domingo, 25 de enero de 2009

—Bella —susurró Edward—. Ha surgido una pequeña complicación. Me voy a llevar a
Seth un poco más allá para intentar solventarla —me dijo con una voz estudiadamente
desprovista de preocupación—. No me iré lejos, pero tampoco podré oírte. Ya sé que no
quieres público y no me importa que escojas el camino que quieras.
El dolor no irrumpió en su voz hasta el final del todo.
No debía herirle nunca más. Ésa tenía que ser mi misión en la vida. Yo no debía volver
a ser el motivo por el que esa mirada asomara a sus ojos. Estaba demasiado aturdida
incluso para preguntarle en qué consistía el problema. Bastante era con lo que tenía
encima en esos momentos.
—Apresúrate —le susurré.
Me dio un beso suave en los labios antes de desaparecer en el bosque con Seth a su
lado.
Jacob estaba quieto a la sombra de los árboles, lo cual me impedía ver su expresión
con claridad.
—Tengo prisa, Bella —empezó con tono de aburrimiento en la voz—. ¿Por qué no
acabas con esto de una vez?
Tragué saliva, con la garganta súbitamente tan seca que no estaba segura de poder
articular sonido alguno.
—Limítate a soltarlo, y terminemos de una vez.
Inhalé un gran trago de aire.
—Siento ser tan mala persona —murmuré—. Lamento haber sido tan egoísta.
Desearía no haberme encontrado nunca contigo para no herirte como lo he hecho. No lo
haré más, te lo prometo. Me mantendré apartada de ti. Me mudaré fuera del estado. No
tendrás que volver a verme nunca jamás.
—Eso no se parece en nada a una disculpa —replicó con amargura.
No pude elevar mi voz por encima del sonido de un susurro.
—Dime cómo se hace bien.
—¿Qué pasa si no quiero que te vayas? ¿Qué pasa si quiero que te quedes, seas
egoísta o no? ¿Acaso no tengo opinión si lo único que haces es ponérmelo cada vez más
difícil?
—Eso no serviría de nada, Jake. Es un error que sigamos viéndonos cuando ambos
queremos cosas distintas por completo. La situación no va a mejorar. Seguiré haciéndote
daño y odio hacerlo —se me quebró la voz.
Él suspiró.
—Detente. No tienes que decir nada más. Lo comprendo.
Quería decirle cuánto le echaría de menos, pero me mordí la lengua. Eso tampoco
ayudaría en nada. Se quedó quieto un momento, con la vista clavada en el suelo, y luché
contra la necesidad acuciante de ir a abrazarle para darle consuelo.
Y entonces su cabeza se irguió de manera repentina.
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—Bien, tú no eres la única capaz de sacrificarse a sí misma —repuso, con la voz más
fuerte—. A ese juego pueden jugar dos.
—¿Qué?
—Yo también me he portado bastante mal y te lo he puesto más difícil de lo necesario.
Podía haberme retirado con elegancia al principio..., y también te he hecho daño.
—Ha sido culpa mía.
—No voy a dejar que cargues tú con todas las culpas, Bella, ni con toda la gloria. Sé
cómo redimirme.
—¿De qué estás hablando? —inquirí.
Me asustaba el brillo fanático que de pronto había iluminado sus ojos. Alzó la vista al
cielo; luego, me sonrió.
—Se cuece por ahí una lucha encarnizada de veras. No sería tan difícil que yo cayera
en ella.
Sus palabras penetraron en mi cerebro lentamente, una por una, y no pude respirar. A
pesar de todas mis intenciones respecto a sacar a Jacob de forma definitiva de mi vida, no
me di cuenta hasta ese preciso instante de cuánto tendría que hundir el cuchillo para
conseguirlo.
—¡Oh no, Jake! No, no, no, no —grité horrorizada—. No, Jake, no. Por favor, no
—empezaron a temblarme las rodillas.
—¿Cuál es la diferencia, Bella? Eso sería lo más conveniente para todos, sencillo, y ni
siquiera tendrías que mudarte.
—¡No! —elevé la voz—. ¡No, Jacob! ¡No lo permitiré!
—¿Y cómo me detendrás? —me tentó con acento ligero, sonriendo para quitarle hierro
a su tono de voz.
—Jacob, te lo suplico. Quédate conmigo —me habría arrodillado de haber sido capaz
de moverme.
—¿Durante quince minutos, mientras me pierdo una buena pelea, para que luego me
abandones en cuanto pienses que ya estoy a salvo? Debes de estar de guasa.
—No huiré. He cambiado de idea. Buscaremos alguna solución, Jacob, siempre hay
alguna manera de llegar a un arreglo. ¡No vayas!
—Mientes.
—No. Ya sabes qué mal se me da mentir. Mírame a los ojos. Me quedaré si tú también
lo haces.
Su rostro se endureció.
—¿Para ser tu testigo en la boda?
Pasó un momento antes de que yo pudiera articular palabra y aun así la única
respuesta que le pude dar fue:
—Por favor.
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—Eso es lo que pensaba —repuso, serenando de nuevo su expresión, a pesar del
brillo turbulento de sus ojos—. Te quiero, Bella —murmuró.
—Te quiero, Jacob —respondí con voz rota.
Él sonrió.
—Eso lo sé mejor que tú.
Se volvió para marcharse.
—Haré cualquier cosa —le grité con voz estrangulada—, lo que quieras, Jacob. ¡No
vayas!
El se detuvo y se giró con lentitud.
—No creo que en realidad quieras decir eso.
—Quédate —le supliqué.
Sacudió la cabeza.
—No —se paró momentáneamente, como si estuviera tomando alguna decisión—. Me
voy y dejaremos que decida el destino.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con voz ahogada.
—No haré nada con premeditación. Me limitaré a luchar lo mejor posible por mi
manada y dejaré que ocurra lo que tenga que ocurrir —se encogió de hombros—. Salvo
que tú quieras convencerme de que en verdad quieres que regrese, sin que te hagas la
desinteresada.
—¿Cómo?
—Podrías pedírmelo —sugirió.
—Vuelve —murmuré. ¿Cómo podía él dudar de qué era lo que quería?
Sacudió la cabeza y volvió a sonreír.
—No es de eso de lo que estoy hablando.
Me llevó un segundo entender a qué se refería, y durante todo el rato él estuvo
mirándome con su expresión suficiente, bien seguro de cuál sería mi reacción. Tan pronto
como me di cuenta, sin embargo, solté las palabras sin pararme a contemplar el coste que
acarrearían.
—¿Quieres besarme, Jacob?
Abrió los ojos a causa de la sorpresa, pero luego los entornó, suspicaz.
—Me tomas el pelo.
—Bésame, Jacob. Bésame y luego regresa.
Él vaciló entre las sombras mientras se debatía consigo mismo. Se volvió a medias
hacia el oeste, con el torso dándome ligeramente la espalda, aunque sus pies continuaban
plantados en el mismo sitio. Todavía mirando hacia lo lejos, dio un paso inseguro en mi
dirección, y después otro. Volvió el rostro para mirarme, lleno de dudas.
Le devolví la mirada. No tenía ni idea de cuál era la expresión de mi rostro.
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Jacob vaciló sobre sus talones y después se tambaleó hacia delante, salvando la
distancia que había entre nosotros en tres grandes zancadas.
Sabía que se aprovecharía de la situación. Lo esperaba. Me quedé muy quieta, con los
puños cerrados a ambos costados, mientras él tomaba mi cabeza entre sus manos y sus
labios se encontraban con los míos con un entusiasmo rayano en la violencia.
Pude sentir su ira conforme su boca descubría mi resistencia pasiva. Movió una mano
hacia mi nuca, encerrando mi cabello desde las raíces en un puño retorcido. La otra mano
me aferró con rudeza el hombro, sacudiéndome y después arrastrándome hacia su
cuerpo. Su mano se deslizó por mi brazo, asiendo mi muñeca y poniendo mi brazo
alrededor de su cuello. Lo dejé allí, con la mano todavía encerrada en un puño, insegura
de cuan lejos estaba a dispuesta a llegar en mi desesperación por mantenerle vivo.
Durante todo este tiempo, sus labios, desconcertantemente suaves y cálidos, intentaban
forzar una respuesta en los míos.
Tan pronto como se aseguró de que no dejaría caer el brazo, me liberó la muñeca y
buscó el camino hacia mi cintura. Su mano ardiente se asentó en la parte más baja de mi
espalda y me aplastó contra su cuerpo, obligándome a arquearme contra él.
Sus labios liberaron los míos durante un momento, pero sabía que ni mucho menos
había terminado. Siguió la línea de mi mandíbula con la boca y después exploró toda la
extensión de mi cuello. Me soltó el pelo y buscó el otro brazo para colocarlo alrededor de
su cuello como había hecho con el primero.
Y entonces sus brazos se cerraron en torno a mi cintura y sus la bios encontraron mi
oreja.
—Puedes hacerlo mucho mejor, Bella —susurró hoscamente—. Te lo estás tomando
con mucha calma.
Me estremecí cuando sentí cómo sus dientes se aferraban al lóbulo de mi oreja.
—Eso está bien —cuchicheó—. Por una vez, suéltate, disfruta lo que sientes.
Sacudí la cabeza de modo mecánico hasta que una de sus manos se deslizó otra vez
por mi pelo y me detuvo.
Su voz se tornó acida.
—¿Estás segura de que quieres que regrese o lo que en realidad deseas es que
muera?
La ira me inundó como un fuerte calambre después de un golpe duro. Esto ya era
demasiado, no estaba jugando limpio.
Mis brazos estaban alrededor de su cuello, así que cogí dos puñados de pelo,
ignorando el dolor lacerante de mi mano derecha y luché por soltarme, intentando apartar
mi rostro del suyo.
Y Jacob me malinterpretó.
Era demasiado fuerte para darse cuenta de que mis manos querían causarle daño, de
que intentaba arrancarle el pelo desde la raíz. En vez de ira, creyó percibir pasión. Pensó
que al fin le correspondía.
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Con un jadeo salvaje, volvió su boca contra la mía, con los dedos clavados
frenéticamente en la piel de mi cintura.
El ramalazo de ira desequilibró mi capacidad de autocontrol; su respuesta extática,
inesperada, me sobrepasó por completo. Si sólo hubiera sido cuestión de orgullo habría
sido capaz de resistirme, pero la profunda vulnerabilidad de su repentina alegría rompió mi
determinación, me desarmó. Mi mente se desconectó de mi cuerpo y le devolví el beso.
Contra toda razón, mis labios se movieron con los suyos de un modo extraño, confuso,
como jamás se habían movido antes, porque no tenía que ser cuidadosa con Jacob y
desde luego, él no lo estaba siendo conmigo. Mis dedos se afianzaron en su pelo, pero
ahora para acercarlo a mi.
Lo sentía por todas partes. La luz incisiva del sol había vuelto mis párpados rojos, y el
calor iba bien con el calor. Había ardor por doquier. No podía ver ni sentir nada que no
fuera Jacob.
La pequeñísima parte de mi cerebro que conservaba la cordura empezó a hacer
preguntas.
¿Por qué no detenía aquello? Peor aún, ¿por qué ni siquiera encontraba en mí misma
el deseo de detenerlo? ¿Qué significaba el que no quisiera que Jacob parara? ¿Por qué
mis manos, que colgaban de sus hombros, se deleitaban en lo amplios y fuertes que eran?
¿Por qué no sentía sus manos lo bastante cerca a pesar de que me aplastaban contra su
cuerpo?
Las preguntas resultaban estúpidas, porque yo sabía la verdad: había estado
mintiéndome a mí misma.
Jacob tenía razón. Había tenido razón todo el tiempo. Era más que un amigo para mí.
Ése era el motivo porque el que me resultaba tan difícil decirle adiós, porque estaba
enamorada de él. También. Le amaba mucho más de lo que debía, pero a pesar de todo,
no lo suficiente. Estaba enamorada, pero no tanto como para cambiar las cosas, sólo lo
suficiente para hacernos aún más daño. Para hacerle mucho más daño del que ya le había
hecho con anterioridad.
No me preocupé por nada más que no fuera su dolor. Yo me merecía cualquier pena
que esto me causara. Esperaba además que fuera mucha. Esperaba sufrir de verdad.
En este momento, parecía como si nos hubiéramos convertido en una sola persona.
Su dolor siempre había sido y siempre sería el mío y también su alegría ahora era mi
alegría. Y sentía esa alegría, pero también que su felicidad era, de algún modo, dolor. Casi
tangible, quemaba mi piel como si fuera ácido, una lenta tortura.
Por un larguísimo segundo, que parecía no acabarse nunca, un camino totalmente
diferente se extendió ante los párpados de mis ojos colmados de lágrimas. Parecía que
estuviera mirando a través del filtro de los pensamientos de Jacob, vi con exactitud lo que
iba a abandonar, lo que este nuevo descubrimiento no me salvaría de perder. Pude ver a
Charlie y Renée mezclados en un extraño collage con Billy y Sam en La Push. Pude ver el
paso de los años y su significado, ya que el tiempo me hacía cambiar. Pude ver al enorme
lobo cobrizo que amaba, siempre alzándose protector cuando lo necesitaba. En el más
infinitesimal fragmento de ese segundo, vi las cabezas inclinadas de dos niños pequeños,
de pelo negro, huyendo de mí en el bosque que me era tan familiar. Cuando
desaparecieron, se llevaron el resto de la visión con ellos.
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Y entonces, con absoluta nitidez, sentí cómo se escindía esa pequeña parte de mí a lo
largo de una fisura en mi corazón y se desprendía del todo.
Los labios de Jacob todavía estaban donde antes habían estado los míos. Abrí los
ojos y me estaba mirando, maravillado con cada detalle.
—Tengo que irme —susurró.
—No.
Sonrió, satisfecho por mi respuesta.
—No tardaré mucho —me prometió—, pero una cosa primero...
Se inclinó para besarme de nuevo y ya no había motivo para resistirse. ¿Qué sentido
tenía?
Esta vez fue diferente. Sus manos se deslizaron con suavidad por mi rostro y sus
labios cálidos fueron suaves, inesperadamente indecisos. Duró poco, y fue dulce, muy
dulce.
Sus brazos se cerraron a mi alrededor y me abrazó con seguridad mientras me
murmuraba al oído.
—Éste debería haber sido nuestro primer beso. Mejor tarde que nunca.
Contra su pecho, donde él no podía verme, mis lágrimas brotaron y se derramaron por
mis mejillas.
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Decisión precipitada
Me tumbé boca abajo sobre el saco de dormir a la espera de que me cayera el mundo
encima. Ojalá me enterrara allí mismo una avalancha. Deseaba de todo corazón que
sucediera. No quería volver a verme el rostro en un espejo en mi vida.
No me avisó ningún sonido. La mano fría de Edward salió de la nada y se deslizó entre
mi pelo enmarañado. Me estremecí llena de culpabilidad ante su contacto.
—¿Te encuentras bien? —murmuró, con la voz plena de ansiedad.
—No. Quiero morirme.
—Eso no ocurrirá jamás. No lo permitiré.
Gruñí y luego susurré:
—Tal vez cambies de idea.
—¿Dónde está Jacob?
—Se ha ido a luchar —mascullé contra el suelo.
Se había marchado del campamento con alegría, con un optimista «volveré» mientras
echaba a correr. Iba encorvado cuando atravesóel claro, temblando ya mientras se
preparaba para cambiar de forma. A esas alturas, la manada ya estarí al tanto de todo.
Seth Clearwater, yendo de un lado para otro fuera de la tienda, habí sido un testigo
ítimo de mi desgracia.
Edward se quedóen silencio un buen rato.
—h —xclamóal fin.
Cuando oíel tono de su voz, temíque la avalancha no cayera lo suficientemente
deprisa. Le clavéla mirada y estuve bastante segura, debido a sus ojos desenfocados, de
que estaba atento a algo que yo hubiera preferido morir antes de que llegara a sus oíos.
Dejécaer la cabeza de nuevo contra el suelo.
Me quedéparalizada cuando Edward se echóa reí entre dientes, de mala gana.
— yo pensaba que estaba jugando sucio —omentócon renuente admiració— Me
ha hecho quedar como el santo patró de la éica —u mano acaricióla parte de mi mejilla
que quedaba al descubierto— No estoy enfadado contigo, amor. Jacob es má astuto de
lo que yo hubiera creío jamá, aunque hubiera deseado que no se lo hubieras pedido,
claro.
—dward —arboteécontra el ápero nailon— Yo... yo... esto...
—nda, calla —e silenciósin dejar de acariciarme la mejilla con los dedos— No es
eso lo que querí decir. Es sóo que é te habrí besado de todos modos, incluso aunque
túno hubieras caío en sus redes, y ahora no tengo una buena excusa para partirle la
cara. Y de verdad que lo hubiera disfrutado.
—¿aío en sus redes? —asculléde forma casi incomprensible.
—ella, ¿ealmente te has creío que é es asíde noble, que habrí desaparecido en
el esplendor de la gloria sóo para dejarme el camino expedito?
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Elevé el rostro con lentitud hasta encontrarme con su mirada paciente. Su expresión
era amable y tenía los ojos llenos de comprensión, más que del rechazo que me merecía.
—Sí, claro que le creí —murmuré entre dientes y después miré hacia otro lado. A
pesar de todo, no sentía ningún tipo de ira contra Jacob por hacer trampas. No había
espacio suficiente en mi cuerpo para contener nada aparte del odio que sentía por mí
misma.
Edward rió de nuevo, con suavidad.
—Eres tan mala mentirosa, que te cuesta creer que los demás puedan tener ni una
pizca de esa habilidad.
—¿Por qué no estás enfadado conmigo? —susurré—. ¿Por qué no me odias? ¿O es
que no te has enterado de toda la historia todavía?
—Creo que ya tengo suficiente con una cierta comprensión general de los hechos
—comentó restándole importancia, casi con humor—. Jacob es capaz de crear imágenes
mentales muy vividas. Apuesto a que ha conseguido que su manada se sienta tan mal, al
menos, como yo. El pobre Seth tiene náuseas, pero Sam le está poniendo ya en vereda.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza, experimentando una honda agonía. Las cortantes
fibras de nailon del suelo de la tienda me arañaron la piel.
—Simplemente eres humana —me cuchicheó, pasando con lentitud su mano por mi
pelo.
—Esa es la defensa más penosa que he oído en mi vida.
—Pero es la verdad, Bella, eres humana; y por mucho que yo desease que no fuese
así, él también lo es... Hay huecos en tu vida que yo no puedo llenar y lo comprendo.
—No es verdad. Precisamente eso es lo que me convierte en un ser tan horrible. No
es un problema de huecos.
—Tú le quieres —susurró con dulzura.
El intento de negarlo hacía que me doliera cada célula del cuerpo.
—Pero a ti te quiero más —le dije. No podía decir ninguna otra cosa.
—Sí, ya lo sé, claro, pero... cuando te abandoné, Bella, te dejé desangrándote. Jacob
fue la persona que te puso los puntos para curarte. Eso os ha dejado una huella a ambos.
No estoy muy seguro de que esta clase de puntos se disuelvan por sí mismos. Y no puedo
culpar a ninguno de los dos por algo que yo convertí en una necesidad. Soy yo quien debe
aspirar al perdón, pero aun así, eso no me eximirá de las consecuencias.
—Ya sabía yo que encontrarías alguna manera de culparte a ti mismo. Por favor,
déjalo ya. No lo puedo soportar.
—Entonces, ¿qué quieres que te diga?
—Quiero que me llames por todos los nombres malos que conozcas y en cada
lenguaje que sepas. Quiero que me digas lo disgustado que estás conmigo y que me vas
a dejar, de forma que yo pueda suplicar y arrastrarme de rodillas para que te quedes.
—Lo siento —suspiró—. No puedo hacer eso.