Tiempo
—He visto... —Alice comenzó en tono ominoso. Hdward le dio un codazo en las
costillas que ella esquivó limpiamente.
—Vale —refunfuñó—. Es Edward el que quiere que lo haga, pero intuyo que te
encontrarás en más dificultades si soy yo quien te da la sorpresa.
Caminábamos hacia el coche después de clase y yo no tenía la menor idea de a qué
se refería.
—¿Y por qué no me lo dices en cristiano? —requerí.
—No te comportes como una niña. Sin rabietas, ¿eh?
—Creo que me estás asustando.
—Tú..., bueno, todos nosotros, vamos a tener una fiesta de graduación. Nada del otro
mundo ni que deba preocuparte lo más mínimo, pero he visto que te iba a dar un ataque si
intentaba hacer una fiesta sorpresa —ella bailoteó de un lado a otro mientras Edward
intentaba atraparla para despeinarla—. Y Edward ha dicho que te lo debía decir, pero no
será nada, te lo prometo.
Suspiré profundamente.
—¿Serviría de algo que intentara discutir?
—En absoluto.
—De acuerdo, Alice. Iré, y odiaré cada minuto que esté allí, lo prometo.
—¡Así me gusta! A propósito, a mí me encanta mi regalo. No debías haberte
molestado.
—¡Alice, pero si no lo tengo!
—Oh, ya lo sé, pero lo tendrás.
Espoleada por el pánico, me devané los sesos e intenté recordar si había decidido
alguna vez comprarle algo para la graduación. Debía de haber sido así para que ella lo
hubiera podido ver.
—Sorprendente —intervino Edward—. ¿Cómo algo tan pequeño puede ser tan
insoportable?
Alice se echó a reír.
—Es un talento natural.
—¿No podrías haber esperado unas cuantas semanas para decírmelo? —pregunté
enfurruñada—. Ahora estaré preocupada mucho más tiempo.
Alice me frunció el ceño.
—Bella —dijo con lentitud—, ¿tú sabes qué día es hoy?
—¿Lunes?
Puso los ojos en blanco.
Eclipse
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—Sí, lunes... Estamos a día cuatro.
Me tomó del codo, me hizo dar media vuelta y me dejó frente a un gran póster amarillo
pegado en la puerta del gimnasio. Allí, en marcadas letras negras, estaba la fecha de la
graduación. Faltaba una semana exacta a contar desde ese día.
—¿Estamos a cuatro? ¿A cuatro de junio? ¿Estás segura?
Nadie contestó. Alice sacudió la cabeza con pesar, simulando decepción, y Edward
enarcó las cejas.
—¡No puede ser! Pero ¿cómo es posible?
Intenté contar hacia atrás los días en mi cabeza, pero era incapaz de comprender
cómo habían transcurrido tan deprisa.
De pronto, no sentí las piernas. Parecía que alguien me las hubiera cortado. Sin saber
cómo, en la vorágine de aquellas semanas de tensión y ansiedad, en medio de toda mi
obsesión por el tiempo…, el tiempo habí desaparecido. Habí perdido mi momento para
revisarlo todo y hacer planes. Se me habí pasado el tiempo.
Y no estaba preparada.
No sabí cóo hacer frente a todo aquello. No sabí cóo despedirme de Charlie y de
René, de Jacob. No sabí cóo afrontar el hecho de dejar de ser humana.
Sabí exactamente lo que querí, pero de repente, me daba terror conseguirlo.
En teorí, ansiaba, a veces con entusiasmo, que llegara la ocasió de cambiar la
mortalidad por la inmortalidad. Despué de todo, era la clave para permanecer con
Edward para siempre. Por mi parte, estaba el hecho de que enemigos conocidos y
desconocidos pretendín darme caza. Convení que no me quedara mirando, indefensa y
deliciosa, a la espera de que me capturase cualquiera de ellos.
En teorí, todo esto tení sentido...
... pero en la prática, ser humana era toda la experiencia que yo tení. El futuro que
se extendí a partir del cambio se me antojaba como un enorme abismo oscuro del cual
no sabrí nada hasta que saltara dentro de é.
Estésimple dato, la fecha de ese dí, tan obvia que probablemente habí estado
reprimiédola de forma inconsciente, se habí convertido en el momento líite que habí
estado esperando con impaciencia, pero a la vez, era una cita con el escuadró de
fusilamiento.
De un modo lejano, percibícóo Edward me abrí la puerta del coche, cóo Alice
parloteaba desde el asiento trasero y cóo golpeteaba la lluvia contra el cristal delantero.
El pareciódarse cuenta de que sóo estaba allíen cuerpo y no intentóhacerme salir de mi
abstracció. O quizálo hizo y yo no me di cuenta.
Terminamos en casa al final del trayecto. Edward me condujo al sofáy se sentójunto a
mímientras yo contemplaba por la ventana la tarde gris de llovizna e intentaba descubrir
cuádo se habí esfumado mi resolució. ¿or quésentí tanto páico? Sabí que la
fecha final se acercaba, ¿or quéme asustaba ahora que ya habí llegado?
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No sé cuánto tiempo me dejó mirar hacia la ventana en silencio, pero la lluvia
desaparecía en la oscuridad cuando al final la situación le superó, puso sus manos frías
sobre mis mejillas y fijó sus ojos dorados en los míos.
—¿Quieres hacer el favor de decirme lo que estás pensando antes de que me vuelva
loco? —¿qué le podía decir, que era una cobarde? Busqué las palabras adecuadas. El
insistió—: Tienes los labios blancos, habla de una vez, Bella.
Exhalé una gran cantidad de aire. ¿Cuánto tiempo había estado conteniendo la
respiración?
—La fecha me ha pillado con la guardia baja —susurré—. Eso es todo.
El esperó, con la cara llena de preocupación y escepticismo.
Intenté explicarme.
—No estoy segura de qué hacer ni de qué le voy a decir a Charie ni qué... ni cómo...
—la voz se me quebró.
—Entonces, ¿todo esto no es por la fiesta?
Torcí el rostro.
—No, pero gracias por recordármelo.
La lluvia repiqueteaba con más fuerza en el tejado mientras él intentaba leer mi rostro.
—No estás preparada —murmuró.
—Sí lo estoy —mentí de manera automática, una reacción refleja. Estaba segura de
que él sabría lo que ocultaba, así que inspiré profundamente y le dije la verdad—. Debo
estarlo.
—No debes estar de ninguna manera.
Sentí cómo el pánico ascendía a la superficie de mis ojos mientras musitaba los
motivos.
—Victoria, Jane, Cayo, quienquiera que hubiera estado en mi habitación...
—Razón de más para esperar.
—¡Eso no tiene sentido, Edward!
Apretó las manos con más fuerza contra mi rostro y habló con deliberada lentitud.
—Bella. Ninguno de nosotros tuvo ninguna oportunidad. Ya has visto lo que ocurrió...,
especialmente a Rosalie. Todos hemos luchado para reconciliarnos con algo que no
podemos controlar. No voy a dejar que suceda del mismo modo en tu caso. Tú has de
tener tu oportunidad de escoger.
—Yo ya he efectuado mi elección.
—Tú crees que has de pasar por todo esto porque pende una espada sobre tu cabeza.
Ya nos ocuparemos de los problemas y yo cuidaré de ti —juró—. Cuando haya pasado
todo y no exista nadie que te obligue a hacerlo, entonces podrás decidir si quieres unirte a
mí, si aún lo deseas, pero no por miedo. No permitiré que nada te fuerce a hacerlo.
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—Carlisle me lo prometió —cuchicheé, llevándole la contraria por costumbre—.
Después de la graduación.
—No hasta que estés preparada —repuso con voz segura—. Y desde luego, no
mientras te sientas amenazada.
No contesté. No tenía fuerzas para discutirle; en ese momento, no parecía encontrar
por ningún lado mi resolución.
—Venga, venga —me besó la frente—. No hay de qué preocuparse.
Me eché a reír con una risa temblorosa.
—Nada salvo una sentencia inminente.
—Confía en mí.
—Ya lo hago.
Siguió observando mi cara, esperando que me tranquilizara.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que quieras.
Me mordí el labio mientras me lo pensaba y luego le pregunté algo distinto de lo que
me preocupaba.
—¿Qué le voy a regalar a Alice para su graduación?
Se rió por lo bajo.
—Según Alice, parece como si fueses a comprar entradas para un concierto para
nosotros dos.
—¡Eso era! —me sentí tan aliviada que casi sonreí—. El concierto de Tacoma. Vi un
anuncio en el periódico la semana pasada y pensé que sería algo que le gustaría, ya que
dijiste que era un buen cd.
—Es una gran idea. Gracias.
—Espero que no estén agotadas.
—Es la intención lo que cuenta. Debía de saberlo.
Suspiré.
—Había algo más que querías preguntarme —continuó él.
Fruncí el ceño.
—Pues sí que hilas fino tú.
—Tengo un montón de práctica leyendo tus expresiones. Pregúntame.
Cerré los ojos y me recliné contra él, escondiendo mi rostro contra su pecho.
—Tú no quieres que yo sea vampiro.
—No, no quiero —repuso con suavidad, y entonces esperó un poco—, pero ésa no es
la cuestión —apuntó después de un momento.
—Bueno, me preocupaba saber... cómo te sentías respecto a ese asunto.
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—¿Estás preocupada? —resaltó la palabra con sorpresa.
—¿Me dirás la verdad? La verdad completa, sin tener en cuenta mis sentimientos. Él
dudó durante un minuto.
—Si respondo a tu pregunta, ¿me explicarás entonces por qué lo preguntas?
Asentí, con el rostro aún escondido. Inspiró profundamente antes de responder.
—Podrías hacerlo mucho mejor, Bella. Ya sé que tú crees que tengo alma, pero yo no
estoy del todo convencido, y arriesgar la tuya... —sacudió la cabeza muy despacio—. Para
mí, permitir eso, dejar que te conviertas en lo que yo soy, simplemente para no perderte
nunca, es el acto más egoísta que puedo imaginar. En lo que a mí se refiere, es lo que
más deseo en el mundo, pero deseo mucho más para ti. Rendirme a eso me hace
sentirme como un criminal. Es la cosa más egoísta que haré nunca, incluso si vivo para
siempre.
»Es má, si hubiera alguna forma de convertirme en humano para estar contigo, no
importa su precio, lo pagarí feliz.
Me quedésentada allí muy quieta, absorbiendo todo eso.
Edward pensaba que estaba siendo egoíta.
Sentícóo la sonrisa se extendí lentamente por mi rostro.
—síque... no es que temas que no te guste lo mismo cuando sea diferente, es decir,
cuando no sea suave, cáida y no huela igual. ¿ealmente querrá quedarte conmigo sin
importarte en lo que me convierta?
É soltóel aire de un golpe.
—¿o que te preocupa es que no me gustaras luego? —nquirió Entonces, antes de
que pudiera contestar, empezóa reí— Bella, para ser una persona bastante intuitiva, a
veces puedes resultar de un obtuso...
Sabí que é pensarí que era una tonterí, pero yo me sentíaliviada. Si é realmente
me querí podrí soportar cualquier cosa... de algú modo. De pronto, la palabra
«egoíta» me parecióuna palabra hermosa.
—o creo que te des cuenta de lo fáil que serí para mí Bella —e dijo con un cierto
eco de humor aú en su voz— sobre todo porque no tendrí que estar concentrado todo
el tiempo para no matarte. Desde luego, habrácosas que echaréde menos. Éta, por
ejemplo...
Me miróa los ojos mientras me acariciaba la mejilla y sentícóo la sangre se
apresuraba a colorear mi piel. Se rióamablemente.
— el latido de tu corazó —ontinuó má serio pero aú sonriendo un poco— Lo
considero el sonido má maravilloso del mundo. Estoy tan sintonizado con é, que jurarí
que puedo oílo desde kilóetros de distancia. Pero nada de eso importa. Esto —ijo,
tomando mi rostro entre sus manos— Tú Eso es lo que yo quiero. Siempre será mi
Bella, sóo que un poquito má duradera.
Suspiréy dejéque mis ojos se cerraran satisfechos, descansando allí entre sus
manos.
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—Y ahora, ¿me contestarás una pregunta tú a mí? ¿La verdad completa, sin tener en
cuenta mis sentimientos? —preguntó.
—Claro —le contesté sin dudar, con los ojos bien abiertos por la sorpresa. ¿Qué
querría saber ahora?
Él recitó las palabras muy despacio.
—No quieres ser mi esposa.
De pronto, mi corazón se detuvo; después, rompió a latir desaforadamente. Sentí un
sudor frío en la parte de atrás del cuello y las manos se me quedaron heladas.
Él esperó, observando y evaluando mi reacción.
—Eso no es una pregunta —susurré al final.
Él bajó la mirada, y sus pestañas proyectaron largas sombras sobre sus pómulos. Dejó
caer las manos de mi rostro para cogerme la helada mano izquierda. Jugó con mis dedos
mientras hablaba.
—Me preocupa cómo te sientes al respecto.
Intenté tragar saliva.
—De todas formas, no es una pregunta —insistí.
—Por favor, Bella.
—¿La verdad? —inquirí formando las palabras con los labios.
—Claro. Podré soportarla, sea lo que sea.
Inspiré muy hondo.
—Te vas a reír de mí.
Sus ojos llamearon en mi dirección, sorprendidos.
—¿Reírme? No puedo imaginar por qué.
—Verás —murmuré, y después suspiré. Mi cara pasó del blanco al escarlata, ardiendo
repentinamente del disgusto—. ¡Vale, está bien! Estoy segura de que esto te va a sonar
como una especie de chiste, pero ¡es la verdad! Es sólo que... me da... tanta vergüenza
—le confesé y escondí el rostro en su pecho otra vez.
Se hizo una gran pausa.
—No te sigo.
Eché la cabeza hacia atrás y le miré. El pudor me hizo lanzarme, ponerme beligerante.
—No quiero ser una de esas chicas, Edward. ¡De esas que se casan justo al acabar el
instituto, como una paleta de pueblo que se queda alucinada por su novio! ¿Sabes lo que
van a pensar los demás? ¿Te das cuenta de en qué siglo estamos? ¡La gente ya no se
casa a los dieciocho! ¡Al menos no la gente lista, responsable y madura! ¡No quiero ser
una chica de esas! Yo no soy así... —la voz se me apagó y fue perdiendo fuerza.
El rostro de Edward era imposible de leer mientras pensaba enI mi respuesta.
—¿Eso es todo? —preguntó finalmente.
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Yo parpadeé.
—¿Es que te parece poco?
—¿No es que estés más entusiasmada por ser... inmortal que por mí?
Y entonces, aunque había predicho que él se reiría de mí, fui; la que tuvo el ataque de
risa histérica.
—¡Edward! —jadeé entre paroxismos de risitas—. ¡Anda! ¡Yo siempre... pensé... que
tú eras mucho más... listo que yo!
Me cogió entre sus brazos y sentí que se estaba riendo conmigo.
—Edward —repetí, haciendo un pequeño esfuerzo para hablar con absoluta
claridad—. No tengo ningún interés en vivir para siempre si no es contigo. No querría ni
siquiera vivir un día más si no es contigo.
—Bueno, es un alivio —comentó.
—Aunque... eso no cambia nada.
—Ya, pero es estupendo saberlo, de todos modos. Y ahora veo tu punto de vista,
Bella, ya lo creo que sí, pero me gustaría mucho que intentaras ver las cosas desde el
mío.
Ya estaba más tranquila, así que asentí y luché por no fruncir el ceño.
Sus ojos dorados se volvieron hipnóticos al clavarse en los míos.
—Ya ves, Bella, yo siempre he sido un chico «de esos»; ya que un hombre en mi
mundo. No iba buscando el amor, quéva, estaba demasiado entusiasmado con la
perspectiva de convertirme en soldado. No pensaba en otra cosa que en esa imagen
idealizada de la gloria de la guerra que nos vendín entonces los eventuales reclutadores,
pero si yo hubiera encontrado... —fectuóuna pausa y ladeóla cabeza— Iba a decir que
si hubiera encontrado a alguien, pero eso no serí cierto, si te hubiera encontrado a ti, no
tengo ninguna duda de lo que hubiera hecho. Yo era de esa clase de chicos que tan
pronto como hubiera descubierto que túeras lo que yo buscaba me habrí arrodillado ante
ti y habrí intentado por todos los medios asegurarme tu mano. Te hubiera querido para
toda la eternidad, incluso aunque la palabra no tuviera entonces las mismas
connotaciones que ahora.
Me dedicóde nuevo su sonrisa torcida.
Le mirécon los ojos abiertos de par en par hasta que se me secaró.
—espira, Bella.
Me recordó sonriente; y yo toméaire.
—¿o lo ves, aunque sea un poquito, desde mi lado?
Y durante un segundo, pude. Me vi a mímisma con una falda larga y una blusa de
cuello alto anudada con un gran lazo, y el pelo recogido sobre la cabeza. Vi a Edward
vestido de forma muy elegante con un traje y un ramo de margaritas, sentado a mi lado en
el balancí de un porche.
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Sacudí la cabeza y tragué. Estaba sufriendo un flash-back al estilo de Ana de las Tejas
Verdes.
—La cosa es, Edward —repuse con voz temblorosa, eludiendo la pregunta—, que en
mi mente, matrimonio y eternidad no soní conceptos mutuamente exclusivos ni inclusivos.
Y ya que por el momento estamos viviendo en mi mundo, quizá sea mejor que vayamos
con los tiempos, no sé si sabes lo que quiero decir.
—Pero por otro lado —contraatacó él—, pronto habrás dejado atras estos tiempos. Así
que, ¿por qué deben afectar tanto en tu decisión lo que, al fin y al cabo, son sólo las
costumbres transitorias de una cultura local?
Apreté los labios.
—¿Te refieres a Roma?
Se rió de mí.
—No tienes que decir sí o no hoy, Bella, pero es bueno entender las dos posturas, ¿no
crees?
—¿Así que tu condición...?
—Sigue en pie. Yo comprendo tu punto de vista, Bella, pero si quieres que sea yo
quien te transforme...
—Chan cha cha chan, chan cha cha chan...
Tarareé la marcha nupcial entre dientes, aunque a mí me parecía más bien una
especie de canto fúnebre.
El tiempo fluyó mucho más deprisa de lo previsto.
Pasé en blanco aquella noche, y de pronto había amanecido y la graduación me
miraba a la cara de tú a tú. Se me había acumulado un montón de material pendiente para
los exámenes finales y sabía que no me daría tiempo de hacer ni la mitad en los días
restantes.
Charlie ya se había ido cuando bajé a desayunar. Se había dejado el periódico en la
mesa, lo cual me recordó que debía hacer algunas compras. Esperé que el anuncio del
concierto todavía estuviera; necesitaba el número de teléfono para conseguir aquellas
estúpidas entradas. No parecía un regalo fuera de lo común ahora que ya sabían que iba
a hacérselo, aunque claro, intentar sorprender a Alice no había sido una idea brillante.
Quería pasar las hojas para irme directamente a la sección de espectáculos, pero un
titular en gruesos caracteres negros captó mi atención. Sentí un estremecimiento de miedo
conforme me inclinaba para leer la historia de primera página.
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SEATTLE ATERRORIZADA POR LOS
ASESINATOS
Ha pasado menos de una década desde que la ciudad de Seattle fuera el territorio de
caza del asesino en serie más prolífico de la historia de los Estados Unidos, Gary
Ridgway, el Asesino de Río Verde, condenado por la muerte de 48 mujeres.
Ahora, una atribulada Seattle debe enfrentarse a la posibilidad de que podría estar
albergando a un monstruo aún peor.
La policía no considera la reciente racha de crímenes y desapariciones como obra de
un asesino en serie. Al menos, no todavía. Se muestran reacios a creer que semejante
carnicería sea obra de un solo individuo. Este asesino -si es, de hecho, una sola personapodría
ser responsable de 39 homicidios y desapariciones sólo en los últimos tres meses.
En comparación, la orgía de los 48 asesinatos perpetrados por Ridgway se dispersó en un
periodo de 21 años. Si estas muertes fueran atribuidas a un solo hombre, entonces
estaríamos hablando de la más violenta escalada de asesinatos en serie en la historia de
América.
La policía se inclina por la teoría de que se trata de bandas criminales dado el gran
número de víctimas y el hecho de que no parece haber un patrón reconocible en la
elección de las mismas.
Desde Jack el Destripador a Ted Bundy, los objetivos de los asesinos en serie siempre
han estado conectados entre sí por similitudes en edad, género, raza o una combinación
de los tres elementos. Las víctimas de esta ola de crímenes van desde los 15 años de la
brillante estudiante Amanda Reed, a los 67 del cartero retirado Ornar Jenks. Las muertes
relacionadas incluyen a casi 18 mujeres y 21 hombres. Las víctimas pertenecen a razas
diversas: caucasianos, afroamericanos, hispanos y asiáticos.
La selección parece efectuada al azar y el motivo no parece otro que el mismo
asesinato en sí.
Entonces, ¿por qué no se descarta aún la idea del asesino en serie?
Hay suficientes similitudes en el modus operandi de los crímenes como para crear
fundadas sospechas. Cada una de las víctimas fue quemada hasta el punto de ser
necesario un examen dental para realizar las identificaciones. En este tipo de incendios
suele utilizarse algún tipo de sustancia para acelerar el proceso, como gasolina o alcohol;
sin embargo, no se han encontrado restos de ninguna de estas sustancias en el lugar de
los hechos. Además, parece que todos los cuerpos han sido desechados de cualquier
modo, sin intentar ocultarlos.
Aún más horripilante es el hecho de que, la mayoría de las víctimas, muestran
evidencias de una violencia brutal. Lo más destacable es la aparición de huesos
aplastados, al parecer como resultado de la aplicación de una presión tremenda. Según
los forenses, dicha violencia fue ejercida antes del momento de la muerte, aunque es difícil
estar seguro de estas conclusiones, considerando el estado de los restos.
Eclipse
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Existe otra similitud que apunta a la posibilidad de un asesino en serie: no ha sido
posible hallar ninguna pista en la investigación de los crímenes. Aparte de los restos en sí
mismos, no se ha encontrado ni una huella ni la marca de un neumático ni un cabello
extraño. No hay testigos ni ningún tipo de sospechoso en las desapariciones.
Además, también son dignas de análisis las desapariciones en sí mismas. Ninguna de
las víctimas es lo que se podría haber considerado un objetivo fácil. No eran vagabundos
sin techo, que se desvanecen con facilidad y de los que raramente se denuncian sus
desapariciones. Las víctimas se han esfumado de sus hogares,
Desde la cuarta planta de un edificio de apartamentos e incluso desde un gimnasio y
una celebración de boda. El caso más sorprendente es el del boxeador aficionado de 30
años Robert Walsh, que entró en el cine para ver una película con la chica con la que se
habia citado; pasados unos cuantos minutos de la sesión, la mujer se dio cuenta de que
no se encontraba en su asiento. Su cuerpo se halló apenas tres horas más tarde, cuando
los bomberos acudieron para apagar un incendio producido dentro de un contenedor de
basuras, a unos treinta kilómetros de distancia de la sala cinematográfica.
Otro rasgo común en la serie de asesinatos: todas las víctimas desaparecieron
durante la noche.
¿Y cuál es la característica más alarmante? La progresión. Seis de los homicidios se
cometieron en el primer mes, once en el segundo. Sólo en los últimos diez días se han
producido ya veintidós asesinatos. Y la policía no se encuentra más cerca de descubrir al
responsable ahora, de lo que lo estaba cuando se halló el primer cuerpo carbonizado.
Las evidencias son contradictorias, los hechos espantosos. ¿Se trata de una nueva
banda criminal o de un asesino en serie en estado de actividad salvaje? ¿O quizás es algo
más que la policía no se atreve a imaginar?
Sólo hay un hecho irrefutable: algo terrible acecha en Seattle.
Me llevó tres intentos leer la última frase y me di cuenta de que el problema eran mis
manos, que temblaban.
—¿Bella?
Tan concentrada como estaba, la voz de Edward, aunque tranquila y no del todo
inesperada, me hizo jadear y darme la vuelta.
Permanecía apoyado en el marco de la puerta, con las cejas alzadas. Y de pronto
estaba ya a mi lado, cogiéndome la mano.
—¿Te he sobresaltado? Lo siento, tendría que haber llamado.
—No, no —me apresuré a responder—. ¿Has visto esto? —le señalé el periódico.
Una arruga le cruzó la frente.
—Todavía no he leído las noticias de hoy, pero sé que se está poniendo cada vez
peor. Vamos a tener que hacer algo... enseguida.
Aquello no me gustó ni un pelo. Odiaba que ninguno de ellos asumiera riesgos, y quien
o lo que fuera que se encontraba en Seattle estaba empezando a aterrorizarme de verdad.
Aunque la idea de la llegada de los Vulturis me asustaba casi lo mismo.
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—¿Qué dice Alice?
—Ése es el problema —su ceño se acentuó—. No puede ver nada..., aunque hemos
estado tomando decisiones una media docena de veces para ver qué pasa. Está
perdiendo la confianza. Siente que se le escapan demasiadas cosas en estos días, que
algo va mal, que quizás esté perdiendo el don de la visión.
Abrí los ojos de golpe.
—¿Y eso puede suceder?
—¿Quién sabe? Nadie ha hecho jamás un estudio, pero la verdad es qué lo dudo.
Estas cosas tienden a intensificarse con el tiempo. Mira a Aro y Jane.
—Entonces, ¿qué es lo que va mal?
—Creo que la profecía que se cumple por sí misma. Estamos esperando que Alice vea
algo para actuar, y ella no visualiza nada porque no lo haremos en realidad hasta que ella
vea algo. Ése es el motivo por el que no nos ve. Quizá debamos actuar a ciegas.
Me estremecí.
—No.
—¿Tienes muchas ganas hoy de ir a clase? Sólo nos quedan un par de días para los
exámenes finales y dudo que nos vayan a dar nada nuevo.
—Creo que puedo vivir un día sin el instituto. ¿Qué vamos a hacer?
—Vamos a hablar con Jasper.
Otra vez Jasper. Era extraño. En la familia Cullen, Jasper estaba siempre en el límite,
participaba en las cosas sin ser nunca el centro de ellas. Había asumido sin palabras que
en realidad estaba allí sólo por Alice. Tenía la intuición de que seguiría a Alice a donde
fuera, pero que este estilo de vida no había sido decisión suya. El hecho de que estuviera
menos comprometido con ello que los demás era probablemente la razón por la cual le
costaba más asumirlo.
De cualquier modo, nunca había visto a Edward sentirse dependiente de Jasper. Me
pregunté otra vez qué quería decir cuando se refería a su «pericia». Realmente no es que
supiera mucho sobre la historia de Jasper, salvo que vení de algú lugar del sur antes de
que Alice le encontrara. Por alguna razó, Edward solí evitar cualquier pregunta sobre su
hermano má reciente, y a mísiempre me habí intimidado ese alto vampiro rubio, que
tení el aspecto perturbador de una estrella de cine, como para preguntarle directamente.
Cuando llegamos a casa de los Cullen, nos encontramos con Carlisle, Esme y Jasper
viendo las noticias con mucho interé, aunque el sonido era tan bajo que me pareciócasi
ininteligible. Alice estaba sentada en el útimo escaló de las enormes escaleras, con el
rostro entre las manos y aspecto desanimado. Mientras entráamos, Emmett asomópor la
puerta de la cocina, con un aspecto totalmente relajado. Nada alteraba jamá a Emmett.
—ola, Edward. ¿ué ¿scaqueádote, Bella? —e dedicósu ancha sonrisa.
—emos sido los dos —e recordóEdward.
Emmett se echóa reí.
—a, pero ella es la primera vez que va al instituto. Quizáse pierda algo.
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Edward puso los ojos en blanco, pero, por lo demás, ignoró a su hermano favorito. Le
entregó el periódico a Carlisle.
—¿Has visto que ahora están hablando de un asesino en serie? —preguntó.
Carlisle suspiró.
—Dos especialistas han debatido esa posibilidad en la CNN durante toda la mañana.
—No podemos dejar que esto continúe así.
—Pues vamos ya —intervino Emmett, lleno de entusiasmo repentino—. Me muero de
aburrimiento.
Un siseo bajó las escaleras desde el piso de arriba.
—Ella siempre tan pesimista —murmuró Emmett para sí mismo.
Edward estuvo de acuerdo con él.
—Tendremos que ir en algún momento.
Rosalie apareció por la parte superior de las escaleras y bajó despacio. Tenía una
expresión serena, indiferente.
Carlisle sacudía la cabeza.
—Esto me preocupa. Nunca nos hemos visto envueltos en este tipo de cosas. No es
asunto nuestro, no somos los Vulturis.
—No quiero que los Vulturis deban aparecer por aquí —comentó Edward—. Eso nos
concede mucho menos tiempo para actuar.
—Y todos esos pobres inocentes humanos de Seattle... —susurró Esme—. No está
bien dejarlos morir de ese modo.
—Ya lo sé —Carlisle suspiró.
—Oh —intervino Edward de repente, volviendo ligeramente la cabeza para mirar a
Jasper—. No lo había pensado. Claro, tienes razón, ha de ser eso. Bueno, eso lo cambia
todo.
No fui la única que le miró confundida, pero debí de ser la única que no le miró algo
enojada.
—Creo que es mejor que se lo expliques a los demás —le dijo Edward a Jasper—.
¿Cuál podría ser el propósito de todo esto? —Edward comenzó a pasearse de un lado a
otro, mirando el suelo y perdido en sus pensamientos.
Yo no la había visto levantarse, pero Alice estaba allí, a mi lado.
—¿De qué habla? —le preguntó a Jasper—. ¿En qué estás pensando?
Jasper no pareció contento de convertirse en el centro de atención. Dudó, intentando
interpretar cada uno de los rostros que había en el salón, ya que todo el mundo se había
movido para escuchar lo que tuviera que decir y entonces sus ojos se detuvieron en mí.
—Pareces confusa —me dijo, con su voz profunda y muy tranquila.
No era una pregunta. Jasper sabía lo que yo sentía al igual que sabía lo que sentían
todos los demás.
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—Todos estamos confusos —gruñó Emmett.
—Podrías darte el lujo de ser un poco más paciente —le contestó Jasper—. Ella
también debe entenderlo. Ahora es uno de nosotros.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Especialmente por el poco contacto que había
tenido con él a partir de que intentara matarme el día de mi cumpleaños. No me había
dado cuenta de que pensara en mí de este modo.
—¿Cuánto es lo que sabes sobre mí, Bella? —inquirió.
Emmett suspiró teatralmente y se dejó caer sobre el sofá para esperar con impaciencia
exagerada.
—No mucho —admití.
Jasper miró a Edward que levantó la mirada para encontrarse con la suya.
—No —respondió Edward a sus pensamientos—. Estoy seguro de que entiendes por
qué no le he contado esa historia, pero supongo que debería escucharla ahora.
Jasper asintió pensativo y después empezó a enrollarse la manga de su jersey de
color marfil sobre el brazo.
Le observé, curiosa y confusa, intentando entender el significado de sus actos.
Sostuvo la muñeca bajo la lámpara que tenía al lado, muy cerca de la luz de la bombilla y
pasó el dedo por una marca en relieve en forma de luna creciente que tenía sobre la piel
pálida.
Me llevó un minuto comprender por qué la forma me resultaba tan familiar.
—Oh —exclamé, respirando hondo cuando me di cuenta—. Jasper, tienes una cicatriz
exactamente igual que la mía.
Alcé la mano, con la marca en forma de media luna más nítida contra mi piel de color
crema que contra la suya, más parecida al alabastro.
Jasper sonrió de forma imperceptible.
—Tengo un montón de cicatrices como la tuya, Bella.
El rostro de Jasper era impenetrable cuando se arremangó la fina manga del jersey. Al
principio, mis ojos no pudieron entender el sentido de la textura que tenía la piel allí. Había
un montón de medias lunas curvadas que se atravesaban unas con otras formando un
patrón, como si se tratara de plumas, que sólo eran visibles, al ser todas blancas, gracias
a que el brillante resplandor de la lámpara hacía que destacaran ligeramente al proyectar
pequeñas sombras delineando los contornos. Entonces comprendí que el diseño estaba
formado por medias lunas individuales como la de mi muñeca.
Miré de nuevo mi pequeña cicatriz solitaria y recordé cómo habia sufrido. Vi de nuevo
la forma de los dientes de James, grabada para siempre en mi piel.
Entonces, tragué con dificultad el aire, y le miré.
—Jasper, ¿qué fue lo que te pasó?
Eclipse
Stephenie Meyer
185
Neófito
—Lo mismo que te ocurrió a ti en la mano —contestó Jasper con voz serena—, sólo
que mil veces más —soltó una risotada amarga y se frotó el brazo—. La ponzoña de
vampiro es lo único capaz de dejar cicatrices como las mías.
—¿Por qué? —jadeé horrorizada.
Me sentía grosera, pero era incapaz de apartar la mirada de su piel, de un aspecto tan
sutil y a la vez tan devastador.
—Yo no he tenido la misma... crianza que mis hermanos de adopción. Mis comienzos
fueron completamente distintos —su voz se tornó dura cuando terminó de hablar. Me
quedé boquiabierta, apabullada—. Antes de que te cuente mi historia —continuó Jasper—,
debes entender que hay lugares en nuestro mundo, Bella, donde el ciclo vital de los que
nunca envejecen se cuenta por semanas, y no por siglos.
Los otros ya habían oído antes la historia, por lo que se desentendieron de la misma.
Carlisle y Emmett centraron su atención en la televisión. Alice se movió con sigilo para
sentarse a los pies de Esme.
Edward permaneció tan absorto como yo; sólo que podía sentir el escrutinio de sus
ojos en mi rostro, leyendo cada estremecimiento provocado por la emoción.
—Si quieres entender la razón, has de cambiar tu concepción del mundo e imaginarlo
desde la óptica de los poderosos, de los voraces... o de aquellos cuya sed jamás se sacia.
»Como sabes, algunos lugares del mundo resultan especialmente deseables para
nosotros porque en ellos podemos pasar desapercibidos sin necesidad de demasiadas
restricciones.
»Hazte una idea, por ejemplo, del mapa del hemisferio occidental. Imagina un punto
rojo simbolizando cada vida humana. Cuanto mayor es el núero de puntos rojos, má
sencillo seráalimentarse sin llamar la atenció, es decir, para quienes vivimos de este
modo.
Me estremecíante la imagen en mi mente y ante la palabra «alimentarse», pero Jasper
no parecí interesado en asustarme ni se mostraba demasiado protector, como solí
hacer siempre Edward. Continuósin hacer ninguna pausa.
— los aquelarres sureñs apenas les preocupa ser o no descubiertos por los
humanos. Son los Vulturis quienes los meten en vereda. No temen a nadie má. Ya nos
habrín sacado a la luz de no ser por ellos.
Fruncíel ceñ por el modo en que pronunciaba el nombre, con respeto, casi con
gratitud. Me resultaba muy difíil aceptar la idea de los Vulturis como los buenos de la
pelíula, fuera en el sentido que fuera.
—n comparació, el norte es mucho má civilizado. Fundamentalmente, aquísomos
nóadas que disfrutamos del dí tanto como de la noche, lo que nos permite interactuar
con los humanos sin levantar sospecha alguna. El anonimato es importante para todos
nosotros.
Eclipse
Stephenie Meyer
186
»El sur es un mundo diferente. Allí los inmortales pasan el dí planeando su siguiente
movimiento o anticipando el de sus enemigos, y sóo salen de noche; y es que allíha
habido guerra constante durante siglos, sin un solo momento de tregua. Ios aquelarres
apenas son conscientes de la existencia de los humanos, o lo son igual que los soldados
cuando ven una manada de vacas en el camino. El hombre nada má es comida
disponible, de la que se ocultan exclusivamente por temor a los Vulturis.
—ero ¿or quéluchan? —regunté
Jasper sonrió
—¿ecuerdas el mapa con los puntos rojos? —speróa que asintiera— Luchan por
controlar las áeas donde se acumulan má puntos rojos.
»Verá, en algú momento, a alguien se le ocurrióque si fuera el úico vampiro de la
zona, digamos, por ejemplo, Méico Distrito Federal, entonces podrí alimentarse cada
noche dos o tres veces sin que nadie se diera cuenta, por lo que planearon formas de
deshacerse de la competencia.
»Los demá no tardaron en imitarlos, unos con táticas má efectías que otros.
»Pero la estrategia má efectiva fue la que puso en marcha un vampiro bastante
joven, llamado Benito. La primera vez que so oyóhablar de é apareciódesde algú lugar
al norte de Dallas y masacrólos dos pequeñs aquelarres que compartín el áea cercana
a Houston. Dos noches má tarde, atacóa un clan mucho má grande de aliados que
reclamaban Monterrey, al norte de Méico, y volvióa ganar.
—¿ cóo lo consiguió —reguntécon curiosidad y cautela.
—enito habí creado un ejécito de vampiros neóitos. Fue el primero en pensarlo y al
principio, esto hizo de é y los suyos una fuerza imparable. Los vampiros muy jóenes son
inestables, salvajes y casi imposibles de controlar. A un neóito se le puede enseñr a que
se controle, razonando con é, pero diez o quince neóitos juntos son una pesadilla. Se
vuelven unos contra otros con tanta rapidez como contra el enemigo. Benito debí estar
creando continuamente otros nuevos conforme aumentaban los enfrentamientos entre
ellos y tambié porque los aquelarres derrotaos solín diezmar al menos la mitad de sus
fuerzas antes de sucumbir.
"Ya ves, aunque los conversos son peligrosos, hay todaví posibilidad de derrotarlos si
sabes lo que haces. Tienen un increíle poder fíico, al menos durante el primer añ y si
se les deja utilizar la fuerza, pueden aplastar a un vampiro má viejo con facilidad, pero
son esclavos de sus instintos, y ademá, predecidles. Por lo general, no tienen habilidad
para el combate, sóo múculo y ferocidad. Y en este caso, la fuerza del núero.
»Los vampiros del sur de Méico previeron lo que se les vení encima e hicieron lo
úico que se les ocurriópara contrarrestar Benito, es decir, crearon ejécitos de neóitos
por su cuenta...
»Y entonces se desatóel infierno, y lo digo de un modo má literal de lo que a ti pueda
parecerte. Nosotros, los inmortales, tambié tenemos nuestras historias, y esta guerra en
particular no deberí ser olvidada nunca. Sin duda, no era un buen momento para ser
humano en Méico.
Me estremecí
Eclipse
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—Cuando el recuento de cuerpos alcanzó proporciones epidémicas, la historia oficial
habló de una enfermedad que había afectado a la población más pobre, y entonces fue
cuando intervinieron los Vulturis. Se reunió toda la guardia y peinó el sur de Norteamérica.
Benito se había afianzado en Puebla, donde había erigido de forma acelerada un ejército
dispuesto a la conquista del verdadero premio: la ciudad de México. Los Vulturis
comenzaron por él, pero aniquilaron a todos los demás.
»Ejecutaron sumariamente a cualquier vampiro que tuviera neóitos, y como casi todo
el mundo los habí utilizado en su intento de protegerse de Benito, Méico quedólibre de
vampiros durante un tiempo.
»Los Vulturis invirtieron casi un añ en dejar limpia la casa. Es otro capíulo de nuestra
historia que no debemos olvidar a pesar de los pocos testigos que quedaron para describir
lo ocurrido. Hablécon uno que habí contemplado de lejos lo que sucediócuando cayeron
sobre Culiacá.
Jasper se estremeció Entonces caíen la cuenta de que nunca antes le habí visto
temeroso ni horrorizado; aquéla era la primera vez.
—astópara que la fiebre de la conquista sureñ no se extendiera y el resto del
mundo permanecióa salvo. Debemos a los Vulturis nuestra actual forma de vida.
»Los supervivientes no tardaron en reafirmar sus derechos en el sur en cuanto los
Vulturis regresaron a Italia.
»No transcurriómucho tiempo antes de que los aquelarres se enzarzaran en nuevas
disputas. Abundaba la mala sangre, si se me permite la expresió, y la vendetta era
moneda corriente. La tática de los neóitos estaba ahíy algunos cedieron a la tentació
de usarla, aunque los aquelarres meridionales no habín olvidado a los Vulturis, por lo que
actuaron con má cuidado en esta ocasió: seleccionaron a los humanos y luego los
entrenaron y usaron con má cuidado, por lo que la mayor parte de las veces pasaron
desapercibidos. Sus creadores no dieron motivos para el regreso de los Vulturis.
»Las reyertas continuaron, pero a menor escala. De vez en cuando, algunos se
pasaban de la raya y daban pie a las especulaciones de la prensa de los humanos;
entonces, los Vulturis reaparecín para exterminarlos, pero quedaban los demá, los
precavidos...
Jasper se quedómirando a las musarañs.
—ueron esos quienes te convirtieron —onjeturécon un hilo de voz.
—n efecto —dmitió— Viví en Houston, Texas, cuando era mortal. Tení casi
diecisiete añs cuando me uníal ejécito confederado en 1861. Mentía los reclutadores
acerca de mi edad, les dije que habí cumplido los veinte y se lo tragaron, pues era lo
bastante alto como para que colara.
»Mi carrera militar fue efíera, pero muy prometedora. Caí bien a la gente y siemore
escuchaban lo que tení que decir. Mi padre decí que yo tení carisma. Por supuesto,
ahora séque habí algo má, pero, fuera cual fuera la razó, me ascendieron ráidamente
por encima de hombres de mayor edad y experiencia. Ademá por otra parte, el ejécito
confederado era nuevo y se organizaba como podí, lo cual daba mayores oportunidades.
En la primera batalla de Galveston, que bueno, en realidad, fue má una escaramuza que
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Stephenie Meyer
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una batalla propiamente dicha, fui el mayor más joven de Texas, y eso sin que se supiera
mi verdadera edad.
»Estaba al frente de la evacuació de las mujeres y los niñs de la ciudad cuando los
morteros de los barcos de la Uniçn llegaron al puerto. Necesitéun dí para
acondicionarlos antes de enviarlos con la primera columna de civiles que conducímos a
Houston.
»Recuerdo perfectamente esa noche
»Habí anochecido cuando alcanzamos la ciudad. Me demorélo suficiente para
asegurarme de que todo el grupo quedaba a salvo; me procuréuna montura de refresco
en cuanto concluími cometido y galopéde vuelta a Galveston. No habí tiempo para
descansar.
»Me encontrécon tres mujeres a pie a kilóetro y medio de la ciudad. Di por hecho
que se trataba de rezagadas y echépie a tierra para ofrecerles mi ayuda, pero me quedépetrificado cuando contemplésus rostros a la tenue luz de la luna. Sin lugar a dudas, eran
las tres damas má hermosas que habí visto en mi vida.
»Recuerdo lo mucho que me maravillóla extrema palidez de su piel, ya que incluso la
muchacha de pelo negro y de facciones marcadamente mexicanas tení un rostro de
porcelana bajo la luz lunar. Todas ellas parecín lo bastante jóenes para ser
consideradas muchachas. Sabí que no eran miembros extraviados de mi grupo, pues no
habrí olvidado a esas tres beldades si las hubiera visto antes.
»—e ha quedado sin habla —bservóla primera. Hablaba con una voz delicada y
atiplada, como las melodís de las campanas de viento. Tení la cabellera rubia y la piel
nivea.
»La otra era aú má rubia, pero su tez era de un blanco calcáeo. Tení rostro de
ágel. Se inclinóhacia mícon ojos entornados e inhalóhondo.
»—¡m! —io un suspiro— Embriagador.
»La má pequeñ, la morena menudita, le aferrópor el brazo y hablóapresuradamente. Su voz era demasiado tenue y musical como para que sonara cortante,
pero ée parecí ser su propóito.
»—étrate, Nettie —a instó
«Siempre he tenido intuició a la hora de detectar la jerarquí entre las personas y me
quedómuy claro que era la morena quien llevaba la voz cantante. Si ellas hubieran estado
dentro de un ejécito, yo habrí dicho que estaba por encima de las otras dos.
»—s bien parecido, joven, fuerte, un oficial... —a morena hizo una pausa que intentéaprovechar para hablar, pero fue en vano— y hay algo má... ¿o percibí? —reguntóa
sus compañras— Es... persuasivo.
»—í sí—ceptóráidamente Nettie mientras se inclinaba de nuevo hacia mí
»—ontente —e previno la morena— Deseo conservarle.
»Nettie fruncióel ceñ. Parecí irritada.
»—aces bien si crees que puede servirte, Marí —ijo la rubia má alta— Yo suelo
matar al doble de los que me quedo.
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189
»—so haré—oincidióMarí— Éte me gusta de veras. Aparta a Nettie, ¿ale? No
me apetece estar protegiédome las espaldas mientras me concentro.
»El vello de la nuca se me puso como escarpias a pesar de que no comprendí ni una
sola de las palabras de aquellas hermosas criaturas. El instinto me decí que me hallaba
en grave peligro y que el ágel no bromeaba al hablar de matar, pero se impuso el
discernimiento al instinto, ya que me habín enseñdo a no temer a las mujeres, sino a
protegerlas.
»—amos de caza —ceptóNettie con entusiasmo mientras alargaba la mano para
tomar la de la otra muchacha.
»Dieron la vuelta con una gracilidad asombrosa y echaron a correr hacia la ciudad.
Parecín volar e iban tan deprisa que los cabellos flameaban detrá de sus figuras como si
fueran alas. Parpadeésorprendido mientras las veí desaparecer.
»Me volvípara observar a Marí, que me estudiaba con curiosidad.
»Nunca habí sido supersticioso y hasta ese momento no habí creío en fantasmas
ni en ninguna otra tonterí sobrenatural. De pronto, me sentíinseguro.
»—¿óo te llamas, soldado? —nquirióMarí.
»—ayor Jasper Whitlock, señrita —albuceé incapaz de ser grosero con una dama
ni aunque fuera un fantasma.
»—spero que sobrevivas, de veras, Jasper —segurócon voz suave— Tengo un
buen presentimiento en lo que a ti se refiere.
»Se acercóun paso má e inclinóla cabeza como si fuera a besarme. Me quedéallíclavado a pesar de que todos mis instintos clamaban para que huyera.
Jasper hizo una pausa y permaneciócon gesto pensativo hasta que al final agregó
— los pocos dís me iniciaron en mi nueva vida.
No supe si habí eliminado de la historia la parte de su conversió como deferencia a
mío en reacció a la tensió que emanaba de Edward, tan manifiesta que hasta yo podí
sentirla.
—e llamaban Marí, Nettie y Lucy y no llevaban juntas mucho tiempo. Marí habí
reunido a las otras dos, las tres eran supervivientes de una derrota reciente. Marí
deseaba vengarse y recuperar sus territorios mientras que las otras dos estaban ansiosas
de aumentar lo que podrímos llamar sus «apriscos». Estaban reuniendo una tropa, pero
lo hacín con má cuidado del habitual. Fue idea de Marí. Ella querí una fuerza de
combate superior, por lo que buscaba hombres especíicos, con potencial, y luego nos
prestaba má atenció y entrenamiento del que antes se le hubiera ocurrido a nadie. Nos
adiestróen el combate y nos enseñóa pasar desapercibidos para los humanos. Nos
recompensaba cuando lo hacímos bien...
Hizo una pausa para saltarse otra parte.
—ero Marí tení prisa, sabedora de que la fuerza descomunal de los neóitos
declinaba tras el primer añ a contar desde la conversió y pretendí actuar mientras aú
conserváamos esa energí.
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190
»Éamos seis cuando me incorporéal grupo de Marí y se nos unieron otros cuatro en
el transcurso de dos semanas. Todos éamos varones, pues ella querí soldados, lo cual
dificultaba aú má que no estallaran peleas entre nosotros. Tuve mis primeros rifirrafes
con mis nuevos camaradas de armas, pero yo era má ráido y mejor luchador, por lo que
ella estaba muy complacida conmigo a pesar de lo mucho que le molestaba tener que
reemplazar a mis vítimas. Me recompensaba a menudo, por lo cual ganéen fortaleza.
»Ella juzgaba bien a los hombres y no tardóen ponerme al frente de los demá, como
si me hubiera ascendido, lo cual encajaba a la perfecció con mi naturaleza. Las bajas
descendieron dráticamente y nuestro núero subióhasta rondar la veintena...
»...una cifra considerable para los tiempos difíiles que nos tocaba vivir. Mi don para
controlar la atmófera emocional circundante, a pesar de no estar aú definido, resultóde
una efectividad vital. Pronto, los neóitos comenzamos a trabajar juntos como no se habí
hecho antes hasta la fecha. Incluso Marí, Nettie y Lucy fueron capaces de cooperar con
mayor armoní.
»Marí se encariñóconmigo y comenzóa confiar má y má en mí En cierto modo, yo
adoraba el suelo que pisaba. No sabí que existia otra forma de vida. Ella nos dijo que asíera como funcionaban las cosas y nosotros la creíos.
»Me pidióque la avisara cuando mis hermanos y yo estuviéamos preparados para la
lucha y yo ardí en deseos de probarme. Al final, conseguíque trabajaran codo con codo
veintitré vampiros neóitos increílemente fuertes, disciplinados y de una destreza sin
parangó. Marí estaba eufóica.
»Nos acercamos con sigilo a Monterrey, el antiguo hogar de Marí, donde nos lanzócontra sus enemigos, que nada má contaba con nueve neóitos en aquel momento y un
par de vampiros veteranos para controlarlos. Marí apenas podí creer la facilidad con la
que acabamos con ellos, sóo cuatro bajas en el transcurso del ataque, una victoria sin
precedentes.
»Todos estáamos bien entrenados y realizamos el golpe de mano con la máima
discreció, de tal modo que la ciudad cambióde dueñs sin que los humanos se dieran
cuenta.
»El éito la volvióavariciosa y no transcurriómucho tiempo antes de que Marí fijara
los ojos en otras ciudades. Ese primer añ extendiósu control hasta Texas y el norte de
Méico. Entonces, otros vinieron desde el sur para expulsarla.
Jasper recorriócon dos dedos el imperceptible contorno de las cicatrices de un brazo.
—os combates fueron muy intensos y a muchos les preocupóel probable regreso de
los Vulturis. Tras dieciocho meses, fui el úico superviviente de los veintitré primeros.
Ganamos tantas batallas como perdimos y Nettie y Lucy se revolvieron contra Marí, que
fue la que prevalecióal final.
»Ella y yo fuimos capaces de conservar Monterrey. La cosa se calmóun poco, aunque
las guerras no cesaron. Se desvanecióla idea de la conquista y quedómá bien la de la
venganza y las rencillas, pues fueron muchos quienes perdieron a sus compañros y eso
no es algo que se perdone entre nosotros.
»Marí y yo mantuvimos en activo alrededor de una docena de neóitos. Significaban
muy poco para nosotros. Eran tíeres, material desechable del que nos deshacímos
Eclipse
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191
cuando sobrepasaba su tiempo de utilidad. Mi vida continuó por el mismo sendero, de
violencia y de esa guisa pasaron los años. Yo estaba hastiado de aquello mucho antes de
que todo cambiara.
»Unas déadas despué, trabécierta amistad con un neóito que, contra todo
pronótico, habí sobrevivido a los tres primeros añs y seguí siendo úil. Se llamaba
Peter, me caí bien, era... «civilizado»; sí supongo que éa es la palabra adecuada. Le
disgustaba la lucha a pesar de que se le daba bien.
»Estaba a cargo de los neóitos, vení a ser algo asícomo su canguro. Era un trabajo
a tiempo completo.
»Al final, llegóel momento de efectuar una nueva purga. Era necesario reemplazar a
los neóitos cada vez que superaban el momento de máimo rendimiento. Se suponí que
Peter me ayudaba a deshacerme de ellos. Los separáamos individualmente. Siempre se
nos hací la noche muy larga. Aquella vez intentóconvencerme de que algunos de ellos
tenín potencial, pero me neguéporque Marí me habí dado ódenes de que me librara
de todos.
»Habímos realizado la mitad de la tarea cuando me percatéde la gran agitació que
embargaba a Peter. Meditaba la posibilidad de pedirle que se fuera y rematar el trabajo yo
solo mientras llamaba a la siguiente vítima. Para mi sorpresa, Peter se puso arisco y
furioso. Confiaba en ser capaz de dominar cualquier cambio de humor por su parte... Era
un buen luchador, pero jamá fue rival para mí
»La neóita a la que habí convocado era una mujer llamada Charlotte que acababa de
cumplir su añ. Los sentimientos de Peter cambiaron y se descubrieron cuando ella
apareció É le ordenóa gritos que se fuera y saliódisparado detrá de ella. Pude haberlos
perseguido, pero no lo hice. Me disgustaba la idea de matarle.
»Marí se enfadómucho conmigo por aquello... Peter regresóa hurtadillas cinco añs
despué, y eligióun buen dí para llegar.
»Marí estaba perpleja por el continuo deterioro de mi estado de áimo. Ella jamá se
sentí abatida y se preguntaba por quéyo era diferente. Comencéa notar un cambio en
sus emociones cuando estaba cerca de mí a veces era miedo; otras, malicia. Fueron los
mismos sentimientos que me habín alertado sobre la traició de Nettie y Lucy. Peter
regresócuando me estaba preparando para destruir a mi úica aliada y el núleo de toda
mi existencia.
»Me hablóde su nueva vida con Charlotte y de un abanico de opciones con las que
jamá habí soñdo. No habín luchado ni una sola vez en cinco añs a pesar de que se
habín encontrado con otros muchos de nuestra especie en el norte; con ellos era posible
una existencia pacíica.
»Me convenciócon una sola conversació. Estaba listo para irme y, en cierto modo,
aliviado por no tener que matar a Marí. Habí sido su compañro durante los mismos
añs que Carlisle y Edward estuvieron juntos, aunque el vículo entre nosotros no fuera ni
por asomo tan fuerte. Cuando se vive para la sangre y el combate, las relaciones son
tenues y se rompen con facilidad. Me marchésin mirar atrá.
»Viajéen compañí de Peter y Charlotte durante algunos añs mientras le tomaba el
pulso a aquel mundo nuevo y pacíico, pero la tristeza no desaparecí. No comprendí
quéme sucedí hasta que Peter se dio cuenta de que empeoraba despué de cada caza.
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»Meditéa ese respecto. Habí perdido casi toda mi humanidad despué de añs de
matanzas y carnicerís. Yo era una pesadilla, un monstruo de la peor especie, sin lugar a
dudas, pero cada vez que me abalanzaba sobre otra vítima humana tení un atisbo de
aquella otra vida. Mientras las presas abrín los ojos, maravillados por mi hermosura,
recordaba a Marí y a sus compañras, y lo que me habín parecido la útima noche que
fui Jasper Whitlock. Este recuerdo era má fuerte que todo lo demá, ya que yo era capaz
de saber todo lo que sentí mi presa y viví sus emociones mientras la mataba.
»Has sentido cóo he manipulado las emociones de quienes me rodean, Bella, pero
me pregunto si alguna vez has comprendido cóo me afectan los sentimientos que
circulan por una habitació. Vivíen un mundo sediento de venganza y el odio fue mi
continuo compañro durante mi primer siglo de vida. Todo eso disminuyócuando
abandonéa Marí, pero aú sentí el páico y el temor de mi presa.
«Empezóa resultar insoportable.
»El abatimiento empeoróy vagabundeélejos de Peter y Charlotte. Ambos eran
civilizados, pero no sentín la misma aversió que yo. A ellos les bastaba con librarse de
la batalla, mas yo estaba harto de matar, de matar a cualquiera, incluso a simples
humanos.
»Aun así debí seguir haciédolo. ¿uéotra opció me quedaba? Intentédisminuir la
frecuencia de la caza, pero al final sentí demasiada sed y me rendí. Descubríque la
autodisciplina era todo un desafí despué de un siglo de gratificaciones inmediatas…
Todaví no la he perfeccionado.
Jasper se hallaba sumido en la historia, al igual que yo. Me sorprendióque su
expresió desolada se suavizara hasta convertirse en una sonrisa pacíica.
—e hallaba en Filadelfia y habí tormenta. Estaba en el exterior y era de dí, una
prática con la que aú no me encuentro cóodo del todo. Sabí que llamarí la atenció
si me quedaba bajo la lluvia, por lo que me escondíen una cafeterí semivací. Tení los
ojos lo bastante oscuros como para que nadie me descubriera, pero eso significaba
tambié que tení sed, lo cual me preocupaba un poco.
»Ella estaba sentada en un taburete de la barra. Me esperaba, por supuesto —ióentre dientes una vez— Se bajóde un salto en cuanto entréy vino directamente hacia mí
»Eso me sorprendió No estaba seguro de si pretendí atacarme, esa era la úica
interpretació que se me ocurrí a tenor de mi pasado, pero me sonreí y las emociones
que emanaban de ella no se parecín a nada que hubiera experimentado antes.
»—e has hecho esperar mucho tiempo —ijo.
No me habí percatado de que Alice habí vuelto para quedarse detrá de míotra vez.
— túagachaste la cabeza, como buen caballero sureñ, y respondiste: «Lo siento,
señrita» —lice rompióa reí al recordarlo.
É le devolvióla sonrisa.
—úme tendiste la mano y yo la tomésin detenerme a buscarle un significado a mis
actos, pero sentíesperanza por primera vez en casi un siglo.
Jasper tomóla mano de Alice mientras hablaba y ella esbozóuna gran sonrisa.
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—Sólo estaba aliviada. Pensé que no ibas a aparecer jamás.
Se sonrieron el uno al otro durante un buen rato después del cual él volvió a mirarme
sin perder la expresión relajada.
—Alice me habló de sus visiones acerca de la familia de Carlisie. Apenas di crédito a
que existiera esa posibilidad, pero ella me insufló optimismo y fuimos a su encuentro.
—Casi nos da algo del susto —intervino Edward, que puso los ojos en blanco antes de
que Jasper pudiera explicarme nada más—. Emmett y yo nos habíamos alejado para
cazar y de pronto aparece Jasper, cubierto de cicatrices de combate, llevando detrás a
este monstruito —Edward propinó un codazo muy suave a Alice—, que saludaba a cada
uno por su nombre, lo sabía todo y quería averiguar en qué habitación podía instalarse.
Alice y Jasper echaron a reír en armonía, como un dúo de soprano y bajo.
—Cuando llegué a casa, todas mis cosas estaban en el garaje.
Alice se encogió de hombros.
—Tu habitación tenía las mejores vistas.
Ahora los tres rieron juntos.
—Es una historia preciosa —comenté. Tres pares de ojos me miraron como si
estuviera loca—. Me refiero a la última parte —me defendí—, al final feliz con Alice.
—Ella marca la diferencia —coincidió Jasper—. Y sigo disfrutando de la situación.
Pero no podía durar la momentánea pausa en la tensión del momento.
—Una tropa... —susurró Alice—, ¿por qué no me lo dijiste?
Todos nos concentramos de nuevo en el asunto. Todas las miradas se clavaron en
Jasper.
—Creí que había interpretado incorrectamente las señales. ¿Y por qué? ¿Quién iba a
crear un ejército en Seattle? En el norte no hay precedentes ni se estila la vendetta. La
perspectiva de la conquista tampoco tiene sentido, ya que nadie reclama nada. Los
nómadas cruzan las tierras y nadie lucha por ellas ni las defiende.
—Pero he visto esto antes y no hay otra explicación. Han organizado una tropa de
neófitos en Seattle. Supongo que no llegan a veinte. La parte ardua es su escasa
capacitación. Quienquiera que los haya creado se limita a dejarlos sueltos. La situación
sólo puede empeorar y los Vulturis van a aparecer por aquí a no tardar mucho. De hecho,
me sorprende que lo hayan dejado llegar tan lejos.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Carlisle.
—Destruir a los neófitos, y además hacerlo pronto, si queremos evitar que se
involucren los Vulturis —el rostro de Jasper era severo. Suponía lo mucho que le
perturbaba aquella decisión ahora que conocía su historia—. Os puedo enseñar cómo
hacerlo, aunque no va a ser fácil en una ciudad. Los jóvenes no se preocupan de
mantener la discreción, pero nosotros debemos hacerlo. Eso nos va a limitar en cierto
modo, y a ellos no. Quizá podamos atraerlos para que salgan de allí.
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—Quizá no sea necesario —repuso Edward, huraño—. ¿A nadie se le ha ocurrido
pensar que la única posible amenaza para la creación de un ejército en esta zona somos...
nosotros?
Jasper entornó los ojos mientras que Carlisle los abrió, sorprendido.
—El grupo de Tanya también está cerca —contestó Esme, poco dispuesta a aceptar
las palabras de Edward.
—Los neófitos no están arrasando Anchorage, Esme. Me parece que deberíamos
sopesar la posibilidad de que seamos el objetivo.
—Ellos no vienen a por nosotros —insistió Alice. Hizo una pausa—, o al menos... no lo
saben, todavía no.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Edward, curioso y nervioso al mismo tiempo—. ¿De
qué te has acordado?
—Destellos —contestó Alice—. No obtengo una imagen nítida cuando intento ver qué
ocurre, nunca es nada concreto, pero sí he atisbado esos extraños fogonazos. No bastan
para poderlos interpretar. Parece como si alguien les hiciera cambiar de opinión y los
llevara de un curso de acción a otro muy deprisa para que yo no pueda obtener una visión
adecuada.
—¿Crees que están indecisos? —preguntó Jasper con incredulidad.
—No lo sé...
—Indecisión, no —masculló Edward—. Conocimiento. Se trata de alguien que sabe
que no vas a poder ver nada hasta que se tome la decisión, alguien que se oculta de
nosotros y juega con los límites de tu presciencia.
—¿Quién podría saberlo? —susurró Alice.
Los ojos de Edward fueron duros como el hielo cuando respondió:
—Aro te conoce mejor que tú misma.
—Pero me habría enterado si hubieran decidido venir...
—A menos que no quieran ensuciarse las manos...
—Tal vez se trate de un favor —sugirió Rosalie, que no había despegado los labios
hasta ese momento—. Quizá sea alguien del sur, alguien que ha tenido problemas con las
reglas, alguien al que le han ofrecido una segunda oportunidad: no le destruyen a cambio
de hacerse cargo de un pequeño problema... Eso explicaría la pasividad de los Vulturis.
—¿Por qué? —preguntó Carlisle, aún atónito—. No hay razón para que ellos...
—La hay —discrepó Edward en voz baja—. Me sorprende que haya salido tan pronto
a la luz, ya que los demás pensamientos eran más fuertes cuando estuve con ellos. Aro
nos quiere a Alice y a mí, cada uno a su lado. El presente y el futuro, la omnisciencia total.
El poder de la idea le embriaga, pero yo había creído que le iba a costar mucho más
tiempo concebir ese plan para lograr lo que tanto ansia. Y también hay algo sobre ti,
Carlisle, sobre tu familia, próspera y en aumento. Son los celos y el miedo. No tienes más
que él, pero sí posees cosas de su agrado. Procuró no pensar en ello, pero no lo
consiguió ocultar del todo. La idea de erradicar una posible competencia estaba ahí.
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Además, después del suyo, nuestro aquelarre es el mayor de cuantos han conocido
jamás...
Contemplé aterrorizada el rostro de Edward. Jamás me había dicho nada de aquello,
aunque suponía la razón. Ahora me imaginaba el sueño de Aro: Edward y Alice llevando
vestiduras negras a su lado, con ojos fríos e inyectados en sangre...
Carlisle interrumpió mi creciente pesadilla.
—Hay que tener en cuenta también que se han consagrado a su misión y no
quebrantarían sus propias reglas. Esto iría en contra de todo aquello por lo que luchan.
—Siempre pueden limpiarlo todo después —refutó Edward con tono siniestro—.
Cometen una doble traición y aquí no ha pasado nada.
Jasper se inclinó hacia delante sin dejar de sacudir la cabeza.
—No, Carlisle está en lo cierto. Los Vulturis jamás rompen las reglas. Además, todo
esto es demasiado chapucero. Este... tipo, esta amenaza es... No tienen ni idea de lo que
se traen entre manos. Juraría que es obra de un primerizo. No me creo que estén
involucrados los Vulturis, pero lo estarán. Vendrán.
Nos miramos todos unos a otros, petrificados por la incertidumbre del momento.
—En ese caso, vayamos... —rugió Emmett—. ¿A qué estamos esperando?
Carlisle y Edward intercambiaron una larga mirada de entendimiento. Edward asintió
una vez.
—Vamos a necesitar que nos enseñes a destruirles, Jasper —expuso Carlisle al fin
con gesto endurecido, pero podía ver la pena en sus ojos mientras pronunciaba esas
palabras. Nadie odiaba la violencia más que él.
Había algo que me turbaba y no conseguía averiguar de qué se trataba. Estaba
petrificada de miedo, horrorizada, aterrada, y aun así, por debajo de todo eso, tenía la
sensación de que se me escapaba algo importante, algo que tenía sentido dentro del
caos, algo que aportaría una explicación.
—Vamos a necesitar ayuda —anunció Jasper—. ¿Crees que el aquelarre de Tanya
estaría dispuesto...? Otros cinco vampiros maduros supondrían una diferencia enorme y
sería una gran ventaja contar con Kate y Eleazar a nuestro lado. Con su ayuda, incluso
sería fácil.
—Se lo pediremos —contestó Carlisle.
Jasper le tendió un móvil.
—Tenemos prisa.
Nunca había visto resquebrajarse la calma innata de Carlisle. Tomó el teléfono y se
dirigió hacia las ventanas. Marcó el número, se llevó el móvil al oído y apoyó la otra mano
sobre el cristal. Permaneció contemplando la neblinosa mañana con una expresión afligida
y ambigua.
Edward me tomó de la mano y me llevó hasta un sofá. Me senté a su lado sin perder
de vista su rostro mientras él miraba fijamente a Carlisle, que hablaba bajito y muy deprisa,
por lo cual era difícil entenderle. Le escuché saludar a Tanya y luego se adentró en
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describir con rapidez la situación, demasiado rápido para comprender casi nada, aunque
deduje que el aquelarre de Alaska no ignoraba lo que pasaba en Seattle.
Entonces se produjo un cambio en la voz de Carlisle.
—Vaya —dijo con voz un poco más aguda a causa de la sorpresa—. No nos habíamos
dado cuenta de que Irina lo veía de ese modo.
Edward refunfuñó a mi lado y cerró los ojos.
—Maldito, maldito sea Laurent, que se pudra en el más profundo abismo del infierno al
que pertenece...
—¿Laurent? —susurré.
La sangre huyó de mi rostro, pero Edward no me contestó, centrado en leerle los
pensamientos a Carlisle.
No había olvidado ni por un momento mi encuentro con Laurent a principios de
primavera. No se había borrado de mi mente una sola de las palabras que pronunció antes
de que la manada de Jacob irrumpiera.
«De hecho, he venido aquípara hacerle un favor a ella».
Victoria. Laurent habí sido su primer movimiento. Le habí enviado a observar y
averiguar si era difíil capturarme. No envióningú informe gracias a que los lobos
acabaron con é.
Aunque habí mantenido los viejos lazos con Victoria a la muerte de James, tambié
habí entablado nuevos vículos y relaciones, pues habí ido a vivir con la familia de
Tanya en Alaska. Tanya, la de la melena de color rubio rojizo, y sus compañros eran los
mejores amigos que los Cullen tenín en el mundo vampíico, práticamente eran familia.
Laurent habí pasado entre ellos casi un añ entero antes de su muerte.
Carlisle continuóhablando, pero su voz habí perdido esa nota de súlica para fluctuar
entre lo persuasivo y lo amenazador. Entonces, de pronto, triunfólo segundo sobre lo
primero.
—so estáfuera de cuestió —espondióCarlisle con voz grave— Tenemos un trato.
Ni ellos lo han quebrantado ni nosotros vamos a romperlo. Lamento oí eso... Por
supuesto, haremos cuanto estéen nuestras manos... Solos.
Cerróel móil de golpe sin esperar respuesta y continuócontemplando la niebla.
—¿uéproblema hay? —nquirióEmmett a Edward en voz baja.
—l vículo de Irina con nuestro amigo Laurent era má fuerte de lo que pensáamos.
Ella les guarda bastante ojeriza a los lobos por haberle matado para salvar a Bella. Ella
quiere... —izo una pausa y bajóla mirada en busca de mi rostro.
—igue —e instécon toda la calma que pude aparentar.
—retende vengarse. Quiere aplastar a toda la manada. Nos prestarín su ayuda a
cambio de nuestro permiso.
—¡o! —xclamécon voz entrecortada.
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—No te preocupes —me tranquilizó con voz monocorde—. Carlisle jamás aceptaría
eso —vaciló y luego suspiró—. Ni yo tampoco. Laurent tuvo lo que se merecía —continuó,
casi con un gruñido— y sigo en deuda con los lobos por eso.
—Esto pinta mal —dijo Jasper—. Son demasiados incluso para un solo
enfrentamiento. Les ganamos por la mano en habilidad, pero no en número.
Triunfaríamos, sí, pero ¿a qué precio?
Dirigió la vista al rostro de Alice y la apartó enseguida. Quise gritar cuando entendí a
qué se refería Jasper.
Venceríamos en caso de que hubiera lucha, pero no sin tener bajas. Algunos no
sobrevivirían.
Recorrí la vista por la habitación y contemplé las facciones de Jasper, Alice, Emmett,
Rose, Esme, Carlisle, Edward, los rostros de mi familia.
martes, 27 de enero de 2009
Declaración
—No puedes hablar en serio —dije el miércoles por la tarde—. ¡A ti se te ha ido la olla!
¡Te has vuelto loca!
—Puedes ponerme a caldo —replicó Alice—, pero no se suspende la fiesta.
La miré fijamente, con ojos tan desorbitados por la incredulidad que pensé que se me
salían de las cuencas y caían sobre la bandeja de la comida.
—¡Venga, Bella, tranquila! No hay razón para no celebrarla. Además, ya están
enviadas las invitaciones.
—Tú... estás... tocada... del... ala... como... una cabra —farfullé.
—Encima, ya te he comprado mi regalo —me recordó—. Basta con abrirlo.
Hice un esfuerzo para conservar la calma.
—Una fiesta es lo menos apropiado del mundo con la que se nos viene encima.
—Lo más inmediato es la graduación, y dar una fiesta es tan apropiado que casi
parece pasado de moda.
—¡Alice!
Ella suspiró e intentó ponerse seria.
—Nos va a llevar un poco de tiempo poner en orden las cosas pendientes. Podemos
aprovechar el compás de espera para celebrarlo. Vas a graduarte en el instituto por
primera y única vez en la vida. No volverás a ser humana, Bella. Esta oportunidad es
irrepetible.
Edward, que había permanecido en silencio durante nuestra pequeña discusión, le
lanzó a su hermana una mirada de advertencia y ella le sacó la lengua. Su tenue voz
jamás se había dejado oír por encima del murmullo de voces de la cafetería y en cualquier
caso, nadie comprendería el significado oculto detrás de sus palabras.
—¿Qué es lo que hemos de poner en orden? —pregunté, negándome a cambiar de
tema.
—Jasper cree que un poco de ayuda nos vendría bien —respondió Edward en voz
baja—. La familia de Tanya no es nuestra única alternativa. Carlisle está intentando
averiguar el paradero de algunos viejos amigos y Jasper ha ido a visitar a Peter y
Charlotte. Ha sopesado incluso la posibilidad de hablar con María, pero a nadie le apetece
involucrar a los sureños —Alice se estremeció levemente—. No iba a sernos difícil
convencerlos de que echaran una mano —prosiguió—, pero ninguno queremos recibir
visitas desde Italia.
—Pero esos amigos... Esos amigos no son «vegetarianos», ¿erdad? —rotesté
utilizando en tono de burla el apodo con el que los Cullen se designaban a símismos.
—o —ontestóEdward, súitamente inexpresivo.
—¿os vais a traer a Forks?
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—Son amigos —me aseguró Alice—. Todo va a salir bien, no te preocupes. Luego,
Jasper debe enseñarnos unas cuantas formas de eliminar neófitos...
Al oír eso, una sonrisilla iluminó el rostro de Edward y los ojos le centellearon. Sentí
una punzada en el estómago, que parecía repleto de esquirlas de hielo.
—¿Cuándo os marcháis? —pregunté con voz apagada.
La idea de que alguno no regresara me resultaba insoportable. ¿Qué pasaba si era
Emmett, tan valeroso e inconsciente que jamás tomaba la menor precaución? ¿Y si era
Esme, tan dulce y maternal que ni siquiera la imaginaba luchando? ¿Y si caía Alice, tan
minúscula y de apariencia tan frágil? ¿Y si...? No podía pensar su nombre ni sopesar la
posibilidad.
—Dentro de una semana —replicó Edward con indiferencia.
Los fragmentos de hielo se agitaron de forma muy molesta en mi estómago y de
repente sentí náuseas.
—Te has puesto verde, Bella —comentó Alice.
Edward me rodeó con el brazo y me estrechó con fuerza contra su costado.
—Va a ir bien, Bella. Confía en mí, tranquila.
¡Y un cuerno!, pensé en mi fuero interno. Confiaba en él, pero era yo quien se iba a
quedar sentada en la retaguardia, preguntándome si la razón de mi existencia iba o no a
regresar.
Fue entonces cuando se me ocurrió que quizá no fuera necesario que me sentara a
esperar. Una semana era más que de sobra.
—Estáis buscando ayuda —anuncié despacio.
—Sí.
Alicia ladeó la cabeza al percibir un cambio de tono en mi voz. La miré sólo a ella
cuando hice mi sugerencia con un hilo de voz poco más audible que un susurro.
—Yo puedo ayudar.
De repente, Edward se envaró y me sujetó con más fuerza. Espiró con un siseo, pero
fue Alice quien respondió sin perder la calma.
—En realidad, eso sería de poca utilidad.
—¿Por qué? —repliqué. Detecté una nota de desesperación en mi voz—. Ocho es
mejor que siete y da tiempo de sobra.
—No hay suficientes días para que puedas ayudarnos —repuso ella con aplomo—.
¿Recuerdas la descripción de los jóvenes que hizo Jasper? No serías buena en una pelea.
No podrías con trolar tus instintos y eso te convertiría en un blanco fácil, y Edward
resultaría herido al intentar protegerte.
Alice se cruzó de brazos, satisfecha de su irrefutable lógica. Estaba en lo cierto.
Siempre se ponía así cuando tenía razón. Me hundi en el asiento cuando se vino abajo mi
fugaz ilusión. Edward, que estaba a mi lado, se relajó y me habló al oído.
—No mientras tengas miedo —me recordó.
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—Ah —comentó Alice con rostro carente de expresión, pero luego se volvió hosca—:
Odio las cancelaciones en el último minuto, y ésta rebaja la lista de asistentes a la fiesta a
sesenta y cinco.
—¡Sesenta y cinco! —los ojos se me salieron de las órbitas otra vez. Yo no tenía
tantos amigos, es más, ¿conocía a tanta gente?
—¿Quién ha cancelado su asistencia? —preguntó Edward, ignorándome.
—Renée.
—¿Qué? —exclamé con voz entrecortada.
—Iba a acudir a tu fiesta de graduación para darte una sorpresa, pero algo ha salido
mal. Encontrarás un mensaje suyo en el contestador cuando llegues a casa.
Me limité a disfrutar de la sensación de alivio durante unos instantes. Ignoraba qué le
había salido mal a mi madre, pero fuera lo que fuera, le guardaba gratitud eterna. Si ella
hubiera venido a Forks ahora..., no quería ni imaginarlo, me hubiera estallado la cabeza.
La luz del contestador parpadeaba cuando regresé a casa. Mi sensación de alivio
volvió a aumentar cuando oí describir a mi madre el accidente de Phil en el campo de
béisbol. Se enredó con el receptor mientras hacía una demostración de deslizamiento y se
rompió el fémur, por lo que dependía de ella por completo y no le podía dejar solo. Mi
madre seguía disculpándose cuando se acabó el tiempo del mensaje.
—Bueno, ahí va una —suspiré.
—¿Una? ¿Una qué? —inquirió Edward.
—Una persona menos por la que preocuparse de que la maten la semana próxima
—puso los ojos en blanco—. ¿Por qué Alice y tú no os tomáis en serio este asunto?
—exigí saber—. Es grave.
Él sonrió.
—Confianza.
—Genial —refunfuñé.
Descolgué el auricular y marqué el número de Renée a sabiendas de que me
aguardaba una larga conversación, pero también preveía que no iba a tener que participar
mucho.
Me limité a escuchar y asegurarle cada vez que me dejaba meter baza que no estaba
decepcionada ni enfadada ni dolida. Ella debía centrarse en ayudar a la recuperación de
Phil, con quien me puso para que le dijera «que te mejores», y prometíllamarla para
cualquier nuevo detalle de la graduació del instituto. Al final, para lograr que colgara, me
vi obligada a apelar a mi necesidad de estudiar para los exáenes finales.
El temple de Edward era infinito. Esperócon paciencia durante toda la conversació,
jugueteando con mi pelo y sonriendo cada vez que yo alzaba los ojos. Probablemente, era
superficial fijarse en ese tipo de cosas mientras tení tantos asuntos importantes en los
que pensar, pero su sonrisa aú me dejaba sin aliento. Era tan guapo que en ocasiones
Eclipse
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me resultaba extremadamente difícil pensar en otra cosa, como las tribulaciones de Phil,
las disculpas de Renée o la tropa enemiga de vampiros. La carne es débil.
Me puse de puntillas para besarle en cuanto colgué. Me rodeó la cintura con los brazos
y me llevó en volandas hasta la encimera de la cocina, ya que yo no hubiera podido llegar
tan lejos. Eso jugó a mi favor, ya que enlacé mis brazos alrededor de su cuello y me fundí
con su frío pecho.
El me apartó demasiado pronto, como de costumbre.
Hice un mohín de contrariedad. Edward se rió de mi expresión una vez que se hubo
zafado de mis brazos y mis piernas. Se inclinó sobre la encimera a mi lado y me rozó los
hombros con el brazo.
—Sé que me consideras capaz de un autocontrol perfecto y persistente, pero lo cierto
es que no es así.
—Qué más quisiera yo.
Suspiré; él hizo lo mismo y luego cambió de tema.
—Mañana después del instituto voy a ir de caza con Carlisle, Esme y Rosalie
—anunció—. Serán sólo unas horas y vamos a estar cerca. Alice, Jasper y Emmett se las
arreglarían para mantenerte a salvo si fuera necesario.
—¡Puaj! —refunfuñé. Mañana era el primer día de los exámenes finales y el instituto
cerraba por la tarde. Tenía exámenes de Cálculo e Historia, los dos puntos débiles a la
hora de conseguir la graduación, por lo que iba a estar casi todo el día sin él ni otra cosa
que hacer que preocuparme—. Me repatea que me cuiden.
—Es provisional —me prometió.
—Jasper va a aburrirse y Emmett se burlará de mí.
—Van a portarse mejor que nunca.
—Vale —rezongué. Entonces se me ocurrió que tenía otra alternativa distinta a los
canguros—. Sabes..., no he estado en La Push desde el día de las hogueras —observé
con cuidado su rostro en busca del menor gesto, pero sólo los ojos se tensaron
levemente—. Allí estaría a salvo —le recordé.
Lo consideró durante unos instantes.
—Es probable que tengas razón.
Mantuvo el rostro en calma, quizá estuviera demasiado impermeable para ser sincero.
Estuve a punto de preguntarle si prefería que me quedara en casa, pero luego imaginé a
Emmett tomándome el pelo a diestro y siniestro, razón por la que cambié de tema.
—¿Ya tienes sed? —pregunté mientras estiraba la mano para acariciar la leve sombra
de debajo de sus ojos. Su mirada seguía siendo de un dorado intenso.
—En realidad, no.
Parecía reacio a responder, y eso me sorprendió. Aguardé una explicación que me dio
a regañadientes.
—Queremos estar lo más fuertes posible. Quizá volvamos a cazar durante el camino
de cara al gran juego.
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202
—¿Eso os dará más fuerza?
Estudió mi rostro, pero sólo halló curiosidad.
—Sí —contestó al final—. La sangre humana es la que más vitalidad nos proporciona,
aunque sea levemente. Jasper ha estado dándole vueltas a la idea de hacer trampas. Es
un tipo realista aunque la idea no le agrade, pero no la va a proponer. Conoce cuál sería la
respuesta de Carlisle.
—¿Eso os ayudaría? —pregunté en voz baja.
—Eso no importa. No vamos a cambiar nuestra forma de ser.
Puse mala cara. Si había algo que aumentara las posibilidades... Estaba
favorablemente predispuesta a aceptar la muerte de un desconocido para protegerle a él.
Me aborrecí por ello, pero tampoco era capaz de rechazar la posibilidad.
Él volvió a cambiar de tema.
—He ahí la razón por la que son tan fuertes. Los neófitos están llenos de sangre
humana, su sangre, que reacciona a la transformación. Hace crecer los tejidos, los
fortalece. Sus cuerpos consumen de forma lenta esa energía y, como dijo Jasper, la
vitalidad comienza a disminuir pasado el primer año.
—¿Cuánta fuerza tendré?
Sonrió.
—Más que yo.
—¿Y más que Emmett?
La sonrisa se hizo aún mayor.
—Sí. Hazme el favor de echarle un pulso. Le conviene una cura de humildad.
Me eché a reír. Sonaba tan ridículo.
Luego, suspiré y me dejé caer de la encimera. No podía aplazarlo por más tiempo.
Debía empollar, y empollar de verdad. Por fortuna, contaba con la ayuda de Edward, que
era un tutor excelente y lo sabía absolutamente todo. Suponía que mi mayor problema iba
a ser concentrarme durante los propios exámenes. Si no me controlaba, iba a ser capaz
de terminar escribiendo un ensayo sobre la historia de las guerras de los vampiros en el
sur.
Me tomé un respiro para telefonear a Jacob. Edward pareció tan cómodo como cuando
llamé a Renée y volvió a juguetear con mi pelo.
Mi telefonazo despertó a Jacob a pesar de que era bien entrada la tarde. Acogió con
júbilo la posibilidad de una visita al día siguiente. La escuela de los quileute ya había
concedido las vacaciones de verano, por lo que podía recogerme tan pronto como me
conviniera. Me complacía mucho tener una alternativa a la de los canguros. Pasar el día
en compañía de un amigo era un poquito más decoroso...
...pero una parte de esa dignidad se perdió cuando Edward insistió en dejarme en la
misma divisoria, como un niño que se confía a la custodia de sus tutores.
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—Bueno, ¿cómo te han ido los exámenes? —me preguntó Edward durante el camino
para darme conversación.
—El de Historia era fácil, pero el de Cálculo, no sé, no sé. Me parece que tenía
sentido, lo cual quiere decir que lo más probable es que me haya equivocado.
Él se carcajeó.
—Estoy convencido de que lo has hecho bien, pero puedo sobornar al señor Varner
para que te ponga sobresaliente si estás tan preocupada.
—Gracias, gracias, pero no.
Se echó a reír de nuevo, pero las carcajadas se detuvieron en cuanto doblamos la
última curva y vio estacionado el coche rojo.
Suspiró pesadamente.
—¿Pasa algo? —inquirí, ya con la mano en la puerta.
Sacudió la cabeza.
—Nada.
Entornó los ojos y clavó la mirada en el otro coche a través del parabrisas. Ya conocía
esa mirada.
—No leas la mente de Jacob, ¿vale? —le acusé.
—Resulta difícil ignorar a alguien que va pegando voces.
—Ah —cavilé durante unos segundos—. ¿Y qué es lo que grita? —inquirí en un
susurro.
—Estoy absolutamente seguro de que va a contártelo él mismo —repuso Edward con
tono irónico.
Le habría presionado sobre el tema, pero Jacob se puso a tocar el claxon. Sonaron
dos rápidos bocinazos de impaciencia.
—Es un comportamiento descortés —refunfuñó Edward.
—Es Jacob.
Suspiré y me apresuré a salir del coche antes de que hiciera algo que sacara de sus
casillas a Edward.
Me despedí de él con la mano antes de entrar en Volkswagen Golf y desde lejos me
pareció que los bocinazos o los pensamientos de Jacob le habían alterado de verdad, pero
tampoco es que yo tuviera una vista de lince y cometía errores todo el tiempo.
Deseé que Edward se acercara, que ambos salieran de los coches y se estrecharan
las manos como amigos, que fueran Edward y Jacob en vez de vampiro y licántropo.
Tenía la sensación de tener en las manos dos imanes obstinados y estar intentando
acercarlos para obligarlos a actuar contra los dictados de la naturaleza.
Suspiré y entré en el coche de Jacob.
—Hola, Bella.
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El tono de Jake era normal, pero hablaba arrastrando las sílabas. Estudié su rostro
mientras comenzaba a descender por la carretera de regreso a La Push, conduciendo algo
más deprisa que yo, pero bastante más lento que Edward.
Jacob parecía diferente, quizás incluso enfermo. Se le cerraban los párpados y tenía el
rostro demacrado. Llevaba el pelo desgreñado, con los mechones disparados en todas
direcciones, hasta casi el punto de llegarle a la barbilla en algunos sitios.
—¿Te encuentras bien, Jacob?
—Sólo un poco cansado —consiguió decir antes de verse desbordado por un
descomunal bostezo. Cuando acabó, preguntó—: ¿Qué quieres hacer hoy?
Le contemplé durante un instante.
—Por ahora —sugerí—, vamos a dejarnos caer por tu casa —no tenía aspecto de
tener cuerpo para mucho más que eso—. Ya montaremos en moto más tarde.
—Vale, vale —dijo.
Y bostezó de nuevo.
Me sentí extraña al no encontrar a nadie en la casa. Entonces comprendí que
consideraba a Billy como parte del mobiliario, siempre presente.
—¿Dónde está tu padre?
—Con los Clearwater. Suele pasar mucho rato allí desde la muerte de Harry. Sue se
siente un poco sola.
Jacob se sentó en el viejo sofá, no mucho más grande que un canapé, y se arrastró
dando tumbos para hacerme sitio.
—Ah, bien hecho. Pobre Sue.
—Sí... Ella está teniendo... —vaciló—. Tiene problemas con los chicos.
—Normal. Debe de ser muy duro para Seth y Leah haber perdido a su padre.
—Ajajá —coincidió él con la mente sumida en sus pensamientos.
Echó mano al mando a distancia y empezó a hacer zapping sin prestar la menor
atención. Bostezó de nuevo.
—¿Qué te ocurre? Pareces un zombi, Jake.
—Esta noche no he dormido más de dos horas, y la anterior, sólo cuatro —me dijo.
Estiró sus largos brazos lentamente y pude oír chasquear las articulaciones mientras se
flexionaba. Dejó caer el brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá, detrás de mí, y reclinó
la cabeza contra la pared.
—Estoy reventado.
—¿Por qué no duermes? —le pregunté.
Hizo un mohín.
—Sam tiene problemas. No confía en tus chupasangres y en lo que yo hablé con
Edward. He hecho turnos dobles durante las dos últimas semanas sin que nadie me haya
ayudado, aun así, él no lo tiene en cuenta. Así que de momento voy por libre.
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—¿Turnos dobles? ¿Y lo haces para vigilar mi casa? Jake, eso es una equivocación.
Necesitas dormir. Estaré bien.
—Sí, claro... —de pronto, abrió un poco los ojos, más alerta—. Eh, ¿habéis
averiguado quién estuvo en tu habitación? ¿Hay alguna novedad?
Ignoré la segunda pregunta.
—No, aún no sabemos nada de mi... visitante.
—Entonces, seguiré rondando por ahí —insistió mientras se le cerraban los párpados.
—Jake... —comencé a quejarme.
—Eh, es lo menos que puedo hacer... Te ofrecí servidumbre eterna, recuerda, ser tu
esclavo de por vida.
—¡No quiero un esclavo!
No abrió los ojos.
—Entonces, ¿qué quieres, Bella?
—Quiero a mi amigo Jacob..., y no me apetece verle medio muerto, haciéndose daño
por culpa de alguna insensatez...
—Míralo de este modo —me atajó—. Estoy esperando la oportunidad de rastrear a un
vampiro al que se me permite matar, ¿vale?
No le contesté. Entonces, me miró, estudiando mi reacción.
—Estoy de broma, Bella.
No aparté la vista del televisor.
—Bueno, ¿y tienes algún plan especial para la próxima semana? Vas a graduarte.
Guau, qué bien —hablaba con voz apagada y su rostro, ya demacrado, estaba ojeroso
cuando cerró los ojos, aunque en esta ocasión no era a causa de la fatiga, sino del
rechazo. Comprendí que esa graduación tenía un significado especial para él, aunque
ahora mis intenciones se habían trastocado.
—No tengo ningún plan «especial» —espondícuidadosamente con la esperanza de
que mis palabras le tranquilizaran sin necesidad de ninguna explicació má detallada. No
querí abordar eso en aquel momento. Por un lado, é no tení aspecto de poder
sobrellevar conversaciones difíiles; y por otra, iba a percatarse de mis muchos reparos—
Bueno, debo asistir a una fiesta de graduació. La mí —ice un sonido de disgusto— A
Alice le encantan las fiestas y esa noche ha invitado a todo el pueblo a su casa. Va a ser
horrible.
Abriólos ojos mientras yo hablaba y una sonrisa de alivio atenuósu aspecto cansado.
—o he recibido ninguna invitació. Me siento ofendido —romeó
—onsidéate convidado. Se supone que es mi fiesta, por lo que estoy en condiciones
de invitar a quien quiera.
—racias —ontestócon sarcasmo mientras cerraba los ojos una vez má.
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—Me gustaría que vinieras —repuse sin ninguna esperanza—. Sería más divertido,
para mí, quiero decir.
—Vale, vale... —murmuró—. Sería de lo más... prudente.
Se puso a roncar pocos segundos después.
Pobre Jacob. Estudié su rostro mientras dormía y me gustó lo que vi, pues no estaba a
la defensiva y había desaparecido todo atisbo de amargura. De pronto, apareció el chico
que había sido mi mejor amigo antes de que toda esa estupidez de la licantropía se
hubiera interpuesto en el camino. Parecía mucho más joven. Parecía mi Jacob.
Me acomodé en el sofá para esperar a que se despertara, con la esperanza de que
durmiera durante un buen rato y recuperase el sueño atrasado. Fui cambiando de canal,
pero no echaban nada potable, así que lo dejé en un programa culinario, sabedora de que
yo nunca sería capaz de emular semejante despliegue en la cocina de Charlie. Mi amigo
siguió roncando cada vez más fuerte, por lo que subí un poco el volumen de la tele.
Estaba sorprendentemente relajada, incluso soñolienta también. Me sentía más segura
en aquella casa que en la mía, puede que porque nadie había acudido a buscarme a ese
lugar. Me aovillé en el sofá y pensé en echar un sueñecito yo también. Quizá lo habría
logrado, pero era imposible conciliar el sueño con los ronquidos de Jake. Por eso, dejé
vagar mi mente en lugar de dormir.
Había terminado los exámenes finales. La mayoría estaban tirados con la excepción
de Cálculo, en el que aprobar o suspender estaba ahí, ahí, por los pelos. Mi educación en
el instituto había concluido y no sabía cómo sentirme en realidad. Era incapaz de
contemplarlo con objetividad al estar ligada al fin de mi existencia como mortal.
Me pregunté cuánto tiempo pensaba Edward usar su pretexto «no mientras tengas
miedo». Iba a tener que ponerme firme alguna vez.
Pensádolo desde un punto de vista prático, sabí que tení má sentido pedirle a
Carlisle que me transformara en el momento de recibir la graduació. Forks estaba a
punto de convertirse en un pueblo tan peligroso como si fuera zona de guerra. No. Forks
era ya zona de guerra, sin mencionar que serí una excusa perfecta para perderme la
fiesta de graduació. Sonreípara mis adentros cuando penséen la má trivial de las
razones para la conversió, estúida, sí pero aun así convincente.
Pero Edward tení razó. Todaví no estaba preparada.
No deseaba ser prática. Querí que fuera é quien me transformara. No era un deseo
racional, de eso no tení duda. Dos segundos despué de que cualquiera me mordiera y la
ponzoñ corriera por mis venas dejarí de preocuparme quié lo hubiera hecho, por lo que
no habrí diferencia alguna.
Resultaba difíil explicar en palabras, incluso a mímisma, por quétení tanta
importancia. Guardaba relació con el hecho de que é hiciera la elecció. Si me querí lo
bastante para conservarme como era, tambié deberí impedir que me transformara otra
persona. Era una chiquillada, pero querí que sus labios fueran el útimo placer que
sintiera; aú má -y má embarazoso, algo que no dirí en voz alta-, deseaba que fuera su
veneno el que emponzoñra mi cuerpo. Eso harí que le perteneciera de un modo tangible
y cuantificable.
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Pero sabía que se iba a aferrar al plan de la boda como una garrapata. Estaba segura
de que buscaba forzar una demora y se afanaba en conseguirla. Intenté imaginarme
anunciando a mis padres que me casaba ese verano, y también a Angela, Ben, Mike. No
podía. No se me ocurría qué decir. Resultaría más sencillo explicarles que iba a
convertirme en vampiro. Y estaba segura de que al menos mi madre, sobre todo si era
capaz de contarle todos los detalles de la historia, iba a oponerse con más denuedo a mi
matrimonio que a mi vampirización. Hice una mueca en mi fuero interno al imaginar la
expresión horrorizada de Renée.
Entonces, tuve por un segundo otra visión: Edward y yo, con ropas de otra época, en
una hamaca de un porche. Un mundo donde a nadie le sorprendería que yo llevase un
anillo en el dedo, un lugar más sencillo donde el amor se encauzaba de forma simple,
donde uno más uno sumaban dos.
Jacob roncó y rodó de costado. Su brazo cayó desde lo alto del respaldo del sofá y me
fijó contra su cuerpo.
¡Toma ya, cuánto pesaba! Y calentaba. Resultó sofocante al cabo de unos momentos.
Intenté salir de debajo de su brazo sin despertarle, pero me vi en la necesidad de
empujarle un poquito y abrió los ojos bruscamente. Se levantó de un salto y miró a su
alrededor con ansiedad.
—¿Qué? ¿Qué? —preguntó, desorientado.
—Sólo soy yo, Jake. Lamento haberte despertado.
Se giró para mirarme, parpadeando confuso.
—¿Bella?
—Hola, dormilón.
—¡Jo, tío! ¿Me he dormido? Lo siento. ¿Cuánto tiempo he estado grogui?
—Unas cuantas horas por lo menos. He perdido la cuenta.
Se dejó caer en el sofá, a mi lado.
—¡Vaya! Cuánto lo siento, Bella.
Le atusé ligeramente la melena en un intento de alisar un poco aquel lío.
—No lo lamentes. Estoy contenta de que hayas dormido algo.
Bostezó y se desperezó.
—Últimamente, soy un negado. No me extraña que Billy se pase el día fuera. Estoy
hecho un muermo.
—Tienes buen aspecto —le aseguré.
—Puaj, vamos fuera. Necesito dar un paseo por ahí o voy a quedarme frito otra vez.
—Vuelve a dormir, Jacob. Estoy bien. Llamaré a Edward para que venga a recogerme
—palmeé mis bolsillos mientras hablaba y descubrí que los tenía vacíos—. ¡Mecachis! Voy
a tener que pedirte prestado el teléfono. Creo que me he dejado el mío en el coche.
Comencé a enderezarme.
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—¡No! —insistió Jacob al tiempo que me aferraba la mano—. No, quédate. No puedo
creerme que haya desperdiciado tanto tiempo.
Tiró de mí para levantarme del sofá mientras hablaba y abrió camino hacia el exterior,
agachando la cabeza al llegar a la altura del marco de la puerta. Había refrescado de
modo notable durante su sueño. El aire era anormalmente frío para aquella época del año.
Debía de haber una tormenta en ciernes, pues parecíamos estar en febrero en lugar de
mayo.
El viento helado pareció ponerle más alerta. Caminaba de un lado para otro delante de
la casa, llevándome a rastras con él.
—¿Qué te pasa? Sólo te has quedado dormido —me encogí de hombros.
—Quería hablar contigo. No me lo puedo creer...
—Pues habla ahora.
Jacob buscó mis ojos durante un segundo y luego desvió la mirada deprisa hacia los
árboles. Casi daba la impresión de haber enrojecido, pero resultaba difícil de asegurarlo al
tener la piel oscura.
De pronto, recordé lo que me había dicho Edward cuando vino a dejarme, que Jacob
me diría lo que estaba gritando en su mente. Empecé a morderme el labio.
—Mira, planeaba hacer esto de un modo algo diferente —soltó una risotada, y pareció
que se reía de sí mismo—. De un modo más sencillo —añadió—, preparando el terreno,
pero... —miró a las nubes—. No tengo tiempo para preparativos...
Volvió a reírse, nervioso, aún caminábamos, pero más despacio.
—¿De qué me hablas? —inquirí.
Respiró hondo.
—Quiero decirte algo que ya sabes, pero creo que, de todos modos, debo decirlo en
voz alta para que jamás haya confusión en este tema.
Me planté y él tuvo que detenerse. Le solté de la mano y crucé los brazos sobre el
pecho. De repente, estuve segura de lo que iba a decir y no quería saber lo que estaba
preparando.
Jacob frunció el ceño de modo que las cejas casi se tocaron, proyectando una
profunda sombra sobre los ojos, oscuros como boca de lobo cuando perforaron los míos
con la mirada.
—Estoy enamorado de ti, Bella —dijo con voz firme y decidida—. Te quiero, y deseo
que me elijas a mí en vez de a él. Sé que tú no sientes lo mismo que yo, pero necesito
soltar la verdad para que sepas cuáles son tus opciones. No me gustaría que la falta de
comunicación se interpusiera en nuestro camino.
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Apuesta
Clavé los ojos en él durante más de un minuto sin saber qué decir. No se me ocurría
nada.
La seriedad abandonó su cara cuando vio mi expresión de estupefacción.
—Vale —dijo mientras sonreía—. Eso es todo.
—Jake, yo... —sentí como si algo se me pegara a la garganta. Intenté aclarármela—.
Yo no puedo... Quiero decir, yo no... Debo irme.
Me volví, pero él me aferró por los hombros y me hizo girar.
—No, espera. Eso ya lo sé, Bella, pero mira... Respóndeme a esto, ¿vale? ¿Quieres
que me vaya y no volver a verme? Contesta con sinceridad.
Era difícil concentrarse en esa pregunta, así que me tomé un minuto antes de
responder.
—No, no quiero eso —admití al fin.
Jacob esbozó otra gran sonrisa.
—Pero yo no te quiero cerca de mí por la misma razón que tú a mí —objeté.
—En tal caso, dime exactamente por qué me quieres a tu alrededor.
Me lo pensé con cuidado.
—Te echo de menos cuando no estás. Cuando tú eres feliz —puntualicé—, me haces
feliz, pero podría decir lo mismo de Charlie. Eres como de la familia, y te quiero, pero no
estoy enamorada de ti.
El asintió sin inmutarse.
—Pero deseas que no me vaya de tu vida.
—Así es.
Suspiré. Era inasequible al desaliento.
—Entonces, me quedaré por ahí.
—Lo tuyo es masoquismo —refunfuñé.
—Sí
Acarició mi mejilla derecha con las yemas de los dedos. Aparté su mano de un
manotazo.
—¿Crees que podrías comportarte por lo menos un poquito mejor? —pregunté,
irritada.
—No. Tú decides, Bella. Puedes tenerme como soy, con mi mala conducta incluida, o
nada...
Le miré fijamente, frustrada.
—Eres mezquino.
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—Y tú también.
Eso me detuvo un poco y retrocedí un paso sin querer. Él tenía razón. Si yo no fuera
mezquina ni egoísta, le diría que no quería que fuéramos amigos y que se alejara. Me
equivocaba al intentar mantener la amistad cuando eso iba a herirle. No sabía qué hacía
allí, pero de pronto estuve segura de que mi presencia no era conveniente.
—Tienes razón —susurré.
Él se rió.
—Te perdono. Intenta no enfadarte mucho conmigo. En los últimos tiempos, he
decidido que no voy a arrojar la toalla. Lo cierto es que esto de las causas perdidas tiene
algo irresistible.
—Jacob, le amo —miré fijamente a sus ojos en un intento de que me tomara en
serio—. Él es mi vida.
—También me quieres a mí —me recordó. Alzó la mano cuando empecé a
protestar—. Sé que no de la misma manera, pero él no es toda tu vida, ya no. Quizá lo fue
una vez, pero se marchó, y ahora tiene que enfrentarse a la consecuencia de esa
elección: yo.
Sacudí la cabeza.
—Eres imposible.
De pronto, se puso serio y situó su mano debajo de mi barbilla. La sujetó con firmeza
para que no pudiera evitar su resuelta mirada.
—Estaré aquí, luchando por ti, hasta que tu corazón deje de latir, Bella —me
aseguró—. No olvides que tienes otras opciones.
—Pero yo no las quiero —disentí mientras procuraba, sin éxito alguno, liberar mi
barbilla—, y los latidos de mi corazón están contados, Jacob. El tiempo casi se ha
acabado.
Entornó los ojos.
—Razón de más para luchar, y luchar duro ahora que aún puedo —susurró.
Todavía sostuvo con fuerza mi mentón, apretaba con tanta fuerza que me hacía daño.
Entonces, de repente, vi la resolución en sus ojos y quise oponerme, pero ya era
demasiado tarde.
—N...
Estampó sus labios sobre los míos, silenciando mi protesta, mientras me sujetaba la
nuca con la mano libre, imposibilitando cualquier conato de fuga. Me besó con ira y
violencia. Empujé contra su pecho sin que él pareciera notarlo. A pesar de la rabia, sus
labios eran dulces y se amoldaron a los míos con una nueva calidez.
Le agarré por la cara para apartarle, pero fue en vano otra vez. En esta ocasión sí
pareció darse cuenta de mi rechazo, y le exasperó. Sus labios consiguieron abrirse paso
entre los míos y pude sentir su aliento abrasador en la boca.
Actué por instinto. Dejé caer los brazos a los costados y me quedé inmóvil, con los
ojos abiertos, sin luchar ni sentir, a la espera de que se detuviera.
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Funcionó. Se esfumó la cólera y él se echó hacia atrás para mirarme. Presionó
dulcemente sus labios contra los míos de nuevo, una, dos, tres veces. Fingí ser una
estatua y esperé.
Al final, soltó mi rostro y se alejó.
—¿Ya has terminado? —le pregunté con voz inexpresiva.
—Sí.
Suspiró y cerró los ojos.
Eché el brazo hacia atrás y tomé impulso para propinarle un puñetazo en la boca con
toda la fuerza de la que era capaz.
Se oyó un crujido.
—Ay, ay, ay —chillé mientras saltaba como una posesa con la mano pegada al pecho.
Estaba segura de que me la había roto.
Jacob me miró atónito.
—¿Estás bien?
—No, caray... ¡Me has roto la mano!
—Bella, tú te has roto la mano. Ahora, deja de bailotear por ahí y permíteme echar un
vistazo.
—¡No me toques! ¡Me voy a casa ahora mismo!
—Iré a por el coche —repuso con calma. Ni siquiera tenía colorada la mandíbula,
como ocurre en las películas. Qué triste.
—No, gracias —siseé—. Prefiero ir a pie.
Me volví hacia el camino. Estaba a pocos kilómetros de la divisoria. Alice me vería en
cuanto me alejara de él y enviaría a alguien a recogerme.
—Déjame llevarte a casa —insistió Jacob.
Increíblemente, tuvo el descaro dé pasarme el brazo por la cintura.
Me alejé con brusquedad de él y gruñí:
—Vale, hazlo. Ardo en deseos de ver qué te hace Edward. Espero que te parta el
cuello, chucho imbécil, prepotente y avasallador.
Jacob puso los ojos en blanco y caminó conmigo hasta el lado del copiloto para
ayudarme a entrar. Se había puesto a silbar cuando entró por la puerta del conductor.
—Pero... ¿no te he hecho nada de daño? —inquirí, furiosa y sorprendida.
—¿Estás de guasa? Jamás habría pensado que me habías dado un puñetazo si no te
hubieras puesto a gritar. Quizá no sea de piedra, pero no soy tan blando.
—Te odio, Jacob Black.
—Eso es bueno. El odio es un sentimiento ardiente.
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—Yo te voy a dar ardor —repuse con un hilo de voz—. Asesinato, la última pasión del
crimen.
—Venga, vamos —contestó, todo jubiloso y como si estuviera a punto de ponerse a
silbar de nuevo—. Ha tenido que ser mejor que besar a una piedra.
—Ni a eso se ha parecido —repuse con frialdad.
Frunció los labios.
—Eso dices tú.
—Lo que es.
Eso pareció molestarle durante unos instantes, pero enseguida se animó.
—Lo que pasa es que estás enfadada. No tengo ninguna experiencia en esta clase de
cosas, pero a mí me ha parecido increíble.
—Puaj —me quejé.
—Esta noche te vas a acordar. Cuando él crea que duermes, tú vas a estar
sopesando tus opciones.
—Si me acuerdo de ti esta noche, será sólo porque tenga una pesadilla.
Redujo la velocidad del coche a un paso de tortuga y se volvió a mirarme con ojos
abiertos y ávidos.
—Piensa en cómo sería, Bella, sólo eso —me instó con voz dulce y entusiasta—. No
tendrías que cambiar en nada por mi causa, sabes que a Charlie le haría feliz que me
eligieras a mí y yo podría protegerte tan bien como tu vampiro, quizás incluso mejor...
Además, yo te haría feliz, Bella. Hay muchas cosas que él no puede darte y yo sí. Apuesto
a que él ni siquiera puede besar igual que yo por miedo a herirte, y yo nunca, nunca lo
haría, Bella.
Alcé mi mano rota.
Él suspiró.
—Eso no es culpa mía. Deberías haberlo sabido mejor.
—No puedo ser feliz sin él, Jacob.
—Jamás lo has intentado —refutó él—. Cuando te dejó, te aferraste a su ausencia en
cuerpo y alma. Podrías ser feliz si lo dejaras. Lo serías conmigo.
—No quiero ser feliz con nadie que no sea él —insistí.
—Nunca podrás estar tan segura de él como de mí. Te abandonó una vez y quizá lo
haga de nuevo.
—No lo hará —repuse entre dientes. El dolor del recuerdo me mordió como un latigazo
y me llevó a querer devolver el golpe—. Tú me dejaste una vez —le recordé con voz fría.
Me refería a las semanas en que se ocultó de mí y en las palabras que me dijo en los
bosques cercanos a su casa.
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—No fué así —replicó con vehemencia—. Ellos me dijeron que no podía decírtelo, que
no era seguro para ti que estuviéramos juntos, pero ¡jamás te dejé, jamás! Solía merodear
por tu casa de noche, igual que ahora, para asegurarme de que estabas bien.
No estaba dispuesta a permitir que me hiciera sentir mal por eso en aquel momento.
—Llévame a casa. Me duele la mano.
Suspiró y volvió a conducir a velocidad normal, sin perder de vista la carretera.
—Tú sólo piensa en ello, Bella.
—No —repuse con obstinación.
—Lo harás esta noche, y yo estaré pensando en ti igual que tú en mí.
—Como te dije, sólo si sufro una pesadilla.
Me sonrió abiertamente.
—Me devolviste el beso.
Respiré de forma entrecortada, cerré los puños sin pensar y la mano herida me hizo
reaccionar con un siseo de dolor.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
—No te devolví el beso.
—Creo que soy capaz de establecer la diferencia.
—Es obvio que no. No te devolví el beso, intenté que me soltaras de una maldita vez,
idiota.
Soltó una risotada gutural.
—¡Qué susceptible! Yo diría que estás demasiado a la defensiva.
Respiré hondo. No tenía sentido discutir con él. Iba a deformar mis palabras. Me
concentré en la mano e intenté estirar los dedos a fin de determinar dónde estaba la
rotura. Sentí en los nudillos fuertes punzadas de dolor. Gemí.
—Lamento de verdad lo de tu mano —dijo Jacob; casi parecía sincero—. Usa un bate
de béisbol o una palanca de hierro la próxima vez que quieras pegarme, ¿vale?
—No creas que se me va a olvidar —murmuré.
No comprendí adonde íbamos hasta que estuvimos en mi calle.
—¿Por qué me traes aquí?
Me miró sin comprender.
—Creí que me habías dicho que te trajera a casa.
—Puaj. Supongo que no puedes llevarme a casa de Edward, ¿verdad? —le reproché
mientras rechinaba los dientes con frustración.
El dolor le crispó las facciones. Vi que le afectaba más que cualquier otra cosa que
pudiera decir.
—Ésta es tu casa, Bella —repuso en voz baja.
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—Ya, pero ¿vive aquí algún doctor? —pregunté mientras alzaba la mano otra vez.
—Ah —se quedó pensando casi un minuto antes de añadir—: Te llevaré al hospital, o
lo puede hacer Charlie.
—No quiero ir al hospital. Es embarazoso e innecesario.
Dejó que el vehículo avanzara al ralentí enfrente de la casa sin dejar de pensar, con
gesto de indecisión. El coche patrulla de Charlie estaba aparcado en la entrada.
Suspiré.
—Vete a casa, Jacob.
Me bajé torpemente del Volkswagen para dirigirme a la casa. Detrás de mí, el motor se
apagó y estaba menos sorprendida que enojada cuando descubrí a Jacob otra vez a mi
lado.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Ponerme un poco en hielo en la mano, telefonear a Edward para pedirle que venga
a recogerme y me lleve a casa de Carlisle para que me cure la mano. Luego, si sigues
aquí, iré en busca de una palanca.
No contestó. Abrió la puerta de la entrada y la mantuvo abierta para permitirme pasar.
Caminamos en silencio mientras pasábamos delante del cuarto de estar, donde
Charlie estaba repantigado en el sofá.
—Hola, chicos —saludó, inclinándose hacia delante—. Cuánto me alegra verte por
aquí, Jake.
—Hola, Charlie —le contestó Jacob con tranquilidad y desparpajo.
Caminé sin decir ni mu hacia la cocina.
—¿Qué tripa se le ha roto? —quiso saber mi padre. Escuché cómo Jacob le
contestaba:
—Cree que se ha roto la mano.
Me dirigí al congelador y saqué una cubitera.
—¿Cómo se lo ha hecho?
Pensé que Charlie debería divertirse menos y preocuparse más como padre.
Jacob se rió.
—Me pegó.
Charlie también se carcajeó. Torcí el gesto mientras golpeaba la cubitera contra el
borde del fregadero. Los cubitos de hielo se desparramaron dentro de la pila. Agarré un
puñado con la mano sana, los puse sobre la encimera y los envolví con un paño de
cocina.
—¿Por qué te pegó?
—Por besarla —admitió Jacob sin avergonzarse.
—Bien hecho, chaval —le felicitó Charlie.
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Apreté los dientes, me dirigí al teléfono fijo y llamé al móvil de Edward.
—¿Bella? —respondió a la primera llamada. Parecía más que aliviado, estaba
encantado. Oí de fondo el motor del Volvo, lo cual significaba que ya estaba en el coche.
Estupendo—. Te dejaste aquí el móvil. Lo siento. ¿Te ha llevado Jacob a casa?
—Sí —refunfuñé—. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
—Voy de camino —respondió él de inmediato—. ¿Qué ocurre?
—Quiero que Carlisle me examine la mano. Creo que me la he roto.
Se hizo el silencio en la habitación contigua. Me pregunté cuánto tardaría Jacob en
salir por pies. Sonreí torvamente al imaginar su inquietud.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Edward con voz apagada.
—Aticé a Jacob —admití.
—Bien —dijo Edward con voz siniestra—, aunque lamento que te hayas hecho daño.
Solté una risotada. Él sonaba tan complacido como lo había estado Charlie hacía unos
instantes.
—Desearía haberle causado algún daño —suspiré, frustrada—. No le hice ni pizca.
—Eso tiene arreglo —sugirió.
—Esperaba que contestaras eso.
Hubo una leve pausa y él, ahora con más precaución, continuó:
—No es propio de ti. ¿Qué te ha hecho?
—Me besó —gruñí.
Al otro lado de la línea sólo se oyó el sonido de un motor al acelerar.
Charlie volvió a hablar en la otra habitación.
—Quizá deberías irte, Jake —sugirió.
—Creo que voy a quedarme por aquí si no te importa.
—Allá tú —murmuró mi padre.
Finalmente, Edward habló de nuevo.
—¿Sigue ahí ese perro?
—Sí.
—Voy a doblar la esquina —anunció, amenazador, y colgó.
Escuché el sonido de su coche acelerando por la carretera mientras estaba colgando
el teléfono, sonriente. Los frenos chirriaron con estrépito cuando apareció de sopetón
delante de la casa. Fui hacia la puerta.
—¿Cómo está tu mano? —preguntó Charlie cuando pasé por delante. Parecía muy
violento, pero Jacob, apoltronado a su lado en el sofá, se hallaba muy a gusto.
Alcé el paquete con hielo para mostrárselo.
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—Se está hinchando.
—Quizá deberías elegir rivales de tu propio tamaño —sugirió mi padre.
—Quizá —admití.
Me acerqué para abrir la puerta. Edward me estaba esperando.
—Déjame ver —murmuró.
Examinó mi mano con tanta delicadeza y cuidado que no me causó daño alguno.
Tenía las manos tan frías como el hielo, y mi piel agradecía ese tacto gélido.
—Me parece que tienes razón en lo de la fractura —comentó—. Estoy orgulloso de ti.
Debes de haber pegado con mucha fuerza.
—Le eché los restos, pero no parece haber bastado.
Suspiré.
Me besó la mano con suavidad.
—Yo me haré cargo —prometió.
—Jacob —llamó Edward con voz sosegada y tranquila.
—Vamos, vamos —avisó Charlie, a quien oí levantarse del sofá.
Jacob llegó antes al vestíbulo y mucho más silenciosamente, pero Charlie no le
anduvo a la zaga. Y lo hizo con expresión atenta y ansiosa.
—No quiero ninguna pelea, ¿entendido? —habló mirando sólo a Edward—. Puedo
ponerme la placa si eso consigue hacer que mi petición sea más oficial.
—Eso no va a ser necesario —replicó Edward con tono contenido.
—¿Por qué no me arrestas, papá? —sugerí—. Soy yo la que anda dando puñetazos.
Charlie enarcó la ceja.
—¿Quieres presentar cargos, Jake?
—No —Jacob esbozó una ancha sonrisa. Era incorregible—. Ya me lo cobraré en otro
momento.
Edward hizo una mueca.
—¿En qué lugar de tu cuarto tienes el bate de béisbol, papá? Voy a tomarlo prestado
un minuto.
Charlie me miró sin alterarse.
—Basta, Bella.
—Vamos a ver a Carlisle para que le eche un vistazo a tu mano antes de que acabes
en el calabozo —dijo Edward.
Me rodeó con el brazo y me condujo hacia la puerta.
—Vale —contesté.
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Ahora que él me acompañaba ya no estaba enfadada. Me sentí confortada y la mano
me molestaba menos. Caminábamos por la acera cuando oí susurrar a Charlie detrás de
mí.
—¿Qué haces? ¿Estás loco?
—Dame un minuto, Charlie —respondió Jacob—. No te preocupes, enseguida vuelvo.
Volví la vista atrás para descubrir que Jacob hacía ademán de seguirnos. Se detuvo lo
justo para cerrar la puerta en las narices a mi padre, que estaba inquieto y sorprendido.
Al principio, Edward le ignoró mientras me llevaba hasta el coche. Me ayudó a entrar,
cerró la puerta y después se encaró con Jacob en la acera.
Me incliné para sacar el cuerpo por la ventanilla abierta. Podía ver a mi padre mirando
a hurtadillas a través de las cortinas del salón.
La postura de Jacob era despreocupada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero
apretaba la mandíbula con fuerza.
Edward habló con voz tan pacífica y amable que confería a sus palabras un tono
extrañamente amenazador.
—No voy a matarte ahora. Eso disgustaría a Bella.
—Um —rezongué.
Edward se giró con ligereza para dedicarme una fugaz sonrisa. Conservaba la calma.
—Mañana te preocuparía —dijo mientras me acariciaba la mejilla con los dedos; luego,
se volvió hacia Jake—. Pero si alguna vez Bella vuelve con el menor daño, y no importa
de quién sea la culpa, da lo mismo que ella se tropiece y caiga o que del cielo surja un
meteorito y le acierte en la cabeza, vas a tener que correr el resto de tus días a tres patas.
¿Lo has entendido, chucho?
Jacob puso los ojos en blanco.
—¿Quién va a regresar? —musité.
Edward continuó como si no me hubiera oído.
—Te romperé la mandíbula si vuelves a besarla —prometió con voz suave,
aterciopelada y muy seria.
—¿Y qué pasa si es ella quien quiere besarme? —inquirió Jacob arrastrando las
palabras con deje arrogante.
—¡Ja! —bufé.
—En tal caso, si es eso lo que quiere, no objetaré nada —Edward se encogió de
hombros, imperturbable—. Quizá convendría que esperaras a que ella lo dijera en vez de
confiar en tu interpretación del lenguaje corporal, pero… túmismo, es tu cara.
Jacob esbozóuna sonrisa burlona.
—o estádeseando —efunfuñé
—í asíes —urmuróEdward.
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—Bueno, ¿y por qué no te encargas de su mano en vez de estar hurgando en mi
cabeza? —espetó Jacob con irritación.
—Una cosa más —dijo Edward, hablando despacio—. Yo también voy a luchar por
ella. Deberías saberlo. No doy nada por sentado y pelearé con doble intensidad que tú.
—Bien —gruñó—, no es bueno batir a alguien que se tumba a la bartola.
—Ella es mía —afirmó Edward en voz baja, repentinamente sombría, no tan contenida
como antes—, y no dije que fuera a jugar limpio.
—Yo tampoco.
—Mucha suerte.
Jacob asintió.
—Sí, tal vez gane el mejor hombre.
—Eso suena bien, cachorrito.
Jacob hizo una mueca durante unos instantes, pero enseguida recompuso el gesto y
se inclinó esquivando a Edward para sonreírme. Yo le devolví una mirada llena de ira.
—Espero que te mejores pronto de la mano. Lamento de veras que estés herida.
De manera pueril, aparté el rostro.
No volví a alzar la mirada mientras Edward daba la vuelta al coche y se subía por el
lado del conductor, por lo que no supe si Jacob volvía a la casa o continuaba allí plantado,
mirándome.
—¿Cómo estás? —preguntó mi novio mientras nos alejábamos.
—Irritada.
Rió entre dientes.
—Me refería a la mano.
Me encogí de hombros.
—La he tenido peor.
—Cierto —admitió, y frunció el ceño.
Edward rodeó la casa para entrar en el garaje, donde estaban Emmett y Rosalie,
cuyas piernas perfectas, inconfundibles a pesar de estar ocultas por unos vaqueros,
sobresalían de debajo del enorme Jeep de Emmett. Él se sentaba a su lado con un brazo
extendido bajo el coche para orientarlo hacia ella. Necesité un momento para comprender
que él desempeñaba las funciones de un gato hidráulico.
Emmett nos observó con curiosidad cuando Edward me ayudo a salir del coche con
mucho cuidado y concentró la mirada en la mano que yo acunaba contra el pecho. Esbozó
una gran sonrisa
—¿Te has vuelto a caer, Bella?
Le fulminé con la mirada.
—No, Emmett, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.
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El interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Edward me guió, pero
cuando pasamos al lado de ambos, Rosalie habló desde debajo del vehículo.
—Jasper va a ganar la apuesta —anunció con petulancia.
La risa de Emmett cesó en el acto y me estudió con ojos calculadores.
—¿Qué apuesta? —quise saber mientras me detenía.
—Deja que te lleve junto a Carlisle —me urgió Edward mientras clavaba los ojos en
Emmett y sacudía la cabeza de forma imperceptible.
—¿Qué apuesta? —me empeciné mientras me encaraba con Edward.
—Gracias, Rosalie —murmuró mientras me sujetaba con más fuerza alrededor de la
cintura y me conducía hacia la casa.
—Edward... —me quejé.
—Es infantil —se escabulló—. Emmett y Jasper siempre están apostando.
—Emmett me lo dirá.
Intenté darme la vuelta, pero me sujetó con brazo de hierro.
Suspiré.
—Han apostado sobre el número de veces que la pifias a lo largo del primer año.
—Vaya —hice un mohín que intentó ocultar mi repentino pánico al comprender el
significado de la apuesta—. ¿Han apostado para ver a cuántas personas voy a matar?
—Sí —admitió él a regañadientes—. Rosalie cree que tu temperamento da más
posibilidades a Jasper.
Me sentí un poco mejor.
—Jasper apuesta fuerte.
—Se sentirá mejor si te cuesta habituarte. Está harto de ser el eslabón débil de la
cadena.
—Claro, por supuesto que sí. Supongo que podría cometer unos pocos homicidios
adicionales para que Jasper se sintiera mejor. ¿Por qué no? —farfullé con voz inexpresiva
y monótona. En mi mente ya podía ver los titulares de la prensa y las listas de nombres.
Me dio un apretón.
—No tienes que preocuparte de eso ahora. De hecho, no tienes que preocuparte de
eso jamás si así lo deseas.
Proferí un gemido y Edward, impelido por la creencia de que era el dolor de la mano lo
que me molestaba, me llevó más deprisa hacia la casa.
Tenía la mano rota, pero la fractura no era seria, sino una diminuta fisura en un nudillo.
No quería que me enyesaran la mano y Carlisle dijo que bastaría un cabestrillo si prometía
no quitármelo. Y así lo hice.
Edward llegó a creer que estaba inconsciente mientras Carlisle me ajustaba el
cabestrillo a la mano con todo cuidado y expresó su preocupación en voz alta las pocas
veces que sentí dolor, pero yo le aseguré que no se trataba de eso.
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Como si no tuviera que preocuparme por una cosa más después de todo lo que
llevaba encima.
Las historias acerca de vampiros recién convertidos que Jasper nos había contado al
narrarnos su pasado habían calado en mi mente y ahora arrojaban nueva luz con las
noticias de la apuesta de Emmett. Por curiosidad, me detuve a preguntarme qué se
habrían apostado. ¿Qué premio puede interesar a quien ya lo tiene todo?
Siempre supe que iba a ser diferente. Albergaba la esperanza de convertirme en
alguien fuerte, tal y como me decía Edward. Fuerte, rápida y, por encima de todo, guapa.
Alguien capaz de estar junto a él sin desentonar.
Había procurado no pensar demasiado en las restantes características que iba a tener.
Salvaje. Sedienta de sangre. Quizá no sería capaz de contenerme a la hora de no matar
gente, desconocidos que jamás me habían hecho daño alguno, como el creciente número
de víctimas de Seattle, personas con familia, amigos y un futuro, personas con vidas. Y
quizá yo fuera el monstruo que iba a arrebatárselas.
Pero podía arreglármelas con esa parte, la verdad, pues confiaba en Edward, confiaba
en él ciegamente, estaba segura de que no me dejaría hacer nada de lo que tuviera que
arrepentirme. Sabía que él me llevaría a cazar pingüinos a la Antártida si yo se lo pedía y
que yo haría cualquier cosa para seguir siendo una buena persona, una «vampira buena».
Me hubiera echado a reí como una tonta de no ser por aquella nueva preocupació.
¿odí convertirme yo en algo parecido a los neóitos, a aquellas imáenes de
pesadilla que Jasper habí dibujado en mi mente? ¿ quéserí de todos a cuantos
amaba si lo úico que querí era matar gente?
Edward estaba demasiado obsesionado con que no me perdiera nada mientras era
humana. Aquello solí resultarme bastante estúido. No me preocupaba desaprovechar
experiencias propias de los hombres. Mientras estuviera con é, ¿uémá podí pedir?
Contempléfijamente su rostro mientras é vigilaba cóo Carlisie me sujetaba el
cabestrillo. No habí en este mundo nada a quien yo amara má que a é. ¿odí eso
cambiar?
¿abí alguna experiencia humana a la que no estuviera dispuesta a renunciar?
Eclipse
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221
Hito
—¡No tengo nada que ponerme! —me quejé, hablando sola.
Había extendido toda mi ropa sobre la cama tras vaciar los cajones y los armarios.
Contemplé los huecos desocupados con la esperanza de que apareciera alguna prenda
apropiada.
Mi falda caqui yacía sobre el respaldo de la mecedora, a la espera de que descubriera
algo con lo que conjuntara bien, una prenda que me hiciera parecer guapa y adulta, una
capaz de transmitir la sensación de «ocasió especial». Me habí quedado sin opciones.
Era ya hora de irme y aú llevaba puestos mis calcetines usados favoritos. Iba a tener
que asistir a la graduació con ellos a menos que encontrara algo mejor, y no habí
demasiadas posibilidades.
Torcíel gesto delante de la montañ de ropa apilada en la cama.
Lo peor era que sabí exactamente quéhabrí llevado si aú la tuviera a mano, la
blusa roja robada. Peguéun puñtazo a la pared con la mano buena.
—¡aldito vampiro ladró! —rité
—¿uéhe hecho? —nquirióAlice, que permanecí apoyada con gesto informal junto
a la ventana abierta como si hubiera estado allítodo el tiempo. Luego, añdiócon una
sonrisa— Toc, toc.
—¿De veras resulta tan duro esperarme que no puedes usar la puerta?
—Yo sólo pasaba por aquí —dejó caer sobre el lecho una caja aplanada de color
blanco—. Se me ocurrió que quizá necesitaras algo de ropa para la ocasión.
Observé el gran paquete que descansaba en lo alto de mi decepcionante vestuario e
hice una mueca.
—Admítelo —dijo Alice—, soy tu salvación.
—Eres mi salvación —farfullé—. Gracias.
—Bueno, es agradable hacer algo a derechas para variar. No sabes lo irritante que
resulta pasar cosas por alto, como hago últimamente. Me siento tan inútil, tan... normal
—se encogió aterrada ante esa palabra.
—¿Que no puedo imaginarme lo espantoso que resulta ser normal? Vamos, anda.
Ella se rió.
—Bueno, al menos esto repara el robo de tu maldito ladrón, por lo que ahora sólo me
falta por descubrir qué pasa en Seattle, que aún no lo veo...
Todo encajó cuando ella relacionó ambas situaciones en una sola frase. De pronto,
tuve clara cuál era la interrelación que no lograba establecer y la esquiva sensación que
me había importunado durante varios días. Me quedé mirándola abstraída mientras en el
rostro se me congelaba el gesto que había esbozado.
—¿No vas a abrirla? —preguntó. Suspiró cuando no me moví de inmediato y levantó
la tapa de la caja ella misma. Sacó una prenda y la sostuvo en alto, pero no lograba
—No puedes hablar en serio —dije el miércoles por la tarde—. ¡A ti se te ha ido la olla!
¡Te has vuelto loca!
—Puedes ponerme a caldo —replicó Alice—, pero no se suspende la fiesta.
La miré fijamente, con ojos tan desorbitados por la incredulidad que pensé que se me
salían de las cuencas y caían sobre la bandeja de la comida.
—¡Venga, Bella, tranquila! No hay razón para no celebrarla. Además, ya están
enviadas las invitaciones.
—Tú... estás... tocada... del... ala... como... una cabra —farfullé.
—Encima, ya te he comprado mi regalo —me recordó—. Basta con abrirlo.
Hice un esfuerzo para conservar la calma.
—Una fiesta es lo menos apropiado del mundo con la que se nos viene encima.
—Lo más inmediato es la graduación, y dar una fiesta es tan apropiado que casi
parece pasado de moda.
—¡Alice!
Ella suspiró e intentó ponerse seria.
—Nos va a llevar un poco de tiempo poner en orden las cosas pendientes. Podemos
aprovechar el compás de espera para celebrarlo. Vas a graduarte en el instituto por
primera y única vez en la vida. No volverás a ser humana, Bella. Esta oportunidad es
irrepetible.
Edward, que había permanecido en silencio durante nuestra pequeña discusión, le
lanzó a su hermana una mirada de advertencia y ella le sacó la lengua. Su tenue voz
jamás se había dejado oír por encima del murmullo de voces de la cafetería y en cualquier
caso, nadie comprendería el significado oculto detrás de sus palabras.
—¿Qué es lo que hemos de poner en orden? —pregunté, negándome a cambiar de
tema.
—Jasper cree que un poco de ayuda nos vendría bien —respondió Edward en voz
baja—. La familia de Tanya no es nuestra única alternativa. Carlisle está intentando
averiguar el paradero de algunos viejos amigos y Jasper ha ido a visitar a Peter y
Charlotte. Ha sopesado incluso la posibilidad de hablar con María, pero a nadie le apetece
involucrar a los sureños —Alice se estremeció levemente—. No iba a sernos difícil
convencerlos de que echaran una mano —prosiguió—, pero ninguno queremos recibir
visitas desde Italia.
—Pero esos amigos... Esos amigos no son «vegetarianos», ¿erdad? —rotesté
utilizando en tono de burla el apodo con el que los Cullen se designaban a símismos.
—o —ontestóEdward, súitamente inexpresivo.
—¿os vais a traer a Forks?
Eclipse
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—Son amigos —me aseguró Alice—. Todo va a salir bien, no te preocupes. Luego,
Jasper debe enseñarnos unas cuantas formas de eliminar neófitos...
Al oír eso, una sonrisilla iluminó el rostro de Edward y los ojos le centellearon. Sentí
una punzada en el estómago, que parecía repleto de esquirlas de hielo.
—¿Cuándo os marcháis? —pregunté con voz apagada.
La idea de que alguno no regresara me resultaba insoportable. ¿Qué pasaba si era
Emmett, tan valeroso e inconsciente que jamás tomaba la menor precaución? ¿Y si era
Esme, tan dulce y maternal que ni siquiera la imaginaba luchando? ¿Y si caía Alice, tan
minúscula y de apariencia tan frágil? ¿Y si...? No podía pensar su nombre ni sopesar la
posibilidad.
—Dentro de una semana —replicó Edward con indiferencia.
Los fragmentos de hielo se agitaron de forma muy molesta en mi estómago y de
repente sentí náuseas.
—Te has puesto verde, Bella —comentó Alice.
Edward me rodeó con el brazo y me estrechó con fuerza contra su costado.
—Va a ir bien, Bella. Confía en mí, tranquila.
¡Y un cuerno!, pensé en mi fuero interno. Confiaba en él, pero era yo quien se iba a
quedar sentada en la retaguardia, preguntándome si la razón de mi existencia iba o no a
regresar.
Fue entonces cuando se me ocurrió que quizá no fuera necesario que me sentara a
esperar. Una semana era más que de sobra.
—Estáis buscando ayuda —anuncié despacio.
—Sí.
Alicia ladeó la cabeza al percibir un cambio de tono en mi voz. La miré sólo a ella
cuando hice mi sugerencia con un hilo de voz poco más audible que un susurro.
—Yo puedo ayudar.
De repente, Edward se envaró y me sujetó con más fuerza. Espiró con un siseo, pero
fue Alice quien respondió sin perder la calma.
—En realidad, eso sería de poca utilidad.
—¿Por qué? —repliqué. Detecté una nota de desesperación en mi voz—. Ocho es
mejor que siete y da tiempo de sobra.
—No hay suficientes días para que puedas ayudarnos —repuso ella con aplomo—.
¿Recuerdas la descripción de los jóvenes que hizo Jasper? No serías buena en una pelea.
No podrías con trolar tus instintos y eso te convertiría en un blanco fácil, y Edward
resultaría herido al intentar protegerte.
Alice se cruzó de brazos, satisfecha de su irrefutable lógica. Estaba en lo cierto.
Siempre se ponía así cuando tenía razón. Me hundi en el asiento cuando se vino abajo mi
fugaz ilusión. Edward, que estaba a mi lado, se relajó y me habló al oído.
—No mientras tengas miedo —me recordó.
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—Ah —comentó Alice con rostro carente de expresión, pero luego se volvió hosca—:
Odio las cancelaciones en el último minuto, y ésta rebaja la lista de asistentes a la fiesta a
sesenta y cinco.
—¡Sesenta y cinco! —los ojos se me salieron de las órbitas otra vez. Yo no tenía
tantos amigos, es más, ¿conocía a tanta gente?
—¿Quién ha cancelado su asistencia? —preguntó Edward, ignorándome.
—Renée.
—¿Qué? —exclamé con voz entrecortada.
—Iba a acudir a tu fiesta de graduación para darte una sorpresa, pero algo ha salido
mal. Encontrarás un mensaje suyo en el contestador cuando llegues a casa.
Me limité a disfrutar de la sensación de alivio durante unos instantes. Ignoraba qué le
había salido mal a mi madre, pero fuera lo que fuera, le guardaba gratitud eterna. Si ella
hubiera venido a Forks ahora..., no quería ni imaginarlo, me hubiera estallado la cabeza.
La luz del contestador parpadeaba cuando regresé a casa. Mi sensación de alivio
volvió a aumentar cuando oí describir a mi madre el accidente de Phil en el campo de
béisbol. Se enredó con el receptor mientras hacía una demostración de deslizamiento y se
rompió el fémur, por lo que dependía de ella por completo y no le podía dejar solo. Mi
madre seguía disculpándose cuando se acabó el tiempo del mensaje.
—Bueno, ahí va una —suspiré.
—¿Una? ¿Una qué? —inquirió Edward.
—Una persona menos por la que preocuparse de que la maten la semana próxima
—puso los ojos en blanco—. ¿Por qué Alice y tú no os tomáis en serio este asunto?
—exigí saber—. Es grave.
Él sonrió.
—Confianza.
—Genial —refunfuñé.
Descolgué el auricular y marqué el número de Renée a sabiendas de que me
aguardaba una larga conversación, pero también preveía que no iba a tener que participar
mucho.
Me limité a escuchar y asegurarle cada vez que me dejaba meter baza que no estaba
decepcionada ni enfadada ni dolida. Ella debía centrarse en ayudar a la recuperación de
Phil, con quien me puso para que le dijera «que te mejores», y prometíllamarla para
cualquier nuevo detalle de la graduació del instituto. Al final, para lograr que colgara, me
vi obligada a apelar a mi necesidad de estudiar para los exáenes finales.
El temple de Edward era infinito. Esperócon paciencia durante toda la conversació,
jugueteando con mi pelo y sonriendo cada vez que yo alzaba los ojos. Probablemente, era
superficial fijarse en ese tipo de cosas mientras tení tantos asuntos importantes en los
que pensar, pero su sonrisa aú me dejaba sin aliento. Era tan guapo que en ocasiones
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me resultaba extremadamente difícil pensar en otra cosa, como las tribulaciones de Phil,
las disculpas de Renée o la tropa enemiga de vampiros. La carne es débil.
Me puse de puntillas para besarle en cuanto colgué. Me rodeó la cintura con los brazos
y me llevó en volandas hasta la encimera de la cocina, ya que yo no hubiera podido llegar
tan lejos. Eso jugó a mi favor, ya que enlacé mis brazos alrededor de su cuello y me fundí
con su frío pecho.
El me apartó demasiado pronto, como de costumbre.
Hice un mohín de contrariedad. Edward se rió de mi expresión una vez que se hubo
zafado de mis brazos y mis piernas. Se inclinó sobre la encimera a mi lado y me rozó los
hombros con el brazo.
—Sé que me consideras capaz de un autocontrol perfecto y persistente, pero lo cierto
es que no es así.
—Qué más quisiera yo.
Suspiré; él hizo lo mismo y luego cambió de tema.
—Mañana después del instituto voy a ir de caza con Carlisle, Esme y Rosalie
—anunció—. Serán sólo unas horas y vamos a estar cerca. Alice, Jasper y Emmett se las
arreglarían para mantenerte a salvo si fuera necesario.
—¡Puaj! —refunfuñé. Mañana era el primer día de los exámenes finales y el instituto
cerraba por la tarde. Tenía exámenes de Cálculo e Historia, los dos puntos débiles a la
hora de conseguir la graduación, por lo que iba a estar casi todo el día sin él ni otra cosa
que hacer que preocuparme—. Me repatea que me cuiden.
—Es provisional —me prometió.
—Jasper va a aburrirse y Emmett se burlará de mí.
—Van a portarse mejor que nunca.
—Vale —rezongué. Entonces se me ocurrió que tenía otra alternativa distinta a los
canguros—. Sabes..., no he estado en La Push desde el día de las hogueras —observé
con cuidado su rostro en busca del menor gesto, pero sólo los ojos se tensaron
levemente—. Allí estaría a salvo —le recordé.
Lo consideró durante unos instantes.
—Es probable que tengas razón.
Mantuvo el rostro en calma, quizá estuviera demasiado impermeable para ser sincero.
Estuve a punto de preguntarle si prefería que me quedara en casa, pero luego imaginé a
Emmett tomándome el pelo a diestro y siniestro, razón por la que cambié de tema.
—¿Ya tienes sed? —pregunté mientras estiraba la mano para acariciar la leve sombra
de debajo de sus ojos. Su mirada seguía siendo de un dorado intenso.
—En realidad, no.
Parecía reacio a responder, y eso me sorprendió. Aguardé una explicación que me dio
a regañadientes.
—Queremos estar lo más fuertes posible. Quizá volvamos a cazar durante el camino
de cara al gran juego.
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—¿Eso os dará más fuerza?
Estudió mi rostro, pero sólo halló curiosidad.
—Sí —contestó al final—. La sangre humana es la que más vitalidad nos proporciona,
aunque sea levemente. Jasper ha estado dándole vueltas a la idea de hacer trampas. Es
un tipo realista aunque la idea no le agrade, pero no la va a proponer. Conoce cuál sería la
respuesta de Carlisle.
—¿Eso os ayudaría? —pregunté en voz baja.
—Eso no importa. No vamos a cambiar nuestra forma de ser.
Puse mala cara. Si había algo que aumentara las posibilidades... Estaba
favorablemente predispuesta a aceptar la muerte de un desconocido para protegerle a él.
Me aborrecí por ello, pero tampoco era capaz de rechazar la posibilidad.
Él volvió a cambiar de tema.
—He ahí la razón por la que son tan fuertes. Los neófitos están llenos de sangre
humana, su sangre, que reacciona a la transformación. Hace crecer los tejidos, los
fortalece. Sus cuerpos consumen de forma lenta esa energía y, como dijo Jasper, la
vitalidad comienza a disminuir pasado el primer año.
—¿Cuánta fuerza tendré?
Sonrió.
—Más que yo.
—¿Y más que Emmett?
La sonrisa se hizo aún mayor.
—Sí. Hazme el favor de echarle un pulso. Le conviene una cura de humildad.
Me eché a reír. Sonaba tan ridículo.
Luego, suspiré y me dejé caer de la encimera. No podía aplazarlo por más tiempo.
Debía empollar, y empollar de verdad. Por fortuna, contaba con la ayuda de Edward, que
era un tutor excelente y lo sabía absolutamente todo. Suponía que mi mayor problema iba
a ser concentrarme durante los propios exámenes. Si no me controlaba, iba a ser capaz
de terminar escribiendo un ensayo sobre la historia de las guerras de los vampiros en el
sur.
Me tomé un respiro para telefonear a Jacob. Edward pareció tan cómodo como cuando
llamé a Renée y volvió a juguetear con mi pelo.
Mi telefonazo despertó a Jacob a pesar de que era bien entrada la tarde. Acogió con
júbilo la posibilidad de una visita al día siguiente. La escuela de los quileute ya había
concedido las vacaciones de verano, por lo que podía recogerme tan pronto como me
conviniera. Me complacía mucho tener una alternativa a la de los canguros. Pasar el día
en compañía de un amigo era un poquito más decoroso...
...pero una parte de esa dignidad se perdió cuando Edward insistió en dejarme en la
misma divisoria, como un niño que se confía a la custodia de sus tutores.
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—Bueno, ¿cómo te han ido los exámenes? —me preguntó Edward durante el camino
para darme conversación.
—El de Historia era fácil, pero el de Cálculo, no sé, no sé. Me parece que tenía
sentido, lo cual quiere decir que lo más probable es que me haya equivocado.
Él se carcajeó.
—Estoy convencido de que lo has hecho bien, pero puedo sobornar al señor Varner
para que te ponga sobresaliente si estás tan preocupada.
—Gracias, gracias, pero no.
Se echó a reír de nuevo, pero las carcajadas se detuvieron en cuanto doblamos la
última curva y vio estacionado el coche rojo.
Suspiró pesadamente.
—¿Pasa algo? —inquirí, ya con la mano en la puerta.
Sacudió la cabeza.
—Nada.
Entornó los ojos y clavó la mirada en el otro coche a través del parabrisas. Ya conocía
esa mirada.
—No leas la mente de Jacob, ¿vale? —le acusé.
—Resulta difícil ignorar a alguien que va pegando voces.
—Ah —cavilé durante unos segundos—. ¿Y qué es lo que grita? —inquirí en un
susurro.
—Estoy absolutamente seguro de que va a contártelo él mismo —repuso Edward con
tono irónico.
Le habría presionado sobre el tema, pero Jacob se puso a tocar el claxon. Sonaron
dos rápidos bocinazos de impaciencia.
—Es un comportamiento descortés —refunfuñó Edward.
—Es Jacob.
Suspiré y me apresuré a salir del coche antes de que hiciera algo que sacara de sus
casillas a Edward.
Me despedí de él con la mano antes de entrar en Volkswagen Golf y desde lejos me
pareció que los bocinazos o los pensamientos de Jacob le habían alterado de verdad, pero
tampoco es que yo tuviera una vista de lince y cometía errores todo el tiempo.
Deseé que Edward se acercara, que ambos salieran de los coches y se estrecharan
las manos como amigos, que fueran Edward y Jacob en vez de vampiro y licántropo.
Tenía la sensación de tener en las manos dos imanes obstinados y estar intentando
acercarlos para obligarlos a actuar contra los dictados de la naturaleza.
Suspiré y entré en el coche de Jacob.
—Hola, Bella.
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204
El tono de Jake era normal, pero hablaba arrastrando las sílabas. Estudié su rostro
mientras comenzaba a descender por la carretera de regreso a La Push, conduciendo algo
más deprisa que yo, pero bastante más lento que Edward.
Jacob parecía diferente, quizás incluso enfermo. Se le cerraban los párpados y tenía el
rostro demacrado. Llevaba el pelo desgreñado, con los mechones disparados en todas
direcciones, hasta casi el punto de llegarle a la barbilla en algunos sitios.
—¿Te encuentras bien, Jacob?
—Sólo un poco cansado —consiguió decir antes de verse desbordado por un
descomunal bostezo. Cuando acabó, preguntó—: ¿Qué quieres hacer hoy?
Le contemplé durante un instante.
—Por ahora —sugerí—, vamos a dejarnos caer por tu casa —no tenía aspecto de
tener cuerpo para mucho más que eso—. Ya montaremos en moto más tarde.
—Vale, vale —dijo.
Y bostezó de nuevo.
Me sentí extraña al no encontrar a nadie en la casa. Entonces comprendí que
consideraba a Billy como parte del mobiliario, siempre presente.
—¿Dónde está tu padre?
—Con los Clearwater. Suele pasar mucho rato allí desde la muerte de Harry. Sue se
siente un poco sola.
Jacob se sentó en el viejo sofá, no mucho más grande que un canapé, y se arrastró
dando tumbos para hacerme sitio.
—Ah, bien hecho. Pobre Sue.
—Sí... Ella está teniendo... —vaciló—. Tiene problemas con los chicos.
—Normal. Debe de ser muy duro para Seth y Leah haber perdido a su padre.
—Ajajá —coincidió él con la mente sumida en sus pensamientos.
Echó mano al mando a distancia y empezó a hacer zapping sin prestar la menor
atención. Bostezó de nuevo.
—¿Qué te ocurre? Pareces un zombi, Jake.
—Esta noche no he dormido más de dos horas, y la anterior, sólo cuatro —me dijo.
Estiró sus largos brazos lentamente y pude oír chasquear las articulaciones mientras se
flexionaba. Dejó caer el brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá, detrás de mí, y reclinó
la cabeza contra la pared.
—Estoy reventado.
—¿Por qué no duermes? —le pregunté.
Hizo un mohín.
—Sam tiene problemas. No confía en tus chupasangres y en lo que yo hablé con
Edward. He hecho turnos dobles durante las dos últimas semanas sin que nadie me haya
ayudado, aun así, él no lo tiene en cuenta. Así que de momento voy por libre.
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—¿Turnos dobles? ¿Y lo haces para vigilar mi casa? Jake, eso es una equivocación.
Necesitas dormir. Estaré bien.
—Sí, claro... —de pronto, abrió un poco los ojos, más alerta—. Eh, ¿habéis
averiguado quién estuvo en tu habitación? ¿Hay alguna novedad?
Ignoré la segunda pregunta.
—No, aún no sabemos nada de mi... visitante.
—Entonces, seguiré rondando por ahí —insistió mientras se le cerraban los párpados.
—Jake... —comencé a quejarme.
—Eh, es lo menos que puedo hacer... Te ofrecí servidumbre eterna, recuerda, ser tu
esclavo de por vida.
—¡No quiero un esclavo!
No abrió los ojos.
—Entonces, ¿qué quieres, Bella?
—Quiero a mi amigo Jacob..., y no me apetece verle medio muerto, haciéndose daño
por culpa de alguna insensatez...
—Míralo de este modo —me atajó—. Estoy esperando la oportunidad de rastrear a un
vampiro al que se me permite matar, ¿vale?
No le contesté. Entonces, me miró, estudiando mi reacción.
—Estoy de broma, Bella.
No aparté la vista del televisor.
—Bueno, ¿y tienes algún plan especial para la próxima semana? Vas a graduarte.
Guau, qué bien —hablaba con voz apagada y su rostro, ya demacrado, estaba ojeroso
cuando cerró los ojos, aunque en esta ocasión no era a causa de la fatiga, sino del
rechazo. Comprendí que esa graduación tenía un significado especial para él, aunque
ahora mis intenciones se habían trastocado.
—No tengo ningún plan «especial» —espondícuidadosamente con la esperanza de
que mis palabras le tranquilizaran sin necesidad de ninguna explicació má detallada. No
querí abordar eso en aquel momento. Por un lado, é no tení aspecto de poder
sobrellevar conversaciones difíiles; y por otra, iba a percatarse de mis muchos reparos—
Bueno, debo asistir a una fiesta de graduació. La mí —ice un sonido de disgusto— A
Alice le encantan las fiestas y esa noche ha invitado a todo el pueblo a su casa. Va a ser
horrible.
Abriólos ojos mientras yo hablaba y una sonrisa de alivio atenuósu aspecto cansado.
—o he recibido ninguna invitació. Me siento ofendido —romeó
—onsidéate convidado. Se supone que es mi fiesta, por lo que estoy en condiciones
de invitar a quien quiera.
—racias —ontestócon sarcasmo mientras cerraba los ojos una vez má.
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—Me gustaría que vinieras —repuse sin ninguna esperanza—. Sería más divertido,
para mí, quiero decir.
—Vale, vale... —murmuró—. Sería de lo más... prudente.
Se puso a roncar pocos segundos después.
Pobre Jacob. Estudié su rostro mientras dormía y me gustó lo que vi, pues no estaba a
la defensiva y había desaparecido todo atisbo de amargura. De pronto, apareció el chico
que había sido mi mejor amigo antes de que toda esa estupidez de la licantropía se
hubiera interpuesto en el camino. Parecía mucho más joven. Parecía mi Jacob.
Me acomodé en el sofá para esperar a que se despertara, con la esperanza de que
durmiera durante un buen rato y recuperase el sueño atrasado. Fui cambiando de canal,
pero no echaban nada potable, así que lo dejé en un programa culinario, sabedora de que
yo nunca sería capaz de emular semejante despliegue en la cocina de Charlie. Mi amigo
siguió roncando cada vez más fuerte, por lo que subí un poco el volumen de la tele.
Estaba sorprendentemente relajada, incluso soñolienta también. Me sentía más segura
en aquella casa que en la mía, puede que porque nadie había acudido a buscarme a ese
lugar. Me aovillé en el sofá y pensé en echar un sueñecito yo también. Quizá lo habría
logrado, pero era imposible conciliar el sueño con los ronquidos de Jake. Por eso, dejé
vagar mi mente en lugar de dormir.
Había terminado los exámenes finales. La mayoría estaban tirados con la excepción
de Cálculo, en el que aprobar o suspender estaba ahí, ahí, por los pelos. Mi educación en
el instituto había concluido y no sabía cómo sentirme en realidad. Era incapaz de
contemplarlo con objetividad al estar ligada al fin de mi existencia como mortal.
Me pregunté cuánto tiempo pensaba Edward usar su pretexto «no mientras tengas
miedo». Iba a tener que ponerme firme alguna vez.
Pensádolo desde un punto de vista prático, sabí que tení má sentido pedirle a
Carlisle que me transformara en el momento de recibir la graduació. Forks estaba a
punto de convertirse en un pueblo tan peligroso como si fuera zona de guerra. No. Forks
era ya zona de guerra, sin mencionar que serí una excusa perfecta para perderme la
fiesta de graduació. Sonreípara mis adentros cuando penséen la má trivial de las
razones para la conversió, estúida, sí pero aun así convincente.
Pero Edward tení razó. Todaví no estaba preparada.
No deseaba ser prática. Querí que fuera é quien me transformara. No era un deseo
racional, de eso no tení duda. Dos segundos despué de que cualquiera me mordiera y la
ponzoñ corriera por mis venas dejarí de preocuparme quié lo hubiera hecho, por lo que
no habrí diferencia alguna.
Resultaba difíil explicar en palabras, incluso a mímisma, por quétení tanta
importancia. Guardaba relació con el hecho de que é hiciera la elecció. Si me querí lo
bastante para conservarme como era, tambié deberí impedir que me transformara otra
persona. Era una chiquillada, pero querí que sus labios fueran el útimo placer que
sintiera; aú má -y má embarazoso, algo que no dirí en voz alta-, deseaba que fuera su
veneno el que emponzoñra mi cuerpo. Eso harí que le perteneciera de un modo tangible
y cuantificable.
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Pero sabía que se iba a aferrar al plan de la boda como una garrapata. Estaba segura
de que buscaba forzar una demora y se afanaba en conseguirla. Intenté imaginarme
anunciando a mis padres que me casaba ese verano, y también a Angela, Ben, Mike. No
podía. No se me ocurría qué decir. Resultaría más sencillo explicarles que iba a
convertirme en vampiro. Y estaba segura de que al menos mi madre, sobre todo si era
capaz de contarle todos los detalles de la historia, iba a oponerse con más denuedo a mi
matrimonio que a mi vampirización. Hice una mueca en mi fuero interno al imaginar la
expresión horrorizada de Renée.
Entonces, tuve por un segundo otra visión: Edward y yo, con ropas de otra época, en
una hamaca de un porche. Un mundo donde a nadie le sorprendería que yo llevase un
anillo en el dedo, un lugar más sencillo donde el amor se encauzaba de forma simple,
donde uno más uno sumaban dos.
Jacob roncó y rodó de costado. Su brazo cayó desde lo alto del respaldo del sofá y me
fijó contra su cuerpo.
¡Toma ya, cuánto pesaba! Y calentaba. Resultó sofocante al cabo de unos momentos.
Intenté salir de debajo de su brazo sin despertarle, pero me vi en la necesidad de
empujarle un poquito y abrió los ojos bruscamente. Se levantó de un salto y miró a su
alrededor con ansiedad.
—¿Qué? ¿Qué? —preguntó, desorientado.
—Sólo soy yo, Jake. Lamento haberte despertado.
Se giró para mirarme, parpadeando confuso.
—¿Bella?
—Hola, dormilón.
—¡Jo, tío! ¿Me he dormido? Lo siento. ¿Cuánto tiempo he estado grogui?
—Unas cuantas horas por lo menos. He perdido la cuenta.
Se dejó caer en el sofá, a mi lado.
—¡Vaya! Cuánto lo siento, Bella.
Le atusé ligeramente la melena en un intento de alisar un poco aquel lío.
—No lo lamentes. Estoy contenta de que hayas dormido algo.
Bostezó y se desperezó.
—Últimamente, soy un negado. No me extraña que Billy se pase el día fuera. Estoy
hecho un muermo.
—Tienes buen aspecto —le aseguré.
—Puaj, vamos fuera. Necesito dar un paseo por ahí o voy a quedarme frito otra vez.
—Vuelve a dormir, Jacob. Estoy bien. Llamaré a Edward para que venga a recogerme
—palmeé mis bolsillos mientras hablaba y descubrí que los tenía vacíos—. ¡Mecachis! Voy
a tener que pedirte prestado el teléfono. Creo que me he dejado el mío en el coche.
Comencé a enderezarme.
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—¡No! —insistió Jacob al tiempo que me aferraba la mano—. No, quédate. No puedo
creerme que haya desperdiciado tanto tiempo.
Tiró de mí para levantarme del sofá mientras hablaba y abrió camino hacia el exterior,
agachando la cabeza al llegar a la altura del marco de la puerta. Había refrescado de
modo notable durante su sueño. El aire era anormalmente frío para aquella época del año.
Debía de haber una tormenta en ciernes, pues parecíamos estar en febrero en lugar de
mayo.
El viento helado pareció ponerle más alerta. Caminaba de un lado para otro delante de
la casa, llevándome a rastras con él.
—¿Qué te pasa? Sólo te has quedado dormido —me encogí de hombros.
—Quería hablar contigo. No me lo puedo creer...
—Pues habla ahora.
Jacob buscó mis ojos durante un segundo y luego desvió la mirada deprisa hacia los
árboles. Casi daba la impresión de haber enrojecido, pero resultaba difícil de asegurarlo al
tener la piel oscura.
De pronto, recordé lo que me había dicho Edward cuando vino a dejarme, que Jacob
me diría lo que estaba gritando en su mente. Empecé a morderme el labio.
—Mira, planeaba hacer esto de un modo algo diferente —soltó una risotada, y pareció
que se reía de sí mismo—. De un modo más sencillo —añadió—, preparando el terreno,
pero... —miró a las nubes—. No tengo tiempo para preparativos...
Volvió a reírse, nervioso, aún caminábamos, pero más despacio.
—¿De qué me hablas? —inquirí.
Respiró hondo.
—Quiero decirte algo que ya sabes, pero creo que, de todos modos, debo decirlo en
voz alta para que jamás haya confusión en este tema.
Me planté y él tuvo que detenerse. Le solté de la mano y crucé los brazos sobre el
pecho. De repente, estuve segura de lo que iba a decir y no quería saber lo que estaba
preparando.
Jacob frunció el ceño de modo que las cejas casi se tocaron, proyectando una
profunda sombra sobre los ojos, oscuros como boca de lobo cuando perforaron los míos
con la mirada.
—Estoy enamorado de ti, Bella —dijo con voz firme y decidida—. Te quiero, y deseo
que me elijas a mí en vez de a él. Sé que tú no sientes lo mismo que yo, pero necesito
soltar la verdad para que sepas cuáles son tus opciones. No me gustaría que la falta de
comunicación se interpusiera en nuestro camino.
Eclipse
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Apuesta
Clavé los ojos en él durante más de un minuto sin saber qué decir. No se me ocurría
nada.
La seriedad abandonó su cara cuando vio mi expresión de estupefacción.
—Vale —dijo mientras sonreía—. Eso es todo.
—Jake, yo... —sentí como si algo se me pegara a la garganta. Intenté aclarármela—.
Yo no puedo... Quiero decir, yo no... Debo irme.
Me volví, pero él me aferró por los hombros y me hizo girar.
—No, espera. Eso ya lo sé, Bella, pero mira... Respóndeme a esto, ¿vale? ¿Quieres
que me vaya y no volver a verme? Contesta con sinceridad.
Era difícil concentrarse en esa pregunta, así que me tomé un minuto antes de
responder.
—No, no quiero eso —admití al fin.
Jacob esbozó otra gran sonrisa.
—Pero yo no te quiero cerca de mí por la misma razón que tú a mí —objeté.
—En tal caso, dime exactamente por qué me quieres a tu alrededor.
Me lo pensé con cuidado.
—Te echo de menos cuando no estás. Cuando tú eres feliz —puntualicé—, me haces
feliz, pero podría decir lo mismo de Charlie. Eres como de la familia, y te quiero, pero no
estoy enamorada de ti.
El asintió sin inmutarse.
—Pero deseas que no me vaya de tu vida.
—Así es.
Suspiré. Era inasequible al desaliento.
—Entonces, me quedaré por ahí.
—Lo tuyo es masoquismo —refunfuñé.
—Sí
Acarició mi mejilla derecha con las yemas de los dedos. Aparté su mano de un
manotazo.
—¿Crees que podrías comportarte por lo menos un poquito mejor? —pregunté,
irritada.
—No. Tú decides, Bella. Puedes tenerme como soy, con mi mala conducta incluida, o
nada...
Le miré fijamente, frustrada.
—Eres mezquino.
Eclipse
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—Y tú también.
Eso me detuvo un poco y retrocedí un paso sin querer. Él tenía razón. Si yo no fuera
mezquina ni egoísta, le diría que no quería que fuéramos amigos y que se alejara. Me
equivocaba al intentar mantener la amistad cuando eso iba a herirle. No sabía qué hacía
allí, pero de pronto estuve segura de que mi presencia no era conveniente.
—Tienes razón —susurré.
Él se rió.
—Te perdono. Intenta no enfadarte mucho conmigo. En los últimos tiempos, he
decidido que no voy a arrojar la toalla. Lo cierto es que esto de las causas perdidas tiene
algo irresistible.
—Jacob, le amo —miré fijamente a sus ojos en un intento de que me tomara en
serio—. Él es mi vida.
—También me quieres a mí —me recordó. Alzó la mano cuando empecé a
protestar—. Sé que no de la misma manera, pero él no es toda tu vida, ya no. Quizá lo fue
una vez, pero se marchó, y ahora tiene que enfrentarse a la consecuencia de esa
elección: yo.
Sacudí la cabeza.
—Eres imposible.
De pronto, se puso serio y situó su mano debajo de mi barbilla. La sujetó con firmeza
para que no pudiera evitar su resuelta mirada.
—Estaré aquí, luchando por ti, hasta que tu corazón deje de latir, Bella —me
aseguró—. No olvides que tienes otras opciones.
—Pero yo no las quiero —disentí mientras procuraba, sin éxito alguno, liberar mi
barbilla—, y los latidos de mi corazón están contados, Jacob. El tiempo casi se ha
acabado.
Entornó los ojos.
—Razón de más para luchar, y luchar duro ahora que aún puedo —susurró.
Todavía sostuvo con fuerza mi mentón, apretaba con tanta fuerza que me hacía daño.
Entonces, de repente, vi la resolución en sus ojos y quise oponerme, pero ya era
demasiado tarde.
—N...
Estampó sus labios sobre los míos, silenciando mi protesta, mientras me sujetaba la
nuca con la mano libre, imposibilitando cualquier conato de fuga. Me besó con ira y
violencia. Empujé contra su pecho sin que él pareciera notarlo. A pesar de la rabia, sus
labios eran dulces y se amoldaron a los míos con una nueva calidez.
Le agarré por la cara para apartarle, pero fue en vano otra vez. En esta ocasión sí
pareció darse cuenta de mi rechazo, y le exasperó. Sus labios consiguieron abrirse paso
entre los míos y pude sentir su aliento abrasador en la boca.
Actué por instinto. Dejé caer los brazos a los costados y me quedé inmóvil, con los
ojos abiertos, sin luchar ni sentir, a la espera de que se detuviera.
Eclipse
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Funcionó. Se esfumó la cólera y él se echó hacia atrás para mirarme. Presionó
dulcemente sus labios contra los míos de nuevo, una, dos, tres veces. Fingí ser una
estatua y esperé.
Al final, soltó mi rostro y se alejó.
—¿Ya has terminado? —le pregunté con voz inexpresiva.
—Sí.
Suspiró y cerró los ojos.
Eché el brazo hacia atrás y tomé impulso para propinarle un puñetazo en la boca con
toda la fuerza de la que era capaz.
Se oyó un crujido.
—Ay, ay, ay —chillé mientras saltaba como una posesa con la mano pegada al pecho.
Estaba segura de que me la había roto.
Jacob me miró atónito.
—¿Estás bien?
—No, caray... ¡Me has roto la mano!
—Bella, tú te has roto la mano. Ahora, deja de bailotear por ahí y permíteme echar un
vistazo.
—¡No me toques! ¡Me voy a casa ahora mismo!
—Iré a por el coche —repuso con calma. Ni siquiera tenía colorada la mandíbula,
como ocurre en las películas. Qué triste.
—No, gracias —siseé—. Prefiero ir a pie.
Me volví hacia el camino. Estaba a pocos kilómetros de la divisoria. Alice me vería en
cuanto me alejara de él y enviaría a alguien a recogerme.
—Déjame llevarte a casa —insistió Jacob.
Increíblemente, tuvo el descaro dé pasarme el brazo por la cintura.
Me alejé con brusquedad de él y gruñí:
—Vale, hazlo. Ardo en deseos de ver qué te hace Edward. Espero que te parta el
cuello, chucho imbécil, prepotente y avasallador.
Jacob puso los ojos en blanco y caminó conmigo hasta el lado del copiloto para
ayudarme a entrar. Se había puesto a silbar cuando entró por la puerta del conductor.
—Pero... ¿no te he hecho nada de daño? —inquirí, furiosa y sorprendida.
—¿Estás de guasa? Jamás habría pensado que me habías dado un puñetazo si no te
hubieras puesto a gritar. Quizá no sea de piedra, pero no soy tan blando.
—Te odio, Jacob Black.
—Eso es bueno. El odio es un sentimiento ardiente.
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—Yo te voy a dar ardor —repuse con un hilo de voz—. Asesinato, la última pasión del
crimen.
—Venga, vamos —contestó, todo jubiloso y como si estuviera a punto de ponerse a
silbar de nuevo—. Ha tenido que ser mejor que besar a una piedra.
—Ni a eso se ha parecido —repuse con frialdad.
Frunció los labios.
—Eso dices tú.
—Lo que es.
Eso pareció molestarle durante unos instantes, pero enseguida se animó.
—Lo que pasa es que estás enfadada. No tengo ninguna experiencia en esta clase de
cosas, pero a mí me ha parecido increíble.
—Puaj —me quejé.
—Esta noche te vas a acordar. Cuando él crea que duermes, tú vas a estar
sopesando tus opciones.
—Si me acuerdo de ti esta noche, será sólo porque tenga una pesadilla.
Redujo la velocidad del coche a un paso de tortuga y se volvió a mirarme con ojos
abiertos y ávidos.
—Piensa en cómo sería, Bella, sólo eso —me instó con voz dulce y entusiasta—. No
tendrías que cambiar en nada por mi causa, sabes que a Charlie le haría feliz que me
eligieras a mí y yo podría protegerte tan bien como tu vampiro, quizás incluso mejor...
Además, yo te haría feliz, Bella. Hay muchas cosas que él no puede darte y yo sí. Apuesto
a que él ni siquiera puede besar igual que yo por miedo a herirte, y yo nunca, nunca lo
haría, Bella.
Alcé mi mano rota.
Él suspiró.
—Eso no es culpa mía. Deberías haberlo sabido mejor.
—No puedo ser feliz sin él, Jacob.
—Jamás lo has intentado —refutó él—. Cuando te dejó, te aferraste a su ausencia en
cuerpo y alma. Podrías ser feliz si lo dejaras. Lo serías conmigo.
—No quiero ser feliz con nadie que no sea él —insistí.
—Nunca podrás estar tan segura de él como de mí. Te abandonó una vez y quizá lo
haga de nuevo.
—No lo hará —repuse entre dientes. El dolor del recuerdo me mordió como un latigazo
y me llevó a querer devolver el golpe—. Tú me dejaste una vez —le recordé con voz fría.
Me refería a las semanas en que se ocultó de mí y en las palabras que me dijo en los
bosques cercanos a su casa.
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—No fué así —replicó con vehemencia—. Ellos me dijeron que no podía decírtelo, que
no era seguro para ti que estuviéramos juntos, pero ¡jamás te dejé, jamás! Solía merodear
por tu casa de noche, igual que ahora, para asegurarme de que estabas bien.
No estaba dispuesta a permitir que me hiciera sentir mal por eso en aquel momento.
—Llévame a casa. Me duele la mano.
Suspiró y volvió a conducir a velocidad normal, sin perder de vista la carretera.
—Tú sólo piensa en ello, Bella.
—No —repuse con obstinación.
—Lo harás esta noche, y yo estaré pensando en ti igual que tú en mí.
—Como te dije, sólo si sufro una pesadilla.
Me sonrió abiertamente.
—Me devolviste el beso.
Respiré de forma entrecortada, cerré los puños sin pensar y la mano herida me hizo
reaccionar con un siseo de dolor.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
—No te devolví el beso.
—Creo que soy capaz de establecer la diferencia.
—Es obvio que no. No te devolví el beso, intenté que me soltaras de una maldita vez,
idiota.
Soltó una risotada gutural.
—¡Qué susceptible! Yo diría que estás demasiado a la defensiva.
Respiré hondo. No tenía sentido discutir con él. Iba a deformar mis palabras. Me
concentré en la mano e intenté estirar los dedos a fin de determinar dónde estaba la
rotura. Sentí en los nudillos fuertes punzadas de dolor. Gemí.
—Lamento de verdad lo de tu mano —dijo Jacob; casi parecía sincero—. Usa un bate
de béisbol o una palanca de hierro la próxima vez que quieras pegarme, ¿vale?
—No creas que se me va a olvidar —murmuré.
No comprendí adonde íbamos hasta que estuvimos en mi calle.
—¿Por qué me traes aquí?
Me miró sin comprender.
—Creí que me habías dicho que te trajera a casa.
—Puaj. Supongo que no puedes llevarme a casa de Edward, ¿verdad? —le reproché
mientras rechinaba los dientes con frustración.
El dolor le crispó las facciones. Vi que le afectaba más que cualquier otra cosa que
pudiera decir.
—Ésta es tu casa, Bella —repuso en voz baja.
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—Ya, pero ¿vive aquí algún doctor? —pregunté mientras alzaba la mano otra vez.
—Ah —se quedó pensando casi un minuto antes de añadir—: Te llevaré al hospital, o
lo puede hacer Charlie.
—No quiero ir al hospital. Es embarazoso e innecesario.
Dejó que el vehículo avanzara al ralentí enfrente de la casa sin dejar de pensar, con
gesto de indecisión. El coche patrulla de Charlie estaba aparcado en la entrada.
Suspiré.
—Vete a casa, Jacob.
Me bajé torpemente del Volkswagen para dirigirme a la casa. Detrás de mí, el motor se
apagó y estaba menos sorprendida que enojada cuando descubrí a Jacob otra vez a mi
lado.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Ponerme un poco en hielo en la mano, telefonear a Edward para pedirle que venga
a recogerme y me lleve a casa de Carlisle para que me cure la mano. Luego, si sigues
aquí, iré en busca de una palanca.
No contestó. Abrió la puerta de la entrada y la mantuvo abierta para permitirme pasar.
Caminamos en silencio mientras pasábamos delante del cuarto de estar, donde
Charlie estaba repantigado en el sofá.
—Hola, chicos —saludó, inclinándose hacia delante—. Cuánto me alegra verte por
aquí, Jake.
—Hola, Charlie —le contestó Jacob con tranquilidad y desparpajo.
Caminé sin decir ni mu hacia la cocina.
—¿Qué tripa se le ha roto? —quiso saber mi padre. Escuché cómo Jacob le
contestaba:
—Cree que se ha roto la mano.
Me dirigí al congelador y saqué una cubitera.
—¿Cómo se lo ha hecho?
Pensé que Charlie debería divertirse menos y preocuparse más como padre.
Jacob se rió.
—Me pegó.
Charlie también se carcajeó. Torcí el gesto mientras golpeaba la cubitera contra el
borde del fregadero. Los cubitos de hielo se desparramaron dentro de la pila. Agarré un
puñado con la mano sana, los puse sobre la encimera y los envolví con un paño de
cocina.
—¿Por qué te pegó?
—Por besarla —admitió Jacob sin avergonzarse.
—Bien hecho, chaval —le felicitó Charlie.
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Apreté los dientes, me dirigí al teléfono fijo y llamé al móvil de Edward.
—¿Bella? —respondió a la primera llamada. Parecía más que aliviado, estaba
encantado. Oí de fondo el motor del Volvo, lo cual significaba que ya estaba en el coche.
Estupendo—. Te dejaste aquí el móvil. Lo siento. ¿Te ha llevado Jacob a casa?
—Sí —refunfuñé—. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
—Voy de camino —respondió él de inmediato—. ¿Qué ocurre?
—Quiero que Carlisle me examine la mano. Creo que me la he roto.
Se hizo el silencio en la habitación contigua. Me pregunté cuánto tardaría Jacob en
salir por pies. Sonreí torvamente al imaginar su inquietud.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Edward con voz apagada.
—Aticé a Jacob —admití.
—Bien —dijo Edward con voz siniestra—, aunque lamento que te hayas hecho daño.
Solté una risotada. Él sonaba tan complacido como lo había estado Charlie hacía unos
instantes.
—Desearía haberle causado algún daño —suspiré, frustrada—. No le hice ni pizca.
—Eso tiene arreglo —sugirió.
—Esperaba que contestaras eso.
Hubo una leve pausa y él, ahora con más precaución, continuó:
—No es propio de ti. ¿Qué te ha hecho?
—Me besó —gruñí.
Al otro lado de la línea sólo se oyó el sonido de un motor al acelerar.
Charlie volvió a hablar en la otra habitación.
—Quizá deberías irte, Jake —sugirió.
—Creo que voy a quedarme por aquí si no te importa.
—Allá tú —murmuró mi padre.
Finalmente, Edward habló de nuevo.
—¿Sigue ahí ese perro?
—Sí.
—Voy a doblar la esquina —anunció, amenazador, y colgó.
Escuché el sonido de su coche acelerando por la carretera mientras estaba colgando
el teléfono, sonriente. Los frenos chirriaron con estrépito cuando apareció de sopetón
delante de la casa. Fui hacia la puerta.
—¿Cómo está tu mano? —preguntó Charlie cuando pasé por delante. Parecía muy
violento, pero Jacob, apoltronado a su lado en el sofá, se hallaba muy a gusto.
Alcé el paquete con hielo para mostrárselo.
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—Se está hinchando.
—Quizá deberías elegir rivales de tu propio tamaño —sugirió mi padre.
—Quizá —admití.
Me acerqué para abrir la puerta. Edward me estaba esperando.
—Déjame ver —murmuró.
Examinó mi mano con tanta delicadeza y cuidado que no me causó daño alguno.
Tenía las manos tan frías como el hielo, y mi piel agradecía ese tacto gélido.
—Me parece que tienes razón en lo de la fractura —comentó—. Estoy orgulloso de ti.
Debes de haber pegado con mucha fuerza.
—Le eché los restos, pero no parece haber bastado.
Suspiré.
Me besó la mano con suavidad.
—Yo me haré cargo —prometió.
—Jacob —llamó Edward con voz sosegada y tranquila.
—Vamos, vamos —avisó Charlie, a quien oí levantarse del sofá.
Jacob llegó antes al vestíbulo y mucho más silenciosamente, pero Charlie no le
anduvo a la zaga. Y lo hizo con expresión atenta y ansiosa.
—No quiero ninguna pelea, ¿entendido? —habló mirando sólo a Edward—. Puedo
ponerme la placa si eso consigue hacer que mi petición sea más oficial.
—Eso no va a ser necesario —replicó Edward con tono contenido.
—¿Por qué no me arrestas, papá? —sugerí—. Soy yo la que anda dando puñetazos.
Charlie enarcó la ceja.
—¿Quieres presentar cargos, Jake?
—No —Jacob esbozó una ancha sonrisa. Era incorregible—. Ya me lo cobraré en otro
momento.
Edward hizo una mueca.
—¿En qué lugar de tu cuarto tienes el bate de béisbol, papá? Voy a tomarlo prestado
un minuto.
Charlie me miró sin alterarse.
—Basta, Bella.
—Vamos a ver a Carlisle para que le eche un vistazo a tu mano antes de que acabes
en el calabozo —dijo Edward.
Me rodeó con el brazo y me condujo hacia la puerta.
—Vale —contesté.
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Ahora que él me acompañaba ya no estaba enfadada. Me sentí confortada y la mano
me molestaba menos. Caminábamos por la acera cuando oí susurrar a Charlie detrás de
mí.
—¿Qué haces? ¿Estás loco?
—Dame un minuto, Charlie —respondió Jacob—. No te preocupes, enseguida vuelvo.
Volví la vista atrás para descubrir que Jacob hacía ademán de seguirnos. Se detuvo lo
justo para cerrar la puerta en las narices a mi padre, que estaba inquieto y sorprendido.
Al principio, Edward le ignoró mientras me llevaba hasta el coche. Me ayudó a entrar,
cerró la puerta y después se encaró con Jacob en la acera.
Me incliné para sacar el cuerpo por la ventanilla abierta. Podía ver a mi padre mirando
a hurtadillas a través de las cortinas del salón.
La postura de Jacob era despreocupada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero
apretaba la mandíbula con fuerza.
Edward habló con voz tan pacífica y amable que confería a sus palabras un tono
extrañamente amenazador.
—No voy a matarte ahora. Eso disgustaría a Bella.
—Um —rezongué.
Edward se giró con ligereza para dedicarme una fugaz sonrisa. Conservaba la calma.
—Mañana te preocuparía —dijo mientras me acariciaba la mejilla con los dedos; luego,
se volvió hacia Jake—. Pero si alguna vez Bella vuelve con el menor daño, y no importa
de quién sea la culpa, da lo mismo que ella se tropiece y caiga o que del cielo surja un
meteorito y le acierte en la cabeza, vas a tener que correr el resto de tus días a tres patas.
¿Lo has entendido, chucho?
Jacob puso los ojos en blanco.
—¿Quién va a regresar? —musité.
Edward continuó como si no me hubiera oído.
—Te romperé la mandíbula si vuelves a besarla —prometió con voz suave,
aterciopelada y muy seria.
—¿Y qué pasa si es ella quien quiere besarme? —inquirió Jacob arrastrando las
palabras con deje arrogante.
—¡Ja! —bufé.
—En tal caso, si es eso lo que quiere, no objetaré nada —Edward se encogió de
hombros, imperturbable—. Quizá convendría que esperaras a que ella lo dijera en vez de
confiar en tu interpretación del lenguaje corporal, pero… túmismo, es tu cara.
Jacob esbozóuna sonrisa burlona.
—o estádeseando —efunfuñé
—í asíes —urmuróEdward.
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—Bueno, ¿y por qué no te encargas de su mano en vez de estar hurgando en mi
cabeza? —espetó Jacob con irritación.
—Una cosa más —dijo Edward, hablando despacio—. Yo también voy a luchar por
ella. Deberías saberlo. No doy nada por sentado y pelearé con doble intensidad que tú.
—Bien —gruñó—, no es bueno batir a alguien que se tumba a la bartola.
—Ella es mía —afirmó Edward en voz baja, repentinamente sombría, no tan contenida
como antes—, y no dije que fuera a jugar limpio.
—Yo tampoco.
—Mucha suerte.
Jacob asintió.
—Sí, tal vez gane el mejor hombre.
—Eso suena bien, cachorrito.
Jacob hizo una mueca durante unos instantes, pero enseguida recompuso el gesto y
se inclinó esquivando a Edward para sonreírme. Yo le devolví una mirada llena de ira.
—Espero que te mejores pronto de la mano. Lamento de veras que estés herida.
De manera pueril, aparté el rostro.
No volví a alzar la mirada mientras Edward daba la vuelta al coche y se subía por el
lado del conductor, por lo que no supe si Jacob volvía a la casa o continuaba allí plantado,
mirándome.
—¿Cómo estás? —preguntó mi novio mientras nos alejábamos.
—Irritada.
Rió entre dientes.
—Me refería a la mano.
Me encogí de hombros.
—La he tenido peor.
—Cierto —admitió, y frunció el ceño.
Edward rodeó la casa para entrar en el garaje, donde estaban Emmett y Rosalie,
cuyas piernas perfectas, inconfundibles a pesar de estar ocultas por unos vaqueros,
sobresalían de debajo del enorme Jeep de Emmett. Él se sentaba a su lado con un brazo
extendido bajo el coche para orientarlo hacia ella. Necesité un momento para comprender
que él desempeñaba las funciones de un gato hidráulico.
Emmett nos observó con curiosidad cuando Edward me ayudo a salir del coche con
mucho cuidado y concentró la mirada en la mano que yo acunaba contra el pecho. Esbozó
una gran sonrisa
—¿Te has vuelto a caer, Bella?
Le fulminé con la mirada.
—No, Emmett, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.
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El interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Edward me guió, pero
cuando pasamos al lado de ambos, Rosalie habló desde debajo del vehículo.
—Jasper va a ganar la apuesta —anunció con petulancia.
La risa de Emmett cesó en el acto y me estudió con ojos calculadores.
—¿Qué apuesta? —quise saber mientras me detenía.
—Deja que te lleve junto a Carlisle —me urgió Edward mientras clavaba los ojos en
Emmett y sacudía la cabeza de forma imperceptible.
—¿Qué apuesta? —me empeciné mientras me encaraba con Edward.
—Gracias, Rosalie —murmuró mientras me sujetaba con más fuerza alrededor de la
cintura y me conducía hacia la casa.
—Edward... —me quejé.
—Es infantil —se escabulló—. Emmett y Jasper siempre están apostando.
—Emmett me lo dirá.
Intenté darme la vuelta, pero me sujetó con brazo de hierro.
Suspiré.
—Han apostado sobre el número de veces que la pifias a lo largo del primer año.
—Vaya —hice un mohín que intentó ocultar mi repentino pánico al comprender el
significado de la apuesta—. ¿Han apostado para ver a cuántas personas voy a matar?
—Sí —admitió él a regañadientes—. Rosalie cree que tu temperamento da más
posibilidades a Jasper.
Me sentí un poco mejor.
—Jasper apuesta fuerte.
—Se sentirá mejor si te cuesta habituarte. Está harto de ser el eslabón débil de la
cadena.
—Claro, por supuesto que sí. Supongo que podría cometer unos pocos homicidios
adicionales para que Jasper se sintiera mejor. ¿Por qué no? —farfullé con voz inexpresiva
y monótona. En mi mente ya podía ver los titulares de la prensa y las listas de nombres.
Me dio un apretón.
—No tienes que preocuparte de eso ahora. De hecho, no tienes que preocuparte de
eso jamás si así lo deseas.
Proferí un gemido y Edward, impelido por la creencia de que era el dolor de la mano lo
que me molestaba, me llevó más deprisa hacia la casa.
Tenía la mano rota, pero la fractura no era seria, sino una diminuta fisura en un nudillo.
No quería que me enyesaran la mano y Carlisle dijo que bastaría un cabestrillo si prometía
no quitármelo. Y así lo hice.
Edward llegó a creer que estaba inconsciente mientras Carlisle me ajustaba el
cabestrillo a la mano con todo cuidado y expresó su preocupación en voz alta las pocas
veces que sentí dolor, pero yo le aseguré que no se trataba de eso.
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Como si no tuviera que preocuparme por una cosa más después de todo lo que
llevaba encima.
Las historias acerca de vampiros recién convertidos que Jasper nos había contado al
narrarnos su pasado habían calado en mi mente y ahora arrojaban nueva luz con las
noticias de la apuesta de Emmett. Por curiosidad, me detuve a preguntarme qué se
habrían apostado. ¿Qué premio puede interesar a quien ya lo tiene todo?
Siempre supe que iba a ser diferente. Albergaba la esperanza de convertirme en
alguien fuerte, tal y como me decía Edward. Fuerte, rápida y, por encima de todo, guapa.
Alguien capaz de estar junto a él sin desentonar.
Había procurado no pensar demasiado en las restantes características que iba a tener.
Salvaje. Sedienta de sangre. Quizá no sería capaz de contenerme a la hora de no matar
gente, desconocidos que jamás me habían hecho daño alguno, como el creciente número
de víctimas de Seattle, personas con familia, amigos y un futuro, personas con vidas. Y
quizá yo fuera el monstruo que iba a arrebatárselas.
Pero podía arreglármelas con esa parte, la verdad, pues confiaba en Edward, confiaba
en él ciegamente, estaba segura de que no me dejaría hacer nada de lo que tuviera que
arrepentirme. Sabía que él me llevaría a cazar pingüinos a la Antártida si yo se lo pedía y
que yo haría cualquier cosa para seguir siendo una buena persona, una «vampira buena».
Me hubiera echado a reí como una tonta de no ser por aquella nueva preocupació.
¿odí convertirme yo en algo parecido a los neóitos, a aquellas imáenes de
pesadilla que Jasper habí dibujado en mi mente? ¿ quéserí de todos a cuantos
amaba si lo úico que querí era matar gente?
Edward estaba demasiado obsesionado con que no me perdiera nada mientras era
humana. Aquello solí resultarme bastante estúido. No me preocupaba desaprovechar
experiencias propias de los hombres. Mientras estuviera con é, ¿uémá podí pedir?
Contempléfijamente su rostro mientras é vigilaba cóo Carlisie me sujetaba el
cabestrillo. No habí en este mundo nada a quien yo amara má que a é. ¿odí eso
cambiar?
¿abí alguna experiencia humana a la que no estuviera dispuesta a renunciar?
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221
Hito
—¡No tengo nada que ponerme! —me quejé, hablando sola.
Había extendido toda mi ropa sobre la cama tras vaciar los cajones y los armarios.
Contemplé los huecos desocupados con la esperanza de que apareciera alguna prenda
apropiada.
Mi falda caqui yacía sobre el respaldo de la mecedora, a la espera de que descubriera
algo con lo que conjuntara bien, una prenda que me hiciera parecer guapa y adulta, una
capaz de transmitir la sensación de «ocasió especial». Me habí quedado sin opciones.
Era ya hora de irme y aú llevaba puestos mis calcetines usados favoritos. Iba a tener
que asistir a la graduació con ellos a menos que encontrara algo mejor, y no habí
demasiadas posibilidades.
Torcíel gesto delante de la montañ de ropa apilada en la cama.
Lo peor era que sabí exactamente quéhabrí llevado si aú la tuviera a mano, la
blusa roja robada. Peguéun puñtazo a la pared con la mano buena.
—¡aldito vampiro ladró! —rité
—¿uéhe hecho? —nquirióAlice, que permanecí apoyada con gesto informal junto
a la ventana abierta como si hubiera estado allítodo el tiempo. Luego, añdiócon una
sonrisa— Toc, toc.
—¿De veras resulta tan duro esperarme que no puedes usar la puerta?
—Yo sólo pasaba por aquí —dejó caer sobre el lecho una caja aplanada de color
blanco—. Se me ocurrió que quizá necesitaras algo de ropa para la ocasión.
Observé el gran paquete que descansaba en lo alto de mi decepcionante vestuario e
hice una mueca.
—Admítelo —dijo Alice—, soy tu salvación.
—Eres mi salvación —farfullé—. Gracias.
—Bueno, es agradable hacer algo a derechas para variar. No sabes lo irritante que
resulta pasar cosas por alto, como hago últimamente. Me siento tan inútil, tan... normal
—se encogió aterrada ante esa palabra.
—¿Que no puedo imaginarme lo espantoso que resulta ser normal? Vamos, anda.
Ella se rió.
—Bueno, al menos esto repara el robo de tu maldito ladrón, por lo que ahora sólo me
falta por descubrir qué pasa en Seattle, que aún no lo veo...
Todo encajó cuando ella relacionó ambas situaciones en una sola frase. De pronto,
tuve clara cuál era la interrelación que no lograba establecer y la esquiva sensación que
me había importunado durante varios días. Me quedé mirándola abstraída mientras en el
rostro se me congelaba el gesto que había esbozado.
—¿No vas a abrirla? —preguntó. Suspiró cuando no me moví de inmediato y levantó
la tapa de la caja ella misma. Sacó una prenda y la sostuvo en alto, pero no lograba
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