domingo, 25 de enero de 2009

buscando algo que no pude ver. Se oyó un chasquido amortiguado y la cama tembló bajo
nosotros.
Tenía en la mano algo oscuro, y me lo acercó para que lo examinara. Era una flor de
metal, una de las rosas que adornaban los barrotes de hierro forjado del dosel de su
cama. Cerró la mano un segundo, apretó los dedos con suavidad, y volvió a abrirla.
Sin decir una sola palabra, me extendió una masa triturada e informe de metal negro.
Había adquirido el perfil del hueco de su mano, como un trozo de plastilina apretujado en
el puño de un niño. Una fracción de segundo después, el bulto se desmenuzó y se
convirtió en polvo negro sobre la palma de su mano.
Le lancé una mirada furiosa.
—No me refería a eso. Ya sé cuánta fuerza tienes, no hace falta que destroces los
muebles.
—Entonces, ¿qué querías decir? —me preguntó con voz siniestra, arrojando a un
rincón el puñado de virutas de hierro, que repiquetearon como lluvia al chocar contra la
pared.
Traté de explicarme, con sus ojos clavados en mí.
—Obviamente, no me refiero a que no pudieras herirme si lo desearas... Es más
importante que eso: se trata de que no quieres hacerme daño. Por eso creo que no serías
capaz.
Empezó a decir que no con la cabeza antes de que yo terminara de hablar.
—Tal vez no funcione así, Bella.
—Tal vez —me burlé—. Tienes tanta idea de lo que estás diciendo como yo.
—Exacto. ¿Crees que me atrevería a correr un riesgo así contigo?
Le miré a los ojos durante un buen rato. No vi en ellos el menor atisbo de indecisión, y
comprendí que no iba a ceder.
—Por favor —supliqué, desesperada—. Es lo único que quiero. Por favor... —cerré los
ojos, derrotada, a la espera de un rápido y definitivo no.
Pero Edward no respondió de inmediato. Vacilé un momento, sorprendida al notar que
su respiración volvía a acelerarse.
Abrí los ojos y vi que tenía la cara descompuesta.
—Por favor... —volví a susurrar. Los latidos de mi corazón se dispararon de nuevo. Me
apresuré a aprovechar la duda que había asomado de repente a sus ojos, y las palabras
me brotaron a borbotones—. No tienes que darme ninguna garantía. Si no funciona, vale,
no pasa nada. Sólo te pido que lo intentemos. Únicamente intentarlo, ¿vale? A cambio te
daré lo que quieras —le prometí de manera atolondrada—. Me casaré contigo. Dejaré que
me pagues la matrícula en Dartmouth y no me quejaré cuando les sobornes para que me
admitan. Hasta puedes comprarme un coche más potente, si eso te hace feliz. Pero sólo...
Por favor...
Eclipse
Stephenie Meyer
288
Me rodeó con sus brazos helados y puso los labios al lado de mi oreja; su respiración
gélida me hizo estremecer.
—Esta sensación es insoportable. Hay tantas cosas que he querido darte... Y tú
decides pedirme precisamente esto. ¿Tienes idea de lo doloroso que me resulta negarme
cuando me lo suplicas de esta forma?
—Entonces, no te niegues —le dije, sin aliento.
No me respondió.
—Por favor —lo intenté de nuevo.
—Bella...
Movió la cabeza a los lados, pero esta vez tuve la impresión de que el lento deslizar de
su cara y sus labios sobre mi garganta no era una negación. Más bien parecía una
rendición. Mi corazón, que ya latía deprisa, adquirió un ritmo frenético.
De nuevo aproveché la ventaja como pude. Cuando volvió su rostro hacia el mío en
aquel ademán lento y vacilante, me retorcí entre sus brazos y busqué sus labios. El me
agarró la cara entre las manos, y creí que me apartaría una vez más.
Pero me equivocaba.
Su boca ya no era tierna; el movimiento de sus labios transmitía una sensación por
completo nueva, de conflicto y desesperación. Entrelacé los dedos detrás de su cuello y
sentí su cuerpo más gélido que nunca contra mi piel, que de pronto parecía arder. Me
estremecí, pero no era a causa del frío.
Edward no paraba de besarme. Fui yo quien tuvo que apartarse para respirar, pero ni
siquiera entonces sus labios se separaron de mi piel, sino que se deslizaron hacia mi
garganta. La emoción de la victoria fue un extraño climax que me hizo sentir poderosa y
valiente. Mis manos ya no temblaban; mis dedos soltaron con facilidad los botones de su
camisa y recorrieron las líneas perfectas de su pecho de hielo. Edward era tan hermoso...
¿Qué palabra acaba de utilizar él? Insoportable. Sí, su belleza era tan intensa que
resultaba casi insoportable.
Dirigí su boca hacia la mía; parecía tan encendido como yo. Una de sus manos seguía
acariciando mi cara, mientras la otra me aferraba la cintura y me apretaba contra él. Eso
me ponía un poco más difícil llegar a los botones de mi blusa, pero no imposible.
Unas frías esposas de acero apresaron mis muñecas y levantaron mis manos por
encima de la cabeza, que de pronto estaba apoyada sobre una almohada.
Sus labios volvían a estar junto a mi oreja.
—Bella —murmuró, con voz cálida y aterciopelada—. Por favor, ¿te importaría dejar
de desnudarte?
—¿Quieres hacerlo tú? —pregunté, confusa.
—Esta noche no —respondió con dulzura. Ahora sus labios recorrían más despacio mi
mejilla y mi mandíbula. La urgencia se había desvanecido.
—Edward, no... —empecé a decir.
Eclipse
Stephenie Meyer
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—No estoy diciendo que no —me dijo en tono tranquilizador—. Sólo digo que «esta
noche no».
Me quedépensando en ello durante unos instantes, mientras mi respiració empezaba
a calmarse.
—ame una razó convincente para que yo comprenda por quéesta noche no es tan
buena como cualquier otra —ú me faltaba el aliento, lo que hací que el timbre de
frustració de mi voz sonara menos convincente.
—o nacíayer —dward se rióquedamente junto a mi oreja— ¿uá de nosotros dos
se resiste má a dar al otro lo que quiere? Acabas de prometer que te casará conmigo,
pero si cedo a tus deseos esta noche, ¿uié me garantiza que por la mañna no saldrá
corriendo a los brazos de Carlisle? Estáclaro que yo soy mucho menos reacio a darte a ti
lo que deseas. Por lo tanto... Túprimero.
Resoplé y le preguntécon incredulidad:
—¿engo que casarme antes contigo?
—Ée es el trato: lo tomas o lo dejas. El compromiso, ¿ecuerdas?
Me envolviócon sus brazos y me besóde un modo que deberí ser ilegal. Demasiado
persuasivo; era como una coacció, una intimidació. Tratéde mantener la mente
despejada... y fracaséde inmediato y por completo.
—reo que no es buena idea —esollécuando al fin me dejórespirar.
—o me sorprende que lo pienses —onriócon gesto burló— Tienes una mente
muy cuadriculada.
—ero ¿e puede saber quéha pasado? —ije— Por una vez penséque esta noche
era yo quien tení el control, y de repente...
—..está comprometida —ompletóé.
—¡h! Por favor, no digas eso en voz alta.
—¿as a romper tu promesa? —e preguntó
Se apartóun poco para poder leer en mi cara. Se lo estaba pasando en grande.
Le mirécon furia, intentando olvidar la forma en que su sonrisa me aceleraba el
corazó.
—¿a vas a romper? —nsistió
—¡o! —ruñí— No voy a romperla. ¿a está contento?
Su sonrisa era cegadora.
—umamente contento.
Soltéotro bufido.
—¿s que túno está contenta?
Me besóde nuevo sin dejarme responder. Fue otro beso demasiado convincente.
—n poco —econocícuando me dejóhablar— pero no por lo de casarnos.
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Volvió a besarme.
—¿No tienes la sensación de que todo está al revés? —dijo riéndose en mi oído—. Tú
deberías querer casarte y yo no. Es lo convencional.
—En nuestra relación no hay nada convencional.
—Cierto.
Volvió a besarme, y siguió haciéndolo hasta que mi corazón palpitó como un tambor y
la piel se me enrojeció.
—Escucha, Edward —le dije en tono zalamero cuando hizo una pausa para darme un
beso en la palma de la mano—. He dicho que me casaría contigo, y lo haré. Te lo
prometo. Te lo juro. Si quieres, te firmo un contrato con mi propia sangre.
—Eso no tiene gracia —murmuró, con la boca apoyada en el interior de mi muñeca.
—Lo que quiero decir es que no pienso engañarte. Me conoces muy bien. Así que no
hay razón para esperar. Estamos completamente solos: ¿cuántas veces ocurre eso?
Además, tenemos esta cama tan grande y tan cómoda...
—Esta noche, no —repitió.
—¿No confías en mí?
—Desde luego que sí.
Usando la mano que él seguía besando, eché su cara un poco hacia atrás para poder
estudiar su expresión.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Sabes de sobra que al final vas a ganar —fruncí el
entrecejo y añadí—: Tú siempre ganas.
—Sólo cubro mis apuestas —respondió con calma.
—Hay algo más —dije, entornando los ojos. Su rostro estaba a la defensiva, señal de
que bajo su aire despreocupado ocultaba algún motivo secreto—. ¿Acaso tienes tú la
intención de faltar a tu palabra?
—No —prometió en tono solemne—. Te lo juro, intentaremos hacerlo. Después de que
te cases conmigo.
Sacudí la cabeza y me reí sin ganas.
—Me haces sentir como el malo de la película, que se retuerce el bigote mientras trata
de arrebatarle la virginidad a la pobre protagonista.
Durante un segundo me dirigió una mirada suspicaz, y enseguida agachó la cabeza
para apretar los labios contra mi clavícula.
—De eso se trata, ¿verdad? —se me escapó una carcajada más de asombro que de
alegría—. ¡Estás intentando proteger tu virginidad! —me tapé la boca con la mano para
sofocar la risotada que me salió a continuación. Aquellas palabras estaban tan pasadas de
moda...
—No, niña boba —murmuró contra mi hombro—. Estoy intentando proteger la tuya. Y
me lo estás poniendo muy difícil.
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—De todas las cosas ridiculas que...
—Deja que te diga una cosa —me interrumpió—. Ya sé que hemos discutido esto
antes, pero te pido que me sigas la corriente. ¿Cuántas personas en esta habitación
tienen alma, y la oportunidad de ir al cielo, o lo que haya después de esta vida?
—Dos —respondí con decisión.
—Vale. Quizá sea cierto. Hay muchas opiniones a este respecto, pero la inmensa
mayoría de la gente parece creer que hay ciertas normas que deben seguirse.
—¿No te basta con las normas vampíricas? ¿Es que tienes que preocuparte también
de las humanas?
—No viene mal —dijo, encogiéndose de hombros—. Sólo por si acaso.
Le miré, entrecerrando los ojos.
—Por supuesto, aunque tengas razón con respecto a lo de mi alma, puede que ya sea
demasiado tarde para mí.
—No, no es tarde —dije.
—«No matará» es un precepto aceptado por la mayorí de las religiones. Y yo he
matado a mucha gente, Bella.
—óo a los malos.
Se encogióde hombros.
—al vez eso influya, tal vez no, pero túaú no has matado a nadie...
—ue túsepas —e dije.
Sonrió pero hizo caso omiso a mi interrupció.
— voy a hacer todo lo posible para mantenerte alejada del camino de la tentació.
—ale, pero no estáamos hablando de cometer asesinatos —e recordé
—e aplica el mismo principio. La úica diferencia es que éta es la úica áea donde
estoy tan inmaculado como tú ¿o puedo dejar al menos una regla sin romper?
—¿na?
—ueno, ya sabes que he robado, he mentido, he codiciado bienes ajenos... Lo úico
que me queda es la castidad —onriócon malicia.
—o miento constantemente.
—í pero lo haces tan mal que no cuenta. Nadie se cree tus embustes.
—spero que te equivoques. De lo contrario, Charlie debe de estar a punto de echar la
puerta abajo con una pistola cargada en la mano.
—harlie es má feliz cuando finge que se traga tus historias. Prefiere engañrse a símismo y no pensar demasiado en ello —e dijo sonriendo.
—ero ¿uébien ajeno has codiciado tú —e pregunté— Lo tienes todo.