Demasiado alto. Eso quería decir que ya no había posibilidad alguna de esconderse.
Estábamos atrapados y daba igual quién escuchara su respuesta.
—Victoria —contestó, escupiendo la palabra como si fuera una maldición —. No está
sola. Nunca tuvo intención de participar en la lucha, pero seguía a los neófitos para
observar. Cuando percibió mi olor, tomó la decisión de seguirlo por pura intuición,
adivinando que tú permanecerías donde yo estuviera. Y ha acertado. Tú llevabas razón,
detrás de todo esto siempre estuvo ella y nadie más que ella.
Victoria estaba lo bastante cerca para que él pudiera escuchar sus pensamientos.
Me sentí aliviada otra vez. Si hubieran sido los Vulturis, ambos estaríamos muertos.
Pero con Victoria, no teníamos que ser los dos. Edward podría sobrevivir a esto. Era un
buen luchador, tan bueno como Jasper. Si ella no traía a otros consigo, podría abrirse
camino hasta volver con su familia. Edward era más rápido que ninguno. Sería capaz de
hacerlo.
Me alegraba mucho de que él hubiera hecho marcharse a Seth, pero claro, no había
nadie a quien el lobo pudiera acudir en busca de ayuda. Victoria había sincronizado
perfectamente su actuación. Al menos, Seth estaba a salvo; no imaginaba al enorme lobo
de color arena cuando pensaba en él: sólo veía al desgarbado chico de quince años.
El cuerpo de Edward se movió, de forma infinitesimal, pero me permitió saber hacia
dónde mirar. Observé las sombras oscuras del bosque.
Era como si mis pesadillas caminaran a mi encuentro con la idea de saludarme.
Dos vampiros se deslizaron con lentitud dentro de la pequeña abertura de nuestro
campamento, con los ojos atentos, sin perder nada de vista. Brillaban como diamantes
bajo el sol.
Apenas pude echar una ojeada al chico rubio; porque sí, era sólo un chico, a pesar de
su altura y su musculatura, y quizá tenía mi edad cuando le convirtieron. Sus ojos, del
color rojo más intenso que había visto nunca, no retuvieron mi atención, y pese a ser el
que estaba más cerca de Edward, y el peligro más cercano, casi no le vi...
... porque a pocos metros y algo más atrás, Victoria clavó su mirada en la mía.
Su pelo de color anaranjado era más brillante de lo que recordaba, parecido a una
llama. No había viento, pero el fuego alrededor de su rostro parecía hacerle titilar un poco,
como si estuviera vivo.
Tenía los ojos negros por la sed. No sonreía, como siempre había hecho en mis
pesadillas, sino que apretaba los labios en una línea tensa. Había una sorprendente
cualidad felina en el modo en que acuclillaba el cuerpo, como una leona a la espera de la
oportunidad para atacar. Su mirada salvaje e inquieta fluctuaba entre Edward y yo, pero
nunca descansaba en él más de medio segundo. No podía apartar sus ojos de mi rostro
más de lo que yo podía apartar los míos.
Emanaba tensión de un modo que parecía casi visible en el aire. Podía sentir el deseo,
la pasión arrolladura que la tenía bien aferrada en sus garras. Supe lo que estaba
pensando, casi como si yo pudiera oír también sus pensamientos.
Eclipse
Stephenie Meyer
348
Estaba tan cerca de lo que quería, el centro de toda su existencia durante más de un
año, ahora estaba tan cerca...
Mi muerte.
Su plan era tan obvio como práctico. El chico rubio y grande atacaría a Edward, y ella
me liquidaría tan pronto como Edward estuviera suficientemente distraído.
Sería rápido, porque no le quedaba mucho tiempo para juegos, pero también definitivo.
Algo de lo que no sería posible recobrarse. Algo que ni siquiera la ponzoña de un vampiro
podría reparar.
Ella tendría que detener mi corazón. Quizá lanzando una mano contra mi pecho, hasta
aplastarlo. O cualquier otra cosa parecida.
Mi corazón latió con furia, ruidosamente, como si quisiera ofrecer un objetivo más
obvio.
A una inmensa distancia, lejos, más allá del bosque oscuro, el aullido de un lobo hizo
eco en el aire sereno. Como Seth se había marchado, no había forma de interpretar el
sonido.
El chico rubio miró a Victoria por el rabillo del ojo, esperando una orden.
Era joven en más de un sentido. Lo supuse porque el brillante iris escarlata no duraba
mucho tiempo en un vampiro, y esto quería decir que sería muy fuerte, pero poco ducho
en las artes de la pelea. Edward sabría cómo deshacerse de él. Y sobreviviría.
Victoria proyectó su barbilla hacia Edward, ordenando al chico, sin palabras, que
atacara.
—Riley —dijo Edward con voz dulce, suplicante. El joven rubio se quedó helado, con
los ojos dilatados por la sorpresa—. Te está mintiendo, Riley —continuó Edward—.
Escúchame. Te miente del mismo modo que mintió a los otros que ahora están muriendo
en el claro. Tú ya sabes que ella los ha engañado, porque te ha utilizado para ello, ya que
ninguno de vosotros pensó jamás en ir a socorrerlos. ¿Es tan difícil creer que su falsedad
también te alcance a ti?
La confusión se expandió por el rostro de Riley.
Edward se movió unos cuantos centímetros hacia un lado y Riley compensó el
movimiento de modo automático ajustando de nuevo su posición.
—Ella no te quiere, Riley —la voz de Edward era persuasiva, casi hipnótica—. Nunca
te ha amado. Victoria amó una vez a alguien que se llamaba James y tú no eres más que
un instrumento para ella.
Cuando dijo el nombre de James, los labios de Victoria se retrajeron en una mueca
que mostraba todos sus dientes. Sus ojos continuaron clavados en mí.
Riley lanzó una mirada frenética en su dirección.
—¿Riley? —insistió Edward.
Éste volvió a concentrarse en Edward de forma instintiva.
—Ella sabe que te mataré, Riley. Quiere que tú mueras, para no tener que mantener
más su fachada. Sí, eso sí lo ves, ¿verdad? Ya has notado la renuencia en sus ojos, has
Eclipse
Stephenie Meyer
349
sospechado de esa nota falsa que se percibe en sus promesas. Llevas razón. Ella nunca
te ha querido. Todos los besos y todas las caricias no eran más que mentiras.
Edward trasladó su peso de nuevo unos cuantos centímetros más hacia el muchacho y
se apartó otros tantos de mí.
La mirada de Victoria se ajustó al espacio que se había abierto entre nosotros. No le
llevaría más de un segundo matarme, y sólo necesitaba el más pequeño atisbo de
oportunidad para hacerlo.
Riley volvió a cambiar su posición esta vez con más lentitud.
—No tienes por qué morir —le prometió Edward, con los ojos fijos en los del
muchacho—. Hay otras formas de vivir distintas a la que ella te ha enseñado. No todo son
mentiras ni sangre, Riley. Puedes seguir un camino nuevo desde ahora. No debes morir
por culpa de sus engaños.
Edward deslizó un pie hacia delante y hacia un lado. Ahora había medio metro entre él
y yo. Riley se retrasó algo más de lo necesario para compensar el avance de Edward.
Victoria se inclinó hacia delante, sobre sus talones.
—Es tu última oportunidad, Riley —susurró Edward.
El rostro del joven vampiro mostraba verdadera desesperación mientras escrutaba a
Victoria en busca de respuestas.
—El es el mentiroso, Riley —intervino Victoria y se me abrió la boca de puro asombro
al escuchar el sonido de su voz—. Ya te advertí acerca de sus truquitos mentales. Tú
sabes que te quiero.
Su voz no era el salvaje gruñido gatuno que parecía el más idóneo para su figura. Por
el contrario, resultaba dulce, agudo, con un toque de soprano, casi como el de un bebé. El
tipo de voz que va acorde con rizos rubios y chicle de color rosa. No tenía sentido que
saliera de entre sus dientes desnudos y relucientes.
Riley apretó la mandíbula y cuadró los hombros. Sus ojos se vaciaron de todo tipo de
confusión o de sospecha y de cualquier otra clase de pensamiento. Se tensó para atacar.
El cuerpo de Victoria parecía temblar de tan agazapada como estaba. Sus manos se
habían convertido en garras a la espera de que Edward se separara sólo un centímetro
más de mí.
El gruñido no procedió de ninguno de ellos.
Una forma similar a la de un mamut de color tostado cayó sobre el centro del claro,
arrojando al suelo a Riley.
—¡No! —gritó Victoria, contrariada, con su voz de bebé aguda por la incredulidad.
A un metro y medio de mí el enorme lobo arrancó algo de cuajo y lo separó del cuerpo
del vampiro rubio. Un objeto blanco y duro chocó contra las rocas al lado de mis pies. Me
deslicé a un lado para apartarme.
Victoria no desperdició ni una sola mirada en el chico al cual había jurado poco antes
su amor. Tenía los ojos aún fijos en mí, llenos de una decepción tan feroz que le daba un
aspecto desquiciado.
Eclipse
Stephenie Meyer
350
—No —repitió entre dientes, mientras Edward comenzaba a moverse hacia ella,
bloqueándole su acceso hasta mí.
Riley estaba de nuevo de pie, con una apariencia contrahecha y demacrada, pero aún
capaz de lanzar un perverso golpe hacia el hombro de Seth. Oí cómo se partía el hueso.
Seth se retiró y comenzó a girar sobre sí mismo, cojeando. Riley avanzó las manos de
nuevo, preparado, aunque me parecía que le faltaba parte de una de ellas...
A pocos metros de esta pelea, Victoria y Edward fintaban.
En realidad no daban vueltas, porque Edward no iba a permitirle adquirir una posición
más cercana a mí. Ella se deslizaba hacia atrás, moviéndose de un lado al otro, intentando
encontrar un hueco en su defensa. El seguía su juego de piernas con agilidad,
acechándola con perfecta concentración. Comenzaba a moverse justo una fracción de
segundo antes de que ella se moviera, leyendo sus intenciones en sus pensamientos.
Seth embistió a Riley de costado y volvió a arrancarle algo que provocó un horrísono y
chirriante alarido de dolor. Otro gran trozo blanco y pesado cayó en el bosque con un
golpe sordo. Riley rugió de furia y Seth saltó hacia atrás, extrañamente ligero para su
tamaño, mientras el neófito lanzaba un golpe hacia él con la mano destrozada.
Victoria se abrió camino en zigzag hacia el extremo más lejano del pequeño claro.
Estaba dividida: sus pies la empujaban hacia la seguridad, pero sus ojos mostraban su
ansia al clavarse en mí como si fueran imanes, atrayéndola hacia mi lugar. Podía ver
cómo luchaban en su interior el deseo ardiente de matar contra el instinto de
supervivencia.
Edward también podía ver esto, claro.
—No te vayas, Victoria —murmuró en el mismo tono hipnótico de antes—. Nunca
tendrás otra oportunidad como ésta.
Ella le mostró los dientes y siseó en su dirección, pero parecía incapaz de alejarse de
mí.
—Siempre podrás huir luego —ronroneó Edward—. Tendrás mucho tiempo para eso.
Es lo que haces siempre, ¿no? Ese es el motivo por el que te retenía James. Le eras útil,
pese a tu afición a los juegos mortales. Una compañera con un asombroso instinto para la
huida. El no debería haberte dejado. Bien que le habrían venido tus habilidades cuando le
cogimos en Phoenix.
Un rugido brotó entre los dientes de ella.
—Sin embargo, eso fue todo lo que significaste para él. Es de tontos malgastar tanta
energía vengando a alguien que sintió menos afecto por ti que un cazador por su perro.
No fuiste para él nada más que alguien oportuno. Yo lo supe.
Edward esbozó una sonrisa torcida mientras se golpeaba la sien con un dedo.
Con un aullido estrangulado, Victoria se precipitó contra los árboles de nuevo, fintando
hacia un lado. Edward respondió y el baile comenzó de nuevo.
Justo entonces, el puño de Riley alcanzó el flanco de Seth y un gemido bajo se ahogó
en la garganta del lobo gigante. Seth retrocedió con los hombros encogidos, como si
intentara sacudirse el dolor.
Eclipse
Stephenie Meyer
351
Por favor, quise rogarle a Riley, pero no me funcionaron los músculos para abrir la
boca o para expulsar el aire de mis pulmones. Por favor, es sólo un niño.
¿Por qué no habría huido Seth? ¿Por qué no lo hacía ahora?
Riley estaba cerrando de nuevo la distancia entre ellos, empujando a Seth contra la
pared de roca donde yo me encontraba. Victoria pareció de pronto interesada en el destino
de su compañero. Podía verla mirando de reojo, juzgando la distancia entre Riley y yo.
Seth atacó de nuevo a Riley, que se vio obligado a retirarse y Victoria siseó.
Seth ya no cojeaba. Dando vueltas, se topó con la espalda de Edward, la cual rozó con
la cola, y los ojos de Victoria casi se salieron de sus órbitas.
—No, no se volverá contra mí —le dijo Edward, contestando la pregunta que había
surgido en su mente y usó su distracción para deslizarse más cerca de ella—. Tú nos has
suministrado un enemigo común, nos has convertido en aliados.
Ella apretó los dientes, intentando mantener concentrada su atención sólo en Edward.
—Míralo más de cerca, Victoria —murmuró él, tirando de los hilos de su
concentración—. ¿De verdad se parece tanto al monstruo cuyo rastro siguió James desde
Siberia?
Sus ojos se abrieron del todo, y después comenzaron a oscilar salvajemente entre
Edward, Seth y yo, de uno en uno.
—¿No es el mismo? —gruñó con su voz de soprano, de niña pequeña—. ¡Es
imposible!
—Nada es imposible —murmuró Edward, con la voz suave como el terciopelo mientras
se acercaba a ella centímetro a centímetro—, excepto lo que tú quieres. Jamás la tocarás.
Ella sacudió la cabeza de manera rápida y entrecortada, intentando evitar sus
movimientos de distracción y evadirlo pero él se colocó en el lugar apropiado para
bloquearla tan pronto como ella pensó el plan. Su rostro se contorsionó de pura frustración
y después se agazapó aún más, como una leona de nuevo, y atacó de forma deliberada
hacia delante.
Victoria no estaba precisamente falta de experiencia ni era una neófita dirigida por sus
instintos, sino que resultaba letal. Como yo conocía la diferencia entre ella y Riley, sabía
que Seth no hubiera durado tanto si hubiera estado luchando contra esa vampira.
Edward también cambió de posición, conforme se acercaron el uno al otro, y aquello
se convirtió en una lucha entre un león y una leona.
El baile aumentó de ritmo.
Una danza similar a la de Alice y Jasper en el prado, una espiral borrosa de
movimientos, sólo que esta danza no estaba coreografiada de modo tan perfecto. Agudos
crujidos y chasquidos reverberaban de la pared del acantilado, conforme alguien era
desalojado de su lugar. Pero se movían tan rápido que no podía decir quién cometía los
errores...
Riley se distrajo con ese violento ballet, con los ojos llenos de ansiedad por su
compañera. Seth atacó de nuevo, arrancando de otro bocado un pequeño trozo del
vampiro. Riley bramó y lanzó un tremendo golpe de revés que acertó de lleno en el amplio
Eclipse
Stephenie Meyer
352
pecho de Seth. Su cuerpo enorme se elevó más de tres metros y chocó contra la pared
rocosa sobre mi cabeza con una fuerza que pareció sacudir todo el pico de la montaña. Oí
cómo se escapaba el aire de mis pulmones y salté fuera de su camino cuando él rebotó
contra la piedra y cayó sobre el suelo a pocos metros de donde yo me hallaba.
Un bajo gimoteo se escapó de entre sus dientes.
Empezaron a caerme fragmentos agudos de roca sobre la cabeza, arañándome la piel
desnuda. Una astilla de roca afilada me cayó encima del brazo derecho y la aferré
irreflexivamente. Mis dedos se cerraron a su alrededor cuando se activaron mis propios
instintos de supervivencia. Mi cuerpo se preparaba para luchar, sin preocuparse de lo
poco efectivo que fuera el gesto, al no haber ocasión alguna para la huida.
Se me disparó la adrenalina en las venas. Notaba que la abrazadera me cortaba la
palma y sentía las protestas de la fisura de mi nudillo. Era consciente de todo esto, pero a
pesar de ello no podía sentir dolor.
Detrás de Riley, todo lo que se podía ver era la llama fluctuante del pelo de Victoria y
un borrón blanco. Los chasquidos metálicos y los desgarrones aumentaban de ritmo, lo
mismo que los jadeos y los siseos horrorizados, lo cual dejaba claro que el baile se estaba
volviendo mortal para alguien.
Pero ¿para quién?
Riley se deslizó hacia mí, con los ojos rojos brillantes de furia. Miró hacia la montaña
renqueante de pelo color arena que se encontraba entre nosotros y sus manos,
destrozadas y rotas, se cerraron como garras. Abrió la boca del todo, con los dientes
brillantes, como si se estuviera preparando para desgarrar la garganta de Seth.
Un segundo latigazo de adrenalina me atravesó como un choque eléctrico y de pronto
lo vi todo claro.
Ambas luchas se desarrollaban demasiado cerca. Seth estaba a punto de perder la
suya y no tenía ni idea de si Edward ganaba o perdía. Ambos necesitaban ayuda. Una
distracción. Algo que les diera una oportunidad.
Mi mano aferró la astilla de piedra tan fuerte que uno de los soportes de la abrazadera
se rompió.
¿Tendría la suficiente fuerza? ¿Sería lo bastante valiente? ¿Cuánta energía haría falta
para enterrar la piedra rugosa en mi cuerpo?
¿Le daría eso a Seth el tiempo necesario para volver a ponerse en pie? ¿Se curaría lo
bastante rápido como para que mi sacrificio le diera alguna oportunidad?
Con la punta aguda del fragmento me subí el grueso jersey hacia arriba para exponer
la piel y después presioné la parte más afilada contra la arruga de mi codo. Allí tenía la
larga cicatriz que me hice la noche de mi último cumpleaños, cuando derramé suficiente
sangre como para captar la atención de todos los vampiros y dejarlos helados en sus sitios
por un momento. Recé para que volviera a funcionar. Me envaré y aspiré un gran trago de
aire.
Victoria se distrajo con el sonido de mi jadeo. Sus ojos, detenidos durante la mínima
fracción de un segundo, se encontraron con los míos. En su expresión se mezclaban la
furia y la curiosidad de una forma extraña.
Eclipse
Stephenie Meyer
353
No sé cómo pude escuchar ese pequeño ruido con todos los otros que reverberaban
en la pared de piedra y me martilleaban el cerebro. El sonido de los latidos de mi propio
corazón podría haber sido suficiente para haberlo ahogado. Pero en el mismo segundo en
que miré a Victoria a los ojos, creo que fui capaz de oír un familiar suspiro exasperado.
En ese mismo corto segundo, el baile se detuvo de manera violenta. Pasó tan deprisa
que ya había terminado antes de que yo pudiera seguir la secuencia exacta de los hechos.
Intenté captarlos como pude en mi mente.
Victoria había salido volando del borrón y había chocado contra un alto abeto, más o
menos a la mitad del tronco. Cayó sobre la tierra ya agazapada para saltar.
De forma simultánea, Edward, del todo invisible por la velocidad, se volvió a sus
espaldas y cogió al desprevenido Riley por el brazo. Me pareció como si Edward plantara
su pie contra su espalda y tirara hacia arriba...
El pequeño campamento se llenó con el taladrante aullido de agonía de Riley.
Al mismo tiempo, Seth saltó sobre sus patas y me ocultó la mayor parte de la visión.
Pero aún podía ver a Victoria. Y aunque parecía extrañamente deformada, como si
fuera incapaz de enderezarse por completo, pude distinguir la sonrisa que atravesaba su
rostro salvaje, la misma que aparecía en mis sueños.
Se agachó y saltó.
Algo pequeño y blanco silbó por el aire y colisionó con ella en pleno vuelo. El impacto
sonó como una explosión, y la lanzó contra otro árbol, que esta vez se partió por la mitad.
Volvió a aterrizar sobre sus pies, agazapada y preparada, pero Edward ya ocupaba su
posición. Sentí cómo el alivio barría mi corazón cuando le vi de pie y en perfecto estado.
Victoria pateó algo a un lado con un golpe de su pie desnudo, el misil que había
abortado su ataque. Vino dando vueltas hasta mí y me di cuenta de lo que era.
Se me encogió el estómago.
Los dedos todavía se retorcían. Aferrándose a las hojas de hierba, el brazo de Riley
comenzó a moverse de forma convulsiva por el suelo.
Seth estaba de nuevo dando vueltas en torno a Riley, mientras éste se retiraba.
Caminaba de espaldas ante el licántropo que avanzaba, con el rostro rígido por el dolor.
Alzó su único brazo a la defensiva.
Seth cayó sobre Riley y el vampiro perdió el equilibrio. Vi al lobo hundir los dientes en
el hombro de Riley y luego tirar, saltando hacia atrás de nuevo.
Con un chirrido metálico que taladraba los oídos, Riley perdió su otro brazo.
Seth sacudió la cabeza, lanzando la extremidad contra los árboles. El entrecortado
ruido siseante que salió de entre sus dientes sonaba como una risita burlona.
Riley gritó con un lamento torturado.
—¡Victoria!
Ella ni siquiera se estremeció al oír el sonido de su nombre. Sus ojos ni siquiera
hicieron el intento de moverse hacia su compañero.
Eclipse
Stephenie Meyer
354
Seth se lanzó hacia delante con la fuerza de una bola de demolición. El golpe les llevó
a ambos entre los árboles, donde los chirridos metálicos eran acompañados por los gritos
agónicos de Riley. Éstos cesaron de repente, mientras que continuaron los ruidos de
trituración de la materia pétrea del cuerpo del vampiro.
Aunque no malgastó en Riley ni una mirada de despedida, Victoria pareció darse
cuenta de que estaba sola. Comenzó a apartarse de Edward con una decepción infinita
llameando en sus ojos. Me lanzó una corta mirada de anhelo y después empezó a retirarse
más deprisa.
—No —canturreó suavemente Edward, con su voz seductora—. Quédate un poco
más.
Ella aceleró y voló hacia el refugio del bosque como la flecha de un arco.
Pero Edward fue más rápido, como la bala de una pistola.
La agarró por la espalda desprotegida justo al borde de los árboles y el baile se acabó
con un último y sencillo paso.
La boca de Edward se deslizó por su cuello como una caricia. El estruendo chirriante
de los esfuerzos de Seth cubrió cualquier otro ruido, o no hubo ningún sonido distintivo
que permitiera dar una imagen clara de violencia. Lo mismo podría haber estado
besándola.
Y luego su ardiente maraña de pelo ya no siguió conectada al resto de su cuerpo. Las
temblorosas olas anaranjadas de sus cabellos cayeron al suelo y dieron un salto antes de
rodar hacia los árboles.