martes, 27 de enero de 2009

—Más que eso —rectificó Alice.
—Gracias —suspiré—. ¿De verdad creéis que va a venir alguien?
—No va a faltar nadie —aseguró Edward—. Todos se mueren de ganas por ver el
interior de la misteriosa casa de los huraños Cullen.
—Genial —protesté.
No había nada en lo que pudiera echar una mano. Albergaba serias dudas de que
alguna vez fuese capaz de hacer las cosas que hacía Alice, ni siquiera cuando no tuviera
necesidad de dormir y me moviera mucho más deprisa.
Edward se negó a apartarse de mi lado ni un segundo y me llevó consigo cuando fue
en busca de Jasper primero y luego de Carlisle para contarles mi descubrimiento.
Horrorizada, escuché en silencio sus planes para atacar a la tropa de Seattle. Estaba
segura de que la desventaja numérica no complacía a Jasper, pero no habían sido
capaces de hacer cambiar de idea a la familia de Tanya, que no estaba dispuesta a
colaborar. Jasper no intentaba ocultar su angustia del modo en que lo hacía Edward.
Resultaba obvio que no le gustaba jugar con apuestas tan fuertes.
No podría quedarme en la retaguardia esperando a que aparecieran por casa. No lo
haría o me volvería loca.
Sonó el timbre.
De pronto, de forma casi delirante, todo fue normal. Una sonrisa perfecta, genuina y
cálida reemplazó la tensión en el rostro de Carlisle. Alice subió el volumen de la música y
luego se acercó bailando hasta la puerta.
El Suburban había venido cargado con mis amigos, demasiado nerviosos o
intimidados para acudir cada uno por su cuenta. Jessica fue la primera en traspasar la
puerta con Mike pisándole los talones. Los siguieron Tyler, Conner, Austin, Lee, Samantha
y por último incluso Lauren, cuyos ojos críticos relucían de curiosidad. Todos se
mostraban expectantes y luego, cuando entraron en la enorme estancia engalanada con
aquella elegancia delirante, parecieron abrumados. La habitación no estaba vacía, los
Cullen ocupaban su lugar, listos para escenificar su perfecta representación de una familia
humana. Esa noche yo tenía la sensación de estar actuando un poquito más que ellos.
Acudí para saludar a Jess y a Mike, con la esperanza de que el tono nervioso de mi
voz pudiera pasar por puro entusiasmo. La campana sonó antes de que pudiera
acercarme a nadie. Dejé entrar a Angela y a Ben y mantuve la puerta abierta al ver que
Eric y Katie acababan de llegar al pie de las escaleras.
No hubo ninguna otra ocasión para sentir pánico. Tuve que hablar con todo el mundo y
continuar ofreciendo la nota jovial propia de la anfitriona. Aunque se había presentado
como una fiesta ofrecida por Edward, Alice y yo, era inútil negar que yo me había
convertido en el objetivo más popular de agradecimientos y felicitaciones. Quizá debido a
que los Cullen tenían un aspecto extraño bajo las luces festivas elegidas por Alice. Quizá
porque aquella iluminación sumía la estancia en las sombras y el misterio, y no propiciaba
una atmósfera para que las personas normales se relajaran cuando estaban cerca de
alguien como Emmett. En una ocasión vi cómo Emmett sonreía a Mike por encima de la
mesa de la comida. Este dio un paso atrás, asustado por los centelleos que las luces rojas
arrancaban a los dientes del vampiro.
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Lo más probable era que Alice hubiera hecho esto a propósito para obligarme a ser el
centro de atención, una posición con la que, en su opinión, yo debería disfrutar. Ella me
obligaba a seguir los usos y costumbres de los hombres para hacerme sentir humana.
La fiesta fue un éxito rotundo a pesar del estado de tensión nerviosa provocado por la
presencia de los Cullen, aunque tal vez eso sólo añadiera una nota de emoción al
ambiente del local. El ritmo de la música era contagioso; las luces, casi hipnóticas; la
comida debía de estar buena a juzgar por la velocidad con que desaparecía. La estancia
pronto estuvo abarrotada, aunque no hasta el punto de provocar claustrofobia. Parecía
haber acudido la clase entera del último curso al completo, además de algunos alumnos
de cursos inferiores. Los asistentes movían los cuerpos al ritmo del compás marcado con
los pies y todos estaban a punto de ponerse a bailar.
No estaba siendo tan terrible como había temido. Seguí el ejemplo de Alice y me
mezclé y charlé con todos, que parecían bastante fáciles de complacer. Estaba segura de
que aquella fiesta era con diferencia la mejor de cuantas se habían celebrado en Forks
desde hacía mucho tiempo. Alice casi ronroneaba de placer. Nadie iba a olvidar aquella
noche.
Di otra vuelta alrededor de la sala y volví a encontrarme con Jessica, que balbuceaba
de excitación, pero no era preciso prestarle demasiada atención al ser poco probable que
ella necesitara de una respuesta por mi parte. Edward permanecía a mi lado, negándose a
apartarse de mí. Mantenía una mano bien sujeta en mi cintura y de vez en cuando me
acercaba a él, probablemente como reacción a pensamientos que no quería oír.
Por eso, enseguida me puse en estado de alerta cuando dejó colgar el brazo a un
costado y empezó a separarse de mí.
—Quédate aquí —me susurró al oído—. Vuelvo ahora.
Cruzó entre el gentío con gracilidad. Dio la impresión de que no había rozado ninguno
de los cuerpos apretados. Se marchó demasiado deprisa como para darme la oportunidad
de preguntarle por qué se iba. Entorné los ojos y no le perdí de vista mientras Jessica
gritaba con entusiasmo por encima de la música y se colgaba de mi codo, haciendo caso
omiso a mi falta de atención.
Le observé cuando llegó a la oscura puerta situada junto a la entrada de la cocina,
donde las luces sólo brillaban de forma intermitente. Se inclinó sobre alguien, cuya
identificación resultó imposible por culpa de las cabezas de los invitados, que me tapaban
el campo de visión.
Me puse de puntillas y estiré el cuello. En ese preciso momento, una luz roja iluminó su
espalda e hizo destellar las lentejuelas de la camisa de Alice, cuyo rostro quedó iluminado
una fracción de segundo. Fue suficiente.
—Discúlpame un momento, Jessica —farfullé mientras retiraba su brazo de mi codo.
No me detuve a esperar su reacción ni a verificar si mi brusquedad le había molestado.
Eludí los cuerpos que se interponían en mi camino y de vez en cuando propiné algún que
otro empujón, pocos, por fortuna, ya que no había mucha gente bailando. Me apresuré a
cruzar la puerta de la cocina.
Edward se había ido, pero Alice seguía allí, inmóvil en la penumbra, con el rostro
desconcertado y la mirada ausente propios de quien acaba de presenciar un terrible
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accidente. Se sujetaba al marco de la puerta con una de sus manos, como si necesitara
ese apoyo.
—¿Qué pasa, Alice? ¿Qué? ¿Qué has visto? —le imploré ensortijando los dedos de
las manos con gesto suplicante.
Ella no me miró, siguió con los ojos clavados a lo lejos. Seguí la dirección de su mirada
y me percaté de cómo Alice captaba la atención de Edward a través de la habitación. El
rostro de Edward era tan inexpresivo como una piedra. Se volvió y desapareció en las
sombras de debajo de la escalera.
El timbre sonó en ese momento, cuando habían transcurrido varias horas desde la
última llamada. Alice alzó la vista con expresión perpleja que pronto se convirtió en una
mueca de disgusto.
—¿Quién ha invitado al licántropo?
Le puse mala cara cuando me agarró.
—Culpable —admití.
Se me había pasado por la cabeza la posibilidad de anular la invitación, pero ¿quién
iba a pensar que Jacob fuera capaz de aparecer allí, como si tal cosa? Ni en el más
descabellado de los sueños...
—Bueno, en tal caso, hazte cargo de él. He de hablar con Carlisie.
—¡No, Alice, aguarda!
Intenté agarrarla por el brazo, pero ella ya se había marchado y mi mano se cerró en el
vacío.
—¡Maldita sea! —rezongué.
Adiviné lo que ocurría. Alice había tenido la visión que había esperado desde hacía
tanto tiempo y, francamente, no me sentía con ánimos para soportar el suspense mientras
atendía la puerta. El timbre volvió a sonar un buen rato. Alguien mantenía pulsado el
botón. Actué con resolución. Di la espalda a la puerta de la cocina y registré la sala a
oscuras con la mirada en busca de Alice.
No logré ver nada. Comencé a abrirme paso hacia las escaleras.
—¡Hola, Bella!
La voz gutural de Jacob resonó en un momento durante el que no sonaba la música.
Muy a mi pesar, alcé los ojos al oír mi nombre.
Puse cara de pocos amigos.
En vez de un hombre lobo habían venido tres. Jacob había entrado por su cuenta,
flanqueado por Quil y Embry, que parecían muy tensos mientras miraban a un lado y otro
de la estancia como si estuvieran adentrándose en una cripta embrujada. La mano
temblorosa de Embry todavía sostenía la puerta y tenía la mitad del cuerpo fuera,
preparado para echar a correr.
Jacob me saludó con la mano. Estaba más calmado que sus compañeros, pero
arrugaba la nariz con gesto de repulsión. También le saludé con la mano, pero en señal de
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despedida. Luego, me volví en busca de Alice. Me colé por un hueco que había entre las
espaldas de Conner y Lauren...
...pero él apareció de la nada, me puso la mano en el hombro y me llevó hasta las
sombras imperantes en los aledaños de la cocina.
—¡Qué bienvenida tan cordial! —apuntó.
Agité mi mano libre y le fulminé con la mirada.
—¿Qué rayos haces aquí?
—Me invitaste tú, ¿lo recuerdas?
—Por si el gancho de derecha fue demasiado sutil para ti, permíteme que te lo
traduzca: era una cancelación de la invitación.
—No tengas tan poco espíritu deportivo. Encima de que te traigo un regalo de
graduación y todo.
Me crucé de brazos. No me apetecía nada pelearme con Jacob en ese momento.
Ardía en deseos de saber en qué consistía la visión de Alice y qué decían al respecto
Edward y Carlisle. Estiré el cuello para buscarlos con la mirada por un costado de Jacob.
—Devuélvelo a la tienda, Jake. Tengo asuntos que atender.
Él obstaculizó mi línea de visión para requerir mi atención.
—No puedo devolverlo a ninguna tienda porque no lo he comprado. Lo hice con mis
propias manos, y me costó bastante tiempo.
Volví a echar mi cuerpo a un lado, pero no conseguí ver a ningún miembro de la
familia Cullen. ¿Dónde se habían metido? Escruté la penumbra una vez más.
—Venga, vamos, Bella. ¡No hagas como que no estoy aquí!
—No lo hago —no los veía por ninguna parte—. Mira, Jake, ahora tengo la cabeza en
otra parte...
Puso la mano debajo de mi barbilla y me obligó a alzar el rostro.
—¿Podría recabar el privilegio de unos segundos de toda su atención, señorita Swan?
Me alejé para evitar el contacto con él.
—No seas sobón, Jacob —mascullé.
—Disculpa —contestó de inmediato, mientras alzaba los brazos simulando que se
rendía—. Lo siento de veras, me refiero a lo del otro día. No debí besarte de ese modo.
Estuvo mal. Supongo que me hice falsas ilusiones al pensar que me querías.
—Falsas ilusiones... ¡Qué descripción tan certera!
—Sé amable, ya sabes, al menos podrías aceptar mis disculpas.
—Vale, disculpas aceptadas, y ahora, si me perdonas un momento…
—ale —epuso entre dientes.
Lo dijo con una voz tan diferente que dejéde buscar a Alice y estudiésu rostro. Tení
la vista clavada en el suelo para ocultar los ojos. El labio inferior sobresalí levemente.
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—Supongo que preferirás estar con tus amigos «de verdad» —ijo con el mismo tono
abatido— Ya lo pillo.
—¡h, Jake! —e quejé— Sabes que eso no es justo.
—¿h, no?
—eberís saberlo —e inclinéhacia delante y alcéla vista en un intento de
establecer contacto visual. Entonces, é levantólos ojos por encima de mi cabeza, para
evitar mi mirada— ¿ake?
El rehusómirarme.
—h, dijiste que me habís hecho algo, ¿o? —regunté— ¿ra pura palabrerí?
¿óde estámi regalo?
Mi intento de simular entusiasmo fue patéico, pero funcionó Puso los ojos en blanco y
me hizo un mohí. Proseguícon la patéica farsa de la petició y mantuve abierta la mano
delante de mí
—igo esperando.
—ueno —efunfuñócon sarcasmo, pero metióla mano en el bolsillo trasero de los
vaqueros del que sacóuna bolsita de holgada tela multicolor fuertemente atada con cintas
de cuero. La depositóen mi mano.
—aya, quécucada, Jake. ¡racias!
Suspiró
—l regalo estádentro, Bella.
—h.
Me enredécon las cintas. É resoplóy me quitóla bolsita para abrirla con un sencillo
tiró de la cinta adecuada. Mantuve la mano extendida, pero é agitóla bolsa y dejócaer
algo plateado en mi mano. Los eslabones de metal tintinearon levemente.
—o hice la pulsera —dmitió— sóo el dije.
Sujeto a uno de los eslabones de plata habí un pequeñ adorno tallado en madera.
Lo sostuve entre los dedos para examinarlo de cerca. Sorprendí la cantidad de detalles
enrevesados de la figurita, un lobo en miniatura de extremado realismo, incluso estaba
labrado en una madera de tonalidades rojizas que encajaban con el color de su
pelambrera.
—s precioso —usurré— ¿o has hecho tú ¿óo?
El se encogióde hombros.
—s una habilidad que aprendíde Billy... Se le da mejor que a mí
—esulta difíil de creer —urmurémientras daba vueltas y má vueltas al lobito de
madera entre los dedos.
—¿e gusta de verdad?
—¡í Es increíle, jake.
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Jacob esbozó una sonrisa que al principio fue de felicidad, pero luego la expresión se
llenó de amargura.
—Bueno, supuse que esto quizás hiciera que te acordaras de mí de vez en cuando. Ya
sabes cómo son estas cosas, ojos que no ven, corazón que no siente.
Ignoré su actitud.
—Ten, ayúdame a ponérmelo.
Le ofrecí la muñeca izquierda, dado que el cabestrillo me impedía mover la mano
derecha. Abrochó el cierre con facilidad a pesar de que parecía demasiado delicado para
sus dedazos.
—¿Te lo pondrás? —preguntó.
—Por supuesto que sí.
Me sonrió. Era la sonrisa feliz que tanto me gustaba ver en su cara.
Le correspondí con otra, pero mis ojos volvieron por instinto a la habitación y busqué
entre la gente algún indicio de Edward o Alice.
—¿Por qué estás tan trastornada? —preguntó Jacob.
—No es nada —le mentí mientras intentaba concentrarme—. Gracias por el regalo, de
veras, me encanta.
—¿Bella? —frunció el ceño hasta que su sombra le oscureció los ojos—. Está a punto
de pasar algo, ¿a que sí?
—Jake, yo... No, no es nada.
—No me mientas, se te da fatal. Deberías decirme de qué se trata. Queremos
enterarnos de este tipo de cosas —dijo, utilizando al fin el plural.
Lo más probable es que tuviera razón. Los lobos eran parte interesada en lo que
estaba pasando, sólo que yo no estaba segura de qué estaba ocurriendo.
—Te lo contaré, Jacob, pero déjame averiguar antes qué pasa, ¿vale? Tengo que
hablar con Alice.
Una chispa de comprensión le iluminó el semblante.
—La médium ha tenido una visión.
—Sí, en el momento de aparecer tú.
—¿Es sobre el chupasangres que entró en tu cuarto? —murmuró, manteniendo el tono
de voz por debajo del soniquete de la música.
—Guarda relación —admití.
Estuvo cavilando durante un minuto antes de inclinar la cabeza hacia delante para
estudiar mis facciones.
—Te estás callando algo que sabes, algo grande.
¿Qué sentido tenía mentirle de nuevo? Me conocía demasiado bien.
—Sí.
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Jacob me observó fijamente durante una fracción de segundo y luego se volvió para
atraer la atención de sus hermanos de carnada, que seguían en la entrada, incómodos y
violentos. Se movieron en cuanto se percataron de su expresión y se abrieron paso con
agilidad entre los fiesteros; ellos se movían también con una flexibilidad propia de
bailarines. Flanquearon a Jacob en cuestión de medio minuto, descollando muy por
encima de mí.
—Ahora, explícate —exigió Jacob.
Embry y Quil miraron de manera alternativa el rostro de mi amigo y el mío, confusos y
precavidos.
—No sé prácticamente nada, Jake.
Continué buscando en la sala, pero ahora para que me rescataran. Los licántropos me
arrinconaron en una esquina en el sentido más literal del término.
—Entonces, cuéntanos lo que sepas.
Los tres cruzaron los brazos sobre el pecho a la vez. La escena tenía una pizca de
gracia, aunque sobre todo resultaba amenazadora.
Entonces vi a Alice bajar por las escaleras. Su piel nivea refulgía bajo la luz púrpura.
—¡Alice! —chillé con alivio.
Ella me miró en cuanto grité su nombre a pesar de que el chundachunda de los
altavoces tendría que haber ahogado mi voz. Moví el brazo libre con energía y observé su
rostro cuando ella se fijó en los tres hombres lobo que se inclinaban sobre mí. Entornó los
ojos.
Sin embargo, antes de que se produjera esa reacción, la tensión y el miedo dominaron
su rostro. Me mordí el labio mientras se acercaba con sus andares saltarines.
Jacob, Quil y Embry se alejaron de ella con expresiones de preocupación. Alice rodeó
mi cintura con el brazo.
—He de hablar contigo —me susurró al oído.
—Esto, Jake, te veré luego... —farfullé cuando se calmó la situación.
El alargó su enorme brazo para bloquearnos el paso, apoyando la mano contra la
pared.
—Eh, no tan deprisa.
Alice alzó la vista para clavarle sus ojos desorbitados de incredulidad.
—¿Disculpa?
—Dinos qué está pasando —exigió él con un gruñido.
Jasper se materializó literalmente de la nada. Alice y yo estábamos contra la pared y al
segundo siguiente Jasper estaba junto a Jacob, en el costado opuesto al del brazo
extendido, con expresión aterradora.
Jacob retiró el brazo con lentitud. Parecía el mejor movimiento posible, partiendo de la
base de que quería conservar ese miembro.
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—Tenemos derecho a enterarnos —murmuró Jacob, lanzando una mirada desafiante
a Alice.
Jasper se interpuso entre ellos. Los licántropos se aprestaron a la lucha.
—Eh, eh —intervine, añadiendo una risilla ligeramente histérica—. Esto es una fiesta,
¿os acordáis?
Nadie me hizo el menor caso. Jacob fulminó a Alice con la mirada mientras Jasper
hacía lo propio con Jacob. De pronto, Alice se quedó pensativa.
—Está bien, Jasper. En realidad, tiene razón.
Jasper no relajó la posición ni un ápice.
Me embargaba una tensión tan fuerte que estaba convencida de que me iba a estallar
la cabeza de un momento a otro.
—¿Qué has visto, Alice?
Ella miró a Jacob durante unos instantes y luego se volvió hacia mí. Era evidente que
había decidido dejar que se enteraran.
—La decisión está tomada.
—¿Os vais a Seattle?
—No.
Sentí cómo el color huía de mi rostro y noté un retortijón en el estómago.
—Vienen hacia aquí —aventuré con voz ahogada.
Los muchachos quileute observaban en silencio, leyendo el involuntario juego de
emociones de nuestros rostros. Se habían quedado clavados donde estaban, pero aun así
no permanecían del todo quietos. Las manos no dejaban de temblarles.
—Sí.
—Vienen a Forks —susurré.
—Sí.
—¿Con qué fin?
Ella comprendió mi pregunta y asintió.
—Uno de ellos lleva tu blusa roja.
Intenté tragar saliva.
La expresión de Jasper era de desaprobación. No le gustaba debatir aquello delante
de los hombres lobo, pero le urgía decir algo.
—No podemos dejarles llegar tan lejos. No somos bastantes para proteger el pueblo.
—Lo sé —repuso Alice con el rostro súbitamente desolado—, pero no importa dónde
les plantemos cara, porque vamos a seguir siendo pocos, y siempre quedará alguno que
vendrá a registrar el pueblo.
—¡No! —murmuré.
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El estruendo de la fiesta sofocó mi grito de rechazo. A nuestro alrededor, mis amigos,
vecinos e insignificantes rivales comían, reían y se movían al ritmo de la música, ajenos al
hecho de que estaban a punto de enfrentarse al peligro, el terror y quizá la muerte. Por mi
causa.
—Alice, debo irme, he de alejarme de aquí —le dije articulando para que me leyera los
labios.
—Eso no sirve de nada. No es como si nos las viéramos con un rastreador. Ellos
seguirían viniendo primero aquí.
—En tal caso, he de salir a su encuentro —si no hubiera tenido la voz tan ronca y
forzada, la frase habría sido un grito—. Quizá se vayan sin hacer daño a nadie si
encuentran lo que vienen a buscar.
—¡Bella! —protestó Alice.
—Espera —ordenó Jacob con voz enérgica—. ¿Quién viene?
Alice le dirigió una mirada gélida.
—Son de los nuestros. Un montón.
—¿Por qué?
—Vienen a por Bella. Es cuanto sabemos.
—¿Os superan en número? ¿Son demasiados para vosotros? —preguntó.
Jasper se molestó.
—Contamos con algunas ventajas, perro. Será una lucha igualada.
—No —le contradijo Jacob; una media sonrisa, fiera y extraña, se extendió por su
rostro—, no va a ser igualada.
—¡Excelente! —exclamó Alice, cuya nueva expresión miré fijamente, paralizada por el
pánico. Su rostro estaba exultante y la desesperación había desaparecido de sus rasgos
perfectos.
Dedicó a Jacob una ancha sonrisa que él le devolvió.
—No tendré visiones si intervenís vosotros, por supuesto —comentó, muy pagada de
sí misma—. Es un problema, pero, tal y como están las cosas, lo asumo.
—Debemos coordinarnos —dijo Jacob—. No nos va a ser fácil. Éste sigue siendo más
un trabajo para nosotros que para vosotros.
—Yo no iría tan lejos, pero necesitamos la ayuda, así que no nos vamos a poner
tiquismiquis.
—Espera, espera, espera —los interrumpí.
Alice estaba de puntillas y Jacob se inclinaba hacia ella, ambos con los rostros
relucientes de entusiasmo a pesar de tener la nariz arrugada a causa de sus respectivos
olores. Me miraron con impaciencia.
—¿Coordinaros? —repetí entre dientes.
—¿De veras crees que nos vamos a quedar fuera de esto? —preguntó Jacob.
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—¡Estáis fuera de esto!
—No es eso lo que piensa vuestra médium.
—Alice, niégate —insistí—. Los matarán a todos.
Jacob, Quil y Embry se echaron a reír a mandíbula batiente.
—Bella —contestó Alice con voz suave y apaciguadora—, todos moriremos si
actuamos por separado, juntos...
—...no habrá problema —Jacob concluyó la frase.
Quil volvió a reírse y preguntó con entusiasmo.
—¿Cuántos son?
—¡No! —grité.
Alice ni siquiera me miró.
—Su número varía... Ahora son veintiuno, pero la cifra va a bajar.
—¿Por qué? —preguntó Jacob con curiosidad.
—Es una larga historia —contestó Alice, mirando de repente a su alrededor—, y éste
no es el lugar adecuado para contarla.
—¿Y qué tal esta noche, más tarde? —presionó Jacob.
—De acuerdo —le contestó Jasper—. Si vais a luchar con nosotros, vais a necesitar
algo de instrucción.
Todos los lobos pusieron cara de contrariedad en cuanto oyeron la segunda parte de
la frase.
—¡No! —protesté.
—Esto va a resultar un poco raro —comentó Jasper pensativamente—. Nunca había
sopesado la posibilidad de trabajar en equipo. Ésa debe ser nuestra prioridad.
—Sin ninguna duda —coincidió Jacob, a quien le entraron las prisas—. Tenemos que
volver a por Sam. ¿A qué hora?
—¿A partir de qué hora es demasiado tarde para vosotros?
Los tres quileute pusieron los ojos en blanco.
—¿A qué hora? —repitió Jacob.
—¿A las tres?
—¿Dónde?
—A quince kilómetros al norte del puesto del guarda forestal de Hoh Forest. Venid por
el oeste y podréis seguir nuestro rastro.
—Allí estaremos.
Se dieron media vuelta para marcharse.
—¡Espera, Jake! —grité detrás de él—. ¡No lo hagas, por favor!
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El interpelado se detuvo y se dio la vuelta para sonreírme mientras Quil y Embry se
encaminaban hacia la puerta con impaciencia.
—No seas ridicula, Bella. Acabas de hacerme un regalo mucho mejor que el mío.
—¡No! —chillé de nuevo.
El sonido de una guitarra eléctrica ahogó mi grito.
Jacob no me respondió. Se apresuró a alcanzar a sus amigos, que ya se habían
marchado. Le vi desaparecer sin poder hacer nada.
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Instrucción
—Ha debido de ser la fiesta más larga de la historia universal —me quejé de camino a
casa.
Edward no parecía estar en desacuerdo.
—Venga, ya ha terminado —me animó mientras me acariciaba el brazo con dulzura...
...ya que ahora era la única que necesitaba mimos. Edward estaba bien, así como toda
su familia.
Todos me habían tranquilizado. Alice se había acercado para darme unas palmadas
de afecto mientras lanzaba una mirada elocuente a Jasper, y éste no paró hasta que sentí
un flujo de paz a mi alrededor, Esme me besó en la frente y me prometió que todo iba a ir
bien, Emmett se echó a reír escandalosamente y se quejó de que yo fuera la única a la
que me permitieran pelear con hombres lobo... La solución de Jacob los había dejado a
todos relajados, casi eufóricos después de las interminables semanas de tensión. La
confianza había reemplazado a la duda y la fiesta había concluido con un toque de
verdadera celebración...
...salvo para mí.
Ya era bastante malo que los Cullen pelearan por mi causa. Me costaba mucho
aceptarlo. Era más de lo que podía soportar, pero...
...¿también Jacob? No, ni él ni los tontorrones de sus hermanos, la mayoría más
jóvenes que yo. No eran más que descomunales niños muy cachas que se metían en líos
como quien va de excursión a la playa. Mi seguridad no podía ponerles en peligro también
a ellos. Estaba desquiciada de los nervios y se notaba. No sabía cuánto tiempo iba a
resistir la tentación de empezar a gritar.
—Esta noche vas a llevarme contigo —susurré para mantener mi voz bajo control.
—Estás agotada, Bella.
—¿Crees que seré capaz de dormir?
Frunció el ceño.
—Esto va a ser una prueba. No estoy seguro de que la cooperación... sea posible. No
quiero que te pongas en medio.
Como si eso no me fuera a preocupar aún más...
—Recurriré a Jacob si tú no me llevas.
Entrecerró los ojos. Aquello era un golpe bajo y yo lo sabía, pero no iba a aceptar de
modo alguno que me dejara atrás.
Siguió sin responder cuando llegamos a mi casa. Las luces del cuarto de estar estaban
encendidas.
—Te veo arriba —murmuré.
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Entré de puntillas por la puerta principal y me fui al cuarto de estar, donde dormía
Charlie, despatarrado encima del sofá demasiado pequeño. Roncaba con una intensidad
equiparable a la de una motosierra.
Le sacudí el hombro enérgicamente.
—¡Papá! ¡Charlie! —él refunfuñó sin abrir los ojos todavía—. Ya he vuelto. Te vas a
hacer daño en la espalda como sigas durmiendo en esa postura. Vamos, es hora de
moverse.
Mi padre siguió sin despegar los párpados aun después de que le sacudiera varias
veces, pero al fin me las arreglé para que se levantara. Le ayudé a llegar a su cama,
donde se derrumbó encima de las mantas y, sin desvestirse, comenzó a roncar otra vez.
En esas condiciones, no era probable que se pusiera a buscarme demasiado pronto.
Edward esperó en mi habitación a que me lavara la cara y cambiara la ropa de la fiesta
por unos vaqueros y una blusa de franela. Me observó con gesto mohíno desde la
mecedora mientras colgaba en una percha del armario el jersey que me había regalado
Alice.
Tomé su mano y le dije:
—Ven aquí.
Luego, le atraje a la cama y le empujé encima de ella antes de acurrucarme junto a su
pecho. Quizás él estaba en lo cierto y yo estaba tan hecha polvo que me dormiría
enseguida, pero no permitiría que se escabullera sin mí.
Me arropó con el edredón y me sujetó con fuerza.
—Relájate, por favor.
—Claro.
—Esto va a salir bien, Bella, lo presiento.
Apreté los dientes con fuerza.
Edward seguía irradiando alivio. A nadie, salvo a mí, le preocupaba que resultaran
heridos Jacob y sus amigos, y menos aún a los Cullen.
El sabía que estaba a punto de dormirme.
—Escúchame, Bella, esto va a ser fácil. Vamos a pillar por sorpresa a los neófitos, que
no tienen ni idea de la presencia de los licántropos. He visto cómo actúan en grupo, según
recuerda Jasper, y de veras creo que las técnicas de caza de los lobos van a funcionar
con mucha limpieza. Una vez que estén divididos y sorprendidos, ya no van a ser rival
para el resto de nosotros. Alguno, incluso, podría quedarse fuera. No sería necesario que
participáramos todos —añadió para quitarle hierro.
—Claro, va a ser coser y cantar —murmuré en tono apagado.
—Calla, ya verás como sí —me acarició la mejilla—. No te preocupes ahora.
Comenzó a tararear mi nana pero, por una vez, no me calmó.
Iban a resultar heridas personas a quienes yo quería, bueno, en realidad, eran
vampiros y licántropos, pero aun así los quería. Y aquello sería por mi causa. Otra vez.
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Deseé poder fijar mi mala suerte con algo más de precisión. Sentía ganas de salir y gritar
al cielo: «Soy yo a quien querés, aquí aquí Sóo a mí».
Me devanélos sesos para hallar un camino en el que pudiera hacer eso: obligar a que
mi mala suerte se centrara exclusivamente en mi persona. No iba a ser fáil y tendrí que
aguardar el momento oportuno.
No logréconciliar el sueñ. Los minutos transcurrieron con rapidez y, para mi sorpresa,
seguí en tensió y despierta cuando Edward nos incorporóa los dos para que
estuviéamos sentados.
—¿stá segura de que no prefieres quedarte a dormir?
Le dirigíuna mirada envenenada.
Suspiróy me alzóen brazos antes de salir por la ventana de un salto.
Echóa trotar por el silencioso bosque en sombras conmigo a su espalda y enseguida
sentísu júilo. Corrí igual que cuando lo hací sóo para nuestra propia diversió, nada
má que para sentir el soplo del viento en el pelo. Era el tipo de actividad que me hubiera
hecho feliz en tiempos menos angustiosos.
Su familia ya le aguardaba cuando llegamos al gran claro. Hablaban con
despreocupació y tranquilidad. El retumbo de la risa de Emmett resonaba de forma
ocasional por el espacio abierto. Edward me dejóen el suelo y caminamos hacia ellos
cogidos de la mano.
Era una oscura noche sin luna, oculta detrá de las nubes, por lo que pasómá de un
minuto antes de que me diera cuenta de que estáamos en el claro donde los Cullen
jugaban al bésbol. Fue en aquel mismo paraje donde hací má de un añ James y su
aquelarre habín interrumpido la primera de aquellas desenfadadas veladas. Se me hací
raro volver allí como si aquella reunió estuviera incompleta hasta que estuvieran con
nosotros James, Laurent y Victoria. Aquella secuencia de acontecimientos no iba a
repetirse. Quizátodo se habí alterado ahora que James y Laurent no iban a volver. Sí
alguien habí cambiado su forma de actuar. ¿ra posible que los Vulturis hubieran
alterado sus tradicionales procedimientos de intervenció?
Yo albergaba serias dudas.
Victoria siempre me habí parecido una fuerza de la naturaleza. Se asemejaba a un
huracá que avanzaba hacia la costa en líea recta, implacable e inevitable, pero
predecible. Quizáfuera un error considerarla una criatura tan limitada; lo má probable es
que fuera capaz de adaptarse.
—¿abes lo que pienso? —e preguntéa Edward.
É se rió
—o —ontestó Estuve a punto de sonreí— ¿uépiensas?
—odos los cabos está anudados entre sí no sóo dos, sino los tres.
—o te sigo.
—an pasado tres cosas malas desde tu regreso —as enfaticéenumerádolas con
los dedos— Los neóitos de Seattle, el desconocido de mi cuarto y la primera de todas:
Victoria vino a por mí