Monstruo
A pesar de que me hallaba dentro de la tienda, había mucha luminosidad cuando me
desperté por la mañana y la luz del sol me hirió en los ojos. Sudaba la gota gorda, tal y
como había predicho Jacob, que roncaba suavemente junto a mi oreja y mantenía los
brazos enlazados alrededor de mi cuerpo.
Aparté la cabeza de su pecho caliente, casi enfebrecido, y sentí el aguijonazo de la
mañana fría en mi mejilla bañada en sudor. El suspiró en sueños y apretó los brazos en
torno a mí de forma inconsciente.
Incapaz de aflojar su abrazo, me retorcí en mi esfuerzo por elevar la cabeza lo
suficiente para que mi mirada...
...se encontrase con la de Edward, que me contempló con expresión serena, aunque el
dolor en sus ojos era incuestionable.
—¿Se está caliente ahí fuera? —murmuré.
—Sí. Dudo que hoy necesitemos la estufa.
Intenté alcanzar la cremallera, pero no logré liberar los brazos. Me estiré, luchando
contra el peso inerte de Jacob, que susurró algo pese a estar por completo dormido, y me
estrechó aún con más fuerza.
—¿Y si me ayudas? —le pregunté con calma.
Edward sonrió.
—¿Quieres que le aparte los brazos?
—No, gracias. Sólo libérame. Me va a dar un golpe de calor.
Edward abrió la cremallera del saco de dormir con un movimiento brusco y veloz.
Jacob cayó hacia atrás dándose con la espalda desnuda en el suelo helado de la tienda.
—¡Eh! —se quejó, abriendo los ojos de golpe.
Se retorció y saltó por instinto para apartarse del frío. Al rodar, terminó cayendo sobre
mí. Jadeé cuando su peso me dejó sin respiración, pero de pronto dejó de aplastarme.
Sentí el impacto cuando Jacob salió volando contra uno de los palos de la tienda y ésta se
sacudió.
Los gruñidos brotaron desde todas partes a mi alrededor. Edward se agazapaba
delante de mí; no podía verle el rostro, pero los rugidos surgían enfurecidos de su pecho.
Jacob también se había encorvado, con todo el cuerpo sacudido por los estremecimientos,
mientras gruñía entre los dientes apretados. Las rocas devolvieron el eco de los feroces
sonidos que Seth Clearwater emitía fuera de la tienda.
—¡Estaos quietos! ¡Parad! —grité, incorporándome con torpeza para interponerme
entre los dos. El espacio era tan reducido que no necesité estirarme mucho para poner
una mano en el pecho de cada uno de ellos. Edward enroscó un brazo alrededor de mi
cintura preparado para apartarme del camino de un empujón—. ¡Deteneos ahora mismo!
—les avisé.
Eclipse
Stephenie Meyer
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Jacob comenzó a calmarse cuando notó el contacto de mi mano. Disminuyó la
frecuencia de sus convulsiones, pero no dejó de exhibir los dientes ni apartó los
enfurecidos ojos de Edward. Seth no dejó de proferir su aullido interminable, un violento
contrapunto para el repentino silencio que se hizo en la tienda.
—¿Jacob? —le pregunté y me mantuve a la espera, hasta que finalmente bajó la
mirada y la depositó en mí—. ¿Te has hecho daño?
—¡Claro que no! —masculló.
Me volví hacia Edward, que me miraba con una expresión dura y furiosa.
—Eso no ha estado bien. Deberías disculparte.
Sus ojos se dilataron de disgusto.
—Debes estar de broma. ¡Te estaba aplastando!
—¡Porque le tiraste al suelo! Ni lo hizo a propósito ni me ha hecho daño.
Edward refunfuñó y puso cara de asco, pero luego, con lentitud, elevó la mirada hacia
Jacob con ojos claramente hostiles.
—Mis excusas, perro.
—No ha pasado nada —replicó Jacob, con un borde afilado y provocador en su voz.
Todavía hacía frío, aunque nada comparable a la helada nocturna. Crucé los brazos
sobre el pecho.
—Ven —dijo Edward, tranquilo de nuevo. Tomó el anorak del suelo y me lo envolvió
alrededor del abrigo.
—Es de Jacob —protesté.
—Él tiene un abrigo de pieles —insinuó Edward.
—Si no os importa, yo prefiero el saco de dormir —Jacob ignoró a Edward, nos eludió
y se metió dentro—. No me apetece levantarme aún. No pasará a la historia por ser la
noche en que mejor he dormido, desde luego.
—Fue idea tuya —repuso Edward, impasible.
Jacob se acurrucó, con los ojos ya cerrados, y bostezó.
—No he dicho que haya sido una mala noche, sino que he dormido poco. Pensé que
Bella no iba a callarse nunca.
Me dio algo de vergüenza, preguntándome qué cosas habría podido decir en sueños.
Las perspectivas eran horribles.
—Me alegro de que lo hayas disfrutado tanto —murmuró Edward.
Los ojos oscuros de Jacob parpadearon y se abrieron.
—Entonces, ¿tú no has pasado una buena noche? —preguntó, muy pagado de sí
mismo.
—No ha sido la peor noche de mi vida.
Eclipse
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327
—Pero ¿entra al menos entre las diez peores? —inquirió Jacob con un disfrute
perverso.
—Posiblemente.
Jacob sonrió y entornó los párpados.
—Ahora bien —continuó Edward—, no figuraría entre las diez mejores si hubiera
podido ocupar tu lugar. Sueña con eso.
Los ojos de Jacob se abrieron con una mirada hostil. Se sentó rígido y con los
hombros tensos.
—¿Sabes qué? Creo que hay demasiada gente aquí dentro.
—No podría estar más de acuerdo.
Propiné un codazo a Edward en las costillas; probablemente iba a costarme un buen
cardenal.
—En tal caso, supongo que ya me echaré luego una cabezada —Jacob puso mala
cara—. De todos modos, debo hablar con Sam.
Se arrodilló y echó mano al deslizador de la cremallera.
Un dolor repentino zigzagueó por mi columna vertebral y se alojó en mi vientre en
cuanto me di cuenta de que quizá no volviera a verle. Regresaba con Sam para luchar
contra una horda de vampiros neófitos sedientos de sangre.
—Jacob, espera.
Estiré el brazo para retenerle, pero mi mano se escurrió por su brazo, y él lo agitó
antes de que lograra aferrarlo.
—Jacob, por favor, ¿no podrías quedarte?
—No.
La negativa sonó dura y fría. Supe que mi rostro denotaba pena porque él espiró y una
media sonrisa endulzó su expresión.
—No te preocupes por mí, Bella. Estaré bien, como siempre —soltó una risa
forzada—. Además, ¿crees que voy a dejar que Seth ocupe mi lugar, se quede con toda la
diversión y me robe la gloria? ¡Seguro! —bufó.
—Ten cuidado...
Salió de la tienda antes de que pudiera terminar la frase.
—Dame un respiro, Bella —le oí murmurar mientras cerraba la cremallera.
Agucé el oído para percibir el sonido de sus pasos al alejarse, pero no se oía nada. Ni
el viento. Sólo escuché el canto matutino de los pájaros en las lejanas montañas. Jacob se
movía ahora con sigilo.
Me acurruqué en mis ropas de abrigo y me dejé caer contra el hombro de Edward. Nos
quedamos quietos un buen rato.
—¿Cuánto nos queda? —pregunté.
Eclipse
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—Alice le ha dicho a Sam que tardarían alrededor de una hora —repuso Edward con
voz sombría.
—Quiero que estemos juntos. Pase lo que pase.
—Pase lo que pase —asintió él, con los ojos fuertemente cerrados.
—Lo sé —comenté—. A mí también me aterroriza.
—Ellos saben cómo apañárselas —me aseguró Edward, haciendo que su voz sonara
divertida a propósito —. Me fastidia perderme la diversión, eso es todo.
Otra vez con la diversión. Se me dilataron las ventanillas de la nariz.
Me pasó el brazo por los hombros.
—No te preocupes —me rogó; después, me besó en la frente.
Como si hubiera algo que pudiera impedirlo.
—Vale, vale.
—¿Quieres que te distraiga? —musitó él mientras deslizaba los dedos helados por mi
pómulo.
Sin querer, me estremecí al sentir el roce gélido de sus dedos en la mejilla. Con
semejante temperatura, no era momento para caricias tan frías.
—Quizá no sea la mejor ocasión —le repliqué mientras retiraba su mano—. Hay otras
formas de distraerme.
—¿Qué te gustaría?
—Podrías contarme cuáles han sido tus diez mejores noches —le sugerí—. Me pica la
curiosidad.
El se echó a reír.
—Intenta adivinarlas.
Sacudí la cabeza.
—Has vivido demasiadas noches de las que no sé nada, todo un siglo...
—Acotaré la cuestión. Las mejores han ocurrido desde que nos conocemos.
—¿De verdad?
—Sí, sin duda, y por un amplio margen.
Me quedé pensativa un minuto.
—Sólo puedo pensar en las mías —admití.
—Lo más probable es que coincidan —me alentó.
—Bueno, hay que contar con la primera noche, la que te quedaste conmigo.
—Sí, ésa es una de las mías también; aunque claro, tú estuviste inconsciente durante
mi parte favorita.
—Llevas razón —recordé—. Aquella noche también estuve hablando.
Eclipse
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—Sí —asintió.
Enrojecí mientras me preguntaba otra vez qué es lo que podría haber dicho mientras
dormía en los brazos de Jacob. No podía recordar qué había estado soñando, o si en
verdad había soñado, así que eso no me servía de ayuda.
—¿De qué hablé anoche? —murmuré en voz más baja que antes.
Se encogió de hombros en vez de contestar, y yo hice un gesto de dolor.
—¿Tan malo fue?
—No, no tanto —suspiró él.
—Por favor, dímelo.
—Principalmente me llamaste, lo mismo que de costumbre.
—Eso no tiene nada de malo —admití con cautela.
—Pero al final, sin embargo, empezaste a murmurar algo sin sentido sobre «Jacob, mi
Jacob» —onstatésu dolor incluso en el susurro de su voz— Tu Jacob disfrutólo suyo
con esa parte.
Alarguéel cuello hacia arriba, estirando los labios hasta alcanzar el borde de su
mandíula. Mantení la vista clavada en la lona del techo, por lo que no pude verle los
ojos.
—o siento —uchicheé— Éa es la manera en que le distingo.
—¿istingues?
—e ese modo, diferencio entre el doctor Jekyll y el señr Hyde, entre el Jacob que
me gusta y ese que me pone de un humor de perros —e expliqué
—so tiene sentido —onóligeramente aplacado— Habíme de otra de tus noches
favoritas.
—a que volamos de regreso desde Italia —runcióel ceñ— ¿o es una de las
tuyas? —e pregunté
—í lo cierto es que sí pero me sorprende que figure en tu lista. ¿o tenís la
absurda impresió de que yo actuaba impulsado por la culpabilidad y de que iba a salir
disparado en cuanto se abrieran las puertas del avió?
—í—onreí— pero, sin embargo, te quedaste.
Me besólos cabellos.
—e amas má de lo que merezco.
Me reíante la imposibilidad de esa idea.
—a siguiente fue la noche posterior a Italia —ontinué
—í éa estáen la lista. Estuviste muy divertida.
—¿ivertida? —bjeté
—o tení ni idea de que tus sueñs fueran tan vividos. Me costólo indecible
convencerte de que estabas despierta.
Eclipse
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—Todavía no estoy segura —musité—. Siempre me has parecido más un sueño que
una realidad. Dime una de las tuyas, venga. ¿He adivinado tu mejor noche?
—No. La mía fue hace dos días, cuando por fin accediste a casarte conmigo.
Le puse morros.
—¿Esa no está en tu lista?
Pensé en la manera en que me había besado, la concesión que le había arrancado y
cambié de idea.
—Sí, sí que está, pero con reservas. No entiendo por qué es tan importante para ti. Ya
me tienes para siempre.
—Dentro de cien años, cuando dispongas de una perspectiva suficiente para apreciar
realmente la respuesta, te lo explicaré.
—Te recordaré que me lo cuentes... dentro de cien años.
—¿Estás bien calentita? —me preguntó de forma inopinada.
—Estoy bien —le aseguré—. ¿Por qué?
Un ensordecedor aullido de dolor desgarró el silencio imperante en el exterior antes de
que pudiera contestar. El sonido reverberó en la roca desnuda de la montaña y llenó el
aire de tal modo que podía sentirse llegar desde cualquier dirección.
El aullido invadió mi mente como un tornado, tan extraño como familiar; extraño porque
nunca antes había oído un lamento tan torturado, familiar porque reconocí la voz de modo
instantáneo, identifiqué el sonido y comprendí el significado con la misma seguridad que si
se hubiera producido en mi interior.
No cambiaba nada el hecho de que Jacob no fuera humano cuando aullaba. No
necesitaba traducción alguna.
Se hallaba muy cerca y había escuchado todas y cada una de mis palabras, y sentía
un dolor agudo, como una agonía.
El aullido se quebró en un peculiar sollozo estrangulado y después se hizo el silencio
de nuevo.
Esta vez tampoco fui capaz de escuchar su marcha, pero la sentí: reparé en la
ausencia que antes había malinterpretado, noté el vacío que había dejado su partida.
—Parece que a tu estufa se le ha acabado el butano —respondió Edward con
serenidad—. Se acabó la tregua —añadió, tan bajo que no podía estar realmente segura
de lo que había dicho.
—Jacob estaba escuchando —farfullé. No era una pregunta.
—Sí.
—Tú lo sabías.
—Sí.
Miré al vacío, sin ver nada.
Eclipse
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331
—Nunca prometí que sería una pelea limpia —me recordó sin perder la calma—, y
merece saber qué hay.
Dejé caer la cabeza entre las manos.
—¿Estás enfadada conmigo? —inquirió.
—No, contigo no —mascullé—. Me horrorizo de mí misma.
—No te atormentes —me suplicó.
—Sí —admití con amargura—. Debo ahorrar energías para atormentar a Jacob un
poco más, hasta que no deje un recoveco sano.
—El sabía lo que se traía entre manos.
—¿Y tú crees que eso importa? —la fragilidad de mi voz reflejaba con qué esfuerzo
intentaba contener las lágrimas—. ¿Tú crees que a mí me preocupa si es o no juego
limpio o si se le ha advertido de forma adecuada? Le he hecho daño, y cada vez que
vuelvo al tema se lo sigo haciendo —fui elevando la voz, hasta la histeria—. Soy una
persona odiosa.
Él me estrechó con más fuerza entre sus brazos.
—No, no lo eres.
—¡Sí lo soy! ¿Qué tornillo anda suelto en mi cabeza? —luché contra sus brazos y él
me soltó—. Tengo que ir y encontrarle.
—Bella, él ya está a kilómetros de aquí y hace frío.
—No me importa. No me puedo quedar aquí sentada —me quité el anorak de Jacob,
sacudí los pies dentro de las botas y me arrastré rígidamente hacia la puerta; sentía las
piernas entumecidas—. Tengo que... debo ir...
No sabía cómo terminar la frase ni tampoco qué iba a hacer, pero de todos modos abrí
la cremallera de la tienda y salí de un salto al exterior, donde lucía una mañana brillante y
helada.
Supuse que el viento se habría llevado la nevisca. Era lo más plausible, ya que
parecía improbable que se hubiera derretido por efecto del sol naciente que, desde el
sudeste, proyectaba sus rayos sobre la nieve que había quedado. El reflejo me zahería,
los ojos, poco habituados a una luz tan intensa. El aire tenía un filo cortante, pero estaba
totalmente en calma y conforme el astro rey ascendía en el horizonte, con lentitud, se
volvía cada vez más acorde con la estación.
Seth Clearwater se hallaba a la sombra de un abeto de copa ancha, con la cabeza
entre las patas; se acurrucaba en un área alfombrada por pinaza, donde era casi invisible
debido al parecido del color arena de su pelaje y el de las agujas de árbol secas. Le
descubrí gracias al reflejo de la nieve en sus ojos abiertos, que me observaban con cierto
aire acusatorio.
Me percaté de que Edward caminaba detrás de mí mientras avanzaba a trompicones
entre los árboles. No le oía, pero la luz del sol incidía en su piel hasta crear un arco iris
cuyo fulgor fluctuaba delante de mí. No hizo ademán de detenerme hasta que me interné
varios metros en la zona sombreada del bosque.
Eclipse
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Me tomó la muñeca izquierda con su mano. Yo le ignoré e intenté zafarme para
quedarme libre.
—No puedes seguirle. Al menos, no hoy. Casi es la hora. Y el que te pierdas no
ayudará a nadie, en cualquier caso.
Retorcí la muñeca, tirando inútilmente.
—Lo siento, Bella —susurró—. Lamento haberme comportado de ese modo.
—Tú no has hecho nada. Es culpa mía. He sido yo. Todo lo he hecho mal. Debería
haber... cuando él... yo no tendría que... yo... —empecé a sollozar.
—Bella, Bella.
Deslizó sus brazos a mi alrededor y empapé su camiseta con mis lágrimas.
—Yo debería haberle contado... tendría que... haberle dicho... —¿qué?, ¿acaso había
alguna manera de hacer bien aquello?—. Él no debería haberlo... sabido de esa forma.
—¿Quieres que intente traerle de vuelta para que puedas hablar con él? Todavía
queda un poco de tiempo —susurró Edward, con la voz ahogada por la agonía.
Asentí contra su pecho, sin valor para mirarle a la cara.
—Quédate cerca de la tienda. Volveré pronto.
Sus brazos se desvanecieron, como él. Se marchó tan rápido que, en el segundo que
tardé en levantar la mirada, ya no pude verle. Estaba sola.
Un nuevo sollozo irrumpió en mi pecho. Hoy estaba haciendo daño a todo el mundo.
¿Acaso debía perjudicar a todo aquel que tocara?
No entendía por qué me sentía tan mal. Al fin y al cabo, siempre había sabido que
aquello iba a acabar pasando tarde o temprano, pero Jacob nunca había tenido una
reacción como ésa, jamás se había venido abajo mostrando toda la intensidad de su
angustia. El dolor de su aullido seguía hiriéndome en lo más hondo del pecho. Otra pena
acompañaba al dolor. Pena por sentir lástima de Jacob. Pena también por herir a Edward.
Por no ser capaz de dejar marchar a Jacob con serenidad, sabiendo que era lo correcto,
que no quedaba otra salida.
Era una egoísta, hería a todo el mundo. Torturaba a aquellos a quienes amaba.
Me parecía a Cathy, el personaje de Cumbres borrascosas, sólo que mis opciones
eran mucho mejores que las de ella, porque ni uno era tan malvado ni el otro tan débil. Y
aquí estaba sentada, llorando por ello, sin hacer nada productivo para llevar las cosas por
el buen camino. Exactamente igual que Cathy.
Lo que me hería no debía influir más en mis decisiones. No había de permitirlo. Esta
decisión valía de poco, llegaba demasiado tarde, pero a partir de ahora tendría que hacer
lo correcto.
Tal vez ya se había terminado todo. Quizás Edward no pudiera traérmelo de nuevo. En
tal caso, yo debería aceptarlo y continuar con mi vida. Edward no me volvería a ver nunca
derramar otra lágrima por Jacob Black. Los sollozos tenían que terminarse. Me enjugué la
última lágrima con los dedos, fríos de nuevo.
Eclipse
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333
Ahora bien, si Edward lograba traer a Jacob, habría de pedirle que se marchara de mi
vida para nunca volver.
¿Por qué me resultaba tan difícil? Era muchísimo más arduo que decir adiós a mis
otros amigos, a Angela, a Mike. ¿Por qué me hacía tanto daño? Eso no estaba bien. No
debería hacerme sentir tan mal. Ya tenía lo que quería. No podía tenerles a los dos,
porque Jacob no se conformaba con ser sólo mi amigo. Ya era hora de que abandonara la
idea. ¿Cómo podía ser tan ridiculamente avariciosa?
Debía desprenderme de ese sentimiento irracional de que Jacob pertenecía a mi vida.
El no podía ser para mí, no podía ser «mi» Jacob cuando yo me habí entregado a otra
persona.
Caminécon lentitud hacia el pequeñ claro, arrastrando los pies. Cuando lleguéal
espacio abierto, parpadeando por la claridad de la luz, lancéun ráido vistazo a Seth, que
no se habí movido de su lecho de agujas de pino, y despué miréa lo lejos para evitar
sus ojos.
Me daba cuenta de que tení el pelo enmarañdo, retorcido en manojos como las
serpientes de Medusa. Intentépasar los dedos entre los mechones, pero pronto lo dejé
De todos modos, ¿ quié le importaba mi aspecto?
Cogíla cantimplora que colgaba al lado de la puerta de la tienda y la sacudí Sonóun
chapoteo, por lo que desenrosquéla tapa y toméun sorbo para enjuagarme la boca con el
agua helada. Habí comida en algú sitio de por allí pero no tení hambre suficiente
como para ponerme a buscarla. Comencéa pasear nerviosamente de un lado para otro a
travé del pequeñ espacio lleno de luz, sintiendo los ojos de Seth sobre mi persona todo
el rato. Como no le miraba, en mi mente seguí viédole má como un chico que como un
lobo gigante. Má parecido al joven Jacob.
Quise pedirle a Seth que ladrara o hiciera algú otro signo si Jacob regresaba, pero
me abstuve. No importaba si volví o no, de hecho, serí mucho má fáil si no lo hací.
Deseaba que hubiera alguna manera de llamar a Edward.
Seth aullóen ese momento y se incorporósobre sus patas.
—¿uépasa? —e preguntéestúidamente.
É me ignoró correteóhasta la linde del bosque y apuntóhacia el oeste con la nariz.
Comenzóa gimotear.
—¿on los otros, Seth? —nquirí— ¿n el claro?
Me miróy gañócon debilidad una sola vez; despué, giróel hocico de nuevo en
direcció oeste. Echólas orejas hacia atrá y volvióa aullar.
¿or quéera tan idiota? ¿n quéestaba yo pensando cuando enviéa Edward lejos de
allí ¿óo se suponí que iba yo a saber lo que estaba pasando? No hablaba el idioma
de los lobos.
Un sudor frí comenzóa deslizarse por mi columna. ¿ si se habí agotado ya el
tiempo? ¿ si Edward y Jacob se habín acercado demasiado a la zona de peligro? ¿uépasarí si Edward decidí unirse a la lucha?
Eclipse
Stephenie Meyer
334
Un pánico helado anidó en mi estómago. ¿Y si la inquietud de Seth no tenía nada que
ver con el claro y su aullido era una negación? ¿Y si Jacob y Edward estaban luchando el
uno contra el otro en algún lugar lejano del bosque? No harían una cosa así, ¿verdad?
Me di cuenta, con una repentina y escalofriante certeza, de que eso es lo que ocurriría
si cualquiera de los dos pronunciaba las palabras equivocadas. Pensé en el tenso
enfrentamiento de la tienda esa mañana y me pregunté si no había subestimado lo cerca
que había estado de estallar una lucha real.
No merecía menos si, de algún modo, perdía a los dos.
Mi corazón quedó apresado en el frío.
Antes de que me fuera a desmayar del susto, un gruñido ligero salió del interior del
pecho de Seth; después, abandonó la vigilancia y volvió a su lugar de descanso. Eso me
calmó, pero me irritó a la vez. ¿Es que no podía escribir un mensaje en el suelo con la
pata o algo así?
La agitación de mi caminata me había hecho sudar debajo de todas las capas de ropa
que llevaba. Arrojé la chaqueta dentro de la tienda y después volví a abrirme camino hacia
el centro del pequeño calvero.
De pronto, Seth saltó sobre sus patas con el pelo de detrás del cuello completamente
erizado. Miré alrededor sin ver nada. Iba a acabar tirándole una pina como continuara con
ese comportamiento.
Gruñó, un sonido bajo de advertencia, mientras subía con sigilo hasta el extremo
occidental. Me dominó otra vez la misma impaciencia.
—Somos nosotros, Seth —gritó Jacob desde una cierta distancia.
Intenté explicarme a mí misma por qué mi corazón había metido la quinta en cuanto le
escuché. Era sólo miedo a lo que debía hacer, eso era todo. No me iba a permitir a mí
misma sentirme aliviada por el simple motivo de que hubiera regresado. Desde luego,
aquello hubiera sido muy poco práctico por mi parte.
Edward apareció primero ante mi vista, con el rostro inexpresivo y tranquilo. Cuando
salió de las sombras, el sol relumbró sobre su piel como lo había hecho antes en la nieve.
Seth acudió a saludarle, mirándole intencionadamente a los ojos. Edward asintió con
lentitud y la preocupación le llenó de arrugas la frente.
—Sí, eso es todo lo que necesitamos —murmuró para sus adentros antes de dirigirse
al gran lobo—. Supongo que no debería sorprendernos, pero vamos a ir un poco
apurados, le va a andar muy cerca. Por favor, dile a Sam que le pida a Alice que intente
concretar aún más el esquema.
Seth asintió bajando la cabeza una vez y yo deseé ser capaz de aullar. Vaya, ahora sí
había podido asentir. Volví la cara, enfadada, y me di cuenta de que Jacob estaba allí.
Me había dado la espalda, quedando de frente al lugar por el que había llegado.
Esperé con cautela a que se diera la vuelta.
Edward apareció a mi lado de repente. Agachó la cabeza para mirarme sin que en sus
ojos hubiera otra cosa que no fuera la más pura preocupación. Su generosidad era infinita.
En esos momentos, me lo merecía menos que nunca.