocó el puño
de Edward con el hocico.
—Ha sido un espléndido trabajo de equipo —murmuró Edward.
Seth soltó una risotada.
Luego, Edward respiró hondo y se volvió con lentitud para hacerme frente.
Eclipse
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356
Yo no comprendía su expresión. Actuaba con la misma cautela que si yo fuera otro
enemigo, más que cautela, en sus ojos leía el miedo. Él no había mostrado miedo alguno
cuando se había enfrentado a Victoria y a Riley... Tenía la mente tan embotada e inútil
como mi cuerpo. Le miré desconcertada.
—Bella, cariño —dijo con su voz más suave mientras caminaba hacia mí
exageradamente despacio. Llevaba las manos en alto y las palmas hacia delante.
Atontada como me encontraba, me recordaba a la aproximación de un sospechoso a un
policía para demostrarle que no iba armado—. Bella, ¿puedes soltar la piedra, por favor?
Con cuidado. No vayas a hacerte daño.
Me había olvidado por completo del arma tan tosca que empuñaba. Entonces me
percaté de que el dolor de los nudillos obedecía a la fuerza con que la aferraba. ¿Me los
habría vuelto a romper? Esta vez, Carlisle me iba a enyesar la mano para asegurarse de
que le obedecía.
Edward se quedó a medio metro de mí, con las manos en el aire y los ojos llenos de
miedo.
Necesité de muy pocos segundos para acordarme de mover los dedos. Luego, solté la
piedra, que hizo ruido al caer al suelo, y mantuve la mano inmóvil en esa misma posición.
El se relajó un poco cuando me vio con las palmas vacías, pero no se acercó más.
—No te asustes, Bella —murmuró—. Estás a salvo, no voy a hacerte daño.
La desconcertante promesa sólo consiguió confundirme aún más. Le miré con fijeza,
como si fuera tonta, intentando comprenderle.
—Todo va a ir bien, Bella. Sé que tienes miedo, pero la lucha ha terminado. Nadie va a
hacerte daño. No voy a tocarte. No voy a lastimarte —repitió.
Parpadeé con rabia y recuperé mi voz.
—¿Por qué repites eso como un loro? —di un paso hacia él, que retrocedió ante mi
avance—. ¿Qué pasa? —pregunté en voz baja—. ¿A qué te refieres?
—Tú no... —sus ojos dorados reflejaron una confusión similar a la mía—. ¿No me
tienes miedo?
—¿A ti? ¿Por qué...?
Me tambaleé al dar otro paso y tropecé, lo más probable era que con mis propios pies,
pero Edward me tomó en brazos. Hundí el rostro en su pecho y comencé a sollozar.
—Bella, Bella, cuánto lo lamento. Ha terminado, ha terminado.
—Estoy bien —respondí entre jadeos—. Me encuentro perfectamente, pero estoy
alucinada. Dame un minuto.
Me sujetó con más fuerza.
—Cuánto lo siento —repetía una y otra vez.
Me aferré a él hasta que fui capaz de respirar y luego le besé en el pecho, los hombros
y el cuello, en cualquier parte de su anatomía a la que era capaz de llegar. Poco a poco,
comencé a razonar de nuevo.
Eclipse
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357
—¿Te encuentras bien? —le pregunté entre uno y otro beso—. ¿Te hirió Victoria?
—Estoy muy bien —me prometió mientras enterraba el rostro entre mis cabellos.
—¿Y Seth?
Edward rió entre dientes.
—Está más que bien, de hecho, está muy orgulloso de sí mismo.
—¿Y los demás? ¿Y Alice? ¿Y Esme? ¿Y los lobos?
—Todos están sanos y salvos. El asunto también ha terminado para ellos. Todo ha ido
como la seda, tal y como te prometí. La peor parte la hemos soportado nosotros.
Me concedí un instante para asimilarlo, asumirlo y dejarlo asentado de forma definitiva.
Mi familia y mis amigos estaban a salvo. Victoria jamás volvería a intentar darme caza.
Se había acabado.
Todos íbamos a estar bien, pero seguía tan confusa que no era capaz de aceptar las
buenas noticias.
—Dime por qué pensabas que te iba a tener miedo —insistí.
—Lo siento —repitió, disculpándose una vez más. ¿A santo de qué pedía perdón? No
tenía ni idea—. Lo lamento. No quería que fueras testigo de aquello ni que me vieras a mí
de esa guisa. Seguro que te he asustado.
Dediqué un minuto a darle vueltas a todo aquello, a la vacilación con que se había
acercado, las manos suspendidas en el aire, como si yo estuviera a punto de echar a
correr si él se movía demasiado deprisa...
—¿Lo dices en serio? —pregunté al fin—. Tú... ¿qué? ¿Te crees que me has
asustado? —bufé. El bufido fue estupendo. Una voz no tiembla ni se quiebra cuando
bufas. Sonó con una admirable brusquedad.
Tomó mi mentón entre los dedos y ladeó mi rostro para poderlo examinar a gusto.
—Bella... yo... acabo... —vaciló, pero luego hizo un esfuerzo para que le salieran las
palabras— acabo de decapitar y desmembrar a una criatura a menos de veinte metros de
ti. ¿Acaso no te ha «inquietado»?
Me puso mala cara.
Yo me encogíde hombros. El encogimiento de hombros tambié era algo estupendo.
Muy... displicente.
—o cierto es que no. Sóo temí que Seth o túresultarais heridos. Querí echar una
mano, pero no habí mucho que yo pudiera hacer...
Mi voz se apagóal ver sus facciones líidas de repente.
—í—ijo con tono cortado— el truquito de la piedra... ¿abes lo cerca que estuve
de sufrir un patatú? No era precisamente una forma de facilitar las cosas.
Su mirada fulminante me dificultaba la respuesta.
—uerí ayudar, y Seth estaba herido...
Eclipse
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—No lo estaba, Seth sólo fingía, Bella. Era una treta, y entonces tú... —sacudió la
cabeza, incapaz de terminar la frase—. Seth no veía lo que hacías, por lo que tuve que
tomar cartas en el asunto. Ahora está un poco contrariado por no poder reclamar una
victoria en solitario.
—Seth... ¿fingía? —Edward asintió con severidad—. Vaya.
Ambos mirábamos a Seth, que nos ignoraba y contemplaba las llamas con una actitud
de estudiada indiferencia. Rebosaba arrogancia en cada pelo de la pelambrera.
—¡Y yo qué sabía! —repuse, ahora a la defensiva—. No es fácil ser la única persona
indefensa de por aquí. ¡Espera a que sea vampiro y verás! La próxima vez no me voy a
quedar sentada para mirar desde la banda.
Una docena de sentimientos enfrentados revolotearon en su rostro antes de que mi
ocurrencia le hiciera gracia.
—¿La próxima vez? ¿Prevés que va a haber otra guerra pronto?
—¿Con la suerte que yo tengo? ¿Quién sabe?
Puso los ojos en blanco, pero advertí que estaba un poco ido. Los dos nos sentíamos
mareados de puro alivio. Aquello había acabado.
¿O no?
—Espera, ¿no dijiste algo antes? —me estremecí al recordar exactamente lo que
había sucedido «antes». ¿uéiba a contarle ahora a Jacob? Un dolor punzante
traspasaba mi corazó, dividido con cada latido. Resultaba difíil de creer, casi imposible,
pero todaví no habí dejado atrá la parte má dura de ese dí— ¿ quéte referís
cuando hablaste de «una pequeñ complicació»? Y Alice, que habí de concretar el
esquema para Sam... Dijiste que le iba a andar cerca. ¿l qué
Los ojos de Edward volaron al encuentro de los de Seth. Los dos intercambiaron una
mirada cargada de significado.
—¿ bien? —xigísaber.
—o es nada, de veras —e apresuróa decir— pero tenemos que ponernos en
marcha...
Hizo ademá de ponerme sobre sus espaldas, pero me envaréy retrocedí
—efine «nada».
Edward tomómi rostro entre las manos.
—óo tenemos un minuto, asíque no te asustes, ¿ale? Insisto, no hay razó para
tener miedo. Confí en míesta vez, por favor.
Asentíen un intento de ocultar el terror que me habí entrado de pronto. ¿uáto má
era capaz de soportar antes de desmoronarme?
—o hay razó para el miedo, lo pillo.
Frunciólos labios durante unos instantes mientras decidí quécontestar y luego lanzóuna repentina mirada a Seth, como si éte le hubiera llamado.
—¿ quéhace ella? —nquirió
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El lobo profirió un aullido lleno de ansiedad y preocupación que me erizó el vello de la
nuca. Reinó un silencio sepulcral durante un segundo interminable. Luego, Edward dio un
grito ahogado:
—¡No...!
Una de sus manos salió volando en pos de algo invisible.
—¡No!
Un espasmo sacudió el cuerpo de Seth, que lanzó un desgarrador aullido de agonía
con toda la potencia de los pulmones. Edward se arrodilló al momento y aferró la cabeza
del animal con ambas manos. El dolor le crispaba el gesto.
Chillé una vez, desconcertada por el pánico, y me dejé caer de rodillas junto a ellos.
Como una tonta, intenté retirarle las manos de la cabeza del animal. Mis manos sudorosas
resbalaron sobre su piel marmórea.
—¡Edward, Edward!
Hizo un esfuerzo manifiesto para mirarme y dejar de apretar los dientes.
—Está bien. Vamos a estar perfectamente... —se calló y se estremeció una vez más.
—¿Qué ocurre? —chillé mientras Seth aullaba de angustia.
—Estamos bien. Vamos a estar perfectamente... —repitió jadeando—. Sam le...
ayudó...
Comprendí que no hablaba de sí mismo ni de Seth en cuanto mencionó el nombre de
Sam. Ninguna fuerza invisible los atacaba. Esta vez, la crisis no estaba allí.
Estaba usando el plural propio de la manada.
Había agotado toda mi adrenalina. No me quedaba ni una gota. Se me doblaron las
piernas y no me caí porque Edward saltó para sostenerme en sus brazos antes de que me
golpeara contra las piedras.
—¡Seth! —bramó Edward.
El lobo estaba agazapado, tenso por el dolor, y parecía a punto de echar a correr al
bosque.
—¡No! Ve directamente a casa ahora mismo —le ordenó—. ¡Lo más deprisa posible!
Seth gimoteó y sacudió su cabezota de un lado para otro.
—Confía en mí, Seth.
El enorme lobo contempló los torturados ojos de Edward durante un momento
interminable antes de enderezarse y echar a correr entre los árboles del bosque, donde
desapareció como un fantasma.
Edward me acunó con fuerza contra su pecho y luego avanzó como un bólido por la
espesura en sombras, siguiendo un camino diferente al del lobo.
—¿Qué ha ocurrido, Edward? ¿Qué le ha pasado a Sam? —me esforcé para que las
palabras pasaran por mi garganta inflamada—. ¿Adonde vamos? ¿Qué es lo que ocurre?
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360
—Debemos volver al claro —me dijo en voz baja—. Sabíamos que existía la
posibilidad de que esto ocurriera. Alice lo vio a primera hora de la mañana y se lo dijo a
Sam para que se lo transmitiera a Seth. Los Vulturis han decidido que ha llegado la hora
de intervenir.
Los Vulturis.
Eso era demasiado. Mi mente se negó a encontrarle sentido a las palabras y fingió no
comprenderlas.
Pasamos dando tumbos junto a los árboles. Corríamos cuesta abajo tan deprisa que
me daba la impresión de caer en picado, fuera de control.
—No te asustes. No vienen a por nosotros. Se trata sólo del contingente habitual de la
guardia que se encarga de limpiar esta clase de líos, o sea, no es nada de capital
importancia. Simplemente están haciendo su trabajo. Parecen haber medido de manera
muy oportuna el momento de su llegada, por supuesto, lo cual me lleva a creer que nadie
en Italia habría lamentado que los neófitos hubieran reducido las dimensiones del clan
Cullen —habló entre dientes con voz triste y dura—. Sabré qué piensan a ciencia cierta en
cuanto lleguen al claro.
—¿Ésa es la razón por la que regresamos? —susurré.
¿Sería yo capaz de manejar aquella situación? Imágenes de criaturas con ropajes
negros se arrastraron a mi mente, poco proclive a aceptarlas, y logré echarlas, pero
estaba al límite de mis fuerzas.
—Forma parte del motivo, pero sobre todo, es porque va a ser más seguro presentar
un frente unido. No tienen ninguna razón para hostigarnos, pero Jane está con ellos, y
podría tener tentaciones si sospecha que estamos solos en algún lugar alejado del resto.
Lo más probable es que ella suponga que estoy contigo. Demetri la acompaña, por
supuesto, y él es capaz de localizarme si ella se lo pide.
No quería pensar en ese nombre. No deseaba ver en mi mente aquel rostro infantil de
cegadora belleza. Un extraño sonido de ahogo se escapó de mi garganta.
—Calla, Bella, calla. Todo va a salir bien. Alice lo ha visto.
Si Alice lo había visto, ¿dónde estaban los lobos? ¿Dónde se encontraba la manada?
—¿Y qué ocurre con el grupo de Sam?
—Han tenido que huir a toda prisa. Los Vulturis no respetan los tratos con los
licántropos.
Oí cómo se aceleraba mi respiración. No podía controlarla y empecé a jadear.
—Te juro que van a estar bien —me prometió Edward—. Los Vulturis no van a
reconocer el olor ni van a percatarse de la intervención de los lobos. No se hallan muy
familiarizados con la especie. La manada estará a salvo.
Fui incapaz de asimilar esa explicación. Mis temores habían hecho jirones mi
capacidad de concentración. «Vamos a estar perfectamente», habí dicho hací un
momento, pero Seth habí aullado de dolor. Edward habí evitado mi primera pregunta,
habí distraío mi atenció hablando de los Vulturis...
Estaba cerca, muy cerca, rozaba la verdad con la yema de los dedos.
Eclipse
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Cuando pasábamos cerca de ellos a la carrera, los árboles eran un borrón y fluían a
nuestro alrededor como agua de color jade.
—¿Qué ocurría antes, cuando Seth se puso a aullar? —insistí. Edward vaciló—.
¡Dímelo, Edward!
—Todo ha terminado —respondió tan bajito que apenas pude oírle por encima del
viento generado por su velocidad—. Los lobos no se conformaron con su parte. Pensaron
que los tenían a todos y, por supuesto, Alice no pudo verlo.
—¿Qué ha pasado?
—Leah localizó a un neófito escondido y fue lo bastante estúpida y presuntuosa como
para querer demostrar algo..., y se enzarzó en una lucha en solitario...
—Leah —repetí; estaba demasiado débil para avergonzarme de la sensación de alivio
que me inundó—. ¿Va a recuperarse?
—Leah no ha resultado herida —farfulló él.
Me quedé mirándole durante un segundo. «Sam le ayudó», habí dicho Edward, que
en ese instante se habí quedado con la vista fija en el cielo. Seguíla direcció de su
mirada. Una nube púpura se enganchaba a las ramas de los áboles. La visió me
extrañó pues era un dí desacostumbradamente soleado. No, no era una nube.
Identifiquéla textura de la densa columna de humo por su similitud a la de nuestro
campamento.
—dward, alguien estáherido, ¿erdad? —reguntécon voz casi inaudible.
—í—usurró
—¿uié? —regunté y lo hice a pesar de conocer la respuesta, por supuesto que sí
Claro que la sabí. Por descontado.
Los áboles empezaron a pasar má despacio a nuestro alrededor a medida que
llegáamos a nuestro destino.
É necesitóde un buen rato antes de contestarme.
—acob —ijo.
Fui capaz de asentir una vez.
—or supuesto —usurré
Soltéel borde de la consciencia al que me habí aferrado con uñs y dientes hasta
ese momento.
Todo se volviónegro.
El contacto de dos manos heladas en mi piel fue lo primero de lo que volvía ser
consciente. Eran má de dos manos. Unos brazos me sostenín, alguien curvóla palma
de la mano para acomodarla a mi mejilla, unos dedos acariciaban mi frente mientras que
otros presionaban suavemente a la altura de la muñca. Luego, toméconciencia de las
voces, al principio, era un simple zumbido, pero fueron creciendo en volumen y claridad
como si alguien hubiera subido el botó de la radio.
—leva asícinco minutos, Carlisle.
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La voz de Edward sonaba ansiosa.
—Recobrará el sentido cuando esté preparada, Edward —respondio el interpelado con
la calma y aplomo habituales—. Hoy ha tenido que pasar las de Caín. Dejemos que la
mente se proteja.
Pero no tenía el pensamiento a salvo del dolor, sino atrapado por éste, ya que formaba
parte de la negrura de la inconsciencia.
Me sentía desconectada del cuerpo, como si estuviera confinada en un rincón de mi
propia mente, pero sin estar ya al frente de los mandos, y no podía hacer nada al
respecto, ni pensar. El tormento era demasiado fuerte para eso. No había escapatoria
posble.
Jacob.
Jacob.
Jacob.
No, no, no, no...
—¿Cuánto tiempo tenemos, Alice? —inquirió Edgard con voz aún tensa, evidenciando
el escaso efecto de las palabras tranquilizadoras de Carlisle.
—Otros cinco minutos —la voz chispeante y alegre de Alice sonó aún más distante—.
Bella abrirá los jos dentro de treinta y siete segundos. No tengo duda alguna de que ya
nos escucha.
—Bella, cielo, ¿me oyes? —ésa era la dulce y reconfortante voz de Esme—. Ya estás
a salvo, cariño.
Sí, yo estaba a salvo. Pero ¿acaso eso importaba de verdad?
Noté en ese momento unos fríos labios en el oído y Edward pronunció las palabras
que me permitieron escapar del padecimiento que me encerraba en mi propia mente.
—Vivirá, Bella. Jacob Black se está recuperando mientras hablo. Se va a poner bien.
Hallé el camino para volver a mi cuerpo en cuanto cesaron el dolor y el pánico.
Pestañeé.
—Bella.
Edward suspiró de alivio y tocó mis labios con los suyos.
—Edward —susurré.
—Sí, estoy aquí.
Hice un esfuerzo por abrir los párpados y contemplar sus pupilas doradas.
—¿Está bien Jacob?
—Sí —me prometió.
Estudié sus ojos con detenimiento en busca de algún indicio de que sólo pretendiera
aplacarme, pero eran de una transparencia absoluta.
—Le examiné yo mismo —intervino entonces Carlisle. Me volví para ver su rostro a
escasa distancia. La expresión de Carlisle era seria y tranquilizadora a un tiempo. Era
Eclipse
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imposible dudar de él—. Su vida no corre peligro. Sana a una velocidad increíble, aunque
sus heridas eran lo bastante graves como para que hubiera necesitado varios días para
volver a la normalidad, aun cuando se mantuviera constante el ritmo de sanación. Haré
cuanto esté en mi mano por ayudarle en cuanto hayamos terminado aquí. Sam intenta
hacerle volver a su forma humana para que resulte más fácil tratarle —Carlisle esbozó una
leve sonrisa—. Nunca he ido a una facultad de Veterinaria.
—¿Qué le ha ocurrido? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Qué gravedad revisten las
heridas de Jake?
El rostro de Carlisle volvió a ser serio.
—Había otro lobo en apuros...
—Leah —musité.
—Sí. La apartó del camino del neófito, pero no tuvo tiempo de defenderse y el
converso le astilló la mitad de los huesos del cuerpo.
Me estremecí.
—Sam y Paul acudieron a tiempo. Ya estaba mucho mejor cuando le llevaban de
regreso a La Push.
—Pero ¿se va a recuperar del todo?
—Sí, Bella. No sufrirá daños permanentes.
Respiré hondo.
—Tres minutos —dijo Alice en voz baja.
Forcejeé para ponerme en pie. Edward comprendió mi intención y me ayudó a
incorporarme.
Contemplé la escena que se ofrecía delante de mí.
Los Cullen permanecían en un holgado semicírculo alrededor de una hoguera donde,
aunque se veían pocas llamas, la humareda púrpura era densa, casi negra, y flotaba
encima de la reluciente hierba como si fuera una enfermedad. El más cercano a aquella
neblina de apariencia casi sólida era Jasper, por lo que su piel relucía al sol con menor
intensidad que la del resto. Estaba de espaldas a mí, con los hombros tensos y los brazos
ligeramente extendidos. Cerca de él había algo sobre lo que se agachaba con suma
precaución.
Estaba demasiado aturdida como para sentir algo más que una leve sorpresa al
comprender de qué se trataba.
En el claro había ocho vampiros.
La chica apretaba contra el cuerpo las piernas, enlazadas por los brazos, hasta
aovillarse en una bola junto a las llamas. Era muy joven, más que yo. Tendría unos quince
años, pelo oscuro y complexión menuda. No me quitaba la vista de encima. El iris de sus
ojos era de un rojo sorprendente por lo intenso, mucho más que el de Riley, casi refulgía.
Esos ojos daban vueltas, fuera de control.
Edward vio mi expresión de aturdimiento.
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—Se rindió —me explicó en voz baja—. Nunca antes había visto algo parecido. Sólo a
Carlisle se le ocurriría aceptar la oferta. Jasper no lo aprueba.
No fui capaz de separar la vista de la escena que se desarrollaba junto al fuego.
Jasper se frotaba el antebrazo izquierdo con aire ausente.
—¿Le pasa algo a Jasper? —susurré.
—Está bien, pero le escuece el veneno.
—¿Le han mordido? —pregunté, horrorizada.
—Pretendía estar en todas partes al mismo tiempo, sobre todo para asegurarse de
que Alice no tenía nada que hacer —Edward meneó la cabeza—. Ella no necesita la
ayuda de nadie.
Alice dedicó un mohín a su amado.
—Tontorrón sobreprotector.
De pronto, la chica joven echó hacia atrás la cabeza, y aulló con estridencia.
Jasper le gruñó y ella retrocedió, pero hundió los dedos en el suelo como si fueran
garras y giró la cabeza a derecha e izquierda con angustia. Jasper dio un paso hacia ella,
que se acuclilló más. Edward se movió con exagerada tranquilidad mientras giraba
nuestros cuerpos de tal modo que él quedaba situado entre ella y yo. Me asomé por
encima de su hombro para ver a la apaleada chica y a Jasper.
Carlisle apareció enseguida junto a Jasper y le puso una mano en el hombro.
—¿Has cambiado de idea, jovencita? —le preguntó Carlisle con su flema habitual—.
No tenemos especial interés en acabar contigo, pero lo haremos si no eres capaz de
controlarte.
—¿Cómo podéis soportarlo? —gimió la chica con voz alta y clara—. La quiero.
Concentró el encendido iris rojo en Edward, a quien traspasó con la mirada para llegar
hasta mí. Volvió a hundir las uñas en el duro suelo.
—Has de refrenarte —insistió Carlisle con gravedad—. Debes ejercitar tu autocontrol.
Es posible y es lo único que puede salvarte ahora.
La muchacha se aferró la cabeza con las manos, encostradas de suciedad, y se puso
a gemir.
Sacudí el hombro de Edward para atraer su atención y pregunté:
—¿No deberíamos alejarnos de ella?
Al oír mi voz, la muchacha retiró los labios por encima de los dientes y adoptó una
expresión atormentada.
—Tenemos que permanecer aquí —murmuró Edward—. Ellos están a punto de entrar
en el claro por el lado norte.
Mi corazón se desbocó mientras examinaba la linde del claro, sin que viera otra cosa
que la densa cortina de humo. Mis pupilas regresaron a la neófita después de unos
segundos de búsqueda infructuosa; seguía mirándome con ojos enloquecidos.
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Le sostuve la mirada durante un largo momento. Los cabellos negros cortados a la
altura de la barbilla le realzaban el rostro de alabastro blanco. Era difícil definir como
hermosas sus facciones, crispadas y deformadas por la rabia y la sed. Los salvajes ojos
rojos eran dominantes, hasta el punto de que resultaba imposible apartar de ellos la
mirada. Me contempló con despiadada obsesión. Se estremecía y se retorcía cada pocos
segundos.
Me quedé observando a la muchacha, boquiabierta, preguntándome si no estaría
contemplando mi futuro en un espejo.
Entonces, Carlisle y Jasper comenzaron a retroceder hacia nuestra posición. Emmett,
Rosalie y Esme convergieron a toda prisa hacia la posición que ocupábamos Edward,
Alice y yo para presentar un frente unido, como había dicho Edward, conmigo en el centro,
la posición más segura.
Dividí mi atención entre la neófita salvaje y la búsqueda de los monstruos, cuya
llegada era inminente.
Aún no había nada que ver. Lancé una mirada a Edward, cuyos ojos se clavaban en el
horizonte sin pestañear. Intenté seguir la dirección de sus pupilas, pero no hallé más que
el denso humo de olor aceitoso que culebreaba sin prisa a poca altura, alzándose con
pereza para ondular encima de la hierba.
La humareda se extendió por la parte delantera y se oscureció en el centro. Entonces,
una voz apagada surgió del interior de la misma.
—Aja.
Reconocí esa nota de apatía de inmediato.
—Bienvenida, Jane —saludó Edward con un tono distante pero cortés.
Las siluetas oscuras se acercaron. Los contornos se hicieron más nítidos al salir del
humazo. Sabía que Jane iba al frente gracias a la capa oscura, casi negra, y a que era la
figura de menor talla por casi sesenta centímetros, aunque apenas podía distinguir sus
rasgos angelicales bajo la sombra de la capucha.
También me resultaban familiares las cuatro enormes figuras envueltas en atavíos
grises que marchaban detrás de ella. Estaba segura de conocer a la que avanzaba en
primer lugar. Félix alzó los ojos mientras yo intentaba confirmar mi sospecha. Echó hacia
atrás la capucha levemente para que pudiera ver cómo me sonreía y me guiñaba el ojo.
Edward, inmóvil por completo, me mantenía a su lado y agarraba mi mano con fuerza.
La mirada de Jane recorrió poco a poco los luminosos rostros de los Cullen antes de
caer sobre la neófita, que seguía junto al fuego con la cabeza entre las manos.
—No lo comprendo —la voz de Jane aún sonaba aburrida, pero no parecía tan
desinteresada como antes.
—Se ha rendido —le explicó Edward para deshacer la posible confusión de la vampiro,
cuyos ojos volaron con rapidez a las facciones de Edward.
—¿Rendido?
Félix y otra de las sombras intercambiaron una fugaz mirada. Edward se encogió de
hombros.
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—Carlisle le dio esa opción.
—No hay opciones para quienes quebrantan las reglas —zanjó ella, tajante.
Carlisle habló entonces con voz suave.
—Está en vuestras manos. No vi necesario aniquilarla en tanto en cuanto se mostró
voluntariamente dispuesta a dejar de atacarnos. Nadie le ha enseñado las reglas.
—Eso es irrelevante —insistió Jane.
—Como desees.
Jane clavó sus ojos en Carlisle con consternación. Sacudió la cabeza de forma
imperceptible y luego recompuso las facciones.
—Aro deseaba que llegáramos tan al oeste para verte, Carlisle. Te envía saludos.
El aludido asintió.
—Os agradecería que le transmitierais a él los míos.
—Por supuesto —Jane sonrió. Su rostro era aún más adorable cuando se animaba.
Volvió la vista atrás, hacia el humo—. Parece que hoy habéis hecho nuestro trabajo... —su
mirada pasó a la cautiva—. Bueno, casi todo. Sólo por curiosidad profesional, ¿cuántos
eran? Ocasionaron una buena oleada de destrucción en Seattle.
—Dieciocho, contándola a ella —contestó Carlisle.
Jane abrió unos ojos como platos y contempló las llamas una vez más; parecía evaluar
el tamaño de la hoguera. Félix y la otra sombra intercambiaron una mirada más
prolongada.
—¿Dieciocho? —repitió. La voz sonó insegura por vez primera.
—Todos recién salidos del horno —explicó Carlisle con desdén—. Ninguno estaba
cualificado.
—¿Ninguno? —la voz de Jane se endureció—. Entonces, ¿quién los creó?
—Se llamaba Victoria —respondió Edward, sin rastro de emoción en la voz.
—¿Se llamaba?
Edward ladeó la cabeza hacia la zona este del bosque. La mirada de Jane se
concentró enseguida en la lejanía, quizás en la otra columna de humo, pero no aparté la
vista para verificarlo.
Jane se quedó observando ese lugar durante un buen rato y luego examinó la hoguera
cercana una vez más.
—La tal Victoria... ¿Se cuenta aparte de estos dieciocho?
—Sí. Iba en compañía de otro vampiro, que no era tan joven como éstos, pero no
tendría más de un año.
—Veinte —musitó Jane—. ¿Quién acabó con la creadora?
—Yo —contestó Edward.
Jane entrecerró los ojos y se volvió hacia la neófita próxima a las llamas.
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—Eh, tú —ordenó con voz más severa que antes—, ¿cómo te llamas?
La joven le lanzó una mirada torva a Jane al tiempo que fruncía con fuerza los labios.
Jane le devolvió una sonrisa angelical.
La neófita reaccionó con un aullido ensordecedor. Su cuerpo se arqueó con rigidez
hasta quedar en una postura antinatural y forzada. Desvié la mirada y sentí la urgencia de
taparme las orejas.
Apreté los dientes con la esperanza de contener las náuseas. El chillido se intensificó.
Intenté concentrarme en el rostro de Edward, tranquilo e indiferente, pero eso me hizo
recordar que él mismo había sido sometido a la mirada atormentadora de Jane, y me puse
fatal. Miré a Alice, y a Esme, que estaba a su lado, pero tenían un rostro tan carente de
expresión como el de Edward.
Al final, ella se calló.
—¿Cómo te llamas? —exigió Jane. Su voz no tenía la menor entonación.
—Bree —respondió ella entrecortadamente.
Jane esbozó una sonrisa y la chica volvió a gritar. Contuve el aliento hasta que cesó el
grito de dolor.
—Ella va a contarte todo lo que quieras saber —le soltó Edward entre dientes—. No es
necesario que hagas eso.
Jane alzó los ojos, chispeantes a pesar de que solían ser inexpresivos.
—Ya lo sé —le contestó a Edward, a quien sonrió antes de volverse hacia la joven
neófita, Bree.
—¿Es cierto eso, Bree? —dijo Jane, otra vez con gran frialdad—. ¿Erais veinte?
La muchacha yacía jadeando con el rostro apoyado sobre el suelo. Se apresuró a
responder.
—Diecinueve o veinte, quizá más, ¡no lo sé! —se encogió, aterrada de que su
ignorancia le acarreara otra nueva sesión de tortura—. Sara y otra cuyo nombre no
conozco se enzarzaron en una pelea durante el camino...
—Y esa tal Victoria... ¿Fue ella quien os creó?
—Y yo qué sé —se estremeció de nuevo—. Riley nunca nos dijo su nombre y esa
noche no vi nada... Estaba oscuro y dolía —Bree tembló—. Él no quería que pensáramos
en ella. Nos dijo que nuestros pensamientos no eran seguros...
Jane se volvió para mirar a Edward y luego concentró su interés en Bree.
Victoria lo había planeado bien. Si no hubiera seguido a Edward, no habría habido
forma de saber con certeza que estaba involucrada...
—Habíame de Riley —continuó Jane—. ¿Por qué os trajo aquí?
—Nos dijo que debíamos destruir a los raros esos de ojos amarillos —parloteó Bree de
buen grado—. Según él, iba a ser pan comido. Nos explicó que la ciudad era suya y que
los de los ojos amarillos iban a venir a por nosotros. Toda la sangre sería para nosotros en
cuanto desaparecieran. Nos dio su olor —Bree alzó una mano y hendió el aire con el dedo
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en mi dirección—. Dijo que identificaríamos al aquelarre en cuestión gracias a ella, que
estaría con ellos. Prometió que ella sería para el primero que la tomara.
A mi lado sonó el chasquido de mandíbulas de Edward.
—Parece que Riley se equivocó en lo relativo a la facilidad —observó Jane.
Bree asintió. Parecía aliviada de que la conversación discurriera por derroteros
indoloros.
—No sé qué ocurrió. Nos dividimos, pero los otros no volvieron. Riley nos abandonó, y
no volvió para ayudarnos como había prometido. Luego, la pelea fue muy confusa y todos
acabaron hechos pedazos —se volvió a estremecer—. Tenía miedo y quería salir pitando.
Ese de ahí —continuó mientras miraba a Carlisle— dijo que no me haría daño si dejaba de
luchar.
—Aja, pero no estaba en sus manos ofrecer tal cosa, jovencita —murmuró Jane con
voz extrañamente gentil—. Quebrantar las reglas tiene consecuencias.
Bree la miró con fijeza sin comprender.
Jane contempló a Carlisle.
—¿Estáis seguros de haber acabado con todos? ¿Dónde están los otros?
El rostro de Carlisle denotaba una gran seguridad cuando asintió.
—También nosotros nos dividimos.
Jane esbozó una media sonrisa.
—No he de ocultar que estoy impresionada —las grandes sombras situadas a su
espalda asintieron para demostrar que estaban de acuerdo con ella—. Jamás había visto
a un aquelarre escapar sin bajas de un ataque de semejante magnitud. ¿Sabéis qué hay
detrás del mismo? Parece un comportamiento muy extremo, máxime si consideramos el
modo en que vivís aquí. ¿Por qué la muchacha es la clave?
Sin querer, sus ojos descansaron en mí durante unos segundos. Tuve un escalofrío.
—Victoria guardaba rencor a Bella —le explicó Edward, imperturbable.
Jane se carcajeó. El sonido era áureo, como la burbujeante risa de una niña feliz.
—Esto parece provocar las reacciones más fuertes y desmedidas de nuestra especie
—apuntó mientras me miraba directamente con una sonrisa en su angelical rostro.
Edward se envaró. Le miré a tiempo de verle girar el rostro hacia Jane.
—¿Tendrías la bondad de no hacer eso? —le pidió con voz tensa.
Jane se echó a reír con indulgencia.
—Sólo era una prueba. Al parecer, no sufre daño alguno.
Tuve otro temblor y agradecí que mi organismo no hubiera corregido el fallo técnico
que me había protegido de Jane la última vez que nos vimos. Edward me aferró con más
fuerza.
—Bueno, parece que no nos queda mucho por hacer. ¡Qué raro! —dijo Jane mientras
la apatía se filtraba otra vez en su voz—. No estamos acostumbrados a desplazarnos sin
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necesidad. Ha sido un fastidio perdernos la pelea. Da la impresión de que habría sido un
espectáculo entretenido.
—Sí —saltó Edward con acritud—, y eso que estabais muy cerca. Es una verdadera
lástima que no llegarais media hora antes. Quizás entonces podríais haber realizado
vuestro trabajo al completo.
La firme mirada de Jane se encontró con la de Edward.
—Sí. Qué pena que las cosas hayan salido así, ¿verdad?
Edward asintió una vez para sí mismo, con sus sospechas confirmadas.
Jane se giró para contemplar a la neófita una vez más. Su rostro era de una apatía
absoluta.
—¿Félix? —llamó arrastrando las palabras.
—Espera —intervino Edward.
Jane enarcó una ceja, pero Edward miraba a Carlisle mientras hablaba a toda prisa.
—Podemos explicarle las reglas a la joven. No parecía mal predispuesta a
aprenderlas. No sabía lo que hacía.
—Por descontado —respondió Carlisle—. Estamos preparados para
responsabilizarnos de Bree.
La vampiro se encontró dividida entre la incredulidad y la diversión.
—No hacemos excepciones ni damos segundas oportunidades —repuso—. Es malo
para nuestra reputación, lo cual me recuerda... —de pronto, volvió a mirarme y su rostro
de querubín se llenó de hoyuelos al sonreír—. Cayo estará muy interesado en saber que
sigues siendo humana, Bella. Quizá decida hacerte una visita.
—Se ha fijado la fecha —le dijo Alice, hablando por vez primera—. Quizá vayamos a
visitaros dentro de unos pocos meses.
La sonrisa de Jane se desvaneció y se encogió de hombros con indeferencia sin mirar
a Alice. Se encaró con Carlisle:
—Ha estado bien conocerte, Carlisle... Siempre creí que Aro había exagerado. Bueno,
hasta la próxima...
Carlisle asintió con expresión apenada.
—Encárgate de eso, Félix —ordenó Jane al tiempo que señalaba a Bree con la
cabeza. Su voz sonaba cada vez más aburrida—. Quiero volver a casa.
—No mires —me susurró Edward al oído.
Era la única orden que tenía ganas de obedecer. Había visto más que de sobra para
un solo día, y para toda una vida. Apreté los párpados con fuerza y giré el rostro hacia el
pecho de Edward, pero...
...todavía oía.
Resonó un gruñido hondo y sordo y luego un aullido agudísimo que ya me empezaba a
resultar horriblemente familiar. El grito se apagó enseguida, y luego sólo se oyeron los
escalofriantes sonidos del aplastamiento y la desmembración.
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Edward me acarició los hombros con ansiedad.
—Vamos —conminó Jane.
Alcé los ojos a tiempo de ver cómo las espaldas cubiertas por los grandes ropones
grises se dirigían hacia los zarcillos de humo. El olor a incienso volvió a ser intenso...
...reciente.
Las sombrías vestiduras se desvanecieron en la espesa humareda.